Era en una mañana de los más hermosos años juveniles. En la alcoba del primer piso de un sombrío edificio que se distinguía a lo largo del río, por su altura y color, en la hilera uniforme, Jorge Bendemann, un joven comerciante, permanecía absorto. Acababa de terminar una carta para un amigo de su adolescencia, ausente en el extranjero desde algún tiempo. Aun sin cerrarla, sosteniéndola en un complaciente juego, se sumió en perezosa meditación a través de la ventana, sobre el río, sobre el puent