Narrativa de Jorge Luis Borges

Estambul

 

 

 

   Cartago es el ejemplo más evidente de una cultura calumniada, nada podemos saber de ella, nada pudo saber Flaubert, sino lo que refieren sus enemigos, que fueron implacables. No es imposible que algo parecido ocurra con Turquía. Pensamos en un país de crueldad; esa noción data de las Cruzadas, que fueron la empresa más cruel que registra la historia y la menos denunciada de todas. Pensamos en el odio cristiano acaso no inferior al odio, igualmente fanático, del Islam. En el Occidente le ha faltado un gran nombre turco a los otomanos. El único que nos ha llegado es el de Suleimán el Magnífico (e solo in parte vide il Saladino).

 

   ¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla.

 

 

 

El principio

 

 

 

   Dos griegos están conversando: Sócrates acaso y Parménides. Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, así, será más misteriosa y más tranquila.

 

   El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos, de los que ambos descreen.

 

   Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin. No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o en perder.

 

   Están de acuerdo en una sola cosa; saben que la discusión es el no imposible camino para llegar a una verdad.

 

   Libres del mito y de la metáfora, piensan o tratan de pensar. No sabremos nunca sus nombres.

 

   Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital de la Historia.

 

   Han olvidado la plegaria y la magia.

 

 

 

El viaje en globo

 

 

 

   Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitación no me ha sido aún deparada y no hay razón alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. Los vaticinios terroríficos del personal de a bordo, con su ominosa enumeración de máscaras de oxígeno, de cinturones de seguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias aéreas no son, ni pueden ser, auspiciosas. Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros. Toda palabra presupone una experiencia compartida. Si alguien no ha visto nunca el rojo, es inútil que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juan el Teólogo o con la ira; si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada. En California, hará unos treinta días, María Kodama y yo fuimos a una modesta oficina perdida en el valle de Napa. Serían las cuatro o las cinco de la mañana; subíamos que estaban por ocurrir las primeras claridades del alba. Un camión nos llevó a un lugar aún más distante, remolcando la barquilla. Arribamos a un sitio de la llanura que podía ser cualquier otro. Sacaron la barquilla, que era un canasto rectangular de madera y de mimbre y empeñosamente extrajeron el gran globo de una valija, lo desplegaron en la tierra, separaron el género de nylon con ventiladores, y el globo cuya forma era la de una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia, creció sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No había ni puerta lateral ni escalera; tuvieron que izarme sobre la borda. Éramos cinco pasajeros y el piloto que periódicamente henchía de gas el gran globo cóncavo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Clareaba el día; a nuestros pies a una altura angelical o de alto pájaro se abrían los viñedos y los campos.

 

   El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porque no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells. Se recordará que sus selenitas, que habitan el interior de la luna, viajaban de una a otra galería en globos semejantes al nuestro y desconocían el vértigo.

 

 

 

Una pesadilla

 

 

 

   Cerré la puerta de mi departamento y me dirigí al ascensor. Iba a llamarlo cuando un personaje rarísimo ocupó toda mi atención. Era tan alto que yo debí haber comprendido que lo soñaba. Aumentaba su estatura un bonete cónico. Su rostro (que no vi nunca de perfil) tenía algo de tártaro o de lo que yo imagino que es tártaro y terminaba en una barba negra, que también era cónica. Los ojos me miraban burlonamente. Usaba un largo sobre todo negro y lustroso, lleno de grandes discos blancos. Casi tocaba el suelo. Acaso sospechando que soñaba, me atreví a preguntarle no sé en qué idioma por qué vestía de esa manera. Me sonrió con sorna y se desabrochó el sobre todo. Vi que debajo había un largo traje enterizo del mismo material y con los mismos discos blancos, y supe (como se saben las cosas en los sueños) que debajo había otro.

 

    En aquel preciso momento sentí el inconfundible sabor de la pesadilla y me desperté.

 

 

 

El laberinto

 

 

 

Este es el laberinto de Creta. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto.

 

 

 

De la salvación por las obras

 

 

 

   En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones, pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero.

 

   Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo:

 

    Hace muchos días, o muchos siglos nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres.

 

   Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro:

 

   Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas. Las entonó. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderlas.

 

   La divinidad mayor sentenció:

 

   Que los hombres perduren.

 

   Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó.

 

 

 

Izumo, 27 de abril de 1984.

 

 

 

Estos escritos pertenecen al libro Atlas, publicado en 1984 por Editorial Sudamericana.

 

 

 

 

 

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, mejor conocido como Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires y murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra. Fue un escritor argentino que transitó por la poesía, el ensayo y el cuento, siendo este el género donde sería más prolífico y alcanzaría la gloría universal. Es reconocido como uno de los escritores más importantes del siglo XX.

 

 

 

 Hijo del abogado argentino con ascendencia portuguesa, Jorge Guillermo Borges, y la traductora uruguaya Leonor Acevedo Suárez, Jorge Luis Borges nació en una casa con una gran biblioteca y donde se hablaba español e inglés, por lo que rápidamente se hizo bilingüe y lector ávido. Más allá de los libros, la primera educación que recibió fue en 1905 por parte de una institutriz inglesa. Con tan solo nueve años, ya había redactado un ensayo sobre la mitología griega, escrito un cuento titulado La visera fatal y traducido El príncipe feliz del irlandés Óscar Wilde. Para esa misma fecha, Borges fue inscrito en una escuela de su barrio de Palermo, donde fue atormentado por sus compañeros debido a sus conocimientos y su timidez.

 

 

 

Ya para 1914, su padre abandonaría el curso que dictaba sobre psicología debido a una ceguera incipiente. Para recibir tratamiento viajó a Europa con su familia, pasando primero por Ginebra mientras culminaba la Gran Guerra, luego por Barcelona y terminando en Palma. En Sevilla y en Madrid, Borges se contagiaría del movimiento ultraísta, que llevaría años más tarde a Argentina tras volver a Buenos Aires en 1921. Aquí se relacionaría con Macedonio Fernández y Leopoldo Lugones, dos de los intelectuales más importantes de la época. En 1923, Jorge Luis Borges publicaría su primer libro, la antología poética Fervor de Buenos Aires, que circularía entre su círculo social más íntimo. Luego publicaría dos poemarios más en 1925 y 1929, y colaboraría en la revista Sur junto a Victoria Ocampo y Adolfo Bioy Casares, donde publicaría varios relatos propios y traduciría algunos de otros. Para 1935 publicaría su primer libro de cuentos, Historia Universal de la infamia, y al año siguiente Historia de la eternidad, una compilación de ensayos. En los años posteriores, los días de Borges serían tristes debido al fallecimiento de su querida abuela Fanny y de su padre Jorge Borges, tras una tortuosa agonía.

 

 

 

En 1938, Jorge Luis Borges conseguiría un cargo en la biblioteca municipal Miguel Cané, y luego de tres años de profunda lectura y colaboraciones con Bioy Casares, publicaría El jardín de senderos que se bifurcan, con el cual ganaría el Premio Nacional de Literatura. En los años posteriores seguiría colaborando con Bioy en textos policiales, como lo escrito bajo el seudónimo H. Bustos Domecq, y la antología de Los mejores cuentos policiales. En 1944 ganaría con su libro Ficciones el Gran Premio de Honor concedido por la Sociedad Argentina de Escritores. En 1946, Borges se haría un eterno detractor del peronismo cuando este subió al poder.

 

 

 

Para 1949, Jorge Luis Borges publicaría otro de sus grandes títulos, El Aleph, y al año siguiente sería nombrado presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Luego dictaría clases en la Universidad de la República de Uruguay y en la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, sería director de la Biblioteca Nacional, tras la caída de Perón, y miembro de la Academia Argentina de Letras, mientras iba quedándose ciego lentamente igual que su padre. Después de que sus obras fundamentales fueran traducidas al inglés, el italiano, el francés y el alemán, Borges compartiría el Premio Internacional de Literatura con Samuel Beckett. Gracias a este galardón, su obra fue traducida a al menos nueve idiomas más.

 

 

 

Al año siguiente dictaría una serie de conferencias en la Universidad de Texas. Para 1967 se casaría con Elsa Astete Millán, cuando ya tenía 68 años. En un primer momento, los dos vivieron con su madre y luego solos, hasta 1970, cuando se divorciaron luego de no haberse comprendido nunca. Por estas fechas, Borges dictó conferencias en la Universidad de Harvard a propósito de la poesía y publicó El informe de Brodie. En 1973, luego de varias distinciones en Estados Unidos, fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos aires. Ese mismo año se jubiló como director de la biblioteca. Dos años después, moriría su madre, Leonor Acevedo, con 99 años. Entonces Borges se dedicaría a viajar alrededor del mundo con una antigua estudiante suya, María Kodama, quien primero fungió de secretaria de este y luego como esposa. La Real Academia de la Lengua Española le otorgó el Premio Cervantes en 1980, junto al poeta Gerardo Diego. En los años siguientes recibiría el premio Ollin Yolitzi, la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y el Premio Konex. En 1986, sabiendo que tenía Cáncer, Borges se retiró a Ginebra para morir en tranquilidad. En junio de este mismo año, Jorge Luis Borges moriría a sus 86 años debido a un enfisema pulmonar y a un cáncer hepático, dejando sus derechos de autor a María Kodama. Siendo candidato durante más de treinta años, se cree que la Academia Sueca no le otorgó el Premio Nobel de Literatura debido a su posición política, que lo llevó a relacionarse con Augusto Pinochet. Pese a ello, es reconocido como uno de los autores fundamentales del siglo pasado, sin el cual la Literatura no sería la que hoy conocemos.

 

 

 

 

Fuente biográfica: Historia-Biografía.com

 

Fuente fotográfica: HJCK  (Retrato sin data de Jorge Luis Borges, (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986).

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