Cuento de Lafcadio Hearn

El último pensamiento de un decapitado

 

 

 

    La ejecución debía realizarse en el "jashiki". El condenado fue conducido a él. Lo obligaron a arrodillarse en el centro de un gran espacio arena- do, partido por una hilera de "tobiishi" o piedras chatas iguales a las que se suelen ver en los paisajes japoneses. Le ligaron los brazos a la espalda. Algunos servidores trajeron baldes llenos de agua; alrededor del hombre arrodillado amontonaron grandes bolsas de arroz rellenas de piedras para que no pudiera moverse más. El patrón vigilaba todos los preparativos; como éstos habían sido realizados escrupulosamente, no hizo ninguna observación.

 

   De pronto el hombre que iban a "ajusticiar" volvió la cabeza hacia él, gritando:

 

   -Respetable señor, escuchadme... El yerro por el cual me van a matar lo he cometido "sin querer" Fue un error debido a mi gran necesidad. ¡Es una maldad condenar a muerte a un hombre sólo por su falta de inteligencia! ¡Si lo hacéis, lo pagaréis...! me vengaré en vos mismo!... ¡La venganza nacerá del resentimiento que ya arde dentro de mí! ¡Me pagaréis mal con mal!...

 

   En efecto, si una persona muere en un acceso de cólera, ¡su fantasma podrá vengarse ulteriormente del matador!...  El samurai lo sabía.... por ello contestó al condenado con voz suave, casi acariciante:

 

   Después de muerto os permitiremos que nos espantéis tantas veces como os plazca intentarlo…. Nos es muy difícil creer en vuestras palabras... A menos que después de decapitado nos deis una prueba de vuestro furor.

 

   -Os la daré -dijo el condenado.

 

   -Bien-declaró el samurai desenvainando su largo sable; y ahora voy a cortaros la cabeza... Ahí delante hay un "tobi-ishi"... Cuando vuestra cabeza esté separada del cuerpo tratad de morder la piedra. ¡Si vuestro espíritu furioso realiza esta hazaña, entonces prestaremos fe a vuestras amenazas! ¿Trataréis de morder la piedra?

 

   - ¡La morderé! -rugió el furibundo-. ¡La morderé! La mor...

 

   Hubo un relámpago, un silbido y un choque pesante... El cuerpo del hombre se inclinó hacia adelante Dos chorros de sangre saltaron de su cuello... La cabeza rodó hacia el "tobi-ishi" Con un salto brusco mordió el borde superior de la piedra. sosteniéndose un instante así... Luego recayó inerte.

 

   Nadie dijo una palabra... Los servidores miraron a su amo con espanto... Este parecía perfectamente calmo. Tendió su sable al servidor más próximo, el cual lo colocó perpendicularmente con la punta hacia abajo, en tanto que otro servidor. cogiendo un balde con agua la hacía correr a lo largo de la hoja de arriba abajo. Luego, el primero secó el acero con hojas de papel de seda. Así terminó la parte ceremonial del incidente.

 

   Durante varios meses todos los servidores del samurai vivieron en un temor constante. Temían la aparición de algún fantasma.

 

   ¡Ninguno dudaba de que la venganza prometida se cumpliría, y en su terror veían y oían muchas cosas que no existían más que en su imaginación!... Todo los inquietaba; el silbido del viento lamentándose entre las cañas de los bambúes, las sombras oscilantes de los follajes del jardín.

 

   Finalmente, después de no pocos conciliábulos, resolvieron suplicar a su señor a su señor que hiciera celebrar un oficio segaki¹ para el reposo del espíritu vengador.

 

   -No es necesario!... -manifestó el samurai, cuando el jefe de su escolta le hubo expresado tal deseo. Comprendo que se tenga miedo cuando la última ansia de un moribundo es un ansia de rencor y de venganza. Pero en este caso nada hay que temer.

 

   El jefe contempló a su señor con asombro. Calló, no osando preguntarle qué quería decir con tales palabras...

 

   –La razón es muy sencilla continuó el samurai, adivinando la perplejidad de su servidor. ¡Sólo su último pensamiento habría podido sernos funesto!... Pero yo perturbé sus ideas, distraje su intención al rogarle que nos diera una prueba inmediata de su furor. Toda su potencia se agotó en la realización de un acto… y distrayéndose de lo demás. No os preocupéis más de su amenaza. Olvidadla como la olvidó él…

 

   Y, efectivamente, el muerto no ocasiono ningún fastidio. No pasó nada.

 

 

 

 

 

Este cuento fue tomado del libro Fantasmas de la China y del Japón, de Lafcadio Hearn, publicado por el editor, Modesto Vázquez García, Ciudad de México el 24 de noviembre de 1950.

 

 

 

 

 

 

 

Lafcadio Hearn (1850-1904), nacido en Grecia de padre irlandés y madre griega, se crió entre Grecia e Irlanda. A los diecinueve años se trasladó a los Estados Unidos para iniciar su carrera de periodismo y posteriormente a Japón en 1890, donde pasaría el resto de su vida como profesor y escritor. Fue uno de los primeros europeos en dar a conocer la cultura japonesa al lector occidental. Su larga estancia en Japón, sumada a su profundo conocimiento de la cultura y tradiciones niponas y a su imaginación poética y estilo narrativo le han asegurado un lugar privilegiado en la comunidad lectora occidental pero su especial sensibilidad y su completa comprensión del temperamento japonés le han asegurado un lugar más privilegiado aún en el corazón de los japoneses, que aún le consideran el occidental que mejor les ha comprendido.

 

Fuente biográfica: Satori, Editorial especializada en cultura y literatura japonesa

 

Fuente fotográfica: Wikipedia

 

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