Poesía de Marcos Gelabert

Trilogía del confinamiento

 

 

 

A aquellos que viven

 

el confinamiento interior.

 

 

 

I

 

 

 

El herrumbre transpira mercurocromo

 

hierro forjado

 

tejido en una red de pensamientos

 

que apresa la libertad.

 

 

 

El tedio precipita

 

en aguas turbias de paranoia;

 

una gota de agua limpia

 

un trozo de pan caliente:

 

la corona de laurel.

 

 

 

La esperanza tuerce

 

las cabezas de los débiles,

 

soga que ahorca

 

a los huérfanos de la luz.

 

La muerte encuentra su escenario:

 

los reflectores de la misantropía.

 

 

 

Caen los arrepentidos,

 

como del olivo sus frutos,

 

al suelo, machacados

 

por la piedra de su conciencia.

 

 

 

En el confinamiento, los hombres sufren.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Los barrotes estrechos de la jaula

 

son calcio y médula.

 

Comprimen. Imprimen

 

una hemorragia amarga en el cerebro.

 

 

 

En la cárcel

 

él ha perdido sus alergias cerebrales

 

al polvo, a la oscuridad, al invierno:

 

meta – morfosis.

 

 

 

Solo fondos de café y cigarrillos.

 

¿Cuánto cobran?

 

 

 

La institución y el recluso

 

se intercambian venenos

 

Ambos saben matar a Dios.

 

 

 

Su ojo indiscreto, escondido,

 

apresa el instante:

 

juez sin opinar, mira

 

a un jorobado que se enreda

 

haciendo alarde de su integridad.

 

 

 

Un guardia resbala sus guantes

 

entre muslos y brazos

 

busca la verdad

 

sin saber que forma tiene.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Olvidarse a veces

 

que uno es

 

hecho de carne y vísceras,

 

convertirse en humo

 

que no sabe

 

ni a incienso ni a lavanda.

 

 

 

La lluvia cae para saciar

 

la sed de la tierra,

 

gotas que se deslizan

 

sobre la piel de los arrepentidos

 

sin encontrar las grietas

 

en ese inmenso desierto.

 

 

 

Con el abrir del día

 

se abren las celdas.

 

Él corre como una furia,

 

sale de su recinto

 

y baja a otro recinto.

 

Corre en círculos, buscando

 

el cielo más allá del límite

 

del techado. El aire, maloliente,

 

atrapado en el recinto.

 

 

 

El confinamiento de barrotes espesos

 

de noche alberga aullidos

 

de chacales que viven condenados

 

como a cadena perpetua,

 

desconocen del tiempo, su ejecución.

 

 

 

Quisieran ser libres de amar

 

del amor más trivial: morir.

 

Porque muerte y amor se besan,

 

y nadie puede amar a su único amor

 

y nadie puede morir en su último día.

 

 

 

II

 

 

 

Una hiedra de inocentes

 

abraza el árbol de la horca.

 

 

 

Los ciegos buscan la luz

 

blasfeman su pena

 

y maldicen la caridad.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Entrar en las duchas comunitarias

 

como en una cámara de gas.

 

La espera hecha de silencios,

 

el agua que golpea la roca caliza

 

de los pensamientos

 

y fluye suavemente sobre el cuerpo

 

lavándolo de sus pecados.

 

El golpe podrido del remordimiento

 

se parece al cloro que invade

 

las estrechas tuberías de las fosas nasales.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Para sobrevivir en el confinamiento,

 

olvida

 

que eres una criatura,

 

olvida

 

el derecho a la vida,

 

olvida

 

que te pertenecen

 

el sol y el calor del día.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Él arrastra sus pies

 

para dejar una huella,

 

esconde su rostro en la campana de su capucha.

 

Sus ojos febriles de ira

 

saben desvirgar,

 

rasgan el velo de la naturaleza

 

en un lánguido intento de poseerla.

 

Su sonrisa: un galeón de marfil

 

que disfraza su ansiedad de vivir el presente.

 

 

 

Él llega

 

a olvidarse que es una persona.

 

Los otros nómadas

 

en harapos

 

se espantan por su llegada:

 

nadie nunca lo ha poseído.

 

 

 

Reconocimientos y riquezas

 

¿pero a qué precio? Nada podía

 

levantarlo, ni la voz de Dios.

 

 

 

El dinero que una vez poseyó

 

le permitía poseer

 

olas de aplausos

 

llegaban a sus costas

 

dejando en la orilla

 

ecos de caracoles vacíos;

 

él no veía

 

ni el cielo ni las estrellas

 

nadaba, en apnea,

 

en el fondo de una copa.

 

El dinero se funde en sus manos

 

como un hígado de nieve.

 

 

 

Él se vuelve líquido,

 

chorrea sangre y sudor.

 

Se metamorfosea en liquidez vital,

 

en perlas de fluidez homogénea.

 

El mundo entero: gota de sal en su mejilla.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

La vida, esa locura excitante,

 

hormiguero de acciones desconocidas,

 

torrente de palabras silenciosas.

 

 

 

Ojos: binoculares de la imaginación

 

apuntan al horizonte

 

para capturar el futuro,

 

pero en el confinamiento no hay paisaje,

 

no encuentran un orgasmo que los dilate,

 

y, pesarosos, bajan al suelo.

 

 

 

Los arrepentidos le tienen miedo a la debilidad,

 

al pensamiento racional y cristalino;

 

les causa terror postrarse

 

y viven escondidos

 

en una gruta de fantasmas.

 

 

 

Él se repara del frío de la noche

 

en el sueño musgoso de las sábanas.

 

Sus lágrimas, gemelas de la consciencia,

 

bajan de la mano

 

por el sendero tortuoso.

 

 

 

III

 

 

 

Un eclipse vela su desierto.

 

Se levantan vientos musicales

 

desvisten las dunas,

 

y entre arenas surge una flor.

 

 

 

La fresa hinchada de sangre

 

derrama sus semillas

 

en un deleite divino

 

que abre las puertas de la razón.

 

 

 

Los arrepentidos se abrazan

 

como pétalos de rosa,

 

seda que acaricia la armonía

 

de un nuevo cuerpo;

 

aquel hombre

 

que frente a su dolor se desnudó

 

renació en una dinamita de sueños.

 

 

 

«Si esto es vida, bucearía

 

en el almíbar del sufrimiento»

 

dice el alma—.

 

«¿Qué tal si el charco

 

no es un reflejo sino el cielo,

 

y el sol una lente que magnifica a desmedida

 

la fe de los hombres?

 

¿Qué tal si comiéramos para destruir

 

los colores del arcoíris, y si Dios

 

no es más que un minúsculo átomo?»

 

responde la mente —.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

La procesión de arrepentidos deja manchas

 

con sus capilares rotos: falta de fe,

 

desinformación y alienación del ser.

 

 

 

El confinamiento desata las venas del odio,

 

del rencor y la discriminación;

 

corona las cabezas

 

con cántaros repletos de avidez;

 

obliga el ser humano

 

a gatear en la oscuridad

 

en busca del olvido.

 

 

 

No somos más que células de un órgano:

 

nacer, vivir, reproducirse y morir.

 

Así es para siempre.

 

 

 

Cada uno de nosotros

 

puede derrotar su confinamiento,

 

el tumor del egoísmo,

 

el miedo que te arranquen

 

del lugar que te pertenece.

 

El confinamiento es no saber

 

cuál es tu lugar,

 

desconocer tus virtudes.

 

Apresa las mentes

 

reduciéndolas todas a un único elemento

 

que tiende a desaparecer.

 

 

 

Aquellos que entendieron

 

que se trata de una guerra,

 

enfrentan el confinamiento

 

armados con epístolas de sangre:

 

poesía, música y arte;

 

equilibristas entres minas

 

sobre una cuerda tensa

 

siempre a punto de romperse.

 

 

 

~ o ~

 

 

 

Los que salen victoriosos del confinamiento

 

no temen

 

ser ridiculizados, ni vivir solos o marginados.

 

 

 

Los que salen victoriosos del confinamiento

 

escuchan

 

el llamado de la muerte y la derrotan.

 

 

 

Los que salen victoriosos del confinamiento

 

saben

 

aceptar el cambio dictado por las cruces

 

que aparecen en el camino,

 

saben

 

decirle gracias a la vida.

 

 

 

Los que salen victoriosos del confinamiento

 

viven

 

como el cero absoluto: incapaces de juzgar.

 

 

 

Salir de nuestro confinamiento

 

es un proceso lento y doloroso,

 

al lograrlo, podemos decirnos a-Dios.

 

 

 

Algún día, el que escribió este relato

 

se trasformará

 

en criatura desconocida,

 

des-habitante de su antigua prisión.

 

Recordará a los otros arrepentidos,

 

echándoles de menos,

 

pidiendo por sus almas:

 

semillas sin florecer.

 

 

 

Algún día evocará el confinamiento

 

y le contará a sus hijos del mundo

 

que hizo de él un Hombre.

 

 

 

Traducción de Zingonia Zingone

 

 

 

 

 

Marcos Gelabert nació en Cuba y desde su infancia vive en Roma. En un penitenciario romano descubrió su vocación poética que lo ha llevado a escarbar las raíces del mal. Como Lázaro, ha renacido a una nueva vida, y la escritura es su renovada identidad.

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone

Zingonia Zingone (Londres, 1971) es poeta, narradora y traductora. Escribe en italiano, español, inglés y francés. Sus libros han sido editados en España, México, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Italia, India, y Francia. Sus títulos de poesía más recientes son Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013), Las tentaciones de la Luz (Anamá Ediciones, 2018), El canto de la Sulamita – Poesía Reunida, (Uniediciones, 2019), El viaje de la sangre (Huerga & Fierro Editores, 2021), y La pajarera sin redes (Domingo atrasado, 2022). Entre sus trabajos de traducción destacan los últimos dos libros de Claribel Alegría: Voci (Samuele Editore, 2015) y Amore senza fine (Fili d’Aquilone, 2018). Es fundadora de los talleres de poesía FreeFromChains y consejera editorial de la revista literaria mexicana “El Golem”.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone.

 

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