Además de las exigentes decisiones de la administración ordinaria, los Entes Locales, en este caso los Municipios, están llamados a tomar decisiones que contribuyen a consolidar en el imaginario colectivo figuras de héroes, artistas, científicos, benefactores y otros. Peculiaridad que es evidente, con la responsabilidad que conlleva, cuando los Concejos municipales se empeñan en realizar innovaciones sobre la toponimia territorial. Ello se realiza escribiendo en el cuerpo palpitante de la ciudad, en sus calles, en sus avenidas y en sus plazas, la dedicación a figuras que, con la presencia de sus nombres, integrarán y valorizarán el entramado en el que se basa la identidad de las raíces del lugar. Decisiones que a veces, por poder simbólico y evocativo, amplifican el impacto en el “sentir” común más allá de lo previsto. Aludimos, por ejemplo, a la feliz intuición de la Administración milanesa en 2019, diez años después de su muerte, al decidir dedicar el puente de piedra sobre el “Naviglio Grande”, antes de la “Madonnina”, a la poetisa Alda Merini. La elección del lugar también se debió al hecho de que, en la fase madura de su vida, la escritora vivió en Ripa di Porta Ticinese, frente a la estructura a la que se le ha dado su nombre. La imagen del “puente” tiene por naturaleza un poder simbólico muy fuerte. Y si además está dedicado a una poetisa, en el fondo asoman los “cruces” entre lo “decible” y lo “indecible” de los viajes al interior del alma humana, abismos del infinito que desde siempre son prerrogativa de estos caudillos de la humanidad, en el umbral del misterio de vivir. Si la Poeta en cuestión es Alda Merini, resalta la cuerda floja en la que la Poetisa vivió en vilo durante años, esa delgada franja de tierra franca que divide la salud y la patología mental, un aspecto que por largo tiempo y dolorosamente estuvo relacionado con la existencia de “la poetisa de los Navigli”. Alda Giuseppina Angela Merini, comúnmente conocida como Alda, había nacido a la sombra de la Madonnina el primer día de la primavera de 1931 y fallecerá en su ciudad natal el 1° de noviembre de 2009. Envuelta desde la infancia en la elaboración de sus propios flujos interiores de conciencia, esto desembocará en torno a los diez años de edad en el centro del vórtice de una crisis mística. Rezaba muchísimo, manifestando firmemente la voluntad de querer ser monja, un aspecto inusual para un contexto de ese tipo. Otro hecho de cierta extravagancia es que la niña había decidido usar un cilicio. Después de esta primera señal de un carácter complejo, espoleado por elevados anhelos de búsqueda del sentido de la existencia, inesperadamente no aprueba el examen de admisión al Liceo Alessandro Manzoni. Paradójicamente, esto sucedió debido a que no aprobó la prueba de italiano. El alma creativa de la autora milanesa comienza a desplegarse en la música, aplicándose en el estudio del piano. Gracias a la aguda sensibilidad de un hombre de letras, comenzó a publicar sus poesías. Recién cumplidos los quince años, uno de sus poemas fue publicado y reseñado por el literato, crítico y poeta que respondía al nombre de Giacinto Spagnoletti, una figura que jugará un importante papel de orientación y formación en esa etapa de la vida de la joven artista. Poco tiempo después, comenzaron a perfilarse “las sombras de su mente”, las cuales causaron el primer internamiento de un mes de Alda en una clínica psiquiátrica. Salió con un diagnóstico de un cuadro psicológico enfermo. 1953 es el año en que publica “La presencia de Orfeo”. Tras terminar su relación con Giorgio Manganelli, ese mismo año se casa con Ettore Carniti, hombre que administraba honestamente la actividad de algunos hornos de panadería de los que era propietario. De dicha unión nacieron cuatro hijas. La relación conyugal no era de las más serenas, a causa del carácter de ambos. Elementos de discrepancia se sumaban a sensibilidades e intereses personales de carácter general que frecuentemente chocaban entre ellos. Carniti, una persona sencilla en comparación con el mundo creativo de su esposa, también es extremadamente introvertido. Un día le dijo que al día siguiente asistiría a un funeral. Salió de casa y desapareció durante un par de días, sin dar noticias de sí mismo, días de los que, al volver, no supo o no quiso dar explicaciones, a pesar de las insistentes y persistentes solicitudes de aclaración de su esposa, la cual, con toda la razón, en esos dos días había estado mortificada por la ansiedad y la angustia. La imprevista e injustificada ausencia de Carniti desencadenó una reacción violentísima de la poetisa. El marido se sintió incapaz de afrontar la situación incandescente que se había generado y pidió ayuda por teléfono, lo cual provocó efectos que excedieron sus intenciones reales. La acalorada discusión derivó en el internamiento forzoso de Merini en el manicomio “Pini” de Milán. Todo esto ocurrió en 1964. Aunque por breves períodos podía regresar a casa, estuvo internada en el “Pini” hasta 1972, período en el que dio a luz a las otras dos hijas. La vida de esos años fue muy dura, además porque los programas terapéuticos de la época todavía preveían el uso del electrochoque. Esa era la devastadora metodología de tratamiento de la patología que se usaba en ese período. Merini corrió el riesgo de quedar perdida y derrotada en el laberinto dramático de la gran cantidad de electrochoques a los que fue sometida. Fueron más de cuarenta. Ante tal situación, la “palabra poética” de la escritora aparentemente se secó, dando la imagen de un jardín presa de un proceso de petrificación, esclerotizado entre las espirales de la patología y las medidas sanitarias adoptadas para hacerle frente. El último libro que publicó antes de su reclusión en el manicomio fue “Tu sei Pietro (Tú eres Pietro)” en 1962, un libro de líricas dedicadas al pediatra de sus hijas, por el que había sentido una pasión no correspondida. Después de tanto silencio editorial y con una experiencia lacerante de esa magnitud a sus espaldas, la reinserción en los mecanismos del mundo artístico y cultural fue particularmente áspera y difícil para la poetisa, dada de alta y finalmente libre. Según la propia autora, no volvió a comenzar a escribir, porque nunca había dejado de hacerlo, aunque sin homogeneidad, y en 1979, con un proyecto claro de dar testimonio de su experiencia en el manicomio, comenzó a trabajar en “Terra Santa (Tierra Santa)”, considerada como una de sus obras más potentes. Poder llevar a la imprenta el retrato humano del manicomio con todas sus dramáticas contradicciones, testimoniado por una de sus víctimas, fue realmente difícil. Para lograrlo, se tuvieron que empeñar mucho su amiga Maria Corti y Paolo Mauri. En 1984, “Terra Santa” estaba por fin disponible en las librerías, gracias a la edición de Vanni Scheiwiller. Huellas evidentes de la impronta de la inquietud mística religiosa que la había marcado cuando era muy joven, se encontrarán en los títulos de poesías, colecciones y en sus contenidos. Recordamos “Paura di Dio (Temor de Dios)”, “Solo una mano d’angelo (Solo una mano de ángel)”, “Resurrezione di Cristo (Resurrección de Cristo)”, “Gli antenati di Cristo (Los antepasados de Cristo)”. La vibración de la Ascesis y la Caída en el camino de la búsqueda de la fe tenía consonancias con el antiguo y ramificado sistema hidráulico de los “Navigli”. Las piedras para la construcción de la Catedral habían sido transportadas a través de esos cursos de agua, algunos de los cuales con el tiempo no habían sido dejados a la luz del sol, sino cubiertos. Así, como en una encrucijada de faldas kársticas, la “roca” de la fe se hundía para luego volver a aflorar constantemente en los horizontes espirituales de la literata. “Tener fe significa fiarse del juego de la vida sin entender por qué es así”. A mediados de los años ochenta, le alquila una habitación de su casa a un pintor llamado Charles. Comenzará una relación con un poeta de Taranto, Michele Pierri, con el cual se casará, y se mudará a vivir a la ciudad de residencia de su esposo. En un contexto en el que se siente amada y protegida, termina de escribir “L’altra verità (La otra verdad)” y “Diario di una diversa (Diario de una diversa)”. Pero algo funesto se vuelve a presentar, una enésima prueba dolorosa que superar en el camino de la existencia de la poetisa. Tras una dolorosa condición, en la fase terminal de una enfermedad que lo aniquila, Pierri morirá. Merini, fuertemente sacudida por el acontecimiento, regresará a Milán. Reestablecerá muchas relaciones con personas del ambiente más acorde con ella, el artístico y cultural. Ciertamente no dejaba de frecuentar a las personas sin hogar de la zona, dándoles ayuda y consuelo. Incluso vivió una relación de pasión encantada con uno de ellos. Es 1993 el año del reconocimiento del valor indiscutible de las constelaciones poéticas construidas a lo largo del tiempo por Merini, merecedoras del “Premio Librex Montale” de Poesía, certificación que la sitúa junto a los grandes Poetas italianos del siglo XX, Zanzotto, Caproni, Luzi, Bertolucci. En los años del regreso a Milán, la ciudad que objetivamente era la “casa de su alma”, está fuertemente inspirada por un estímulo creativo de considerable intensidad y fuerza lírica. De este período son publicaciones como “La pazza della porta accanto (La loca de la puerta de al lado)”, “Vuoto d’amore (Vacío de amor)” e “Ipotenusa d‘amore (Hipotenusa de amor)”. Con “La vita facile (La vida fácil)” de 1997, gana el Premio Procida. Frecuenta asiduamente un bar librería acariciado por la niebla de los “Navigli”, el “Bar Chimera”, donde se sienta con su vieja máquina de escribir. Un lugar frecuentado por personalidades de la cultura milanesa, como Giovanni Raboni, Aldo Busi y Maurizio Cucchi. En algunas ocasiones, Merini les ofrecía sus poesías a los clientes del bar por mil liras cada una. Su situación económica no era la más próspera. Ni siquiera poseía una casa. En la que vivía, estaba en alquiler. No desdeñaba que amigos o conocidos le ofrecieran capuchino y croissant. La poetisa era plenamente consciente de su disponibilidad, condición que vivía, como todas las demás experiencias difíciles, con un formidable sentido de la ironía y la autoironía. Este aspecto brilla en sus aforismos. “El médico me recetó dos Fondos Bacchelli”. Después de años de intentos de amigos a su favor, logró obtener uno. Entre otras cosas, como dice la escritora: “Todo poeta vende sus mejores desventuras”.
Massimo Pedroni (Roma, Italia, 1957) es poeta, escritor, periodista, actor, y director de teatro. Ha publicado cuatro novelas: Ferdinand, La sfacciataggine dei sogni, Alla salute, y Dichiarazione di morte presunta; y tres libros de poesía: Viola (non è una donna ma i colori della copertina del mio moleskine), Per scomessa, y Vuoto scorsoio.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Massimo Pedroni.
Alda Merini nace en Milán el 21 de marzo de 1931, y comienza a escribir muy pronto. Gracias al aprecio de amigos y escritores -entre los cuales se hallaban Giorgio Manganelli, David Maria Turoldo, Maria Corti, Luciano Erba-, algunos de sus poemas aparecen en Antología de la poesía italiana 1909-1949, al cuidado de Giacinto Spagnoletti, publicada en 1950. Otros poemas se incluyeron en el libro Poetisas del siglo xx (1951), a cargo de Giovanni Sheiwiller. Su primer libro publicado es La presencia de Orfeo (1953), bien acogido por los mejores exponentes de la poesía italiana, como Quasimodo, Montale, Pasolini... A este seguirán los volúmenes: Miedo de Dios y Nupcias romanas, ambos publicados en 1955. Merini contrae matrimonio con Ettore Carniti en 1953. Durante los años siguientes nacerán dos de sus hijas. En 1961 se publica Tú eres Pedro, obra que cierra el primer período de su producción poética. Seguirá un largo intervalo marcado por un debilitamiento emocional que llevará a Alda Merini, de 1965 a 1972, a someterse a largos períodos de internamiento en el Instituto Psiquiátrico Paolo Pini. Nacerán durante estos años dos hijas más. En el hospital escribe esporádicamente por recomendación de los médicos; peroa partir de 1979 inicia una nueva etapa creativa: la reflexión sobre la devastadora experiencia en el manicomio hace nacer los poemas que sólo verán la luz en 1984, cuando Scheiwiller los da a conocer bajo el título La Tierra Santa, obra maestra que en 1993 obtendrá el Premio Librex Montale.Alda Merini enviuda en 1981, y en 1983 se casa con el poeta Michele Pierri. Por ese entonces se muda con él a Tarento, en donde de nuevo tendrá que ser internada. A partir de 1986 regresa a su antigua casa de Milán, junto al Naviglio. Empieza de nuevo a publicar, sea poesía sea prosa. Data de ese mismo año La otra verdad: diario de una diversa, edición aumentada en 1992, donde seguirá hablando sobre su vida en el manicomio. Poco tiempo después aparecerán Hojas blancas (1987); Testamento (1988), una antología poética a cargo de Giovanni Raboni; Delirio amoroso (1989), con una nota de Ambrogio Borsani; El tormento de las figuras (1990); Vacío de amor (1991), al cuidado de Maria Corti; Hipotenusa de amor (1992); El pantano de Manganelli o el monarca del rey (1992); Si los ángeles son inquietos. Aforismos (1993); Titano y otros amores (1993); Delito de vida (1994); Baladas no pagadas (1995), al cuidado de Laura Alunno; La loca de la puerta de al lado (1995); La vida feliz (1996); Flor de poesía 1951-1997 (1998); Agradezco siempre a quien me da la razón (1998); Cartas para un relato. Prosas extensasy breves (1998); Giuseppe el ladrón. Relatos de los años sesenta (1999); Aforismos y magias (1999); Suprema es la noche (2000); El alma enamorada (2000); Cuerpo de amor. Un encuentro con Jesús (2001), con un texto de Gianfranco Ravasi; Loca, loca, loca de amor por ti. Poemas para jóvenes enamorados (2002), al cuidado de Daniela Gamba, con una reflexión del conocido cantautor Roberto Vecchioni; Magnificat. Un encuentro con María (2002); La carne de los ángeles (2003); Poema de la cruz (2004), con un texto de Gianfranco Ravasi; Hombres míos (2005); Cántico de los Evangelios (2006); Francisco. Canto de una criatura (2007); Cartas al doctor G y Mística de amor (2008).Alda Merini falleció en Milán el 1 de noviembre de 2009.
Fuente fotografica: El País
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