Poemas de Ana Ilce Gómez Ortega

Nota sobre la poesía de Ana Ilce Gómez

 

 

 

 

 

La obra de la poeta nicaragüense Ana Ilce Gómez (1944-2017) es parca, pero deja un legado imperecedero por la lucidez y la intensidad de su palabra y su pleno dominio del oficio poético.  La hondura lírica de su poesía se acerca a la de Vallejo a quien ella admiraba y así lo declara en uno de sus poemas: César Vallejo tú me enseñaste muchas cosas / que todavía no he aprendido / y busco cada día entre tus líneas.  [….]  Me hace daño tu amor César Vallejo / pero aun así lo persigo insistente entre los lirios / de la tarde / lo abrazo pertinaz entre el rumor del mundo / que se cae a pedazos.

 

 

 

Hace falta que se estudie la poesía de Ana Ilce desde una perspectiva más holística, pues (hasta donde yo sé) la mayoría de los críticos en Nicaragua —con honrosas excepciones— son conservadores, y aunque todos respeten su obra y reconozcan su magisterio, dan a entender como que la excelencia de su poesía se debe, en principio, a que los tópicos que cubre no son “cosas de mujeres”.  Al menos las apreciaciones que conozco y que se han hecho, comenzando por la del escritor y crítico Beltrán Morales (1945-1986), son más bien reduccionistas y prejuiciadas.  El prólogo que Morales escribió para Las ceremonias del silencio, el primer poemario de Ana Ilce publicado en Managua por la editorial El Pez y la Serpiente en 1975, da la pauta cuando dice lo siguiente:

 

¿Qué calla Ana Ilce Gómez?  Calla, en principio, su condición de mujer obligada a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos.  La poesía que Ana Ilce escribe, sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino en este sentido: la técnica que domina es patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu; y no de maestras, brujas y hechiceras.  Ana Ilce se ha apropiado de “un culto, un rito, un lenguaje” que son ya suyos y que nos devuelve con la misma propiedad y sabiduría con que los varones de estirpe poética suelen dárnoslos.  Lo que ella escribe es como si hubiera sido escrito por un hombre (y esto se desprende de lo anterior) también en este sentido: la poesía más influyente y determinante en el actual panorama de nuestra lengua ha sido escrita por hombres: Paz, Parra, Cardenal.  Sin gritos ni estridencias (más bien a media voz), sin “golpes de oreja” que matan monjas, Ana Ilce Gómez alcanza una verdadera igualdad en la jerarquía de los sexos.  [….] El lector no tiene que ser condescendiente con los poemas de Ana Ilce.  Ni magnánimo.  El lector-poeta ha encontrado a uno de su misma raza.

 

Un lector o lectora atenta de la poesía de Ana Ilce no podría estar más en desacuerdo con la afirmación de Morales de que ella calla, en principio, “su condición de mujer obligada a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos”.  Me pregunto si no es su condición de mujer la que Ana Ilce expone en ese primer libro cuando escribe, por ejemplo: Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él / que un beso mío.  (“El otro día está aquí”); o cuando dice, Demasiado temprano para el viaje demasiado largo, para saber a dónde voy desde que vengo andando entre miles de años, sin cesar desembocando a la vida, al parto, a la muerte prematura, levantada y yacida contra la sombra del tiempo… (“Desierto de luz”); o dice esto otro: Pereza. Modorra de tener que levantarme cada día con un lado flaco de humildad y otro de miedo.  Todo está en contra mía.  Predestino un minuto al canto y alguien me avisa que a estas alturas ya mustian las sirenas.  Hasta el pez más brillante y disecado se disuelve en la más filosa de las aguas… (“Tintachina”); o cuando escribe lo siguiente en dos poemas que, por su brevedad, cito completos:  Flota tu cabello de infeliz ahogada / mujer sola, mujer pospuesta / como postre a la mesa. // La trama sigue mientras tanto / el tiempo sigue andando / se marchan todos. // Mujer ahogada en agonías / mujer feliz en una que otra escena:/ este teatro te conduce a la miseria.  (“Teatro”); y este otro:  Los ojos de esa extraña multitud / persiguiéndome en la noche / cerrándome los sitios / acusándome de haber cometido / el amor.  (“Extraña multitud”). 

 

¿Quién sino una mujer “pospuesta como postre a la mesa” sabe mejor que nadie eso de que un trofeo de caza vale más para el hombre que un beso de ella?  ¿No son, acaso, bastantes las mujeres que se levantan cada día con “un lado flaco de humildad y otro de miedo” porque saben que todo está dispuesto en contra de ellas y deben nadar como pez que “se disuelve en la más filosa de las aguas”?  ¿A quién más sino a una mujer, es a la que la multitud señala y persigue, cerrándole los sitios, acusándola “de haber cometido el amor”?  No es solamente su condición de mujer la que expresa Ana Ilce, sino la condición de mujer.  Léase en Las ceremonias del silencio, por ejemplo, el poema “Singer 63” o el prosema “Ella, la recién nacida”.  También, léanse “Érase una vez”, “Una mujer amaba”, “Yo he militado”, “Encuentro”, “El tiempo y sus hechuras”, “Los signos del zodíaco” y, sobre todo, “Lady Rowena” (¿algún crítico se ha percatado de quién fue Lady Rowena de Tremain?).

 

En Poemas de lo humano cotidiano, el segundo libro de Ana Ilce publicado en Managua por la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE) en el año 2004, hay numerosos ejemplos de que ella no calla para nada su condición de mujer, sino que la reafirma identificándose con sus demás congéneres, quienes, en su inmensa mayoría se ven obligadas “a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos”.  Léanse, por ejemplo, “Aria”, “Ser o no ser”, “Ella”, “Ángel del retorno”, “Cancerberos”, “Ángel de expulsión”, o “La muerte no es una mujer”, poema que tiene una vigencia terrible en la actualidad:  La muerte no es una mujer / con el cráneo pelado y una corva guadaña / entre las manos. / La muerte es un hombre que galopa / entre las noches que columpia el insomnio. / Es un varón disfrazado de oscura damisela. / Tiene unas rosas en las manos / y un cordel para colmar el cuello. […].

 

Me referiré solamente a tres poemas más sobre el mismo tópico para confirmar lo que argumento:  En “Ningún fuego, ningún puñal”, Ana Ilce expresa que ningún huracán, cuchillo, rayo, áspid, veneno, infierno de Dante, círculo, fuego, piedra (ni siquiera la de Andrés Castro), toro o torero, nada ni nadie asombrará o derribará / a esta mujer/ que sabe que proviene del vientre / suave y palpable de otra mujer / y no de una insólita costilla.  En el poema “Ama del día”, la poeta se reconoce en todas las mujeres, desde las que aparecen en los relatos bíblicos hasta sus contemporáneas que andan/ sueltas por el mundo / haciéndolo más claro o más liviano.  Su voz es la voz de todas y por ellas canta.  Y en el poema “Mujeres con guitarra” evoca a las mujeres lapidadas a lo largo / de la historia.  A las que en la hora más oscura / roturaron el campo con sus uñas para abrirnos el camino.

 

Lo que, según parece, no han advertido los críticos hasta ahora es, esa “hebra sutil”, el “hilo ciego” que une a Ana Ilce (y nos une a todas) con las “hondas mujeres” que se inmolaron o mataron para seguir viviendo, que fueron lanzadas a la hoguera o condenadas a la horca por desordenar el orden público, por realizar descubrimientos científicos, por infieles o ateas, o por tener voz.  Mujeres que nos antecedieron y nos alientan a vivir y a “derribar todos los muros”, a desafiar las hogueras, a amar, y lo más importante, a empoderarnos apoderándonos de la palabra, para cantar con nuestra propia voz y pulsar “todititas las guitarras de la tierra”.  Leo la poesía de Ana Ilce, y me asombra la ceguera testicular.

 

En cuanto a lo que colige Morales de que la poesía de Ana Ilce “sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino” por su excelente dominio del oficio, que es ―según el mismo crítico― “patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu”, pero, fíjense bien, jamás “de maestras, brujas y hechiceras”, las cuales no son de la tribu, ni mucho menos serán admitidas en ella, pregunto, sólo por no dejar: Sor Juana, ¿dónde estás?

 

 

 

 

 

 

 

ella

 

 

 

La que escribe no soy yo, sino la otra.

 

Esa que viene del pasado

 

asediada y urdida

 

por sus fieles demonios

 

y sus lívidos ángeles.

 

No soy yo sino ella la que canta

 

la que elige el azar y la clarividencia

 

ella la que dicta las palabras y deshila

 

los símbolos

 

la que gira en la rueca y desmenuza el hilo.

 

 

 

Ella contiene las palabras

 

yo cumplo su destino.

 

 

 

 

 

ángel de expulsión

 

 

 

Llorando me expulsó del paraíso.

 

En la tarde herrumbrosa peinó mis cabellos

 

me cubrió con su manto

 

y puso sandalias en mis pies.

 

De la mano me llevó a las puertas

 

del paraíso

 

y me dio un largo abrazo.

 

Y ya al final, de manera repentina

 

y con un brillo de fuego en la mirada

 

se me acercó al oído

 

y me preguntó

 

casi me suplicó que le dijera

 

qué sabor tenía

 

la manzana.

 

 

 

 

 

la muerte no es una mujer

 

 

 

La muerte no es una mujer

 

con el cráneo pelado y una corva guadaña

 

entre las manos.

 

La muerte es un hombre que galopa

 

entre las noches que columpia el insomnio.

 

Es un varón disfrazado de oscura damisela.

 

Tiene unas rosas en las manos

 

y un cordel para colmar el cuello.

 

Alguien un día dibujó a la muerte

 

con rostro de doncella.  Pero ella es él,

 

pálido, abyecto,

 

que en la noche se llega hasta mi sueño

 

y como un perro fiel

 

me hace aspirar su aliento de témpano

 

y misterio

 

y con fría insistencia se me acerca

 

y me lame los pies.

 

 

 

 

 

Reloj de arena

 

 

 

Medir el tiempo es el quehacer

 

de los que no han amado.

 

 

 

Yo olvidé la arena que caía

 

grano a grano a grano.

 

 

 

Así cumplí con el amor.

 

Si se me llega la hora no sabré

 

si es mi llegada

 

o mi partida,

 

sólo sé que sin treguas en la vida

 

pagué lo que el dios de fuego

 

me cobró.

 

 

 

 

 

Ella, la recién nacida

 

 

 

Ya no la veremos más

 

mi compañero corazón.

 

Pero a nosotros nos miró

 

de últimos, ya al cerrar.

 

(C.M.R.)

 

 

 

Como pollitos alrededor de la gallina, así nosotras

 

cuatro, alrededor de la madre agonizada viendo

 

cómo cayó sobre ella la sombra oscura, profunda de

 

la muerte.  En el ocre silencio de la tarde, unidos los

 

corazones por el amor antiguo de la sangre, comen-

 

zamos el rezo, mientras ella, ajena ya a los rumores

 

de la vida yace sumida en su reino de luz, entre las

 

sábanas que en mansos días idos lavó y aplanchó

 

para que cobijaran a sus niñas del frío que tanto

 

hace en el país de la vida.  Así, dentro de unos

 

momentos marchará recién nacida en su cuna de

 

madera a su madrugada sellada de silencios, bus-

 

cando como una tierna raíz la hondura materna de la

 

tierra, allí, donde soplan otros vientos, donde crecen

 

otras lluvias, donde nosotras ya no podremos decirle

 

que hace frío y que tenemos miedo, mucho miedo,

 

del ruido del viento en la honda noche que se alarga.

 

 

 

 

 

Letra viva

 

 

 

Vamos en viaje con la vida.  Todos adultos y yo como

 

pollo recién salido de la cáscara.  Venimos de un punto

 

harto verdadero a errar sobre esta calle imaginaria.  Y

 

no, no resucitaremos como Lázaro.  Atrás el profeta, la

 

sibila délfica, y el nigromante porque sólo ha de triunfar

 

la zarpa y el dentellazo puro de la muerte.  Entre tanto a

 

mí denme el reposo, el hosco sello de mujer con el hombro

 

que sostenga la poronga de agua nueva y recién hecha. 

 

Que al fin y al cabo, nuestro único dominio será esto:  El

 

horror a la fosa común, la espalda inadecuada para el golpe

 

que nos ha de partir.

 

 

 

 

 

mujeres con guitarra

 

 

 

Hay muchas mujeres lapidadas a lo largo

 

de la historia.

 

Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos

 

de sangre alzada

 

de mordeduras largas.

 

 

 

Mujeres que le devolvieron al mundo

 

la embestida,

 

que se inmolaron o tuvieron que matar

 

para seguir viviendo,

 

esas que en la hora más oscura

 

roturaron el campo con sus uñas

 

para que vos y yo pasemos.

 

 

 

Hondas mujeres

 

que quizás una lenta madrugada

 

marcharon al fuego o a la horca

 

por cosas tales como desordenar

 

el orden público

 

por inventar una nueva manera de descifrar

 

la vida

 

por tener voz

 

o por infieles

 

o ateas.

 

 

 

Ellas ya no están.  Sus cabezas reposan

 

sobre un siglo o dos.  Sus ojos

 

ya no existen.

 

 

 

Pero de ellas perdura una hebra sutil

 

un hilo ciego que sin saberlo

 

nos hace crecer y despertarnos en la noche

 

con unas ganas inmensas de vivir

 

de derribar todos muros

 

de desafiar todas las hogueras

 

así como de amar y de pulsar

 

todas

 

todititas las guitarras de la tierra.

 

 

 

 

 

ningún fuego, ningún puñal

 

 

 

Ningún huracán

 

Ningún cuchillo

 

Ningún rayo partiendo la sombra en dos

 

Ningún áspid devorando la vid

 

Ningún veneno en las oscuranas y fulgores

 

de Hamlet

 

Ningún infierno de Dante

 

Ningún círculo

 

Ningún fuego sobre el estupor de Babilonia

 

Ninguna piedra en la pétrea mano

 

de Andrés (lanzada a tantos kms. Por hora).

 

Ningún toro en la tarde de Manuel Rodríguez

 

Nada.  Nada ni nadie

 

asombrará o derribará

 

a esta mujer

 

que sabe que proviene del vientre

 

suave y palpable de otra mujer

 

y de una insólita

 

costilla.

 

 

 

 

 

ama del día

 

 

 

Yo soy la suma de todas ustedes,

 

Mujeres encerradas en la Biblia

 

con sus sencillas o cruciales historias.

 

La suma de todas las que andan

 

sueltas por el mundo

 

haciéndolo más claro o más liviano.

 

De ustedes vengo.  De las fuertes,

 

las vírgenes, las grávidas,

 

las que pagaron caro, las esclavas.

 

Vengo de la caracola convertida a través

 

de los siglos en doncella,

 

de la piedra estrujada que luego devino

 

en cuerpo de alfarera.

 

 

 

La voz de ustedes es mi voz,

 

                              mujeres lejanas

 

                              mujeres de mi tiempo

 

por ustedes canto y brillo como la más

 

simple de todas las estrellas.

 

 

 

Yo soy la suma de todas ustedes

 

hilanderas, amantes, agoreras,

 

de la historia de ustedes nace

 

el río inacabable de mi pelo,

 

por ustedes canto y oficio

 

la liturgia estremecida del poema,

 

sabias mujeres que me sucederán luego

 

descabelladas

 

tercas

 

increíbles mujeres

 

amas absolutas de las cenizas

 

y del fuego.

 

 

 

 

 

El poema es

 

 

 

El poema es una puerta por donde se cuelan

 

adioses aguaceros testamentos

 

de amor rencores tiernos.

 

 

 

El poema puede ser un abismo

 

Un racimo de espadas

 

Una medusa amenazante en el fondo

 

de su mar.

 

 

 

Sólo hay que saber cuándo adueñarse

 

de esa luz

 

o quedar ciegos para siempre.

 

 

 

Ana Ilce Gómez Ortega

 

(Masaya, 28 de octubre de 1944 - 1 de noviembre de 2017). Poeta y periodista nicaragüense, miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua desde el 2006.

 

Destacada figura de la poesía contemporánea nicaragüense cuyas obras publicadas

 

son: Las ceremonias del silencio. Managua, 1975, Poemas de lo humano cotidiano.

 

Managua, 2004, y Poesía reunida. Editorial Pre-Textos. Valencia, España, 2018.

 

Obtuvo los siguientes reconocimientos:

 

1989. Orden de la Independencia Cultural "Ruben Darío"

 

2002. Placa de Reconocimiento a su labor como escritora, otorgada por el Centro

 

Nicaragüense de Escritores.

 

2003. Distinción de honor al mérito literario, por parte de la Universidad Nacional

 

Autónoma de Nicaragua

 

2004. Premio Único del Concurso Nacional de Poesía Mariana Sansón

 

2010. Homenaje en el Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua

 

(Nota biográfica adaptada de Wikipedia)

 

 

 

 

 

 

 

Fotografía proporcionada por Daisy Zamora


Daisy Zamora Escritora y poeta nicaragüense (Managua, 1950). Sus libros más recientes son: Cerrada luz, Editorial Summa, Lima, 2021, La violenta espuma, Visor Libros, Madrid, 2017, y Cómo te ve tu hombre (Diccionario de bolsillo para Mujeres), Editorial 400 Elefantes, Managua, 2017. Cuatro de sus libros de poesía están publicados en inglés por City Lights Books y Curbstone Press en los Estados Unidos, y Katabasis Press en Inglaterra. Zamora es editora de tres antologías: Lo que nadie más va a escribir, primera antología de talleres de poesía en español publicada en los Estados Unidos, 2005; La mujer nicaragüense en la poesía, primera antología de mujeres poetas nicaragüenses publicada en su país y en Latinoamérica, Managua, 1992; y Hacia Una política Cultural de la Revolución Popular Sandinista (ensayos y discursos), Managua 1981. Su poesía aparece en numerosas antologías en más de treinta idiomas y en The Oxford Book of Latin American Poetry, Oxford University Press, 2009. Incluida en la antología Ocho poetas hispanounidenses 2020, Nueva York Poetry Press, premiado con la medalla de oro Latino Book Award 2021. Su obra (poesía, ensayos, artículos y traducciones) está publicada internacionalmente. Obtuvo el XXIII Premio Casa de América de Poesía Americana 2023 por su libro El encuentro absoluto, de próxima publicación por Visor Libros, Madrid, 2024; Beca del California Arts Council en Poesía 2002, y Premio Nacional de Poesía Mariano Fiallos Gil 1977, entre otros reconocimientos. Ha dado recitales y conferencias en diversos países y en los Estados Unidos, donde fue presentada en la serie de PBS The Language of Life with Bill Moyers y en el documental ¡Las Sandinistas!, 2018, de la cineasta estadounidense Jenny Murray, premiado en varios festivales. En octubre de 2022 recibió homenaje de la Universidad de Salamanca, España, por su trayectoria literaria. Poemas suyos han sido musicalizados en los Estados Unidos y en Nicaragua. Fue viceministra de cultura de su país. Ha sido catedrática de la Universidad Centroamericana (UCA) y de otros centros de estudios superiores en Managua. Instructora de talleres de poesía en Managua y en universidades de los Estados Unidos, y catedrática de la Universidad de California, Santa Cruz, y la Universidad de San Francisco. Actualmente enseña en la Universidad Estatal de San Francisco. Es miembro del Consejo Editorial de Revista Abril y de El Golem, Revista Literaria. En 2005 fue jurado del Premio Internacional Neustadt de Literatura.

 

 

 

Zamora fue combatiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) durante la revolución nicaragüense; participó en el operativo de la toma del Palacio Nacional, sede del congreso somocista, y fue directora de programación y locutora en la Radio Sandino clandestina. Graduada en psicología y psicopedagogía por la Universidad Centroamericana (UCA) y postgrado por el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE). Estudió pintura y dibujo en la Escuela Nacional de Bellas Artes de León. Fundadora del Centro Nicaragüense de Escritores (CNE), de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE) y de la Coalición de Mujeres en Nicaragua.

 

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografías proporcionadas por Daisy Zamora

 

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