
From Cincinnati to Juan Calzadilla
(Poestas en el camino)
Mi querido Juan:
Mejor, me dije, esta noche de Cincinnati, será escribirte con palabras que impulsadas por los vespertilios de la poesía les dé por embarcarse rumbo el Ohio, remontar los desfiladeros de Kentucky y Virginia y luego de un huir salvaje llegar a ese lugar en que el Mississippi y el Guaire se encuentran bajo la mirada atenta del Orinoco y el Amazonas. ¿Qué habrá allí, me pregunto, en ese punto donde todo azar coincide como dentro del sombrero de un brujo surreal y sedicioso? ¿Será ésa la única señal que descifra los códigos que el poeta asperja a manos llenas?
Casi empezar a escribirte y el silencio se vino encaramando por el árbol al frente, y dejó un solo hueco por donde aúllan tarde los motores de la General Electric. Es una mentira que la máquina repose. Ya lo ves, nunca para la máquina que ahora nos digiere. Ni va a parar puesto que alguien le soltó la cadena como un inmenso inodoro. El gran Niágara.
Tanto quería escribirte, Juan, poeta hermano, pero no sabía cómo hacerlo. Tengo frente a mí las palabras de tu última carta y la copia de tus hermosos poemas a los que con mano sabia les has continuado depilando las telarañas de los ojos. ¿Será que uno no sabe ya escribir cuando de decir cosas se trata?
Te digo sinceramente que frente a la máquina que nos deglute, se llame universidad, institución, academia, oficina, casa, carro, calle, alcantarilla, supermercado, siento como siempre que nada puedo hacer. La derrota y el huir, constantes de un mismo sueño. Pero en verdad nunca nada fue posible. He decidido de una vez por todas, te confieso, volverme cada vez más bruto, aspiro alcanzar la sublime imbecilidad. Como te imaginarás no fue difícil llegar a esta conclusión, solo me bastó caminar por los pasillos de la universidad y ver que mis colegas son cada vez más inteligentes, más entendidos en deconstruir, parodiar y carnavalizar. Los piojos del conocimiento anidan en sus sobacos, los ayudan a volar. Pero esto no es nuevo, tú lo sabes mejor que nadie. Tú también has caminado los pasillos del saber con las narices tapadas. Sin embargo, siempre pensé que algo viene de ti que no es todo nada. Y en eso tal vez nos diferenciamos, que no en poesía. Tal vez lo que pasa es que tú siempre has creído. Pero no es que yo piense que eres un crédulo, muy por lo contrario, tú sabes borrar del mapa la geografía de lo falso. Yo hablo más bien del hacedor, de quien sabe creer para creer, como hubiera dicho el viejo don Henry Miller.
Desde la plaza de Altagracia de Orituco donde el poeta Juan Sánchez Peláez, el gran responsable del aire que respiramos en poesía, te veía leer poemas oscuros como los ojos de los buitres, desde allí, desde ese Tamoanchán de tu infancia de Crusoe rodeado de todos los Viernes y las Viernes por la noche de nuestro pueblo, hasta el viaje a pie por el “techo de la ballena”, siempre has estado en función de levantar este edificio que es la vida que nos rodea. Levantarlo de sus cimientos y ponerlo en otro lado, más acá de lo que es nuestro, menos allá de los siervos de la máquina. Has creído, Juan, y has enseñado a los tuyos a creer.
Bien sabes, te repito, que no hablo de una liturgia cerrada sino de corazón abierto a martillazos. Y yo aprendí a creer en creer contigo aunque un viejo resabio nadaísta me dejó para siempre un poco más escéptico y perdido, tal vez porque allá en mi otro país ya va tiempo que los dioses abandonaron nuestras ciudades, como la vieja Alejandría que se va en el poema de Cavafis.
Era en esa época de flor existencial y nadaísta, en la que unos pocos melenudos nos proponíamos desacreditar el orden, pagar con violencia a la violencia, cuando llegaron a Cali tus poemas, extraños, sobrenaturales, bien “dictados por la jauría”, ladrados y mordidos por todos lados. Venían hablando del doble de un hombre invisible y estaban enmarcados en esa maravillosa y también invisible Revista Nacional de Cultura. Recuerdo que fuimos con Jotamario a leerlos a la Plaza de Caycedo y aprovechamos la oportunidad para tirarles piedras a las palomas, no se fueron a confundir con las de Picasso. Y fue el asombro lo que se nos vino con tus palabras engarzadas por una línea oscura, densa. Allí estabas tú, jonasiando en el vientre de esa ballena de ozono que era tu ciudad de trapos y tropos en el trópico, todo trompo agitando tus manos para decir: “he vendido mi ángel / lo he matado con torpe espada sin lavar / me ha cegado lo invisible”. Y en la Plaza de Caycedo ya no quedaba paloma viva cuando leímos: “Las distancias son demasiado largas para la esperanza. Los cambios se suceden hacia abajo. Así la verdadera causa del sueño no está en ti, sino en los gusanos: ellos piensan por ti, vigilan mientras tú duermes”. X-504 no andaba muy lejos de allí con sus “Poemas de la ofensa”.
¿Te acuerdas que fuimos al restaurante “Jaime Vivas” en Caracas cuando nos encontramos ya a finales de la década del sesenta a plena luz de la avenida Sabana Grande y nos enredamos de belleza en “El círculo de los tres soles”, el libro del poeta Rafael José Muñoz mientras bajábamos un suculento “pabellón criollo” con cerveza Polar como buenos cristianos? De paso, ¿dónde estará el poeta Muñoz, ese ángel travestido en demonio y viceversa? ¿Qué cielo le habrá tocado? ¿Qué otro sol corroñoso?
Toda la ciudad corría por nuestros labios esa noche como la salsa de la carne mechada. Allí en ese restaurante donde nunca alcanzaban las servilletas vi lo abierto de tu ciudad, que era ahora mía también, haciéndose pública, impúdica, púbica e indecente con su algarabía y el tambor de las voces, el sudor de los cuerpos y un frenesí litúrgico que desembocaría ineluctablemente en las astas de la embriaguez y del amor, en el cantar de las alcantarillas, en el correr y roer de ratas y perros, en el estrépito de los “carritos por puesto”, taxis colectivos disparados al infierno de las barriadas: “Abismo público”, esas eran tus palabras precisas y definitivas como cirujano afeitándose el bigote a las tres de la mañana. Recordemos entonces como dice tu poema “Corona de Reyes”: “Una ciudad en la que el pánico adquiere la forma precisa de un tablero de ajedrez en donde las acciones suben y bajan axialmente por los costados de la montaña con vertientes de muslo de mujer y por los 4 horizontes que se disputan en una sala de juego”.
Poeta de “Malos modales”, eso has sido, “Ciudadano sin fin”. Ah, mi querido Juan, como volver desde esta noche de Cincinnati a los años compartidos, a la risa, al juego absurdo de las palabras, a los whiskies en la terraza de tu casa en Las Mercedes. Quiero decir que en ti no sólo “las palabras se juegan la vida”, como bien lo dices en un uno de tus poemas, sino que tú te has jugado la vida con las palabras, las has convertido en arma de lucha pero también en abrazo de amigo, en camino iluminador tanto como en bandera de extraña belleza, turbadora luz que no ha cesado de mandar su mensaje a los abismos desde siempre. Pocos como tú han sido tan consecuentes a la realidad de sus palabras, a las palabras de surrealidad. Yo te recuerdo en el taller literario de la Universidad Simón Bolívar en Sartenejas jugando con la transparencia de un niño al qué van a decir las palabras cuando salgan de su oscuridad. Eran los tiempos de oro de “La Gaveta Ilustrada”, ese experimento en belleza que fue la vida, tu vida y la de los muchachos en flor que te acompañaron y que ahora están presentes en tu vida porque todos hicieron de la de ellos creación, hasta en la tragedia, y yo a ellos pegado también como el niño que somos, ya lo dijo bien ese niño grande que se llama Gonzalo Rojas. Pero no todos creían en ti en aquel entonces. Paradoja de cabos sueltos: no siempre se puede creer en los que enseñan a creer. Y lo que tú pregonabas allí en ese taller, en esas mesas de disección plenas de cadáveres exquisitos, era la libertad como base y forma de la poesía, de lo creativo. “Los horizontes son nuestros brazos”, ya lo decías en otro de los poemas que te fueron “Dictados por la jauría”. Esa libertad que tú has defendido, que han defendido los grandes poetas que bien te acompañan, es la única que puede salvar la poesía hecha por hombres y mujeres como nosotros, ya que nos salvará de nosotros mismos, el eterno enemigo, este doble, esta sombra, que a cada momento de la historia le da por ponerse a chupar de las instituciones y centros de poder. Poetas funcionarios con la “cabeza calva por dentro” como lo señalaba Prevert. Los demonios en Monte Ávila, en Monserrate, en Santa Lucia, en cualquier Sinaí, llamándonos a ser más vistos que leídos, más adorados que comprendidos. Pero con poetas como tú no se ha perdido la batalla, apenas empieza. Aunque a veces haya que ir a los sótanos de la ballena, así lo preveía Bretón. Tu obra, tu vida, están siempre presentes, como aquel día de malolientes palomas en la Plaza de Caycedo, como este hoy en que te escribo que es una noche de Cincinnati, esta ciudad de indolentes alemanes, enfurecidos negros, aislados judíos, montañeros Apalaches, y un río oscuro que a dos millas por hora se lleva a Heráclito y a las palabras. Me uno a celebrar tu vida sembrada en poesía y en amor.
¿Lo sientes? Me he quedado en silencio. Tal vez la voz ha entrado a ese río subterráneo que de otro diálogo nos nutre. Pero no voy a irme de aquí sin recordar ese “Punto final” que es poema tuyo y así reza: “Hemos llegado al borde de nuestras palabras. / Más allá de todo extremo hablado o escrito / aparece el desierto, / el firmamento de las bocas abiertas”. Mi querido Juan, se me está haciendo tarde. Hay un ruido de chicharras y dos gatos se hacen el amor o se comen una ardilla, casi es lo mismo. Tú lo dijiste: “El poeta es el dueño de lo invisible”
Nota: Esta carta-texto fue escrita y leída por el poeta Armando Romero en la II Bienal Literaria Mariano Picón Salas, Mérida, Venezuela, 1993 en un homenaje celebrado al poeta Juan Calzadilla y forma parte de una obra en progreso del poeta Armando Romeros, titulada: Poetas en el camino.

ARMANDO ROMERO, (Cali, Colombia, 1944). Poeta, narrador y crítico literario, perteneció al grupo inicial del nadaísmo, vanguardia literaria colombiana. Ha vivido en numerosos países tanto de América como de Europa. Doctorado en Pittsburgh, actualmente vive en los Estados Unidos. Tiene el título académico de Charles Phelps Taft Emeritus Professor, University of Cincinnati. Ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. En el 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia. En 2011 ganó el Premio de Novela Corta Pola de Siero (España) con su novela Cajambre (Bogotá 2011, Valladolid, 2012. Traducida al griego, danés, francés, turco, italiano). En 2016, la editorial l’Harmattan (Paris) publicó una edición bilingüe antológica de su poesía, y en 2017 se publicó en Bulgaria por la editorial DA, una antología de su obra poética. En 2018 la Editorial Difácil de España publicó una extensa antología de su poesía y la Editorial Sinopia de Venecia, que había publicado en italiano anteriormente sus libros de poesía publica la traducción al italiano de su novela, La rueda de Chicago, la cual había recibido en 2005 el Primer premio de novela en el Festival de Literatura de Nueva York, USA. Este mismo año, 2018, es homenajeado como poeta nacional en el Festival de Poesía de Bogotá. Su libro antológico de poemas en prosa, Poeta di Fiume es publicado en 2022 por la editorial Fili D’Aquilone, Roma, Italia. En 2022 la Editorial Topos de Atenas, Grecia, publica en Grecia la traducción de su novela Cajambre, y en 2023 la misma editorial publica su novela Un día entre las cruces. En el año 2024 se publican varios de sus libros en Portugal (O Poeta de Vidro), en Málaga (Así en la lengua como en la pluma), en Atenas (El color del Egeo) y en Valladolid (La rueda de Chicago).
Juan Calzadilla / Poeta
Nacido en Altagracia Orituco, Venezuela; ooeta, traductor, artista plástico y crítico de arte. Obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas (1997), Premio de Poesía León de Greiff (2016) y el Premio Nacional de Literatura (2017).
Obras publicadas
Dictado por la jauría (1962), Malos modales (1968), Ob smog (1978), Antología paralela (1988), Minimales (1993), Principios de urbanidad (1997), Corpolario (1998), Diario sin sujeto (1999),
Aforemas (2004), Epigramas y otras irreverencias (2009), Trozos de un diario descosido (2017) y El brillo y la palabra (2018).
Semblanzas proporcionadas por J.C. Bustos
Foto del cineasta Oscar Garbisu. A la izquierda, Juan Sánchez Peláez, Armando Romero en el centro y a la derecha, Juan Calzadilla
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