Poesía de Estefanía Licea

Este es mi lugar en el mundo

 

 

 

A la derecha del pecho un hombre muere de cáncer

 

(garganta),

 

prisión del humo

 

que escarba túneles

 

de los pulmones a la tráquea.

 

 

 

Este es mi lugar.

 

Del largo de mis venas son mis raíces.

 

 

 

Crecí bailando entre hospitales de lactantes

 

y hospitales de delirantes;

 

conozco el lenguaje de los que mueren

 

soñando no sentir hambre.

 

 

 

Este es mi lugar en el mundo;

 

destino escrito por el dedo de Dios

 

sobre un pergamino

 

tirado a la mitad del laberinto.

 

 

 

 Del largo de mis venas son mis raíces,

 

callejones oscuros

 

para comerciar el sexo,

 

para podrirse devorado por lombrices.

 

 

 

Estas son mis raíces;

 

el llanto de un niño oculto de los ojos de las bestias,

 

aguacero que se lleva las estrellas,

 

flores que perecen en fino polvo bajo la nariz.

 

 

 

Del largo de mis venas son mis raíces,

 

avenidas infestadas de gritos,

 

papel de protesta en las bardas,

 

cuerpos blindados a las balas del poder

 

 

 

Estas son mis raíces.

 

Floreceré sin miedo en cualquier rama.

 

 

 

 

 

Alzheimer

 

 

 

Padre vomitó sangre toda la noche,

 

nadie supo explicar la causa de su enfermedad

 

o porqué veía bestias y liebres pastando a mitad de la sala,

 

ni el origen de su nueva manía de lanzar los pies al cielo

 

para cabalgar sobre caballos invisibles con alas de aire.

 

 

 

Conocíamos bien las señales de que padre moriría:

 

el color de arena de su cuerpo, su saliva densa cual fango

 

y la piel que aparentaba comerse todo lo que había debajo.

 

Sus muñecas crujían como ramas de árbol seco.

 

Entendí que su cuerpo no volvería a sostener mi cuerpo.

 

 

 

Los médicos dijeron que el cerebro de padre fue destruido por el Alzheimer.

 

Padre olvidó el nombre de todos los colores menos el azul,

 

olvidó el rostro y la edad de sus 13 hijos y que se había casado dos veces.

 

La mente de padre encalló en una tierra distinta

 

donde cabalgaba sobre caballos alados entre praderas de nube,

 

algo parecido al paraíso de un condenado a muerte.

 

 

 

 

 

Nadie puede verte

 

 

 

Nadie puede verte Marianela;

 

tus pasos son apenas la caída de una hoja en un lago,

 

un quejido extendido entre los pasillos de un psiquiátrico.

 

 

 

Nadie puede verte;

 

cuerpo desnudo que florece en un cuarto revestido de algodón y de blanco.

 

 

 

Nadie puede verte;

 

dibujas un lirio en tu sangre

 

para que lleguen a ti las aves intoxicadas con Prozac.

 

 

 

Nadie puede verte;

 

hoguera donde arde la vida que se aleja;

 

silencio diseccionado en la morgue de un hospital.

 

 

 

Nadie puede verte;

 

tu madre dejó de cantarte cuando tenías dos meses; tu madre se extinguió;

 

cadáver que se pudre en una navaja sin filo.

 

 

 

 Nadie puede verte

 

hija de nadie,

 

tienes el olor de las flores que nacen en el panteón.

 

Nadie puede verte,

 

sombra paralizada en un pasillo blanco;

 

eres un número en el inventario

 

de los seres que van esperando la muerte.

 

 

 

Libélula

 

 

 

Hace tiempo que dejé de sentir que tengo un cuerpo,

 

el amor me olvidó y no supe cuándo.

 

 

 

El dolor fue como una lágrima amotinada tras de mi ojo;

 

estoy ciega del ojo que mira a la vida.

 

 

 

Ayer fui una mariposa suicida,

 

vagando por caminos donde no florece nadie.

 

 

 

La ciudad entera es una tumba

 

y todos estamos aquí para llorarnos.

 

 

 

Seré una danza que se olvida en un prostíbulo

 

donde los monstruos juegan a ser humanos,

 

y la gente pensará:

 

esa no es una mujer,

 

es una libélula sin brazos.

 

 

 

 

 

Al cielo le gusta arder

 

 

 

Al cielo le gusta arder

 

sobre los hombros de Dios.

 

 

 

Aves de fuego caen sobre los hombros de los niños

 

que no se hincan a rezar antes de comer

 

pues no han comido.

 

 

 

¿De qué tamaño es el hambre del niño que ha sido abortado?

 

 

 

Se necesitan treinta y siete cuerpos como cimientos

 

para elevar una capilla

 

y dar un sermón sobre la muerte.

 

 

 

Hay tantos huesos sobre esta tierra

 

que Dios complacido tendrá una catedral

 

hecha con tabiques de costillas y dientes de leche.

 

 

 

 

 

Exilio

 

 

 

Preparo el exilio de mis propias huellas;

 

ser de nada y del mundo,

 

/una sombra/

 

Sobre la ventana de un rascacielos

 

una mujer contempla su muerte;

 

si yo fuera Dios, la empujaría,

 

para ver cómo se arranca las alas con los dientes.

 

 

 

 

 

Santo Domingo

 

 

 

Recuerdo Santo Domingo

 

con sus aguas filosísimas; 

 

espuma que revienta en la orilla del mar

 

como un barco encallado por naufragio.

 

 

 

No hay horizonte suficiente para albergar la bastedad azul

 

donde las nubes surcan el cielo

 

en su delirio herido de ser pájaros.

 

 

 

Siento una pena ahogada por todas las manos tibias

 

que jamás conocerán el enjambre

 

de agujas acuosas desgarrando su dermis.

 

 

 

[Tan poco conocemos el precio de la belleza:

 

no hay felicidad que no cueste cierto grado de olvido.]

 

 

 

Si pudiera elegir una tumba, sería esta

 

un lugar frente al vaho previsorio de la derrota,

 

microespacio anclado al fondo de tu pupila

 

 

 

Vivir es renunciar al vuelo seguro

 

por la búsqueda de la palabra sepultada

 

bajo lápidas de arena.

 

 

 

 

 

 

 

 

 Estefania Licea

 

Doctorante en Ciencias Sociales. Autora de los Libros: La tumba de las magnolias, (poesía), Ganador del Certamen Literario “Toluca llena de vida 2023”, El amor es un plato que se sirve crudo (psicología) Rosa María Porrúa Ediciones, (2015) y Este es el manicomio de Dios, Marianela (poesía), Ed. uno4cinco, (2020); segunda edición The Booke 2023. Ganadora de los premios “Diaguita de Oro” en Literatura, Chilecito, la Rioja, Argentina (2018), “Mujer destacada en la Cultura” la Plata, Argentina (2019), “La Huella que dejó tu violencia” Poesía Feminista, el Tabo Chile (2020).  

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Estefania Licea

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