Poesía de Mariana Bernárdez

Poemas inéditos de Su sombra de pájaro

 

 

 

El polvo ardía en la piel

 

y la fuente llamaba

 

quedando bajo su amparo

 

lo perdido

 

 

 

íbamos de prisa por el decumano

 

íbamos hacia el teatro

 

guiados por los versos

 

recitados por su boca

 

que esperaban

 

con su toda luz y su toda noche

 

   por mí

 

 

 

Alguna vez la vida derramó sus dones

 

 

 

Y ahora ella

 

cierra los ojos

 

y yo

 

adivino la arboleda

 

donde habita lo que enlumbra.

 

 

 

 

 

Pardea

 

y el tornasol del pozo

 

semeja un revoloteo de palomas

 

cuando su sonar acusa

 

la aparición de lo súbito

 

ese lenguaje que cae

 

como un choque de piedras

 

retenido en el arqueo del pez

 

                                         

 

Su bóveda constelada

 

descubre trozos de ánfora y lápidas

 

y algún pedazo de mosaico

 

incrustado en su techo

 

 

 

¿la rispidez de la belleza?

 

¿la armonía de lo dispar?

 

 

 

Y hubo días

 

que contemplar fue ser uno con el agua

 

trasluz que dejó su reflejo

 

        en el bosque dibujado por sus arcos.

 

 

 

 

 

Mirar la estrella y el río

 

hilar el agua por su rompiente

 

y soñar gaviotas y monte    

 

donde la bruma refugia su signo

 

 

 

Soñar te decía

 

tomando tu brazo con fuerza

 

al mirar cuán pequeños eran nuestros pies

 

frente al vado de cantos verdes

 

 

 

Qué poco importó el desconcierto

 

cuando la vida se nos detuvo

 

porque algo la empujó hacia el arenal

 

a sabiendas de que lo querido

 

no la esperaría

 

 

 

Y bajo el albor del presagio

 

para que lo ido no fuese tolvanera

 

huimos hacia la otra orilla

 

llevando con nosotros

 

la inmensidad de lo vivido.

 

 

 

 

 

La niebla

 

acerca el cielo a las manos

 

y exacerba los sentidos

 

 

 

deshojas el rocío sobre mi espalda

 

y el deseo es una sombra

 

buscando cauce donde brotar

 

                   

 

Somos aquellos de siempre

 

y el encuentro se demora

 

cuando se viene de tan lejos

 

 

 

Y basta un levísimo roce

 

para que lo consumado sea su silencio

 

y el cuerpo recobre su memoria de alba

 

 

 

Ven Amado

 

entremos más adentro en la espesura.

 

 

 

 

 

Alguna vez al caer de la tarde

 

el canto del muecín entremezcló sus versos

 

con aquellos que me decías quedamente

 

para despertar las maneras del olvido en mí

 

olvidar por ejemplo la sed

 

o la pertenencia al paisaje

 

o el torzal que ata y desata los nombres

 

que nos engarzan               

 

porque la pasión es un saberse

 

                        tan uno del otro

 

que el hallazgo no es el cerco

 

sino el intuirse desde el origen

 

aún de que porte consigo

 

la borrasca y la ventura

 

signadas en el canto del muecín

 

al caer de la tarde.

 

 

 

 

 

Un jardín o un juramento

 

cuando se es un destino

 

o el asombro de un instante

 

esto me vas diciendo

 

en el Patio de los Naranjos

 

con sus arcos y sus embelesos

 

echando a suerte las frases

 

que escriben la desmemoria

 

con la que se nace

 

 

 

y quisiera que esta agua

 

se quedara en el murmurar

 

con el que me sonríes

 

cuando tuyo es el callar

 

y mía la forma del lenguaje

 

que atrapa un puro amor

 

en el cual perdernos.

 

 

 

 

 

Y

 

otras palabras

 

que no fueran la danza de su paso

 

otras que te contaran lo que veo

 

si la mesa está puesta

 

       y el jarrón tiene lirios

 

si las llaves las he dejado entre las hojas

 

        de algún libro

 

Quieres el recuento de lo que ocurre

 

lo que nos sujeta al mundo y a sus maravillas

 

la intensidad que acompaña el retorno

 

eso lo que se percibe y lo que se atesora

 

el sol en la hiedra elevada del contrafuerte

 

las montañas recortadas por el amanecer

 

Y quisiera contarte que cuando era niña

 

madre amarraba cascabeles a mis pies

 

para escuchar mi ir y venir por la casa

 

en la premonición

 

que inicia con el alumbramiento

 

y en el anhelo ciego de que su repique

 

desviase la mordedura en el tobillo

 

Yo sé y no sé lo de la muchacha indecible

 

y a veces hay fragmentos que vislumbro

 

cuando su pisada acusa la ceguera de su unción

 

y se aquietan los cipreses

 

cuando me apaciguo porque la luz

 

se te ha enredado en las palabras

 

            y en mí se ha vuelto una presencia. 

 

 

 

 

 

Nacer al deslumbre

 

cuando la cadencia

 

de tu respirar

 

     pauta el desvelo

 

 

 

Distraigo el insomnio

 

con las fichas de tus dedos

 

con las sombras y sus matices

 

atrapando el silbo de mi infancia

 

en el Patio de las Doncellas

 

 

 

—A un arroyuelo claro a beber
vi bajar un día una paloma—

 

 

 

y tu cuerpo bajo mi amparo

 

un claustro o un huerto sellado

 

en el secreto que nos anuda.

 

 

 

 

 

La huida fascina por su promesa

 

¿o era el río que en su limpidez

 

iba develando caracolas de barro

 

y la humareda en su materia?

 

 

 

pedrusco de mármol que guardas en el bolsillo

 

y que acaricias para suavizar el filo de su herida

 

 

 

delineas una cartografía distinta

 

con el movimiento monótono de tus dedos

 

ahí donde la ruina es señal de lo que persiste

 

y señuelo del estremecer

 

 

 

arcos y lajas aguardan desmadejados

 

nuestros pasos por Al Zahara

 

y el corazón confiesa el perfume de los naranjos

 

el sonido remoto de la fuente

 

que reza por nosotros una plegaria.

 

 

 

 

 

Un cordel rojo atado a la muñeca

 

una moneda traída desde Oriente

 

que alguien ha dejado caer

 

por levantar el rezo en ruego

 

y que ha encontrado reposo

 

en un peldaño de entrada al templo

 

soberanía ya de los helechos

 

 

 

Sorprenden las conchas 

 

y el pétalo en ofrenda

 

la flama de los cirios

 

la penumbra y el frescor de su aire

 

 

 

El repaso sólo importa

 

si quien acaricia el muro

 

encuentra entre sus grietas

 

un cordel rojo

 

que retiene lo que se calla

 

un simple cordel rojo

 

contra la mala fortuna.

 

 

 

 

 

El cantal y su resplandor

 

claro que atravieso para volver

 

al barrio de la Santa Cruz

 

e ir tras el cascabeleo

 

de no sé cuál presentir

 

como si en el creyendo

 

pudiera sepultar a mis muertos

 

o hallar el nudo que aprisiona

 

y desatar su veladura

 

allí donde el signo

 

es pájaro y arboleda

 

que dice por tus labios

 

el pasar de las nubes.

 

 

 

 

 

Mariana Bernárdez, poeta y ensayista, realizó estudios de maestría y doctorado en Letras Modernas y de maestría en Filosofía. Su trayectoria enlaza la creación poética con el ámbito académico y el editorial. Imparte seminarios y cursos sobre “poesía y conocimiento”. Ha sido traducida al inglés, italiano, portugués, catalán, francés, rumano, árabe y griego moderno. Cuenta con más de 30 títulos publicados entre poesía y ensayo. Ha sido ganadora del Proyecto Editorial del Instituto Mexiquense de Cultura, en el género de ensayo, en dos ocasiones, en 2005 con La espesura del silencio; y en 2012 con el libro Después de los mares; distinguida con la beca de la Fundación Zambrano 1997; con la del FONCA-SNCA en el género de poesía 2018-2021; Mención Honorífica Única del Premio Nacional de Literatura XXXV Fuentes Mares, 2020 con Aliento traducido al portugués por Nuno Júdice, Lisboa, 2018, quien también tradujo Escríbeme en los ojos, Lisboa; finalista en el XXXII Premio Loewe de Poesía, 2019 con el poemario Rumor de niebla; con el Mérito Universitario Bárbara Andrade, Universidad Iberoamericana, 2020; ganadora del Naji Naaman Literary Prize por “La extrañeza maravillada” 2023; con el Reconocimiento Académico al Mérito de la Mujer Mexicana otorgado por la Academia Nacional de Historia y Geografía de la UNAM 2025, entre otros.

 

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Daisy Zamora

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