
FLASH BACK
Cómo se agita tu silueta, esa sombra pendenciera,
ocultando el rostro en la barnizada cómoda del cuarto.
Otra vez estoy en mi adolescencia, en la tierra extraña
de los nombres calcinantes, de los destellos verbales,
de los rostros arrasados. Y temo, no tu cuerpo transitorio
desnudo y de perfil apenas insinuando su pelambre,
sino tu sombra recelosa oculta en el barniz
asumiendo anonimatos sin duda amenazantes.
Aquí tengo todo lo que necesito para volverme loco:
la cédula de intruso para atravesar, sin apegos,
la hostilidad de las ciudades;
el gesto del excomulgado ante las banderas cadavéricas;
las volutas saliendo de la pipa
imitando una serpiente de humo incesante;
la visión de tu cuerpo revistiéndose a dos manos
en el cálido desgano de la tarde, y tu sombra
[atrapada en el barniz
mirándome sin rostro
esperando a que salgamos, huérfanos iracundos,
para lanzarse sobre mí y perseguirme por pasillos
[desastrosos
de una memoria que se hunde, ciudad en escombros
sepultada bajo el sopor de otras postreras ciudades,
hacia el sediento país del no retorno
en que se fueron convirtiendo tus abrazos.
BAJO LA TIERRA SIN NOMBRE RITUAL
Después que el silencio cultivó sus higos
debajo de las olas de mi lengua,
espuma y sal en el ritmo de sus rabias,
y el drama familiar, sin pena ni gloria, pereció
[en blanco y negro
como esos viejos films que nadie entiende:
olvidadas sombras para cazar fantasmas.
Después que el silencio, caverna sin bisontes,
cultivó en mis ojos sus viñedos
y paraliturgias incendiarias;
inmerso en ese túnel a petición de un viejo roble,
la boca reseca absolutamente despatriada,
mis ojos filmaron las pesadillas de los ciegos:
el tiempo era una tumba pintada en cada cara.
Después que el silencio prendió en llamas
el lomo gris de templos cuneiformes
y la blancura tersa de un abdomen volvió a ser
el centro del mundo para un par de labios
y una lengua
en ese asombro de nombrar, con rústicas
[cuerdas divorciadas
de los tímpanos,
la avidez de tu cuerpo marcado por finas cicatrices,
he vuelto a nacer, rostro muerto sobre tu rostro vivo,
para decir tu nombre: abadapalabra.
El desierto es tu manera de arrodillar al hombre.
Ahora purifica con tu fuego
la avidez de mi lengua sedienta de tu vino.
BAILE PARA INVOCAR LA LLUVIA
Danzando sin motivos en el charco de estériles nostalgias
empecé a afeminarme
como diría mi padre y el padre de su padre
hasta el asombro de los espejos en ruinas
donde se esculpen nítidas escenas del niño duro de matar
atento a la sintaxis de los insultos
o a la inútil pesantez de los nudillos.
Así descubrí, alejándose en los ojos de ese niño,
al hombre de los viernes asido a su sombra,
renuente a viles paraísos,
transitando desnudo, y sin adioses, por el ocre
[yermo de los días
hacia lentas noches de silencios insectívoros.
EREMUS
Si este poema fuera mi celda de penitencia
donde el ayuno pronunciase más destructoras las palabras,
eremitorio picapedrero o dolmen del mismo insomnio
que celebra liturgias de fuego
en las planicies blanquecinas de los ojos,
los ojos del amor a la hora del destiempo y del no-yo
que a veces culmina en la hoguera del nosotros,
se colmaría de silencio cada letra
para entretejer tu nombre
indescifrable con el aliento de la tierra calcinada.
Si este bloque fuera mi búnker ante el asalto
de tentaciones sostenidas a pan y agua y hierbas amargas,
murales donde pasean desnudos los Padres del desierto
como espectros azotados por la arena del pasado:
ancianos rememorando a jóvenes descalzas
que alegremente trituran uvas
en medio del otoño revestido de castaño.
Si fueran mi búnker, estos bloques mal armados,
otras cabelleras me cantarían sus canciones espontáneas
en bosques indomables congregados por la
[recurrencia de los sueños
durante noches redundantes en que las madres
celebran el solsticio de verano.
Si estos ladrillos carcomidos por la lluvia,
si estas piedras escupidas por el viento
fueran la celda con mi desnudez a cuestas,
y se pudiera ver la llama que consume
las áridas quemaduras de mi lengua
otros pájaros nos cantarían de memoria
como una blasfemia erguida contra el cementerio.
Y no estarías al borde de las sombras
esperando estertores proferidos en tu nombre
ni serías visible en esa niebla que pone tristes a los niños
y es el perro sin pupilas que anuncia tu llegada
con la humedad de los difuntos perdidos en los mares
y que escribe tu nombre impronunciable en
[todas las ventanas
en un idioma solo conocido por el viento.
Pero ahora la celda es una curvatura que simula
[el vientre de la tierra,
donde el polvo de los huesos ensaya su temida contradanza:
el regreso al aliento súbito de las refrigeradoras
antes de ver, por última vez, el patio de los orígenes:
predios donde un niño era el mago de las sílabas ardientes,
donde las cabras del abuelo eran nuestras bicicletas oxidadas
y las palabras eran piedras ígneas para escribir
[el signo de piscis
en la piel analfabeta de árboles sin hojas.
Ahora la celda despide un olor a tierra fresca.
Ningún temblor quedará después de las palabras.
Ningún rumor quedará después de las raíces.
PROFESIÓN DE FE
Que el fuego te renombre,
llamarada perenne en el pozo, con la fiebre
en los huesos y el ardor en los labios,
brasero del lenguaje
prendido surtidor para el leño del oprobio.
Eras el rostro blanco en las negras pesadillas
[de mi infancia;
la voz con mi nombre entre las sombras,
el caballo desbocado con las crines como llamaradas
o la columna de humo en los espejismos de Sonora
que mis ojos vieron
desde el abrazo de las zarzas.
¿Quién dijo que Heráclito el Oscuro
ardería en negra antorcha?
¿Quién dijo que la noche era la maldecida fragua?
Oscura llamarada al fondo de las cosas,
Nadie te pronuncia al borde del abismo,
Carmelo del orgasmo, cosmos en llamas,
furia ígnea del orgasmo mismo. Aquí todo
[comienza de nuevo
en la llamarada abrasadora del principio
y en la ceguera del fuego en boca del sumerio
contra el viento de tu nombre ardiendo sin testigos.
QUIÉN
¿Quién será el que anda
viviendo de nuevo mis veinte años?
Las ciento diez libras de pura
ira
por las calles revoltosas de Managua,
sin empleo,
sin dinero,
sin testigos,
con el signo de las noches
en la mirada ofrecida a las cenizas del bestiario.
Andará durmiendo el día en bancas públicas
o en retorcidos catres
con las botas rotas de patear piedras
y la lengua virgen inmersa en temibles sopas tan insípidas,
lengua con veloces papilas para el fósforo,
quemadura experta
en argot de ladrones y en insultos
pendencieros del barroco. Este famélico hijo de la gran
furia
cómo le hará para tirar la piedra sin esconder la mano,
permanecer en los veinte con el mismo fuego
oscurecido del pernicioso Heráclito, incólume en las ganas
de incendiar el templo
del lenguaje que le dieron
para incinerarse cada noche
sombra a sombra.
BORDERLINE
Quién aprendiera el barroco
en las obesas de Rubens
o en el tenebrismo violento de Caravaggio,
y no en las columnas torcidas,
torpes sierpes de cemento,
sosteniendo templos abandonados
en plazas yermas
de polvorientos pueblos
donde la vida empieza en lágrimas
y caca
al borde de puentes tenebrosos
adornados con la carne desnuda
de cadáveres mutilados.
Pirús, surtidores de espinas,
¿A qué reina coronan en los espacios pelados?
Del desierto en pedregales oscuros,
de sus nombres para siempre olvidados,
transpirando el olor de la muerte,
inmigrantes cercados por pájaros.
POMPAS FÚNEBRES
(Confutatis)
Los profetas no volverán.
Así salgan sus cuerpos en las noticias
sepultadas sus voces por tanto elogio.
Poesía el arte de lo imposible
hecho finalmente posible
en boca de los más locos.
No has de pasar la censura
ni con premios atiza fuegos
ni escribiendo en paredes públicas
como dijo el poeta nórdico:
Política el arte de lo posible
hecho finalmente imposible
en los discursos sutiles del odio.
La censura que el camarada practicó
como un comisario de pueblo sórdido.
La lumbre encendida antes
ahora vuelta contra su rostro.
La turba asaltando el canto de los fieles.
El templo profanado a la hora del ofertorio.
Las patadas,
los improperios,
los tubazos
contra la gente
frente al atrio pétreo
y el terror en las caras del coro.
La misma catedral persignada
a punta de insultos y consignas y plomo.
Los profetas no volverán.
Confutatis
maledictis
“Todo el país en manos de una loca”
( EC dixit)
flammis
acribus
addictis.
El verbo rebelde contra el Estado.
La palabra alzada contra las tinieblas.
“No me jodan, esos no son ni socialistas ni cristianos”
dijo el Hijo del Hombre
camino del Calvario.
Otra víctima del régimen disfrazado de República.
Los profetas no volverán.
Pero el verbo encarnado se alzará siempre
contra la dictadura de la Salvación Pública.
La pareja temible
y su horda de muertos aburridos.
¿Sentenciados a las llamas?
Voca me cum benedictis!
¿Quién creyó en nuestra noticia?
¿Quién se ocupó de su generación?
¿Quién fue insultado dentro de su féretro,
el oficio de difuntos asaltado a gritos?
¿Quién llamó a los dictadores
criaturas de polvo,seres de heno?
El vidente necio.Su ataúd no viajó
por calles y veredas y carreteras
a la vista de los hombres
bajo las nubes negras que ensombrecen el país.
La tierra que sigue siendo pasto de la noche
no alzó su voz para despedir al camarada
con honras fúnebres
y cantos de muchachas
y redobles de tambor.
“Como si de los funerales de un héroe se tratara”
Las plazas solas,
las ventanas cerradas.
El viento solo llevando su clamor.
Las hordas de cacería
detrás de su mortaja.
Los noticieros asombrados a la hora del horror.
“El ermitaño recogido en sí mismo, huyendo del poblado,
Sings by himself a song”.
said Walt Withman.
Arrancado de la tierra de los vivos
maldecido por las turbas de su pueblo
odiado por Herodías desde su mansión,
pusieron su tumba en el silencio
su sepultura anónima al este del Edén
tomado el cáliz del vértigo
en la noche de los crímenes
por las calles del Terror.
Confutatis
maledictis!
Los profetas NO.
¡Vidente! ¡Monje enamorado!
Mencióname entre los bendecidos
desde las cenizas ofrecidas a tu Dios.
EPITAFIO PARA LA POESÍA POLÍTICA
(Dies Irae)
No se hagan los suecos
tentados por la épica.
Ningún epigrama hará temblar a los políticos.
Los dictadores no leen poemas.
¡Qué los van a asustar con octasílabos!
Mejor conspiren contra el horror
en los rincones de las tabernas
y ofrenden a los muertos
las cenizas de sus himnos.
No esperen otras cosa
que encarnar el verbo
como las moscas verdes
en el triste rostro de Cristo.
No me invoquen ni echen de menos
cuando llegue el turno de los ofendidos.
Si conspiran las horas contra los sepelios
aquí los espero con mi rostro ígneo.
Si no me encuentran en el jardín pétreo
ni en las hediondas aboneras de los populismos
no me toquen trompetas en el cementerio
ni me llamen para escarnecer al enemigo.
No crean del todo en el sudario de mi silencio.
Como dijo el poeta en su poemínimo:
Sólo por joder
yo voy a resucitar
de entre los muertos
He dicho.

Berman Bans (Managua 1976). Fraile capuchino y escritor. Graduado en Filosofía y Humanidades por la Universidad Católica de Costa Rica. Ganador del Certamen de Publicación de Obras Literarias 2011 del Centro Nicaragüense de Escritores en la categoría de poesía con Bitácora de un naufragio (2011). Es, asimismo, autor del libro de cuentos La Fuga (2013) y del poemario Huésped de tu sombra (2017). Es ganador del Premio de Poesía Ernesto Cardenal In memoriam con el poemario Tiempo de Catacumbas (2020). Es director de la revista Álastor.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Berman Bans.
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