Poesía de Ana Corvera

Resonancia magnética

 

 

 

 El amor que me tuvo mi padre

 

es un falso animal condenado a la muerte

 

—entre los axones de la corteza el hipocampo

 

no es caballo de agua o nido de alevines;

 

es tiempo y estructura. Un ancla sin brío

 

donde queda la memoria indefensa

 

a capricho de la superficie.

 

 

 

Una verdad golpeó al hombre.

 

Translaminares sus certezas por en medio de los gritos,

 

las llamadas de emergencia, la disculpa que ya no pudo pedir.

 

Si el radiólogo quisiera devolverme la ternura

 

haría una foto del lóbulo prefrontal de mi padre justamente hoy,

 

a un dígito de su extinción.

 

 

 

Frente a la máquina me explicaría,

 

a pesar de lo compacto y lo reticulado del silencio,

 

por qué mi padre nunca me olvidó.

 

Pero un negro sanguíneo se cuela por los huesos

 

y no hay médico capaz de evitar la agonía.

 

 

 

En el cráneo de mi padre muere un pez que nunca pudo moverse.

 

Un caballito incapaz de dar luz a ninguno de sus hijos.

 

 

 

(Inédito)

 

 

 

 

 

Córtex

 

 

 

Barro surcado por giros y hemisferios.

 

 

 

Los batallones quedan dentro

 

entre occipital y etmoides:

 

inútil

 

un líquido hiere mi tálamo

 

hipocampo

 

extensiones

 

de la médula.

 

 

 

Hay una erosión continua

 

mis nervios se sacuden en secreto

 

cuando un depredador cae

 

de las ramas

 

del desencanto.

 

 

 

En mi cabeza y debajo de las montañas

 

palpitan filamentos, humedades

 

como crecen las sílabas

 

adentro / afuera

 

de nosotros.

 

 

 

 

 

Intercambio de esporas

 

 

 

Millones de hongos sustentan la casa.

 

 

 

De sus esporas

 

brotó una niña que se escondió

 

en el córtex

 

temerosa de sentir.

 

 

 

Ellos no querían.

 

 

 

Cuando no hay más respuesta

 

que la líquida ansiedad

 

por donde fluye el jardín del tálamo

 

ofrendo la pureza de mis tímpanos

 

[al suelo.

 

 

 

Casi nadie escucha.

 

 

 

Palpita un ritmo tan íntimo

 

que no debe ser de nadie.

 

 

 

La infancia es una prolongada

 

[incertidumbre.

 

 

 

 

 

Los primeros cinco años

 

 

 

Los homínidos vivimos al acecho

 

los primeros

 

cinco años.

 

 

 

 

 

 

 

Las bacterias tienen piedad

 

de los adultos

 

cuyos huesos      óvulos y espermas

 

aún no empiezan a contarse

 

de menos.

 

 

 

Conspiran

 

el hambre

 

la muerte de cuna

 

y los monstruos que se cuelan

 

por debajo de la puerta.

 

 

 

 

 

Poemas de Palabras que el micelio repite en mi cabeza  (Espina Dorsal, México, 2024).

 

 

 

 

 

 

 

País animal

 

 

 

En las manos de un niño los países

 

son apenas accidentes.

 

 

 

Siluetas de animales o manzanas

 

que pudieron dibujarse mejor.

 

 

 

Dos países en el mismo continente

 

y en medio una línea que no es signo.

 

 

 

Nada más una raya mal maltrecha

 

por donde pasa la hoja con sus hormigas.

 

 

 

A los ojos de mi madre

 

una frontera significa

 

renunciar a su silencio.

 

 

 

Viene de una ciudad tan lejos a decir:

 

a veces el amor se vuelve hielo,

 

a veces no puede salvarse y gira

 

sobre sí mismo,

 

con un pie a cada lado de la línea.

 

 

 

En las manos de mi madre

 

un mapa es certeza y accidente.

 

 

 

Su corazón se desmorona

 

a través del mío porque el amor

 

se fue otra vez y ella no puede

 

zurcirme con su beso.

 

 

 

Yo sé que un mapa es una herida.

 

La fisura que se abre entre el dolor

 

y una línea que cambia de significado.

 

 

 

El hombre que amo dejó nuestra casa.

 

 

 

Ahora vive en un país

 

con forma de animal ahogado,

 

de pecho roto,

 

de mano que esconde sus promesas.

 

 

 

Y yo no quiero entender

 

que dejo de ser signo

 

que dejo de ser

 

que dejo

 

¿qué?

 

 

 

 

 

 

 

Epílogo

 

 

 

α)

 

 

 

Conozco la historia desde el corazón de cien hombres.

 

 

 

En entrevistas hechas por diversas causas lo confesaron:

 

casi nadie soporta la herida del verdadero amor.

 

 

 

Muchos tienen una mujer distinta en la boca, en las manos, en el sexo,

 

cuando hablan de lealtad ante sus hijos o los hijos de sus hijos.

 

 

 

El dos por ciento supo hacer a un lado su prejuicio

 

y quemó en sus adentros los miedos, las máscaras,

 

la tela de araña que circunda la vida tácita de cada hombre

 

para abrir un espacio a la mujer que de cualquier forma

 

iba a dejarles huella.

 

 

 

Noventa y ocho de los encuestados eligieron la comodidad frente a la duda.

 

 

 

Por eso se quedaron con mujeres que tuvieron el cabello de anuncio televisivo,

 

la piel del color de una medalla que se gana sin esfuerzo,

 

la voz que se repite sin hilos negros.

 

 

 

Yo no sé si cada hombre elige no quedarse con el amor que lo sacude,

 

si esa posibilidad lo haría feliz. Yo sé que el dos por ciento

 

de los hombres prendió fuego a sus certezas

 

y llovió sobre la ausencia de alguien que no fue memoria.

 

 

 

 

 

β)

 

 

 

 Él quiso irse cuando vio su fragilidad en el color de mis ojos.

 

 

 

Negro un futuro donde no estaba sólo su nombre.

 

Negra su herida al no saberse sólo bello sino transparente.

 

 

 

Él quiso irse pero escribe cartas, tararea canciones al amparo de la fibra óptica.

 

 

 

Pone un pie entre la mujer que lo salva ahora y mi nombre,

 

les dice a otros que no supo, que no fue capaz,

 

que cuando abrió los ojos ya estaba ella

 

y la vida sigue porque ya no importa el asombro sino saber estar.

 

 

 

Él les dice a otros que vengan y me digan que escuche,

 

que quizás con una palabra pueda, ahora sí,

 

quedarse para siempre.

 

 

 

Envuelta en mis heridas de imperfección y transparencia,

 

guardo silencio. Me digo que quisiera entrevistar a otros cien hombres

 

porque el amor no puede ser tan triste,

 

y que quizá por diversas causas uno de ellos acepte

 

que el fuego nos transforma y lo levante conmigo

 

aunque la zozobra nos estalle por dentro.

 

 

 

 

 

Poemas de No volverse agua  (El Ángel Editor, Ecuador, 2022).

 

 

 

 

 

 

 

Mariposa cromática (Papilion chroma)

 

 

 

Espera a la mariposa más grande, a la que saluda y se despide como si de ella nacieran las calles o la bruma. Guarda silencio, la abuela podría decepcionarse si te mira. Escóndete debajo del árbol, cuando ella esté quieta dale un manotazo. No la rompas, no se trata de hacerla desaparecer. La abuela dice que es hermosa, pero tú sabes de su rostro imperfecto. De cerca no es más que un cadáver lleno de escamas sueltas.

 

 

 

     Así, inanimada, no es tan perfecta como otros creen. Quítale el aliento mientras algo en ella sigue brillando. Deshazla, dile que siempre estuvo hecha con retazos. Luego recupérala completa, miéntele que todavía duerme. Si pegas tu oído a su pecho te darás cuenta de que su corazón está demasiado ocupado, atendiendo el evento repentino de su muerte hasta que se resigna.

 

 

 

     Comienza a olvidarte de ella. Métela en tu libro para colorear, no hay mejor sitio en el que deba perder sus tonalidades. Déjala fallecer virgen. Tú le ayudaste a conservar un cuerpo hermoso, ella será la única en cumplir su misión. Invéntale un verdadero motivo: otras mariposas, cada vez que puedas.

 

 

 

 

 

Mosquitos fingidores (Culicidae mentiri)

 

 

 

Dirígete al estanque. Fíjate cómo se mueven muchos dentro del agua. Te conocen, saben que vienes, míralos despacio. Se esconden unos días para estudiar las entradas de tu casa. No los dejes pasar, se llevarían lo que a ti te falta. Duda de su inocencia, siempre que se tuercen se burlan de ti.

 

 

 

     No merecen esas aguas calmas. Se fingen pesados como si realmente fueran contra la corriente. Están quietos, descansan bajo la madera y las botellas vacías. Hoy se ven como casi nada; mañana saldrán a tener las flores y las yugulares.

 

 

 

     Los ingenuos, los poco amables, los que alguna vez alimentaron la idea de la generación espontánea. Los niños mimados, los huérfanos, los bien abandonados en basura y plata, los infantes que todos olvidan, salvo en las noches, cuando hacen un ruido insoportable.

 

 

 

     Algo les espera. Quizás el aire. No lo saben hasta que una mano infantil se aproxima. Deja caer una palita roja y varios puños de lejía en polvo. El motivo es dejarlos solos. Tal como lo está, ahora, su asesino.

 

 

 

 

 

Poemas de Nocturno corazón de los insectos (IZC/Ediciones de Media Noche, México, 2011).

 

 

 

 

ANA CORVERA (Zacatecas, México, 1984) es poeta, ensayista y divulgadora de ciencia. Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara y Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Autora de Palabra que el micelio repite en mi cabeza (Espina Dorsal, México, 2024), No volverse agua (El Ángel Editor, Ecuador, 2022) y de Nocturno corazón de los insectos (Ediciones de Medianoche, México, 2011). Sus textos de creación y de teoría literaria aparecen en revistas de Chile, Estados Unidos, Uruguay, México, Venezuela, España y Colombia como Altazor, Aérea, Nueva York Poetry Press, Esteros, Periódico de Poesía, Norte/Sur, Campos de plumas, Sincronía, Letralia, Liberoamérica y La raíz invertida. También en los libros Pensamiento Novohispano (UNAM), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP), Palabras vivas: ensayos de crítica literaria en torno a María Luisa Puga (IZC) y Ficcionario de Teoría Literaria (Texere). Fue docente de la Academia de Escritores en Venezuela y ha participado en festivales internacionales de poesía en México, Colombia y Ecuador.

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Ana Corvera

 

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