
El rescate del mundo
Invocaciones
“Abre tu puerta y oye:
alguien tiende los brazos y te llama.
Es el mundo que pide su rescate…·
(Canción del tentador)
1
Al árbol que hay en medio de los pueblos
Por caminos de hormigas
traje el pie de regreso
hasta este corazón de alto follaje
trémulo.
Ceiba que disemina
mi raza entre los vientos,
sombra en la que se amaron
mis abuelos.
Bajo tus ramas deja
que mi canto se acueste.
Padre de tantas voces
Protégeme.
II
La mujer que vende frutas en la plaza
Amanece en las jícaras
y el aire que las toca se esparce como ebrio.
Tendrías que cantar para decir el nombre
de estas frutas, mejores que tus pechos.
Con reposo de hamaca
tu cintura camina
y llevas a sentarse entre las rocas
una ignorante dignidad de isla.
Me quedaré a tu lado,
amiga,
hablando con la tierra
todo el día.
III
A los danzantes de las ferias
Como mi raza bailo, enmascarada,
en el atrio del templo;
los pies dicen palabras
en un idioma lento:
“Madre a la que golpeo,
Despierta”.
El coro de estos hombres
es fugitivo de las grandes piedras
perdidas en los bosques,
olvidadas, dispersas.
Hermano de estos hombres
dueño de la embriaguez y señor del silencio,
enséñame tu rostro,
alza mi corazón a tu secreto.
Silencio cerca de
una piedra antigua
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como una cesta de fruta verde, intactas.
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aproximan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó el mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mis muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos de la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactos,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un nombre como el cactos de la lluvia.
Pero yo conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Dialogo con los
oficios aldeanos
I
Lavanderas del Grijalva
Pañuelo del adiós,
camisa de la boda,
en el río, entre peces
jugando con las olas.
Como un recién nacido
bautizado, esta ropa
ostenta su blancura
total y milagrosa.
Mujeres de la espuma
y el ademán que limpia,
halladme un río hermoso
para lavar mis días.
II
Escogedoras de café en el Soconusco
En el patio qué lujo,
qué riqueza tendida.
(Cafeto despojado
mire el suelo y sonría.)
Con una mano apartan
los granos más felices,
con la otra desechan
y sopesan y miden.
Sabiduría andando
en toscas vestiduras.
Escoja yo mis pasos
como vosotras, justas.
III
Tejedoras de Zinacanta
Al valle de las nubes
y los delgados pinos,
al de grandes rebaños
-Zinacunda- he venido.
Vengo como quien soy,
sin casa y sin amigo,
a ver a unas mujeres
de labor y sigilo.
Qué misteriosa y hábil
su mano entre los hilos;
mezcla extraños colores,
dibuja raros signos.
No sé lo que trabajan
en el telar que es mío.
Tejedoras, mostradme
mi destino.
Estos poemas fueron tomados de la revista América, número 67, julio de 1952, editada por la Secretaría de Educación Pública, México.

(Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974) Narradora y poeta mexicana, considerada en este segundo género la más importante del siglo XX en su país. Durante su infancia vivió en Comitán (Chiapas), de donde procedía su familia. Rosario Castellanos cursó estudios de letras Universidad Nacional Autónoma de México; por esos años se relacionó con literatos como Jaime Sabines, Ernesto Cardenal y Augusto Monterroso. En Madrid complementaría su formación con cursos de estética y estilística.
Rosario Castellanos trabajó en el Instituto Indigenista Nacional en Chiapas y en Ciudad de México, preocupándose de las condiciones de vida de los indígenas y de las mujeres en su país. En 1961 obtuvo un puesto de profesora en la Universidad Autónoma de México, donde enseñó filosofía y literatura; posteriormente desarrolló su labor docente en la Universidad Iberoamericana y en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana, y fue secretaria del Pen Club de México. Dedicada a la docencia y a la promoción de la cultura en diversas instituciones oficiales, en 1971 fue nombrada embajadora en Israel, donde falleció al cabo de tres años, víctima al parecer de un desgraciado accidente doméstico.
Una absoluta sinceridad para poner de manifiesto su vida interior, la inadaptación del espíritu femenino en un mundo dominado por los hombres, la experiencia del psicoanálisis y una melancolía meditabunda constituyen algunos elementos definitorios de su obra. Su poesía, en la que destacan los volúmenes Trayectoria del polvo (1948) y Lívida luz (1960), revela las preocupaciones derivadas de la condición femenina, y llamó pronto la atención de poetas y ensayistas como Octavio Paz y Carlos Monsiváis.
En los trabajos tardíos de este género habla de su experiencia vital, los tranquilizantes y la sumisión a que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer. Hay en sus poemas un aliento de amor mal correspondido, el mismo que domina el epistolario Cartas a Ricardo, aparecido póstumamente. Su poesía completa fue reunida bajo el título de Poesía no eres tú (1972).Su mundo narrativo toma muchos elementos de la novela costumbrista. Las novelas Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962) recrean con precisión la atmósfera social, tan mágica como religiosa, de Chiapas. El argumento de la segunda, una premonitoria rebelión indígena en el estado de Chiapas inspirada en un hecho real del siglo XIX, surgió de una toma de consciencia de la situación mísera del campesinado de esa región mexicana, y de su abandono a los caciques locales por parte del gobierno federal.
Rosario Castellanos escribió también volúmenes de cuentos situados en el mismo registro: Ciudad Real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia(1971). Estas piezas revelan, en una dimensión social, la conciencia del mestizaje, y en una dimensión personal, la sensación de desamparo que surge tras la pérdida del amor. Sus ensayos fueron reunidos en la antología Mujer que sabe latín (1974), título inspirado en el refrán sexista: "mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin", que puede considerarse representativa de su vida, su obra y su visión de la realidad.
Fuente biográfica: biografíasy vidas.com
Fuente fotográfica: Movimiento Antorchista Nacional
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