Poemas de Rosario Castellanos

El rescate del mundo

 

 

 

Invocaciones

 

 

 

“Abre tu puerta y oye:

 

alguien tiende los brazos y te llama.

 

Es el mundo que pide su rescate…·

 

(Canción del tentador)

 

 

 

1

 

Al árbol que hay en medio de los pueblos

 

 

 

Por caminos de hormigas

 

traje el pie de regreso

 

hasta este corazón de alto follaje

 

trémulo.

 

 

 

Ceiba que disemina

 

mi raza entre los vientos,

 

sombra en la que se amaron

 

mis abuelos.

 

 

 

Bajo tus ramas deja

 

que mi canto se acueste.

 

Padre de tantas voces

 

Protégeme.

 

 

 

II

 

La mujer que vende frutas en la plaza

 

 

 

Amanece en las jícaras

 

y el aire que las toca se esparce como ebrio.

 

Tendrías que cantar para decir el nombre

 

de estas frutas, mejores que tus pechos.

 

 

 

Con reposo de hamaca

 

tu cintura camina

 

y llevas a sentarse entre las rocas

 

una ignorante dignidad de isla.

 

 

 

Me quedaré a tu lado,

 

amiga,

 

hablando con la tierra

 

todo el día.

 

 

 

III

 

A los danzantes de las ferias

 

 

 

Como mi raza bailo, enmascarada,

 

en el atrio del templo;

 

los pies dicen palabras

 

en un idioma lento:

 

 

 

“Madre a la que golpeo,

 

Despierta”.

 

 

 

El coro de estos hombres

 

es fugitivo de las grandes piedras

 

perdidas en los bosques,

 

olvidadas, dispersas.

 

 

 

Hermano de estos hombres

 

dueño de la embriaguez y señor del silencio,

 

enséñame tu rostro,

 

alza mi corazón a tu secreto.

 

 

 

 

 

Silencio cerca de

 

una piedra antigua

 

 

 

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras

 

como una cesta de fruta verde, intactas.

 

 

 

Los fragmentos

 

de mil dioses antiguos derribados

 

se buscan por mi sangre, se aproximan, queriendo

 

recomponer su estatua.

 

De las bocas destruidas

 

quiere subir hasta mi boca un canto,

 

un olor de resinas quemadas, algún gesto

 

de misteriosa roca trabajada.

 

Pero soy el olvido, la traición,

 

el caracol que no guardó el mar

 

ni el eco de la más pequeña ola.

 

Y no miro los templos sumergidos;

 

sólo miro los árboles que encima de las ruinas

 

mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos

 

el viento cuando pasa.

 

Y los signos se cierran bajo mis ojos como

 

la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.

 

Pero yo sé: detrás

 

de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,

 

y alrededor de mis muchas respiraciones

 

cruzan furtivamente

 

como los animales nocturnos de la selva.

 

Yo sé, en algún lugar,

 

lo mismo

 

que en el desierto cactos,

 

un constelado corazón de espinas

 

está aguardando un nombre como el cactos de la lluvia.

 

 

 

Pero yo conozco más que ciertas palabras

 

en el idioma o lápida

 

bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

 

 

 

 

 

Dialogo con los

 

oficios aldeanos

 

 

 

I

 

Lavanderas del Grijalva

 


Pañuelo del adiós,
camisa de la boda,
en el río, entre peces
jugando con las olas.

Como un recién nacido
bautizado, esta ropa
ostenta su blancura
total y milagrosa.

Mujeres de la espuma
y el ademán que limpia,
halladme un río hermoso
para lavar mis días.

II

 

Escogedoras de café en el Soconusco

En el patio qué lujo,
qué riqueza tendida.
(Cafeto despojado
mire el suelo y sonría.)

Con una mano apartan
los granos más felices,
con la otra desechan
y sopesan y miden.

Sabiduría andando
en toscas vestiduras.
Escoja yo mis pasos
como vosotras, justas.

III

 

Tejedoras de Zinacanta

 


Al valle de las nubes
y los delgados pinos,
al de grandes rebaños
-Zinacunda- he venido.

Vengo como quien soy,
sin casa y sin amigo,
a ver a unas mujeres
de labor y sigilo.

Qué misteriosa y hábil
su mano entre los hilos;
mezcla extraños colores,
dibuja raros signos.

No sé lo que trabajan
en el telar que es mío.
Tejedoras, mostradme
mi destino.

 

 

 

      

 

Estos poemas fueron tomados de la revista América, número 67, julio de 1952, editada por la Secretaría de Educación Pública, México.

 

 

 

 

 

 

(Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974) Narradora y poeta mexicana, considerada en este segundo género la más importante del siglo XX en su país. Durante su infancia vivió en Comitán (Chiapas), de donde procedía su familia. Rosario Castellanos cursó estudios de letras Universidad Nacional Autónoma de México; por esos años se relacionó con literatos como Jaime Sabines, Ernesto Cardenal y Augusto Monterroso. En Madrid complementaría su formación con cursos de estética y estilística.

 

Rosario Castellanos trabajó en el Instituto Indigenista Nacional en Chiapas y en Ciudad de México, preocupándose de las condiciones de vida de los indígenas y de las mujeres en su país. En 1961 obtuvo un puesto de profesora en la Universidad Autónoma de México, donde enseñó filosofía y literatura; posteriormente desarrolló su labor docente en la Universidad Iberoamericana y en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana, y fue secretaria del Pen Club de México. Dedicada a la docencia y a la promoción de la cultura en diversas instituciones oficiales, en 1971 fue nombrada embajadora en Israel, donde falleció al cabo de tres años, víctima al parecer de un desgraciado accidente doméstico.

 

Una absoluta sinceridad para poner de manifiesto su vida interior, la inadaptación del espíritu femenino en un mundo dominado por los hombres, la experiencia del psicoanálisis y una melancolía meditabunda constituyen algunos elementos definitorios de su obra. Su poesía, en la que destacan los volúmenes Trayectoria del polvo (1948) y Lívida luz (1960), revela las preocupaciones derivadas de la condición femenina, y llamó pronto la atención de poetas y ensayistas como Octavio Paz y Carlos Monsiváis.

 

En los trabajos tardíos de este género habla de su experiencia vital, los tranquilizantes y la sumisión a que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer. Hay en sus poemas un aliento de amor mal correspondido, el mismo que domina el epistolario Cartas a Ricardo, aparecido póstumamente. Su poesía completa fue reunida bajo el título de Poesía no eres tú (1972).Su mundo narrativo toma muchos elementos de la novela costumbrista. Las novelas Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962) recrean con precisión la atmósfera social, tan mágica como religiosa, de Chiapas. El argumento de la segunda, una premonitoria rebelión indígena en el estado de Chiapas inspirada en un hecho real del siglo XIX, surgió de una toma de consciencia de la situación mísera del campesinado de esa región mexicana, y de su abandono a los caciques locales por parte del gobierno federal.

 

Rosario Castellanos escribió también volúmenes de cuentos situados en el mismo registro: Ciudad Real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia(1971). Estas piezas revelan, en una dimensión social, la conciencia del mestizaje, y en una dimensión personal, la sensación de desamparo que surge tras la pérdida del amor. Sus ensayos fueron reunidos en la antología Mujer que sabe latín (1974), título inspirado en el refrán sexista: "mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin", que puede considerarse representativa de su vida, su obra y su visión de la realidad.

 

 

 

 

 

Fuente biográfica: biografíasy vidas.com

 

Fuente fotográfica: Movimiento Antorchista Nacional

 

 

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