Ensayo de Rodriguez-Bustos JC, sobre Miguel de Cervantes Saavedra

Cervantes, hombre de Armas y Letras

 

El hombre se descompone, su cadáver es polvo,

 

 toda su estirpe ha perecido,

 

pero un libro hace que se le recuerde.

 

 Mejor es un libro que una casa bien construida,

 

que tumbas en el Oeste del Nilo;

 

mejor que una sólida mansión.

 

Papiro Chester Beatty, IV. Egipto

 

 

 

  1. El templo de Cervantes

 

Cervantes es el más grande templo barroco de la literatura universal. En esta catedral de las letras se encuentra no sólo él y su magna obra, poblada de los más disímiles paisajes y personajes de la geografía literaria, sino, junto a él y a ella, en pleno claroscuro, la más grandiosa generación de escritores que ha dado la historia de las letras universales: el llamado Siglo de Oro que tuviese como fecha de inicio el año del Señor de 1492 cuando acaecieron cuatro sucesos que, por prodigiosos e irrepetibles, atañen más aún a nuestros asuntos: escribir y rememorar a Cervantes, un hombre de armas y letras, como no pocos, pero sí sin igual.

 

Hablamos, primero que todo, de la Toma de Granada, último reducto del islam en la península ibérica tras casi ocho siglos de Reconquista (26 de julio del 711, en la Batalla de Guadalete cuando el Rey Godo, D. Rodrigo, es vencido por las tropas de Táriq, al 2 de enero de 1492 cuando Boabdil, último soberano nazarí de Granada capitula ante los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón). Una Reconquista que se remonta a los tiempos de Don Pelayo, primer monarca del Reino de Asturias, en la famosa Batalla de Covadonga (año 722) donde los Astures vencen por vez primera la avanzada musulmana, y que cobrará, tras centenar de enfrentamientos donde, como versará Luis Cernuda, hoy se ganaba y mañana se perdía, nuevos bríos en la Batalla de las Naves de Tolosa (1212) cuando la cristiandad se unió contra el Islam en una cruzada, ya no en Tierra Santa, en esa Jerusalén Liberada que tantas letras, cantos y octavas reales animara, en especial las de Torquato Tasso (1579) sino en poniente, en la España de Roncesvalles y Covadonga, en la España de Alfonso X y sus Cánticas, en la España del Cid Campeador y su Romancero.

 

Hablamos, segundo suceso, del encuentro fecundo y liberador entre Europa y las Indias Occidentales y Orientales, y con ello la posterior circunnavegación por todos los océanos y mares de este globo que es más agua, aire y fuego que tierra; suceso que algunos vieron como el cumplimiento de esa vieja profecía que vaticinaba que al final de los tiempos la humanidad encontraría de nuevo a la desaparecida Atlántida (12 de octubre de 1492).

 

Hablamos, tercer suceso, de la expulsión de la comunidad judía (31 de marzo de 1492, Edicto de Granada) asentada en España, según dicen algunos historiadores, desde antes del nacimiento de Cristo, por parte de los Reyes Católicos, y por cuestiones políticas y religiosas que hacían de España una Monarquía Universal donde la Cristiandad era su razón de ser y su fuerza espiritual.

 

Y, por último, hablamos, y tal vez sea el suceso de los cuatro que más nos une a todos los hablantes, escribientes y leyentes quienes, como dijera el último Premio Cervantes, Don Fernando del Paso, soñamos, reímos y amamos en español. Hablamos de la publicación en el año de 1492, de la Antonia como la llamara Cervantes a la Gramática de D. Antonio de Nebrija.

 

Varios siglos habían pasado desde aquella remota época del año 974 de la cual data “Nodicia de Kesos”, uno de los primeros registros escritos en lengua romance, en esa lengua romance que Cervantes siempre defendió, no sólo como vehículo de comunicación y de consolidación de la Monarquía Hispánica, sino, más aún, como instrumento de creación literaria por encima del latín. Ya muchos habían sido los escritores, tratadistas, teólogos y poetas que habían enriquecido nuestra lengua castellana con palabras hechas tinta, para que D. Antonio de Nebrija se tomara el trabajo de publicar la primera gramática de una lengua romance. Y sería justamente este siglo dorado, el cual se inauguraba con estos cuatro sucesos, el que llevaría a su máxima expresión al Castellano, a tal punto de convertirlo en el Español, pasando, ya no a ser una lengua de un lugar de Castilla en el cual se tenía “noticias sobre quesos”, sino una lengua universal, la primera que se hablaría en todos los continentes cognoscibles para la época, y con la cual se hablaba, escribía, leía, pensaba y amaba, como dijera el Emperador Carlos V de Alemania, I de España, en un imperio donde no se ocultaba el sol.

 

Podríamos, y es deber nombrar algunos de aquellos escritores dorados quienes, con sus obras y personajes, cohabitan también en este templo barroco del cual antes hablamos, y que lleva por nombre -merecidamente, como merecedores de habitarlo son sus coterráneos- el de Cervantes. Algunos de estos ilustres nombres, que de seguro tienen su propio nicho, y con la anuencia del olvido que nunca nos ha de fallar, serían: Fernando de Rojas, Mateo Alemán, Luis Vélez de Guevara, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Tirso de Molina, Juan Ruíz de Alarcón, Fray Luis de León. D. Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Sor Juana Inés de la Cruz, la Madre Josefa del Castillo y muchos más, quienes, junto a Cervantes, se encuentran dando sol y sombra a la majestuosidad de este templo barroco.

 

Sin embargo, mucho contribuyeron para este ennoblecimiento de la lengua con la cual respiramos, no sólo los escritores que vivieron y habitaron en la península durante el Siglo de Oro, o en otros lugares de Europa como Flandes, Italia, en especial Venecia, Génova o el Reino de Nápoles, sino también aquellos que tuvieron la suerte de pasar a la Indias como cronistas y buscadores de fortuna. Un universo incognoscible se abría paso ante los ojos de España y había que nombrar ese mundo en una lengua que también parecía salir de la niñez para adentrarse en una juventud viril y deseosa de abarcar tanto lo divino como lo humano. De nombrar y de ser, porque cuando el hombre nombra se engrandece y es. La lengua, nuestra lengua, es la suma diaria de años y de siglos de escritura, de escritores que han nombrado y creado materia perdurable, espíritu viviente, y que nos han hecho partícipes, a su vez, de un legado generoso, grandioso, así como bello y sabio. Decía en estos días Juan Manuel de Prada, que las palabras son piedras preciosas que hay que acariciar, contemplar, descubrir su belleza. ¿Y quiénes, me pregunto, si no los escritores, son los mineros que se adentran en los más profundos socavones de la tierra para desentrañar unas piedras preciosas llamadas palabras?

 

En este templo que es Cervantes cohabitan los escritores más disímiles que han dado las letras universales. Ningún siglo, y menos dos como es el caso del Siglo de Oro, ya que el esplendor de su claroscuro se prolongó hasta finales del siglo XVII con la muerte de D. Pedro Calderón de la Barca y del último monarca de la Casa de Austria, S.M. Carlos II, el Rey Hechizado, monarca sin fortuna ni heredad, quien padeció sus últimos años encerrado en el Palacio Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, viendo cómo se secaba su vida a la par de su sangre, muriendo solitario, sin dejar descendencia alguna que salvaguardara sus reinos y con la desesperanza propia de no saber cuál iba a ser el destino que la Historia le deparaba a la Monarquía Universal… Ningún siglo, repito, ha sido tan prolífico en nombres y obras como lo fue el Siglo de Oro: teatro, prosa, poesía, pintura, escultura, arquitectura, son algunas de las artes con las que se engalana este siglo fecundo y dador… Y podríamos sumar muchos más nombres de artistas y de artes. Pienso por ejemplo en el universo artesanal que floreció en Nueva España, Peruvia o el Nuevo Reino de Granada durante más de tres siglos, y que hicieron de los galeones y embarcaciones que surcaban los mares y océanos, obras de arte marítimo y depósitos de riqueza artística y cultural, sin embargo, es mejor que dejemos que sea la curiosidad de nuestros improbables lectores, quien los adentre en este templo, que atraviesen el Pórtico de la Gloria y a lado y lado del crucero se detenga a contemplar la riqueza de su iconografía, de sus retablos, pinturas, esculturas, pórticos, ábsides plenos de personajes, de paisajes y de versos que han hecho de las letras hispanas una suerte de río caudaloso nutrido como un Amazonas por cientos de fuentes. Y que al otro lado del pórtico, al fondo, en el altar mayor contemplen al Quijote, no el de Doré alucinado en la biblioteca de su casa por los fantasmas de las caballerías, sino uno más cercano a Saura, pero cabalgando de frente, con su lanza y escudo asidos por sus nervudas y firmes manos, montado en Rocinante y acompañado de su fiel escudero Sancho, cabalgando hacia nos, sereno y altivo como quien ha sabido cumplir y enseñado a cumplir su deber, mientras al fondo, en el horizonte, podemos contemplar las ruinas de esos gigantes de la soberbia que tanto Cervantes combatió, enseñó a despreciar y a reconocer tras las máscaras del altruismo, el progreso, la mentira y la doblez.

 

 

 

  1. Cervantes, hombre de Armas

 

Cervantes nació en el siglo XVI en el cual, y según una tradicional y trinitaria interpretación de la Historia, se inaugura el tiempo del Espíritu Santo. Un siglo que vio nacer el Protestantismo, la Reforma y las Guerras de Religión, el azote del turco en el Mediterráneo y en el oriente de Europa, a tal punto que dos batallas ciertamente olvidadas se libraron en este siglo: una a las puertas de Viena, el Sitio de Viena (1529) donde pese a la muerte de aproximadamente 200.000 hombres, las tropas venidas de diferentes partes de Europa, en especial de España, y al mando del Emperador Fernando I, hermano menor del Emperador Carlos V, evitaron la invasión terrestre de Europa por parte del Imperio Otomano, de quien fuera por aquellos cruentos días el sultán Solimán el Magnífico. Y la Batalla de Lepanto (1571), tal vez una de las batallas marítimas más importantes que se han librado a lo largo de toda la historia de la humanidad y que le permitió a Europa sobrevivir al corte de tijera que hacía predecir que caería inevitablemente, y por fin, en manos de los seguidores del Profeta. “La más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros”, escribió en el prólogo de sus Novelas ejemplares, Cervantes, el hombre de letras que fuera hombre de armas en Lepanto.

 

El turco fue vencido en ambas memorables y altas ocasiones, y en una de estas batallas estuvo presente quien sería el manco más célebre de las letras: Don Miguel de Cervantes Saavedra. Cervantes siempre fue hombre de armas, las llevó con honor, y con orgullo las recordó en su vida y obras. Y en su famoso Discurso de las Armas y las Letras da, en boca, claro está de un Caballero andante como el Quijote, la primacía a las primeras (las armas) sobre las segundas (las letras), a sabiendas que esta primacía es el resultado de un acto de escritura, las letras, sin las cuales las armas no tendrían, si bien validez, al menos sí memoria, esto es, Historia. “Un libro hace que se le recuerde” dice el Papiro Chester Beatty, y si no fuese por un Homero nadie sabría de un hombre de armas como Aquiles, y si no fuese por los Comentarios a la Guerra de las Galias, Julio César no sería considerado el más grande estratega de la antigüedad, por encima de Aníbal de quien nadie escribió para su época apenas nada. 

 

Cervantes vivió en una época en donde ser hombre de armas no era mal visto, y la guerra era un camino de fortuna, no siempre propicio, pero digno de seguir. Y así lo hizo Cervantes, supeditado a los avatares de la rueda de la Fortuna, esa que le permitió destacarse en Lepanto y contar con una recomendación del propio Don Juan de Austria, vencedor de Lepanto, y que le hacía presagiar claros amaneceres, como esa misma rueda de la Fortuna que lo puso preso durante años en Argel cuando retornaba a España, y que hizo que lo perdiéramos como hombre de armas, pero que lo ganáramos como hombre de letras.

 

Tal vez por ese día a día, esa contingencia en la que solemos vivir, hasta los hombres más grandiosos como el propio Cervantes, estos hechos marcaron una vida más propia de sinsabores, pero que, bien vista a la distancia del tiempo y con todo lo que ello puede entreverse entre tantos pardos de la historia, la poca fortuna que padeció Cervantes tras Lepanto fue un aliciente más para untar su pluma de tinta y escribir.

 

No pudo pasar tampoco a las Indias, según se ha dicho por cuestiones de sangre. ¿Era converso o hijo de conversos Cervantes? Así lo han hecho saber, o al menos sospechar algunos biógrafos. Personalmente nada sé del asunto, y prefiero guiarme por los consejos del propio Cervantes: no murmurar ni andar, ni hablar con murmurantes. La sangre es un río amazónico, nacido de muchas fuentes, y si pretendemos llegar a conocer la más antigua de ellas, este viaje puede llevarnos posiblemente ante los doce hijos de Jacob... Y si hubiese Cervantes pasado a las Indias, ¿qué habría sido de sus obras, las hubiese escrito? De lo que no sucedió nada sabemos, y aunque la imaginación en asuntos de la literatura es laudable, en asuntos de la Historia es punible pues como dice Luis Vives, la Historia debe ser la luz de los tiempos y no debe oscurecer ni embarullar los tiempos.

 

 

 

  1. Cervantes, hombre de Letras

 

Sabemos que Cervantes a los 38 años de edad escribe su primera obra, La Galatea (1585). Han pasado 14 años desde la Batalla de Lepanto. Y también sabemos que en el año 1605, 20 años después de que publicara su primera obra, publica la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Cervantes contaba por aquellos días con 58 años de vida. Y también sabemos que en el año 1613, cuando contaba con 66 años de edad, pública Las novelas ejemplares, y en el año 1615, cuando tiene 68 años de edad, publica la segunda parte de El Quijote. Y también sabemos que ad portas de morir, un 19 de abril de 1616, escribe al Conde de Lemus la dedicatoria de su libro póstumo, Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, el cual será publicado un año más tarde, en 1617. ¿Cuántos años le tomó escribir estas tres obras? No sabemos cuándo Cervantes las empezó a escribir, al menos no así en cuanto se trata de Las Novelas y de Los Trabajos, pero sí sabemos de la entrega intensa al arte de las letras en la parte final de su vida: ya habían pasado más de cuarenta años desde que abandonará el arte de la guerra. De la segunda parte de El Quijote podemos decir que lo empezó a escribir o al menos lo reescribió, aunque personalmente lo dudo, después de la publicación de El Quijote apócrifo de Avellaneda. Considero que esta publicación fue el acicate necesario para que Cervantes escribiera la segunda parte de El Quijote y su tercera salida. Cervantes no podía permitir que su personaje más importante fuese desvirtuado por una pluma anónima y cicatera como la del tal Avellaneda, nombre tras del cual se esconde, según parece, no sólo un escritor, sino varios, y que algunos doctos atribuyen, como el genio maligno de esta canallada, al propio Lope de Vega.

 

Sin embargo, y pese a la miserableza de este acto, debemos alegrarnos y celebrar como hombres que amamos las letras. El Quijote, este personaje sin par no sería lo mismo si fuese solo el Quijote de la primera parte. No estamos demeritando la primera parte, lo que estamos diciendo es que sin esa segunda parte, la altura del genio de Cervantes no se hubiese revelado a tal punto. Hay que decir que en cuanto se trata del Quijote, nos encontramos con un personaje cervantino que es tres en uno. El de la primera salida, solitario él, y más bien un anciano orate y ridículo propio de una novela ejemplar. No obstante, y podemos sentir lo que debió ser para Cervantes descubrir que se encontraba ante un personaje que desbordaba los límites de una novela y que le pedía mayor envergadura. En cuanto se trata del escritor, éste suele ser más una víctima de la escritura que un artífice: el escritor debería dejarse llevar por lo que le dicta la escritura, sujetarse a sus designios como el destino al tejido de las Parcas. Y así considero que lo supo entrever Cervantes. Tras ser nombrado caballero, el Quijote sabe que debe retornar a su aldea, hacerse de un escudero y volver a los caminos para desfacer entuertos. Y es en ese momento, cuando sale de su aldea natal junto con Sancho, cuando el Quijote como personaje y como obra literaria, comienza a vivir para la historia. Y junto con El Quijote, libro, y el Caballero de la triste figura, personaje, comienza a vivir el propio Cervantes, el hombre de letras. Se podría decir, aunque así no sea, que Cervantes existe por el Quijote, más que el Quijote por Cervantes. Y el tercer Quijote es el de la segunda parte, otro que, aunque diferente a los dos primeros, no deja de ser nunca el Quijote. ¿Cómo logra esta maestría Cervantes? ¿No desvirtuar a un personaje que pese a no ser igual es el mismo?

 

Ahora bien, hay no solo tres Quijotes, hay muchos más. Uno de ellos, no el primero, pero sí uno de los principales, el de Avellaneda. ¿Y por qué digo que hay más Quijotes? Porque desde la publicación de su primera parte, ya otros escritores comenzaron a escribir sobre el Quijote. Desde el año del señor de 1604 o 1605, no han dejado de existir escritores que den cuenta del Caballero de los Leones, uno entre los tantos, el propio Rubén Darío a quien celebramos conjuntamente con Cervantes en estos Encuentros.[1] Y así como el nicaragüense, muchos otros escritores han escrito odas y panegíricos, algunos a la altura de quien los inspira y otros que pretenden ponerse a la altura, inmerecidamente, del Quijote. Inevitable: el Quijote es una tentación de la cual es difícil abstenerse. De esta atracción que sentimos por el personaje cervantino emana la inmortalidad de la obra El Quijote: nos habla a todos y en todos los tiempos.

 

Ahora bien, y para terminar, habría que decir que celebrando a Cervantes somos injustos con Cervantes. Afirmo esto porque hablamos de El Quijote, pero solemos olvidar sus otras obras. ¿Quién lee las Novelas ejemplares, sus Entremeses o Los trabajos de Persiles y Sigismunda, por nombrar solo tres de sus obras, pero sin olvidar La Galatea y el Viaje al Parnaso? Creo que pocos, muy pocos de pronto. Cervantes es como esos grandes clásicos, condenados a ser nombrados, citados, pero a ser poco leídos. Las estadísticas sobre las personas que han leído el Quijote son aterradoras, y algunos no las hacen o no las divulgan, por vergüenza. Y si esto sucede con el nombrable ¿qué decir de sus otras obras, las innombrables? ¿Acaso son menores o no tienen ningún valor?

 

Para terminar tan sólo quisiera detenerme en dos de las obras ya mencionadas: Las Novelas ejemplares y Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Las Ejemplares por sí mismas son la madre de la novela. No es El Quijote, porque El Quijote es más a nuestro entender una epopeya moderna. Así como las epopeyas del mundo griego fueron La Ilíada y La Odisea, la del mundo romano La Eneida, y la de la Cristiandad La Divina Comedia, El Quijote es la epopeya de la España imperial con la que el hombre se adentra en la Modernidad. En cambio, como el propio Cervantes escribiera en el prólogo de las Ejemplares, es él el creador del género novela: no traduce, sino que crea novelas de su propia autoría y con su propia poética. Una poética que recorre estas tres magistrales obras de las cuales estamos hablando, y que se caracteriza por una peculiaridad que, el propio Camilo José Cela expresó hablando del hombre como tal y asociándola a su obra, o al menos a una de ellas, “La Colmena”. Cela dijo que el hombre no es un plano sino un poliedro, afirmación sabia y con la cual estamos totalmente de acuerdo.

 

Ese hombre plano, más bien propio de la Ilustración, más bien taimado e hipócrita, más bien tartufo, racional y sin profundidad, no da cuenta de la complejidad de la naturaleza humana. Ya lo había escrito santa Teresa, sin duda alguna una de las grandes influencias de Cervantes. Cuando uno lee La Vida y se entera que la santa leía, hasta enloquecer, novelas de caballería y soñaba echarse andar por los caminos de España en busca de aventuras, no puede uno dejar de pensar en el Quijote… Sin embargo, y en cuanto se trata del poliedro, estamos en otro punto y es en el de Las Moradas. En esta obra mística la santa nos recuerda que el alma humana es como un castillo de diamante, es decir un poliedro lleno de habitaciones y puertas por donde pasar de una parte a otra. Así es la poética de Cervantes, y ésta su genialidad y modernidad: la novela del presente y del futuro tiene que dar cuenta de la realidad del alma humana, no del reflejo del gusano del cual nos hablara Melville. Un sinfín de partes y de personajes que dan cuenta del todo. Es así como en ese poliedro encontramos multitud de personajes, de microrrelatos, de relatos, de cuentos, de novelas y de epopeyas, pero también encontramos máximas, sentencias y filípicas. El Quijote no es una suerte de fragmentos, de papeles rotos unidos con cola, sino una obra cohesionada y coherente. En cuanto se trata de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra difícil por su estructura, ha sido vista por algunos como una sumatoria de historias que opacan el argumento central, pero si la miramos detenidamente y sin prejuicios ideológicos, nos daremos cuenta que esos personajes que aparecen y desaparecen aparentemente sin ton ni son, van tejido la historia de los personajes centrales y siendo el reflejo diamantino de los sucesos que les acaecerán a los protagonistas más adelante: como esperanzas que en el presente no se logran ver o apreciar en toda su perspectiva y profundidad, pero que a la postre se cumplirán. O, más bien, como promesas, para usar un término más  adecuado para la época, de una vida futura que Persiles y Sigismunda vivirán ya libres de los trabajos que tuvieron que sortear durante su romería.

 

Las Novelas ejemplares, así como El Quijote y Los trabajos, comparten ese constante pasar de la parte al todo. A Cervantes la novela bizantina lo influyó fuertemente, sobre todo en Las Ejemplares y en Los trabajos, y sus obras son como esos mosaicos bizantinos donde la unión de pequeñas piezas da cuenta de un todo tanto humano como divino. O, mejor aún, lo humano y lo divino se reflejan uno a otro. 

 

Mucho se ha querido desvirtuar la religiosidad de Cervantes, pero su obra parte de lo más insignificante y se eleva hasta materializar la divinidad, tal vez por eso algunos críticos no gustan de Los trabajos, o más bien la descalifican pretextando ciertos motivos, propios más de sofistas o de ideólogos, que de críticos literarios. Los trabajos es una peregrinación o, mejor aún, una romería: todos los caminos conducen a Roma. Es el viaje de conversión de un par de enamorados de origen protestante al catolicismo. Estamos en la época de la Contrarreforma. Los trabajos que padecen Persiles y Sigismunda, y la virtud con que los enfrentan, tienen como premio su conversión y una larga vida de felicidad y de fértiles retoños. Una de las características de la novela bizantina es el final feliz: el paso del caos al orden. En la España del Siglo de Oro la Comedia tiene mayor acogida que la Tragedia.

 

En gran parte de la obra de Cervantes, por no decir en toda, vemos a sus personajes principales enfrentados contra una sociedad adversa (claro = virtud. Oscuro = vicio) que atenta contra la dicha anhelada. ¿Qué les permite vencer la adversidad? La virtud, la luz que vence la oscuridad sin desconocerla y menos aún eliminarla, y que el siglo del arte y la cultura del Barroco supo plasmar en obras como las de Rubens y Velázquez. Cervantes no sería políticamente correcto en nuestros días, por eso a pocos les interesa ver su visión divina y prefieren quedarse con la humana, con la social, con la contingente. No con la interpretación ejemplar, para usar un término muy cervantino y esclarecedor respecto de su arte y la concepción del mismo. La virtud es la que nos permite elevar nuestra mirada y comprender la materialización de la divinidad por medio del arte.

 

En Cervantes encontramos la epopeya quijotesca, pero también la epopeya de Los trabajos. Espero algún día escribir mi tercer acercamiento a Cervantes tocando un tema que me ha obsesionado, y es la cercanía tanto temática como estructural, de Los trabajos con La Odisea: Odiseo justamente vive y padece muchos trabajos antes de regresar a Ítaca, y también es un mapa espiritual de viajes por todo el mundo griego conocido. Así sucede con Los trabajos, una epopeya de viajes donde sus protagonistas, Persiles y Sigismunda, tienen que sortear variopintos obstáculos, territorios salvajes y adversos que pulen el cristal de sus almas, hasta lograr alcanzar la felicidad deseada en la itaca de este par de enamorados: Roma.

 

Cervantes fue un gran lector del Libro de Job y llegó a escribir un tratado filosófico al respecto, otro de los materiales deliciosos, junto con la teología, que configuran su maestría como escritor. Tanto el Quijote como Persiles y Sigismunda o, por ejemplo, los protagonistas de la Gitanilla, vencen las adversidades gracias a su virtud. Igual sucede con Marcela, la pastora, quien defiende, por encima de la ley imperante que dictamina que la mujer es para Dios o para el hombre, el libre albedrío, la libre voluntad y una conciencia pulida por el diamante de la virtud. Esta es a nuestro entender la gran lección cervantina. Escuchemos para terminar a Preciosa hablando de la verdadera libertad del hombre en un momento en el cual su cuerpo corría peligro de ser violentado:

 

Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma,

 

que es libre, y nació libre, y ha de ser libre en tanto yo quisiere”.

 

 

 

Bogotá, viernes 13 de mayo de 2016

 

Auditorio Aurelio Arturo, Biblioteca Nacional

 

 

 

 



[1] El autor se refiere a los Encuentros Literarios, Cervantes, Darío, Cela realizado por el grupo de Gestión Cultural del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central entre el 11 y 13 de mayo de 2016.

 

 

 

 

 

Rodríguez-Bustos JC, crítico, editor, gestor y consejero cultural. Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional, máster de Creación de guión audiovisual de la Universidad de la Rioja. Es autor de “Álvaro Mutis como un pez que se evade”, “España entre la Realidad y el Deseo - Cernuda”, “España tierra ofendida - Neruda”, Jorge Rojas y el Arte de Amarte”, “Carlos Obregón bajo la sombra de los Olmos”, “Madame Bovary y el tratado de la mezquindad y otras emes”, “Doscientos años de compañía, poesía e independencias”, “Miguel Hernández, el Toro de España”, “Cervantes, hombre de armas y letras” y “César Vallejo, acerca a nos vuestro cáliz”. Gestor cultural, creador de los Encuentros Hispanocriticos, Encuentros Literarios, Semana de Poesía Central y la Noche de San Jorge. Consejero de Cultura en Bogotá desde el año 2012 y director de la Colección Anverso de poesía bilingüe.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Rodríguez-Bustos JC

 

Miguel de Cervantes y Saavedra nació en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547 y fue bautizado el 9 de octubre en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor. Era el cuarto hijo del matrimonio del hidalgo Rodrigo de Cervantes con Leonor de Cortinas. El padre era cirujano-barbero, profesión de escasos ingresos y baja consideración social, la familia se trasladó a Valladolid pero las deudas contraídas llevaron al padre a la cárcel y provocaron el embargo de todos sus bienes. En 1566 se establecieron en Madrid, donde el joven Cervantes inició su carrera literaria gracias a Alonso Getino de Guzmán, organizador de espectáculos de la capital con quien su padre tenía negocios. En 1568 estudió con Juan López de Hoyos. En estos años, el joven Cervantes debió estar en contacto y mantener amistad con poetas como Pedro Laynez o Gálvez de Montalvo.
En 1569 se instaló en Roma al servicio del cardenal Giulio Acquaviva, donde tuvo la ocasión de familiarizarse con la literatura italiana del momento. Se sospecha que la causa por la que se traslada a Roma es una provisión real, encontrada en el siglo XIX en el Archivo de Simancas y fechada en septiembre de 1569, en la que se ordenaba el apresamiento de un joven estudiante de igual nombre, por haber herido en duelo al maestro de obras Antonio de Sigura. Según el contenido del documento, el culpable fue condenado en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano y a ser desterrado del Reino por diez años.
Cervantes abandonó el ambiente pontificio en 1570 para entrar en el servicio militar. Se alistó primero en Nápoles a las órdenes de Álvaro de Sande para sentar plaza en la compañía de Diego de Urbina, del tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría en la galera “Marquesa”, junto con su hermano Rodrigo, para combatir, el 7 de octubre de 1571, en la batalla naval de Lepanto. Recuperado de sus heridas, en 1572 se incorporó a la compañía de don Manuel Ponce de León, del tercio de don Lope de Figueroa, dispuesto a seguir como soldado, pese a tener una mano lisiada. Participó en diversas campañas militares en los años siguientes. En 1575 embarcó en Nápoles, junto con su hermano Rodrigo, en una flotilla de cuatro galeras que partieron rumbo a Barcelona, con tan mala suerte que una tempestad las dispersa y la nave “El Sol”, en la que viajaban Cervantes y su hermano, fue apresada frente a las costas catalanas por unos corsarios. Los cautivos fueron conducidos a Argel y Miguel de Cervantes cayó en manos de Dalí Mamí, apodado “El Cojo”, quien, a la vista de las cartas de recomendación del prisionero, firmadas por el gran capitán mediterráneo Juan de Austria, fija su rescate en quinientos escudos de oro, cantidad prácticamente inalcanzable para su familia, por lo que se vería obligado a permanecer en cautiverio durante cinco años.
La idea de libertad alimentaría numerosas páginas de sus obras, desde La Galatea al Persiles , pasando por El capitán cautivo del primer Quijote, y sin olvidar El trato de Argel ni Los baños de Argel. Cervantes intentó fugarse en numerosas ocasiones sin éxito, hasta que el 19 de septiembre de 1580 los trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella, con las monedas obtenidas de sus recorridos pedigüeños por la geografía española, pagaron el rescate y Cervantes quedó en libertad. El 27 de octubre llegó a las costas españolas.
Cervantes pretendió largo tiempo algún puesto oficial, especialmente en América, pero le fue denegada y nunca le fueron recompensados sus méritos militares.
Dedicado de lleno a las letras, en el mundo literario del Madrid de finales del siglo XVI, fue amigo de las más altas plumas de la época: Laýnez, Figueroa, Padilla… y se dedica a redactar La Galatea (donde figuran como personajes buena parte de estos autores), que vería la luz en Alcalá de Henares, en 1585, y su obra literaria está muy ligada al teatro y al desarrollo de los corrales de comedias.
En 1584 Cervantes mantuvo relaciones con Ana de Villafranca, o Ana Franca de Rojas y tuvo su única hija: Isabel de Saavedra. Pero contraería matrimonio con Catalina de Salazar.

Desde 1587 hasta 1594 se instaló en Sevilla donde, al fin, obtuvo, por mediación de Diego de Valdivia, el cargo de comisario real de abastos para la Armada Invencible. Más tarde sería encargado de recaudar las tasas atrasadas en Granada, cargo que lo llevará a un constante viaje por las aldeas del sur y a algunos problemas judiciales que terminan con breves encarcelamientos. En 1604 volvió a instalarse en Valladolid.
A principios de 1605, de forma un tanto precipitada, ve la luz El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha , dirigido al duque de Béjar, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, a costa de Francisco de Robles, con un éxito inmediato y varias ediciones piratas (en Lisboa, Valencia y Zaragoza), por lo que Juan de la Cuesta publicó la segunda edición al poco tiempo. Cervantes vendió su obra por 1.500 reales y la tirada inicial fue de uno 1.600 ejemplares, que se vendían a 290,5 maravedíes. Este éxito se vería empañado por un nuevo encarcelamiento, ordenado sediciosamente por el alcalde Villarroel, motivado por el asesinato de Gaspar de Ezpeleta a las puertas de la casa de los Cervantes. En 1606 viajó de nuevo y se quedó a vivir en Madrid. En julio de 1613, Cervantes ingresó como novicio en la Orden Tercera de San Francisco. Murió de hidropesía en Madrid en 1616.

Fue poeta, novelista y dramaturgo. Miguel de Cervantes Saavedra cultivó, pero a su original modo, los géneros narrativos habituales en la segunda mitad del siglo XVI: la novela bizantina, la novela pastoril, la novela picaresca, la novela morisca, la sátira lucianesca, la miscelánea. Renovó un género, la novella, que se entendía entonces a la italiana como relato breve, exento de retórica y de mayor trascendencia.

La historia lo ha considerado como el más grande escritor español de todos los tiempos, y uno de los mejores escritores universales. Su obra más conocida, El Quijote de la Mancha, ha trascendido todas las fronteras y todas las culturas.

 

 

 

Semblanza tomada de la página escritores.org

 

 

 

Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, también llamado el Pseudo-Jáuregui. No ha sido autentificado, y no existe ningún supuesto retrato de Cervantes cuya autenticidad haya sido establecida

 

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