Epistolario de un peregrino
En 1914, dos años antes de morir, Rubén Darío dejó Europa para siempre. Habían transcurrido 28 años desde que aquel joven de profusa cabellera y pobre vestimenta llegara a Chile en 1886. Al regresar a tierras americanas era personaje mundial. Había liderado el modernismo y transformado la lengua castellana; relacionado con los mejores poetas de Europa y América; nombrado en los titulares de los principales diarios de la época y conocidos sus poemas en todas partes. Además, había sido diplomático en París y ministro de Nicaragua ante la corte de España; publicado una veintena de libros; escrito 635 crónicas periodísticas para La Nación, de Buenos Aires, y cruzado doce veces el Atlántico.
En 2006, a solicitud de la Fundación Vida, revisé el texto de la 2ª edición de Cartas desconocidas de Rubén Darío, 250 epístolas escritas entre 1882 y 1916 desde muchos países de América y Europa. En esta preciada compilación, lograda por los dariístas nicaragüenses José Jirón Terán (q.e.p.d.) y Jorge Eduardo Arellano, se conocen detalles de los perennes infortunios que acosaron el espíritu huraño, temeroso y taciturno de este ser excepcional, cuya vida osciló entre lo profano y lo divino, adversidades que en vano intentó acallar con su conocido y acentuado epicureísmo. De esas lecturas surgió este ensayo.
En 1886, de 19 años, los aguijones del desamor lo tenían tan sometido que su amigo Juan J. Cañas, poeta y diplomático salvadoreño, le aconsejó: —Vete a Chile, a nado, aunque te ahogues en el camino. El 12 de mayo, listo para viajar al Sur, le confió a la garza morena, causa de sus desencantos, que pronto tomaría el vapor para un país lejano de donde no sé si volveré. Reconoció lo mucho que la quería y lo difícil que sería olvidarla y acertó al decirle te conocí tal vez para desgracia mía… frase premonitoria, pues esa relación, truncada en su juventud, lo persiguió hasta su muerte, treinta años después.
Darío no terminó estudios secundarios, pero anhelaba superarse. En marzo 1887, solicitó ayuda al gobierno de Nicaragua para hacer estudios superiores y ofreció enseñar o trabajar en lo que su país necesitara. No obtuvo respuesta. De esa negativa escribió: —Pena me ha dado ver y comparar lo que era en mi tierra y cómo se me trata y aprecia en Chile. Es también cierto, que quizá en esa no habría hecho lo que aquí, por mil motivos. El primero, que, aunque tengamos alas no podemos volar sin haber aire… Y fue a la universidad. —He asistido desde hace seis meses a las clases de Derecho Público e Internacional…
Siempre proyectó a su patria en el extranjero. —Cuando me preguntaban por mi país, lo hacían con la curiosidad que pondríamos nosotros al hablar con un búlgaro o tártaro del suyo. En mi puesto de redactor de La Época de Santiago hacía todo lo posible para dar a conocer mi país. Mis artículos sobre Nicaragua, sobre su gobierno, sobre el canal, reproducidos por casi toda la prensa argentina y uruguaya, demuestran que no he dejado un solo momento de servir a la patria… En carta a Camilo Gutiérrez, amigo de León (6/9/1887), se enorgullece de sus logros en Chile. —Lo cual, señor, ha sido para mí, como una gran vigilia llena de luz, después de un largo sueño negro. Aquí vivo de mi trabajo, aquí lucho, aquí aprendo los tiros en el propio combate, aquí he triunfado también… Y quien no hace tres años fue acusado como vago en el cabildo de León de Nicaragua, ha llegado a ser redactor de La Época de Santiago de Chile.
Al morir su padre regresó a Nicaragua. La escasez monetaria no fue la excepción. En carta a Pedro Nolasco Prendez (Valparaíso, 20/10/1888), expresó: —He pedido a personas que tienen buena voluntad y alguna estimación para mí, que contribuyan para formar un fondo con el cual pueda hacer el viaje. Ya hay bastante adelantado. Tócate a ti ―pues no puedo decirlo a otro amigo― ver lo que puedas hacer en el círculo de tus relaciones políticas o sociales… El 8 de febrero 1889, al embarcarse en Valparaíso escribió: —La impresión que guardo de Santiago en aquel tiempo se reduciría a vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades aristocráticas.
En 1892 la neurosis lo atacó con frecuencia. El cronista Enrique Gómez Carrillo lo retrató así: —Es necesario mirarle con atención en una de esas noches que el almanaque de su neurosis señala como días de trabajo, con la cabellera en desorden; con las rosas de las mejillas convertidas en pálidas flores de cera blanca; con las manos inquietas, con la frente contraída por el esfuerzo, y con los ojos dilatados, para sorprender, en sus pupilas, un rayo ardiente del genio raro y complicado que supo crear el libro Azul…, collar magnífico en donde los tibios reflejos de la perla contrastan vivamente con el rayonar luminoso del diamante.
En 1893 iniciaron las desgracias y el asedio de tristezas, soledades y estados anímicos depresivos. Enviudó de Rafaela Contreras y padeció profunda crisis de alcoholismo. Recién salido de ese trauma, reencontró en Managua a la garza morena. Mediante ardides, ella y su hermano, lo obligaron a desposarla. —Ése fue uno de los episodios más novelescos de mi vida —afirmó. Poco después, murió su hijo, procreado con ésta. En julio 1895 escribió al Dr. Prudencio Plaza en Buenos Aires: —¡La puñalada ha sido la muerte de mi madre! Triste y completamente solo he padecido inmensamente… en una de las más duras noches de mi vida, le escribo, a riesgo de darle unas horas de pena… Cosas que me han dejado el alma adolorida… Pero sí le diré que han sido cosas del corazón; y usted, que me conoce como intelectual, como médico y como amigo íntimo; usted que sabe cuáles son los pesares de mi vida, comprenderá la cantidad de mi sufrimiento.
El argentino Luis Berisso fue destinatario de sus añoranzas de patria, sus males del alma y las intermitentes sequías económicas. —Enfermedad, desazones, perrerías de la vida, torturas de ánimo, amarguras íntimas, soledades, han tenido mi espíritu abrumado y agitado en estos últimos días... Jamás he visto días tan grises como estos días. Jamás he comprendido mejor lo que es la ausencia de la patria, por chica que ella sea… Al iniciar su labor periodística en La Nación, su hogar intelectual, enfrentó miserias humanas para ganarse el sustento. En septiembre y octubre 1895 le escribió: —Se me ha dicho en La Nación que no escriba más literatura para el diario. Lo cual equivale a casi decirme que no escriba. Di tres artículos sobre El Pensamiento Italiano y me han guardado dos… Dirijo, ¡asómbrese usted!, ¡la sección social!
En febrero 1896 escribió a Román Mayorga Rivas una carta desgarradora. —Y en verdad, ¿tengo yo a qué volver?... ¿he tenido yo familia acaso en toda aquella gente de mi apellido que es mío hoy únicamente? Tengo un hijo y un recuerdo sagrado: esa es mi familia... Mis amigos de infancia, que son los únicos, se han concluido también. Unos han muerto, otros se han alejado; otros, cuando he llegado, me han mirado como a un extranjero… En fin, cada vez que me he acercado a la tierra en que nací, ha sido para padecer… ¡tú sabes las tristezas morales de mi niñez, las penas de mi juventud: sabes también, amigo mío, ¡las cosas dolorosas del hombre…! Hago una vida de trabajo… he dado a la prensa, sobre todo a La Nación, en estos tres años, lo suficiente para tres o cuatro libros... continúo y continuaré en la brega…
Y volvieron los tenebrosos acosos de la enfermedad, las noches de insomnio, alucinaciones y el espanto del suicidio. A inicios de 1896 escribió a Berisso: —Comenzó el lado gris, o negro, con estas fiestas seguidas que me han causado un sinnúmero de males físicos y un sinnúmero de penas morales... mi cerebro ha estado a punto de estallar, mi sangre a punto de paralizarse; dolores, desmayos, una calamidad. Luego, el inmenso hastío que ve hasta la misma muerte como un refugio… y otra vez la vida sombría, cuando se me estaba aclarando un tanto… He estado solo, solo completamente, cuando menos debía estarlo. ¡Y cartas que llegan, dándome pésimas noticias y cosas de qué arrepentirme!... He pensado en los sacerdotes, he pensado en morir —que sería lo mejor— y he pasado unas horas horribles…
Darío tenía certeza de su misión en Europa y de los logros que alcanzaría antes de morir. —Yo voy a Europa a decir qué hay aquí de palpitaciones nuevas, y cómo es el nacer de la primavera nueva. Trabajen, luchen, siempre en la obra, siempre con el alma hacia la aurora. El mundo nos ha de mirar muy pronto, y antes de que la Muerte nos haga un signo, veremos levantarse el palacio futuro. En diciembre 1898 llegó a España, y contó, como corresponsal de La Nación, la situación en la que quedó el antiguo imperio después de haber sido derrotado por Estados Unidos y perdido Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras riquezas de ultramar.
Desde Nicaragua fue atacado muchas veces. Mariano Barreto lo llamó ilustre poeta y literato argentino y afirmó que desde niño padecía de un desequilibrio intelectual. Darío respondió: —No tenía la más vaga sospecha de que llegare a escribir su nombre a propósito de cualquier asunto de arte o letras. No porque en tales cosas sea él mediocre, o malo siquiera, sino porque en absoluto no es. No existe… León ha sabido que existo tan solo dos veces en mi vida: para declararme vago en mi adolescencia; [y] para declararme loco, cuando he logrado para mi patria original, algo que está a la vista del mundo castellano… Todavía no soy ciudadano argentino. Y cuando lo fuera, ¿no haría perfectamente bien?... ¿Qué ha hecho por mí Nicaragua?
En España conoció a Francisca Sánchez del Pozo, con quien procreó tres hijos, dos fallecidos en su infancia. Ella lo acompañó hasta el fin de sus días. Pero, entre sus tribulaciones destacaron las provocadas por la persistencia de su ex mujer de seguir su acabada vida matrimonial. En 1907 escribió: —De pronto, catorce años después, sin llamamiento de mi parte, se presenta allí la señora... Busca una unión imposible. Yo no admito ni siquiera una entrevista, que hubiera sido tan inútil como molesta, y que propuso el ministro de Nicaragua [que] no disimula que mi presencia en París no le es grata… Mi divorcio ya está en marcha en Managua y tengo interés en estar allá el 1º de noviembre. Ella, usando sus artilugios, impidió el divorcio.
En 1905, una vez más padeció delírium trémens y a excepción de Francisca, su soporte moral, no quería saber de nadie. Estaba irascible, poseído por el terror de la muerte. No podía estar solo en la noche ni cerrar los ojos si no era con la alcoba iluminada, pues temía que con las sombras los muertos se sintieran invitados a entrar. Obeso, nariz y labios prominentes, movimientos lentos, palabra escasa, postrado y en franco deterioro. En tal crisis creó Canción de otoño en primavera, una de sus joyas líricas, y concentró en ella las esencias sentimentales de su vida. Entonces tenía 38 años, pero el vacío provocado por la inmensa pesadumbre interior lo hacía sentir como si hubiese vivido un siglo.
En 1907, Unamuno comentó de manera sardónica que aún se le miraban las plumas debajo del sombrero. Con nobleza, le respondió de París: —Es con una pluma que me quito de debajo del sombrero con la que le escribo… Podrá haber diferencias mentales entre usted y yo, pero jamás se dirá que no reconozco en usted —sobre todo después de haberle leído en estos últimos tiempos— a una de las fuerzas mentales que existen hoy, no en España, sino en el mundo... Mas yo quisiera también de su parte alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura… una consagración de vida como la mía merece alguna estimación.
De su situación física y emocional se aprovechó gente cercana al presidente Zelaya, que intentaban echarlo de la vida diplomática. Él ratificó su valía intelectual y personal. —El general tiene en su círculo elementos que no tienen ninguna idea de lo que yo soy y de lo que valgo fuera de Nicaragua, sobre todo en España. Allí se cree que yo hago una vida de escándalo y de vicio, como si eso lo permitiese, primero, mi orgullo personal, y después, una corte tan exigente como la de España. (Madrid, 14/11/1908).
Sus recaídas continuaron a finales de 1912 y durante 1913. —El estado moral o cerebral mío es tal que me veo en una soledad abrumadora sobre el mundo. Todo el mundo tiene una patria, una familia, un pariente, algo que le toque de cerca y que le consuele. Yo, nada. Tenía esa pobre mujer —y mi vida, por culpa mía, de ella, de la suerte, era un infierno—. Y ahora la soledad. Apenas el trabajo logra por momentos quitarme la dura preocupación. Al iniciar 1914 recrudecieron su enfermedad, pesadillas y angustias. Se instaló con su familia en una casa ubicada en la calle Tiziano, en Barcelona. Consiguió editor para Canto a la Argentina y otros poemas, dio a conocer la selección Muy siglo XVIII y surgió la malograda gira pacifista por América.
—Mi salud está mala, más moral que físicamente; para ambas cosas los médicos me recomiendan por algún tiempo campo y reposo. ¿Qué mejor campo que el de nuestra América?... Aunque Darío no se caracterizó por su humor, en enero 1915 envió de Nueva York a Buenos Aires un sarcástico correo a Martín Reibel, fraternal Hipócrates de los poetas. —Según opinión médica, tengo solamente un millón ochocientos mil glóbulos rojos. ¿Qué hago? A mediados de 1915, presintiendo su muerte, escribió: —Pero como todo tiene un fin, hasta el sobrevivirse, ahora me alejo de Guatemala en busca del cementerio de mi pueblo natal.
Pese a sus quebrantos, jamás olvidó a Francisca ni a su hijo. —He tardado en escribirte, porque de nuevo he estado a las puertas de la muerte. Estoy hecho un esqueleto y apenas puedo andar. Mi enfermedad se ha complicado y requiere muchos cuidados y ningún trabajo. Me confesé… A inicios de enero 1916 escribió su última carta, a Emilio Mitre Vedia, en Buenos Aires. Le describió su estado y le pidió velar por su hijo. —Me hallo en mi patria, enfermo. Los médicos se equivocan: unos me hacen tuberculoso, otros hidrópico, y hasta me suponen medio loco… En mis deseos está el mejorarme un poco para irme al campo, gozar de soledad, de buena mesa y montar un burro, como Sileno, para caminar al sol y sentir el soplo libre del monte. O de no restablecer, pues hacer vida epicúrea, ¡hasta reventar!
Y como lo avizoró en sus premonitorias pesadillas, un mes después la rapiña se lanzó sobre su cadáver. Debayle le trepanó el cráneo y se apoderó del cerebro, como si fuese posible adueñarse de las estrellas. Andrés Murillo, el nefasto cuñado, lo reclamó para venderlo al mejor postor y en el forcejeo el fanal que irradió tanta luz y pluriversos rodó por una calle empedrada de León. Después, el cerebro maravilloso fue encarcelado y por varias horas estuvo prisionero, mientras el director de Policía consultaba al presidente de la República a quién entregárselo. Éste ordenó dárselo a su ex mujer. En compensación, se dice que Debayle recibió el corazón y sus riñones fueron donados a la Universidad…
Costa Rica, agosto 2023.
Mario Urtecho. (Diriamba, Nicaragua, 1954). Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y otros cuentos, y 200 años en veremos.
Editó la Revista Literaria El Hilo Azul y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, historiadores y ensayistas, incluida la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal.
Cuentos, ensayos y artículos suyos fueron publicados en diarios nicaragüenses, Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Memoria del Encuentro Internacional Rubén Darío en el centenario de su muerte, Editorial Alfaguara, Editorial Nuevo Ser (Argentina) y L´Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia).
Semblanza y fotografía proporcionadas por Mario Urtecho.
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Pedro A. Dávila Silva (martes, 26 diciembre 2023 22:25)
Saludes desde la distancia hermanoNormalista,poeta y escritor diriambino que siguiendo los pasos de Rubén Darío trasciende las fronteras con el ensayo escrito para complementar inmediatamente y agregarlo pedagógicamente e los programas de la niñez estudiantil de tu país Nicaragua