La muerte del ángel
I
Si nace de tus manos, y es obscura
la angustia de sentirme atardecido;
si sueño, si por ti me es concedido
hacer eterna y fácil mi amargura;
si es evidente mi dolor, y es dura
tu voluntad de verme obscurecido
como el viento de noche sucedido
entre su arteria vegetal madura,
te puedo dar, como si fuera tarde,
una sola palabra, y retornar
a lo perfecto que en mis manos arde.
O dejarte llegar inesperada
hasta tu última voz, adelantar,
y hacerte nula ante sombra dada.
II
Flor inmóvil, perfecta, me alucina
en el aire de tu imagen liberada;
sigue el ritmo del poema; insospechada
en tu presencia rosa repentina.
En el umbral de corazón se afina
el sentimiento; todo está, y es nada
la música que dije limitada
y tu estancia en mis horas determina.
Como tú eras de nadie, te detuve,
y fue tu voz de cielo a cielo nube
donde cuerpo y amor son destruidos.
Retengo solamente luz vacía;
te amo y estoy en ti. Ven, poesía.
La soledad te busca en mis sentidos.
III
No sé nada, me agito, y de la aurora
baja hasta mi tu ausencia encadenada,
como en la noche descendió alumbrada
tu claridad magnifica y sonora.
Cordial y ajena desprendió la hora
su nueva vida, y fue desenfrenada
para brillar en todo derramada
y alejarse después, dulce y canora.
Hoy me oprime la fiel tristeza amarga
de pensarte, sentir que eres lejana,
y saber que la ausencia se hace larga.
Que no fue tuyo el gozo dispersado
de llegar a mi puerta en la mañana
para encontrarme solo y elevado.
IV
Muero sobre mi pecho descubierto
y bajo el presagio descendido
de no ser; hoy conozco que he vivido
extraño a todo; en ti y en mi soy muerto.
Quiero verme en mis ojos gris, incierto,
y me encuentro exaltado y sorprendido;
claro en el sobresalto del olvido
me encuentro fuerte, solo y descubierto.
Abro el polvo y penetro, voy desnudo
hacia mi propia fuerza; me desprendo
de cielo, y bosque, y agua, me sacudo
el aire de las manos. Hoy emprendo
los viajes anunciados, hoy acudo;
sé que voy a partir, y lo comprendo.
V
Lo mejor de mi mismo lo construye
mi deseo en ti. Ven poesía
y déjame contigo la alegría
y el color que tu mano distribuye.
Breve, mortal, mi sangre disminuye
Bajo tu clara imagen. Desvaría
mi mano sobre ti; hay poesía
que crece de mi boca y se destruye.
Muere ángel. Su cuerpo se hace obscuro
y se vuelve tierra florecida
para nacer después, sereno y duro.
Canto. Mi sangre viene amanecida,
toda mi voz su vuelve hacia el futuro,
y tengo en mi la llama de tu vida.
VI
Encierro así el anuncio de la rosa
que ha de llegar a mi con la flotante
sombra de tu color, nube constante
que el viento lleva leve y espaciosa.
Pasas tú, como el goce de la hermosa
juventud de la esbelta flor brillante
que surge y se deshace cada instante
para volver a ser la misma rosa.
Yo quisiera vivir el sentimiento
de ti, tu inmensidad, vivir tu aliento,
y el ciego amor de estar en tu belleza.
Vivir al alto corazón estable
que fuera en cada hora la indudable
presencia que rompiera mi certeza.
VII
Presentimiento inevitablemente
vuelto a mi pensamiento prisionero,
una palabra dice lo que espero
de lo que es tuyo luminosamente.
Quiero llevar mi voz hasta el ausente
límite de tu voz, y vivo y muero
y siempre junto a ti solo y primero
como la sombra inútil y presente.
Pájaro siempre vivo en mi voz sube
hasta los bordes claros de tu voz,
y siento lo que quise y lo que tuve.
Mi soledad y mi convencimiento
triste de no ser nada entre los dos
y presentir sin fin mi sufrimiento.
VIII
Ángel esbelto y frágil, resbalado
desde la luz del sueño que lo espera;
tangible poesía verdadera
de otro cielo en espigas nivelado.
Dame el cristal desnudo, iluminado,
para poder mirarte dentro y fuera;
déjame inagotable la primera
hora de canto, y vuelo ilimitado.
Eres próxima y dulce. Descubierta
en el súbito asombro de la puerta
que abre sus hojas claras en la sombra.
Intemporal reflejo de la vida,
déjame en ti la noche consumida
origen de la luz que nadie nombra.
IX
En un vuelo de imágenes, aliento
en principio de música. Hermosura
de lo nunca tocado por la altura
de mi mano que logra movimiento.
Tengo el silencio, y el amargo acento
de no decirte nada. La ternura
alcanzada del aire donde dura
el ruido de tu paso en un momento.
Tú regresas, como una suave muerte
adivinada a flor de soledad
para la fuerza mustia de no verte.
Eres altura móvil que florece
diferente y solar, la claridad
término del camino que amanece.
X
El suspiro de un ángel palidece
contra el último cielo del poema.
El suspiro como una diadema
que ciñe el horizonte y lo enriquece.
Si la luz que no fue desaparece,
queda la misma luz, igual problema,
y la viva presencia del poema
que se vierte en tinieblas. Atardece.
Muere el ángel: su canto, su invisible
música en la garganta que la entona,
y al encontrar el fin se hace posible.
El lirio del silencio, embellecido,
en sus callados muros aprisiona
para este sueño el último sonido.
Estos sonetos fueron tomados de la plaquette La muerte del ángel, publicación auspiciada por la SOCIEDAD CERVANTISTA DE MÉXICO con fecha del 15 de mayo de 1945, México.
Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923, en Córdoba, Veracruz. Estudió en la Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1934 y 1947 cursó la carrera de Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y obtuvo el doctorado en Letras Clásicas en 1971. Se inició como profesor de latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1960, hasta llegar a miembro de la Comisión de Planes de Estudio del Colegio de Letras Clásicas de la misma Facultad.
En la UNAM ocupó diversos puestos, desde jefe de redacción de la Dirección General de Información, hasta director del Instituto de Investigaciones Filológicas, así como también de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana a partir de 1970. En 1989 fue nombrado investigador emérito de la UNAM y, en 1992, Investigador Nacional Emérito. Tradujo numerosos textos clásicos grecolatinos, la mayoría de los cuales han sido publicados en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Además de sus notables traducciones del latín y del griego, escribió ocho obras de interpretación crítica relativas a la cosmogonía del mundo prehispánico con base en el estudio de su escultura. Sus creaciones Fuego de pobres (1961), As de oros (1980), Albur de amor (1987), De otro modo lo mismo (1979) son parte de su obra reunida, y El templo de su cuerpo (1992) lo consagró como uno de los poetas más altos en lengua española.
Desde 1963, Bonifaz Nuño fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, y de la Asociación Internacional de Hispanistas (1977), presidente de la Sociedad Alfonsina Internacional (1985), miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM y de la Academia Latinitati Fovendae de Roma. Recibió numerosas distinciones y reconocimientos por su obra: el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1974), la Orden del Mérito en el grado de Comendador (Italia, 1977), el Premio Jorge Cuesta (1985), el Premio Universidad Nacional (1990), el doctorado honoris causa por la Universidad Veracruzana (1992), la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes (1997), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000), el Premio de Poesía del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y la Medalla de Oro de Bellas Artes (2008), otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Tomó expresiones de la cultura popular para convertirlas en poesía, y la intensidad la interpretó de una manera limpia, sincera, sin caídas ni sentimentalismos. En El manto y la corona (1958), uno de los poemarios más importantes de la poesía mexicana, describe de una manera conmovedora todas las etapas del amor. En sus últimos libros ahondó en los sentimientos eróticos con gran refinamiento. Como historiador demostró la grandeza de nuestro pasado, en su forma de ser y de expresarse artísticamente y fue, además, el gran traductor de los clásicos griegos y latinos.
Rubén Bonifaz Nuño tomó posesión como integrante de El Colegio Nacional el 20 de julio de 1972. En su conferencia inaugural, La fundación de la ciudad, fue presentado por Miguel León-Portilla.
Rubén Bonifaz Nuño murió en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013.
Fuente biográfica y fotográfica: El Colegio Nacional.
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