Poemas de Rubén Bonifaz Nuño

La muerte del ángel

 

I

 

Si nace de tus manos, y es obscura

la angustia de sentirme atardecido;

si sueño, si por ti me es concedido

hacer eterna y fácil mi amargura;

 

si es evidente mi dolor, y es dura

tu voluntad de verme obscurecido

como el viento de noche sucedido

entre su arteria vegetal madura,

 

te puedo dar, como si fuera tarde,

una sola palabra, y retornar

a lo perfecto que en mis manos arde.

 

O dejarte llegar inesperada

hasta tu última voz, adelantar,

y hacerte nula ante sombra dada.

 

 

II

 

Flor inmóvil, perfecta, me alucina

en el aire de tu imagen liberada;

sigue el ritmo del poema; insospechada

en tu presencia rosa repentina.

 

En el umbral de corazón se afina

el sentimiento; todo está, y es nada

la música que dije limitada

y tu estancia en mis horas determina.

 

Como tú eras de nadie, te detuve,

y fue tu voz de cielo a cielo nube

donde cuerpo y amor son destruidos.

 

Retengo solamente luz vacía;

te amo y estoy en ti. Ven, poesía.

La soledad te busca en mis sentidos.

 

 

III

 

No sé nada, me agito, y de la aurora

baja hasta mi tu ausencia encadenada,

como en la noche descendió alumbrada

tu claridad magnifica y sonora.

 

Cordial y ajena desprendió la hora

su nueva vida, y fue desenfrenada

para brillar en todo derramada

y alejarse después, dulce y canora.

 

Hoy me oprime la fiel tristeza amarga

de pensarte, sentir que eres lejana,

y saber que la ausencia se hace larga.

 

Que no fue tuyo el gozo dispersado

de llegar a mi puerta en la mañana

para encontrarme solo y elevado.

 

 

IV

 

Muero sobre mi pecho descubierto

y bajo el presagio descendido

de no ser; hoy conozco que he vivido

extraño a todo; en ti y en mi soy muerto.

 

Quiero verme en mis ojos gris, incierto,

y me encuentro exaltado y sorprendido;

claro en el sobresalto del olvido

me encuentro fuerte, solo y descubierto.

 

Abro el polvo y penetro, voy desnudo

hacia mi propia fuerza; me desprendo

de cielo, y bosque, y agua, me sacudo

 

el aire de las manos. Hoy emprendo

los viajes anunciados, hoy acudo;

sé que voy a partir, y lo comprendo.

 

 

V

 

Lo mejor de mi mismo lo construye

mi deseo en ti. Ven poesía

y déjame contigo la alegría

y el color que tu mano distribuye.

 

Breve, mortal, mi sangre disminuye

Bajo tu clara imagen. Desvaría

mi mano sobre ti; hay poesía

que crece de mi boca y se destruye.

 

Muere ángel. Su cuerpo se hace obscuro

y se vuelve tierra florecida

para nacer después, sereno y duro.

 

Canto. Mi sangre viene amanecida,

toda mi voz su vuelve hacia el futuro,

y tengo en mi la llama de tu vida.

 

 

VI

 

Encierro así el anuncio de la rosa

que ha de llegar a mi con la flotante

sombra de tu color, nube constante

que el viento lleva leve y espaciosa.

 

Pasas tú, como el goce de la hermosa

juventud de la esbelta flor brillante

que surge y se deshace cada instante

para volver a ser la misma rosa.

 

Yo quisiera vivir el sentimiento

de ti, tu inmensidad, vivir tu aliento,

y el ciego amor de estar en tu belleza.

 

Vivir al alto corazón estable

que fuera en cada hora la indudable

presencia que rompiera mi certeza.

 

 

VII

 

Presentimiento inevitablemente

vuelto a mi pensamiento prisionero,

una palabra dice lo que espero

de lo que es tuyo luminosamente.

 

Quiero llevar mi voz hasta el ausente

límite de tu voz, y vivo y muero

y siempre junto a ti solo y primero

como la sombra inútil y presente.

 

Pájaro siempre vivo en mi voz sube

hasta los bordes claros de tu voz,

y siento lo que quise y lo que tuve.

 

Mi soledad y mi convencimiento

triste de no ser nada entre los dos

y presentir sin fin mi sufrimiento.

 

 

VIII

 

Ángel esbelto y frágil, resbalado

desde la luz del sueño que lo espera;

tangible poesía verdadera

de otro cielo en espigas nivelado.

 

Dame el cristal desnudo, iluminado,

para poder mirarte dentro y fuera;

déjame inagotable la primera

hora de canto, y vuelo ilimitado.

 

Eres próxima y dulce. Descubierta

en el súbito asombro de la puerta

que abre sus hojas claras en la sombra.

 

Intemporal reflejo de la vida,

déjame en ti la noche consumida

origen de la luz que nadie nombra.

 

 

IX

 

En un vuelo de imágenes, aliento

en principio de música. Hermosura

de lo nunca tocado por la altura

de mi mano que logra movimiento.

 

Tengo el silencio, y el amargo acento

de no decirte nada. La ternura

alcanzada del aire donde dura

el ruido de tu paso en un momento.

 

Tú regresas, como una suave muerte

adivinada a flor de soledad

para la fuerza mustia de no verte.

 

Eres altura móvil que florece

diferente y solar, la claridad

término del camino que amanece.

 

 

X

 

El suspiro de un ángel palidece

contra el último cielo del poema.

El suspiro como una diadema

que ciñe el horizonte y lo enriquece.

 

Si la luz que no fue desaparece,

queda la misma luz, igual problema,

y la viva presencia del poema

que se vierte en tinieblas. Atardece.

 

Muere el ángel: su canto, su invisible

música en la garganta que la entona,

y al encontrar el fin se hace posible.

 

El lirio del silencio, embellecido,

en sus callados muros aprisiona

para este sueño el último sonido.

 

 

 

Estos sonetos fueron tomados de la plaquette La muerte del ángel, publicación auspiciada por la SOCIEDAD CERVANTISTA DE MÉXICO con fecha del 15 de mayo de 1945, México. 

 

Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923, en Córdoba, Veracruz. Estudió en la Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1934 y 1947 cursó la carrera de Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y obtuvo el doctorado en Letras Clásicas en 1971. Se inició como profesor de latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1960, hasta llegar a miembro de la Comisión de Planes de Estudio del Colegio de Letras Clásicas de la misma Facultad.

 

En la UNAM ocupó diversos puestos, desde jefe de redacción de la Dirección General de Información, hasta director del Instituto de Investigaciones Filológicas, así como también de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana a partir de 1970. En 1989 fue nombrado investigador emérito de la UNAM y, en 1992, Investigador Nacional Emérito. Tradujo numerosos textos clásicos grecolatinos, la mayoría de los cuales han sido publicados en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Además de sus notables traducciones del latín y del griego, escribió ocho obras de interpretación crítica relativas a la cosmogonía del mundo prehispánico con base en el estudio de su escultura. Sus creaciones Fuego de pobres (1961)As de oros (1980)Albur de amor (1987)De otro modo lo mismo (1979) son parte de su obra reunida, y El templo de su cuerpo (1992) lo consagró como uno de los poetas más altos en lengua española.

 

Desde 1963, Bonifaz Nuño fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, y de la Asociación Internacional de Hispanistas (1977), presidente de la Sociedad Alfonsina Internacional (1985), miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM y de la Academia Latinitati Fovendae de Roma. Recibió numerosas distinciones y reconocimientos por su obra: el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1974), la Orden del Mérito en el grado de Comendador (Italia, 1977), el Premio Jorge Cuesta (1985), el Premio Universidad Nacional (1990), el doctorado honoris causa por la Universidad Veracruzana (1992), la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes (1997), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000), el Premio de Poesía del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y la Medalla de Oro de Bellas Artes (2008), otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

 

Tomó expresiones de la cultura popular para convertirlas en poesía, y la intensidad la interpretó de una manera limpia, sincera, sin caídas ni sentimentalismos. En El manto y la corona (1958), uno de los poemarios más importantes de la poesía mexicana, describe de una manera conmovedora todas las etapas del amor. En sus últimos libros ahondó en los sentimientos eróticos con gran refinamiento. Como historiador demostró la grandeza de nuestro pasado, en su forma de ser y de expresarse artísticamente y fue, además, el gran traductor de los clásicos griegos y latinos.

 

Rubén Bonifaz Nuño tomó posesión como integrante de El Colegio Nacional el 20 de julio de 1972. En su conferencia inaugural, La fundación de la ciudad, fue presentado por Miguel León-Portilla.

 

Rubén Bonifaz Nuño murió en la Ciudad de México el 31 de enero de 2013.

 

 

 

Fuente biográfica y fotográfica: El Colegio Nacional.

 

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