Leer la poesía, ensayo de Dante Maffia

 

 

 

Por una vez, déjenme ser un francotirador; el anárquico, el vagabundo que lee poesía y no sigue los cánones de los críticos, no cumple con las reglas sugeridas (casi siempre impuestas) que dan acceso al mundo cifrado de los versos.

 

¿Acaso necesitamos de un guía para disfrutar el sol o zambullirnos en el mar o hacer el amor o comer un plato de espagueti o escuchar el canto del ruiseñor? O sea, ¿de verdad ocupamos que alguien imponga su punto de vista, sus “razones” y su manera de ver y sentir? En esto se ha convertido leer la poesía, gracias sobretodo a la escuela, que tiende a descuidarla o a “explicarla” resumiéndola y reduciéndola a un cuentito.

 

Comprendo las necesidades escolásticas; la pretensión o ingenuidad, la inexperiencia (¿qué otra cosa puede ser?) de los maestros que se empeñan en “explicar” los versos reduciéndolos a una noticia, a un momento descriptivo, a una afirmación, y cosas por estilo, pero se trata de necesidades engañosas que colocan en el mismo nivel al discurso de un presentador de televisión, al comentario de un partido de futbol y al primer Canto del Infierno de Dante Alighieri. ¿No sería más oportuno y honesto –utilizo el término “honesto” en el sentido sabiano[1]– decirle a los jóvenes que la lean y la “vivan” o la descarten?

 

Me pregunto si es correcto que hayan notas, codicilos, anotaciones, incisos y apéndices, antes o después de todo poema escrito por alguien de Moscú, París, Nueva York, Praga o Roma. El ambiente, si se trata de poesía verdadera y universal, el lector lo vive aportando lo suyo, que en un sentido geográfico, nunca se vincula a lo que realmente produce el ambiente ofrecido. Evito usar el verbo “describir” porque la poesía, donde sea que se invente, donde sea que se escriba, y hable de lo que hable, siempre está por encima de lo “particular”. Lo “particular” tiene sentido si se habla de historia y política.

 

Esta premisa sirve para reiterar mi hostilidad hacia el acto de etiquetar la poesía, sobretodo para que no se convierta en una “noticia”, un cuento, una novela o, en lo que ahora está en boga, en una aburrida fotonovela.

 

He notado, sobre todo en los ambientes donde la edición cuenta, o sea en Milán[2], que para llegar a tener, al menos por una temporada, algo que decir, o ser el protagonista y el primero de la clase, los poetas se inventan una corriente propia, fundan una escuela, crean un poema de un adjetivo. Si ya hay demasiadas corrientes y escuelas, recurren a inventar su propio idioma, dándole trabajo a los catedráticos, filólogos, lingüistas, gramáticos y catalogadores, que en ello encuentran material para historizar. Porque lo importante es ser historizados, y no leídos y disfrutados, amados por los lectores. Además, los eventuales lectores de poesía son casi todos poetas o aspirantes a poetas, ¡les dejo imaginar! Pero qué burla, si el poeta logra de alguna manera ser editado por una editorial de las que cuentan; será considerado poeta sin importar que haya escrito bobadas, banalidades, o chistes sin gracia. Y se asignarán tesis de grado en las universidades para discutir cuánto cuenta una pausa, el desarrollo de un bostezo vocálico o consonántico, cuánto pesa, y que gran punto de inflexión, le ha dado a la poesía aquél del punto y aparte sin punto, aquél que tras el punto siguió con letra minúscula.

 

Lo que no debemos olvidar es que la poesía nace en cualquier idioma y aguanta las traducciones, incluso las más aproximadas, si es aquel coágulo milagroso de pensamiento, imagen, música, incendio, deslumbramiento y el aire sutil que inventa una nueva danza. Dante Alighieri ha sido transformado de muchísimas maneras, pero siempre encanta y deja su huella, incluso en las lenguas orientales y en los dialectos más pobres de Italia.

 

Invenciones colosales, cambios epocales que enriquecen a la poesía, dándole mayor potencia lírica y expresiva, etcétera, etcétera. Hasta un ciego se daría cuenta de la manipulación que se está produciendo, de aquellas intenciones que pretenden dar a creer que hasta los abortos de un crucigrama son poesía.

 

Yo he aprendido, gracias a la lectura asidua de los clásicos de todas las épocas y países, que la poesía es una cosa precisa, es decir, para sintetizar y darme a entender, es música, imagen, palabra, pensamiento, emoción, historia, sicología, sociología, política –en lo sentido aristotélico–; es la vida vivida con pasión, ímpetu, caídas, pérdidas y ganancias; es un mar tempestuoso, nubes que huyen, tensión, y una batalla furiosa por desenterrar al misterio del Tiempo, el Amor y la Muerte.

 

¿Quién es el que dijo que el poeta es una abeja de lo invisible? ¿Un realista supremo alimentado por la fantasía, la locura, las emociones que siempre oscilan? ¿Un león que cruza un gran fuego y sale ileso?

 

Sin embargo, la poesía non es una notita, un caramelo envuelto en un papel de colores. La poesía no sabe nadar en la superficie, no sabe quedarse en el lodazal de las artimañas, aún si están justificadas y avaladas por las etiquetas. Y aquél que ha decidido ser una figura aséptica de destilaciones paranoides y sin constructo, una postal ilustrada o un cuentito manierista, el día en que cierre los ojos, inexorablemente morirá, porque no deja “una herencia de afectos”, y no ha hecho nido en ningún corazón. En la poesía el corazón cuenta, no solo y empalagoso, sino sostenido por la cultura, la inteligencia y la famosa esencialidad, ese legado invulnerable que recibimos de los griegos.

 

¡Dante Alighieri stilnovista!

 

O sea, si fuera etiquetado como giorgianista, bablabista, mogavista, realnovista, u otros términos, la “Comedia” tomaría otro rostro, diría cosas distintas a las que dice; no sorprendería, no implicaría, no abriría la luz que se abre y se esparce renovando el sentido del ser.

 

Hay que acabar con estas ficciones, ¡y Pessoa nos lo enseña!, dejar de atrincherarse detrás de unas fórmulas. La poesía verdadera y grande no cabe en ninguna formula, que a lo sumo, puede ser indicativa desde un punto de vista del planteamiento, pero del impacto sobre la vida, del encuentro con la palabra que involucra y enciende caminos nuevos y siempre diferentes, caminos que son muy antiguos pero ofrecen aspectos inéditos a nuestro habitual y bendito devenir. Caminos seguros que transmiten las estaciones y su destrucción, el momento fugaz y su eternidad. Que estas expresiones no sean leídas como axiomas metafísicos, sino como las observaciones de campo de un fiel servidor del verso.

 

La poesía, aquella que tiene cuerpo escurridizo y alma hecha de campanadas que revelan los misterios y desenredan los nudos de lo imponderable, no finge; no sabe fingir, y utiliza la Palabra desnuda como un imán que atrae el espacio y el tiempo, y entrega el sentimiento del Absoluto, haciéndonos tocar el origen de la floración, del nacimiento en el que se refugian las posibilidades del ser, ansiosamente en busca de una forma.

 

Si esto no acontece, si la palabra sigue siendo un objeto árido que se realiza lógica y gélidamente, como un teorema matemático, no sentiremos en nosotros ni la muerte ni la vida ni la resurrección. “Semilla y destrucción” es un elegante y precioso ejercicio de acumulación cultural que el poeta, más bien el falso poeta, pone en juego bajo la ilusión de haber penetrado los pliegues del infinito, captando sus gritos y valencias, metas y síntesis, memoria y olvido. El binomio debería más bien ser “semilla y dispersión” o “semilla y floración”.

 

Hay hombres de cultura que han afirmado su existencia –precaria, temporal e inútil– como si fueran estrellas de música ligera, pero muy ligera, aunque sea sin la obviedad de la cancioncilla. Y sin embargo pasan por poetas, ¡y qué poetas! No hacen ningún daño, ni hacen derrumbar edificios ni apestan, y entonces ¡que sigan viviendo y creyendo en su misión!, en su grandeza; poetas convencidos que Homero era un burro sin cola y Dante Alighieri un aburrido caimán... A veces no son ni siquiera mistificadores, son solo unos figurantes cualquiera que se han alimentado de una erudición sumaria, de la que han adquirido vanidad y soberbia.

 

Lástima que no se hayan percatado de que la cancioncilla, la obviedad expresiva, la banalidad, lo dicho y requeté dicho, para existir ocupa la música y la voz de los cantores. Los letristas fueron hombres importantes para Verdi, Puccini, Rossini, y los grandes compositores; ellos sabían que no eran más que pedestales, y realizaban su trabajo como artesanos particulares, sin elevarse a creadores.

 

La poesía, en cambio, tiene su música, que es imprescindible en la palabra, en el verso, en la compacidad del dictado. Una mayor carga la echaría a perder y causaría el efecto que causan las comidas demasiado abundantes; estropearía la armonía, la relación y la densidad emocional que ocupa ligereza, libertad absoluta, y la verdad apartada de la retórica y los clichés. Por lo tanto, es un pecado mortal llamar poetas a cantautores, letristas y arreglistas, a todos aquellos que hacen un gesto bien hecho, pero del que no brota la levadura que ilumina al sentido con un sentido nuevo. Son caricias y no los tajos y heridas que iluminan el camino del hombre.

 

Llamar poetas a ciertos señores que saben gritar y solfear con amor y complacencia, es una blasfemia que crea confusión, imprecisión y vaguedad. Una vez me tomé la libertad de llamar arquitecto a un carpintero y se convirtió en mi enemigo para siempre. Por el contrario, sería suficiente una disculpa.

 

Volviendo a los cantantes, hay que tener en cuenta que tienen como objetivo rasguñar la superficie de los sentimientos y las emociones, para involucrar de inmediato al público. A los poetas, en cambio, les interesa trastornar e inyectar fuego en el alma para empujar a los lectores a salir de sus caparazones y vislumbrar finalmente el hilo del Conocimiento. Que no es siempre y solo alegría, a veces es un desafío a las sombras, a veces tierra que anhela a ser vida, para resucitar y asomarse a la Verdad.

 

Para empezar de nuevo inmediatamente. Porque la poesía es Conocimiento en devenir, un viaje que abre destellos hacia la Luz, sea del color que sea. Es tensión hacia la Plenitud.

 

 

 

 

 

Dante Maffia

 

 

 

Traducción de Zingonia Zingone

 



[1] A la manera de Umberto Saba (poeta italiano del siglo XX), quien habla de “poesía honesta” en oposición a la poesía rebuscada, y la define como una poesía que mira a la claridad interior y la sinceridad moral.

[2] La plaza literaria más importante de Italia es Milán.

 

 

 

 

Dante Maffia (17 de enero de 1946) es un poeta, novelista y ensayista Italiano. Nació en Calabria y vive en Roma. Ha escrito obras en italiano y en la lengua vernácula de Calabria traducidas a numerosos idiomas. Hizo su debut en 1974 con la publicación de la colección de versos, Il Leone non manggia L''Erba, con un prefacio de Aldo Palazzeschi. Sus pruebas poéticas posteriores le llevaron a la estima de grandes nombres, como Mario Luzi, Giorgio Caproni, Giacinto Spagnoletti, Natalia Ginzburg y Darío Bellezza (su amigo cercano). Durante mucho tiempo se dedicó a la investigación y la enseñanza en la Cátedra de literatura italiana del Prof. Luigi Reina, en la Universidad de Salerno. Fundó revistas literarias tan prestigiosas como "Il Policordo" , y dirigió "Polimnia" . Como crítico literario también colaboró con el periódico "Paese será" . Su obra más importante es la novela de Tommaso Campanella, 1996 Premio Stresa 1997, su última novela se titula El poeta y el carroñero, publicado por Mursia y prefacio de Walter Veltroni. Desde 2013 es presidente del Premio Vittoriano Esposito Di Celano (Aq). También preside otros concursos literarios, como el premio dedicado a Giosuè Carducci y titulado Dal Tirreno allo Ionio. En 2004 Carlo Azeglio Ciampi le otorgó la medalla de oro a la cultura de la presidencia de la República. El escritor fue nominado para el Premio Nobel de la región de Calabria.

 

El 10 de diciembre de 2010 en el Palazzo Chigi en Roma, Dante Maffia fue galardonado con el Premio Giacomo Matteotti de literatura italiana por Gianni Letta.

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone.

 

 

 

 

Zingonia Zingone (1971) es una poeta, narradora, licenciada en Economía, y traductora italiana que escribe en español, italiano, francés e inglés. Vive entre Italia y Costa Rica. Cuenta con poemarios editados en España, México, Costa Rica, Italia, India, Francia, Nicaragua y Colombia. Sus títulos más recientes son Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013), Petit Cahier du Grand Mirage (Éditions de la Margeride, 2016) y las tentaciones de la Luz (Anamá Ediciones, 2018). Entre sus trabajos de traducción destacan los más recientes poemarios de la nicaragüense Claribel Alegría: Voci (Samuele Editore, 2015), que se adjudicó el premio internacional Camaiore 2016, y Amore senza fine (Edizioni Fili d’Aquilone, 2018). Dirige la columna de poesía internacional en la revista italiana MINERVA.

 

 

 

 Poemarios editados en español:

 

 

 

Máscara del delirio, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2006.

 

 

 

CosmoAgonía, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2007.

 

 

 

Tana Katana, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2009.

 

 

 

Equilibrista del olvido, Editorial Germinal, Costa Rica 2012.

 

 

 

Los naufragios del desierto, Vaso Roto Ediciones, España, 2013.

 

 

 

las tentaciones de la Luz, Panamá, Nicaragua, 2018.

 

 

 

El canto de la Sulamita – Poesía Reunida, Uniediciones, Colombia, 2019.

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone

 

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