Apuntes sobre Breton por Jorge Cuesta

 

 

 

En el sueño encuentra Breton el modelo para la obra de arte. La imitación de la naturaleza la convierte el suprarrealismo en la imitación del sueño, y todavía un día descubre que la imaginación, para no distinguirse del sueño, solo necesita fluir con libertad, sin que ninguna presión exterior la modifique y a ninguna ambición deliberada alimente. ¿Pero quién la alimenta a su vez? ¿Quién alimenta el sueño? No es la realidad, no, sino la realidad fracasada. Pero si ella lo nutre no es para completarse o para corregirse con él. Es tiempo de advertir que lo que en el sueño se completa es el sueño mismo y que aquel acto fallido al final que se pretende que el sueño recompense y que en él se origina, no podrá ser, por eso mismo, sino el propio sueño fallido.  La rebeldía no se manifiesta en el sueño. El tropiezo en la realidad es lo que la constituye: fracasar es la rebeldía. El sueño es como la venganza de Dios.

 

Las equivocaciones orales, los tropiezos, los actos fallidos, entre los que considero el suicidio y toda clase de muerte accidental, tienen un sentido, como el sueño. En cada tropiezo hay voluntad de tropezar. Bienaventurados los que fracasan porque su fracaso es el triunfo de la voluntad que se rebela.

 

¿Qui suis-je?, se pregunta Breton en el comienzo de Nadja. Si alguien ha tenido para mí la consistencia y la insistencia de un fantasma es él. ¿Se da cuenta y es por eso que intenta disminuir cortésmente su presencia, casi alejarla, casi suprimirla? A nadie le conozco esta presencia física tan incisiva, tan feroz, que ningún disfraz, ningún disimulo puede ni gobernar, ni contener. Vi a Breton como haciéndose violencia a sí mismo siempre, para no dilatarse, para conservar proporción humana, cortés. Su esfuerzo sólo acentuaba para mí la constante amenaza de su extensión y de su desbordamiento. Por mi parte, es seguro que no podía ocultar la exasperada incomodidad en que me ponía, ni sofocar mi ansiedad cuando le atribuía a mi timidez y a mi torpeza para expresarme en el idioma que, resistiéndome, me obligaba a permanecer constantemente extranjero, lo que no me salvaba, por otra parte, de su cercanía brutal. El ismo hechizo me había encontrado, si bien menos distinto, en sus libros y sigo encontrando todavía, ahora sí con menos confusión. No puedo decir angustia.

 

Cada momento siento más inminente su opresión y más fatal mi incapacidad de evadirme. Confieso, es decir, no puedo ocultar que me trastorna. Quisiera bien descubrir la mistificación de que me hace víctima y salvarme; pero querría más entonces, ayudar yo mismo a la duración del engaño en que oscureciera. No tengo temor de escribirlo, pues bien sé que no es mi incredulidad ni mi candor lo que allí juego, que no es mi razón siquiera, sino un encantamiento que aun cuando pudiera medirlo penetrando en el pensamiento, en el propósito de Breton, y que él no intenta ni podría identificar, por lo demás, con él no lograría ni ridiculizarlo ni suspenderlo. No tengo pues, ese temor, o esa pretensión ahora que reúno los apuntes que mi libertad recoge. Pues no puedo ocultar también que la guardo, por la misma razón que la pierdo allí.  

 

El artificio, así puedo llamarlo, pienso reside en su desdén. Me seduce, me atrae este ademán que se desprecia en el mismo instante que se dibuja. Me seduce este acto que se cumple contra la voluntad que obedece y que lo desprecia hasta hacerlo parecer como un acto gratuito. Y me interesa seguir el progreso de esta fe oculta que no fatiga el peso (o la falta de peso) de este desdén en cuya atmósfera crece y se robustece cuando se cree que va a languidecer a enflaquecerse. Me apasiona esta lucha en donde la fatiga ajena, y él que finge propia por escrúpulo de honradez o no finge, sin adquiere solamente, le hace decir, (lo que no puede menos, como desafiándole, que exaltarme): “No observo menos que con habilidad la naturaleza trata de obtener de mí toda clase de devistements. Bajo la máscara del fastidio, de la duda, de la necesidad, trata de arrancarme un acto de renunciación a cambio del cual no hay favor que no me ofrezca. ´Autrefois, je ne sortais de chez moi qu´aprés avoir dit un adieu définitif á tout ce qui s´y étrait accumulé de souvenirs éclatants, á tout ce sentais pret á s ´y perpétuer de moi meme”.

 

Reconocerlo en esa frase me permite no atribuirle sus errores, lo que indudablemente me alivia, quiero decir, me entusiasma. Pero si considero que sus contradicciones, a él, a su vez, no lo contradicen, sería para mí ocioso correr tras ellas. No pretendo, sino espontáneamente me veo obligado a encontrar en el gesto que parece lo que divide y lo traiciona, la razón que lo mantiene inseparable de él. ¿Es posible contradecirse?, me hace preguntarme, y recordar a Freud que lo ayuda, y a mí también ciertamente, a no dudar que haya actos falsos sino cuando se esclavizan a una verdad supuesta, y que aun en ellos, la contradicción, el error que producen, es un error por la misma razón que pretenden traducir una insubstituible realidad. El suprarrealismo es la verdad, (la vocación) en Breton supuso, es la opinión que en sí mismo quiere perpetuar. Es una fortuna que no lo consiga, es una fortuna que se equivoque y se liberte. Él lo sabe bien, además “la sola palabra libertad es todo lo que exalta todavía”. Es inútil para él hacerse una teoría, o una denominación de lo que este sentimiento se sujete. Aun sin ella no lo pierde; aun a pesar de ella lo conserve. Es inútil también que fuera de él busque el impulso que lo sostenga a flote, o se olvide del propio que realmente lo apoya: a pesar suyo, si se quiere. No perdería yo si apostara que ese orgullo, o esa humildad, a que antes me refería, lo desafía y sí lo quiere.

 

Una disposición rebelde es la que se pide a toda hora, la que guarda en un perpetuo estado de desconfianza. Si se equivoca a veces, si se equivoca con frecuencia, no será porque su diestra de él, sino porque se empeña en conservarlo. La intención es más noble que la actitud, pues ésta guarece, teme y lo que arriesga disminuir con ella es la inocencia que con ella pretende defender. La honradez es un privilegio de la fuerza; la fuerza es lo único inocente que hay. Hay una riña en decir “una inocencia escrupulosa”. Decir “una honradez escrupulosa” me representa el menos inocente esfuerzo. Y cuando Breton, refiriéndose a los locos dice que “son gente de una honradez escrupulosa y cuya inocencia no tiene igual sino en la mía”, ya sospecho de él, aunque se me diga que no es una razón suficiente para sospechar de él, de que se haya valido de un lugar común, para mí, valerse de un lugar común, sin renovarlo y aquí Breton no acentúa ciertamente palabra “escrupulosa”, en consentir su debilidad, con su temor. Y en ese descuido, solamente advierto la falta de inocencia de Breton, la interrupción de su inocencia, si así puedo decirlo.

 

Véase como describe la historia de su rebeldía: “A la imaginación que no admite límites, ya no se le permite más ejercerse según las leyes de una utilidad arbitraria; es incapaz de asumir durante mucho tiempo este papel inferior y, alrededor de los veinte años, prefiere, en general, abandonar al hombre a un destino sin luz”… “No representará, de lo que le sucede o puede sucederle, sino aquello que refiere este acontecimiento a una multitud de acontecimientos semejantes, acontecimientos en los cuales no ha tomado parte, acontecimientos fallidos. Qué digo, lo juzgará con relación de uno de esos acontecimientos más merecedor de confianza en sus consecuencias que los otros. No veré allí, bajo ningún pretexto, su salud”… “Querida imaginación, lo que amo en ti sobre todo es que tú me perdonas”.

 

 

 

1938

 

 

 

André Breton (1896-1966), nació un 18 de febrero. Fue movilizado a la gran guerra en 1915. Fundo al lado de Soupault y Aragón la revista Literature (1919). Después de participar en las filas dadaístas y conocer a Freud, asume la dirección de Literature e inicia sus investigaciones acerca del automatismo síquico. Es considerado el padre del surrealismo. Hacia 1935 rompe con el partido comunista. En 1938 viaja a México y se relaciona con Trotski y Diego Rivera con quienes funda la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente. Promueve los manifiestos surrealistas en Estados Unidos a través de la revista VVV. En 1946 vuelve a París y continúa su elaboración del surrealismo a la vez que su concepción política se solidifica. En 1952 funda El surrealismo mismo, una revista más. Murió un 28 de septiembre en París.

 

Principales obras poéticas: Monte de Piedad (1913), El aire del agua (1930), La unión libre (1930), Oda a Charles Fourier (1947). 

 

 

 

Fuente: Los grandes poemas del siglo XX, publicado por Promexa, México, en 1979.

 

Fotografía de Man Ray.

 

 

 

 

Jorge Cuesta. Nació en Córdoba, Veracruz, el 21 de septiembre de 1903; muere en la Ciudad de México, el 13 de agosto de 1942. Ensayista y poeta. Estudió en la Escuela de Ciencias Químicas en la Ciudad de México. Fundó Examen. Fue la “conciencia crítica” de la generación de los Contemporáneos. Sus obras fueron recopiladas por editorial Ediciones del Equilibrista en 1994. Colaboró en Alcancía, Antena, Contemporáneos, El Universal, Escala, Letras de México, Taller Ulises.

 

 

 

Fuente de semblanza: Enciclopedia de Literatura en México.

 

Fuente fotográfica: INBAL.

 

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