Ensayo sobre Ramón López Velarde por Xavier villaurrutia

 

 

Después de la publicación de un estudio, “La poesía de Ramón López Velarde” en mi libro Textos y pretextos, y al frente de tres ediciones de Poesías escogidas, me había propuesto no escribir más sobre la poesía de Ramón López Velarde. Quería dejar a los lectores el placer de nuevos, sorprendentes descubrimientos, y a los críticos el orgullo de compartirlo con el público. Pero ciertas incomprensiones recientes y una mezquina tendencia a volver a considerar al autor de Zozobra como un simple poeta provinciano, cuando no como un provinciano simple, y a reducirlo a una dimensión que, a mi parecer, debió haber quedado para siempre fuera de toda crítica seria, me invitan a volver a detenerme, un instante siquiera, a escoger un aspecto, un solo aspecto más de su obra, a fin de destacar otra de las numerosas aristas de su espíritu.

 

En el segundo poema de La sangre devota, en cuatro versos encerrados en la cárcel de los paréntesis, y en un a modo de sincero e ingenuo “aparte”, Ramón López Velarde hace una declaración, una confesión, distinguiendo dos épocas de su vida:

 

(En abono de mi sinceridad
séame permitido un alegato:
entonces era yo seminarista
sin Baudelaire, sin rima y sin olfato.)

 

En el último verso y, más concretamente, al detenerse en la palabra “olfato”, un comentarista de López Velarde ha creído pertinente no reconocer a esta palabra su pleno significado: “Olfato, uno de los sentidos”, sino, caprichosamente, y quitándole, porque sí, el sentido, reducirla a un sinónimo de “malicia”. Me parece que la falta de malicia, de olfato, de “sagacidad para descubrir o entender lo que está disimulado o encubierto”, está, en este caso, en quien no parece haber aspirado, respirado, olido los perfumes, fragancias, olores y hálitos –como el propio poeta se complace en llamarlos- que con una gran frecuencia se desprenden –emanan, me atrevería a decir- de los poemas de López Velarde.

En el poema ya mencionado, en la estrofa anterior a la que he citado, aparece la primera expresión de una sensación olfativa en la poesía del autor de La sangre devota:

 

Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.

 

Y en el mismo poema e inmediatamente después, confirmando el ejercicio del refinado sentido del olfato, Ramón López Velarde interroga:

 

¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo
de maleza y de nieve,
en cuya seda me adormí, aspirando
la quintaesencia de tu espalda leve?

 

De aquí en adelante, y una vez que López Velarde ha expresado que se anega y adormece en los olores –como Baudelaire lo hacía muy personalmente en los sonidos- como en un golfo intenso, las expresiones en que el sentido del olfato se muestra alerta y despierto, así sea para embriagar, son numerosas y significativas.

Las sensaciones olfativas del autor de Zozobra se refieren sobre todo a la mujer y a la tierra. El poeta confiesa su bienestar en la cercanía de los hombros y al aspirar la fragancia de los brazos de una mujer:

 

Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos…

 

En “A la gracia primitiva de las aldeanas” la mujer y la tierra se funden cuando compara a las muchachas de provincia:

 

… jarras cuyas paredes olorosas
dan al agua frescura campesina…

Y el poeta mismo, en el poema “Tierra mojada”, que es toda una emanación fragante, reconoce estar hecho de barro, justamente por el olor que se desprende de la tierra:

Tierra mojada de las tardes líquidas…
(…)
Tierra mojada de las tardes olfativas…
(…)
Tierra mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro…

 

Otras veces, las sensaciones olfativas se mezclan naturalmente con las sensaciones del gusto, del sabor:

 

… el denso
vapor estimulante de la sopa…

… absorto en el perfume de hogareños panqués…

… porque oléis al opíparo destino
y al exaltado fuero
de los calabazates…

Las arcas se conservan olorosas
a las frutas guardadas…

Gemirán las cocinas en que antes
las Mireyas criollas fueron una
bandeja de pozuelos humeantes.
(…)
Morir al fuego, si olían tan bien…

 

Expresiones a las que hay que añadir la que ha quedado grabada en la memoria de los devotos de Ramón López Velarde:

 

… en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.

La mujer emana en los poemas de López Velarde

… un perfume amistoso en el umbral del alma…

 

o bien, en poética correspondencia con otros sentidos, el oído o el gusto:

 

… la cadencia balsámica
que eres tú misma, incienso y voz de armónium…

… y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta
del Corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.

Las pobres desterradas
de Morelia y Toluca, de Durango y San Luis,
aroman la Metrópoli como granos de anís.

 

Y en el poema “En las tinieblas húmedas”, al sentir frente a una mujer la simultánea ambivalente reacción de una pena y un goce:

 

… trasciendes a candor como un lino
recién lavado, y hueles, como él, a cosa casta…

 

La dualidad espiritual del autor de Zozobra, la oscilación de su espíritu en un compás binario, se expresa también con relación a sus sensaciones olfativas:

 

… y mi balanza
vuelva rauda con el beleño
de las esencias del rosal…

… cual un aroma dúplice, tu ternura naciente
y tu catolicismo milenario…

 

Y su pasión amorosa, relacionada con la pasión de Cristo lo hace decir:

 

La corona de espinas,
llevándola por ti, en suave rosa
que perfuma la frente del Amado.

 

Y aún pide a Fuensanta que, para perfumarlo, pise su corazón:

 

Y así te imploro, Fuensanta, que mi corazón camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña…

 

El aliento de una mujer es, para Ramón López Velarde, una respiración azul:

 

… y si tirito dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso…

 

mientras que un hábito verde es para él una “respiración de dragón”. La tierra es “olorosa” o “aromosa”; y los lirios y los significativos azahares, junto con las rosas y las violetas “misántropas” o “pudibundas” exhalan sus particulares fragancias en sus poemas, en los que del mismo Valle de México se desprende un olor:

 

… y el altar que huele a lirios…

Esparcirán sus olores
las pudibundas violetas…

… la alternada queja
de las palomas, y el olor del valle.

Me deleita de lejos la fragancia
que de noche se exhala de tus tiestos…

Esta manera de esparcir su aroma
de azahar silencioso en mi tiniebla…
(…)
cuyas rosas adultas embalsaman
la cabecera de un convaleciente…

… aspirar los naranjos
de elección, que florecen
en tu atrio, con una
nieve nupcial…

… como el olor que da tu mejor flor.

… que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.

… al azahar que embriaga…

 

Expresiones de sensaciones olfativas que culminan en un dístico que hace pensar –una vez más- en ciertas expresiones de Baudelaire:

 

En su cráneo vacío y aromático
trae la esencia de un eterno viático.

 

“Acólito del alcanfor”, Ramón López Velarde, cuya niñez está, según confesión propia, “toda olorosa a sacristía”, en uno de sus más bellos poemas, “Humildemente”, al paso del Santísimo, siente que todos los sentidos pierden su eficacia para dejar que el del olfato goce la perfumada presencia:

 

Te conozco, Señor,
aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas
me quedo sordomudo,
paralítico y ciego,
por gozar tu balsámica presencia.

 

No pretendo haber recogido todas las expresiones poéticas de sensaciones relativas al olfato en la poesía de López Velarde. Aún he guardado algunas de mis anotaciones y no me he referido a las que es fácil encontrar en su prosa. Tampoco afirmo que las sensaciones olfativas sean las únicas, ni siquiera las dominantes en su obra poética, pero sí me parecen significativas.

Con los sentidos abiertos, el poeta logra asir, aprehender lo que, para el que no tiene el don de la poesía, es inasible, y descubrir lo encubierto y sacar a la luz lo oculto. Con el ejercicio refinado del refinado sentido del olfato, Ramón López Velarde nos hace, a través de sus expresiones poéticas, aspirar, respirar, oler perfumes y fragancias que de otro modo pasarían inadvertidos.

 

 

 

El presente ensayo fue tomado de la revista México en el arte, número 7, primavera de 1949.

Xavier Villaurrutia. Nació en la Ciudad de México, el 27 de marzo de 1903; murió el 25 de diciembre de 1950. Poeta, ensayista, narrador y dramaturgo. Estudió Teatro en la Universidad de Yale, becado por la Fundación Rockefeller. Fue cofundador del grupo teatral Ulises; profesor de la UNAM; jefe de sección de teatro del Departamento de Bellas Artes; director, con Salvador Novo, de Ulises. Miembro del grupo de los Contemporáneos. Tradujo a Andre Gidé, William Blake, Anton Chéjov, Jules Romains y Lenormand. Guionista coautor de Vámonos con Pancho Villa, Cinco fueron escogidos, La mujer de todos. Autor de los guiones El espectro de la novia, La mujer sin cabeza, Distinto amanecer, La mujer legítima. Colaboró en Contemporáneos, El Hijo Pródigo, Examen y Letras de México. Premio del Concurso de las Fiestas de Primavera, 1948, por Canto a la primavera y otros poemas. En 2009 el INBA adquirió parte de su archivo personal, el cual está disponible para consulta.

 

 

Fuente: Enciclopedia de la literatura en México

 

Fotografía: INBAL

Ramón López Velarde (1888-1921): Poeta mexicano. Nacido en Jerez (Zacatecas), en 1911 recibió el título de abogado y formó parte de los primeros gobiernos de la Revolución Mexicana. Con José Juan Tablada participó en la transición del modernismo a la poesía moderna. En 1916 publicó su primer libro de poesía con el título La sangre devota y en 1919 apareció el segundo, Zozobra. Su poesía, vista en un principio como recuperación de los temas de provincia, es la invención de imágenes y situaciones aparentemente vernáculas que en realidad presentan un desplazamiento moral insondable, resultado del uso exacto de las adjetivaciones. Lo que a primera vista parece inocente es en realidad profundamente inquietante y desestabilizador. Abrió el camino para los poetas del grupo Contemporáneos. Después de su muerte prematura se publicaron las prosas de El minutero (1923) y los poemas El son del corazón (1932). Posteriormente aparecieron los poemas El león y la virgen (1945), los ensayos El don de febrero y otras prosas (1952) y su Prosa política (1953). Sus Obras completas se publicaron en 1971. Murió en la ciudad de México.

 

Semblanza tomada de la página web El poder de la palabra

 

Fotografía: Periódico Corre la voz 

Escribir comentario

Comentarios: 0