
Poesía de viajes
Ein Karem
Olivos siempre. En una hora de horizonte bruñido en otros de altar.
Los muros fortalecen el corazón que oprime el tiempo.
Y la brisa, en cambiantes metales de fronda. Verde y plata.
Las colinas pétreas se coronan de alcachofas.
En nuestra contemplación maduran las ciruelas.
Es un color de crepúsculo donde un profeta medita envuelto
en reluciente traje de nube que entra en la noche.
Los niños cantan en medio de las ovejas, en Ein Karem -manantial de la viña-, donde nació San Juan Bautista para vestir una piel de camello entre las rocas.
Hora interior, bocanada de amapolas.
Amapolas, alegría del tiempo, paciencia de Dios. Joyas.
Amapolas. Debajo de los olivos, prolongan el día en color especial del alma.
Y aún más olivos, dispersos en añoranzas.
Ein Karem recibe una luz, como un cuadro de Fra Angélico, entre cipreses oscuros.
Araña
Jerusalén, has abatido mi corazón
en el fondo de la historia
ferruginosa de tus montes.
(Oigo a Job elevar el llanto de los pinos
húmedos en ráfagas invernales
que sostienen el vuelo de los cuervos
en la lumbre nubosa de esos crepúsculos
envejecidos de resplandores
y soledades rupestres).
Jerusalén, llueve en el tiempo de tus muros.
Aquí contemplo,
y en la contemplación,
que ahonda en un rincón de mi casa,
una araña crea un gran astro
con la paciencia del tiempo.
Mar de Famagusta
El castillo de Otelo
sostiene su fuerza pétrea
junto al mar.
Pasan los veleros
no lejos de los leones alados.
En la fortaleza
hay oscuridad, salones,
cocinas, cárceles,
lamentos de huesos y alacranes.
Más allá de las murallas,
Famagusta
ve el horizonte,
distante ya de sus antiguas banderas,
y mi mujer y yo,
frente al mar,
no creamos
ni destruimos
ninguna tragedia,
frente al mar.
Rememoraciones
A orillas del Nilo
los estudiantes hablan de Geografía
al paso de los buques y nombres mitológicos
que un sol ardiente de palmeras
enrojece en un milenario atardecer.
Comparan su río con el Orinoco,
en cuyas márgenes se elevarán ciudades
de arquitectura y colores interplanetarios
en el ornamento de lujuriosas plantas del trópico.
Rememoran a Simbad el Marino
que tenía una estrella para cada aventura
y reconocía las islas por su música.
Entonces los estudiantes cantan
acompañados de instrumentos de cuerda
y flautas pastoriles,
a manera de nómadas del desierto,
mientras Cleopatra pasa en un navío
de velas anaranjadas
a la puesta del sol.
Cuentas de insomnio
Yo perdí la cuenta de las jirafas
que muerden ramas de la Torre Eiffel,
del río de los balcones
y rostros de mujeres
asomadas a pequeñas ventanas
como cuadros en paredes donde anidan golondrinas.
Yo perdí la cuenta de mis ojos dispersos
en duraznos, rábanos, sandías abiertas
y mujeres de bellos muslos
desnudas junto al río.
Yo perdí la cuenta de las barcas
donde me he acostado
a ver pasar los árboles de la orilla
como lentas nubes.
La cuenta de los paraguas
y de las sombrillas multicolores
bajo la lluvia de meses de noviembre
color castaño.
Hay que perder la cuenta
para comenzar a contar de nuevo
las aves migratorias
que vuelan hacia el sur
bajo oscuras nubes de horizontes lacustres.
Flores
Pesa mi soledad
en las flores del cuadro.
Violenta materia de los sentidos
en los colores.
Hondo viaje de los ojos
entre los tallos
inmóviles en el vaso azul claro.
La soledad permanece,
ahí, en una pastosa abstracción.
Reunión con mis amigos muertos
En mi alma se refugian mis amigos muertos,
como en una vieja casa con dibujos sepia.
Los bosques suenan la tristeza de sus sirenas
en la niebla del invierno nórdico
sostenido en un movimiento de aves acuáticas.
Comienzo a convocarme a lo largo de mis días
y termino envuelto en una bufanda oscura,
entre la lámpara y el espejo,
entre el invierno y la soledad
que grita en la pesadumbre como una foca.
Y mi rostro se enmarca en su penumbra de museo,
junto al retrato de mi abuelo
de barba blanca y chaleco con leontina.
Su mirada se mueve lentamente
hacia mis viajes interplanetarios.
En mi alma hay viejas sillas
donde se sientan mis amigos muertos,
hay cortinas rotas de belleza,
botellas de alcohol con barcos en miniatura,
libros de Zelma Lagerloff.
Están allí en silencio,
igual a otros retratos profundos de nostalgia,
Andrés Eloy Blanco, Luis Fernando Álvarez,
Julián Padrón, Jacinto Fombona Pachano,
Ángel Miguel Queremel, Pepe Napolitano,
Raúl Oyarzábal, Gonzalo Carnevali.
Mi alma suena como un coro
frente a sus abedules y gaviotas.
Y llega Mariano Picón Salas
con la mirada distante
hacia las sirenas de los buques,
y le digo: Mariano, sentémonos a ver caer la nieve
allá por la memoria.
Y todos juntos, como retratos,
presidimos el silencio de la nieve.
La nada
¿Qué digo de la nada?
¿Existe, acaso, si veo?
Colores, formas, movimiento,
en la tierra y en los cielos.
Voy a morir,
con mis ojos.
Serán muerte, aire de sombra,
cuando entonces bata el mar
en azules escolleras,
llevando por el viento
sus aves de blancura,
en el tiempo de mi muerte,
en la vida
de los que vivirán
con un ayer, en un hoy, hacia el futuro,
viendo una bella mujer
que se desnuda
en la intemperie
de la mirada del hombre,
viendo caer la lluvia
sobre las mismas casas,
viendo otra vez la nada,
que no es la nada
en los ojos de los niños
y en los caracoles
que el mar deja en las playas.
Estos poemas forman parte del libro Poesía de viajes, publicado por Monte Ávila Editores, segunda edición (1972), Caracas, Venezuela.

Vicente Gerbasi. Nace en 1913, en Venezuela, en el pueblo Canoabo, ubicado en la parte occidental del estado Carabobo, y muere en 1992. Cierta circunstancia personal resulta clave en su trayectoria poética: sus padres italianos, emigrantes de la Europa de comienzos de siglo XX por razones económicas se asentaron definitivamente en Venezuela, como lo describe su poema Mi padre, el inmigrante. Además del testimonio que nos deja Hernández D’ Jesús (revista Poesía, No 62-63,1984) en el que Gerbasi comenta que el artista debe expresarse a tono con su tiempo, por ser éste producto de su época. Precisamente, “nuestro tiempo”, según él explica, comienza para sus contemporáneos con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Cuando en 1923 el joven Gerbasi viaja a Italia para estudiar, Europa empezaba a cambiar con la crisis de carácter internacional de la posguerra. Comenzaba a desarrollarse el nazismo y el fascismo, ideologías que se opusieron a principios del siglo XX al surgimiento también de otra, el comunismo.
Fuente biográfica: El Perro y la Rana
Fuente fotográfica: Alchetron
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