Poesía de Harold Alva

RÉQUIEM POR NUESTROS PADRES

 

 

 

Nos une la muerte de nuestros padres,

 

el hábito de las mañanas en el viejo hospital

 

donde aprendieron a despintar sus soledades.

 

 

 

Yo tenía treinta años cuando entendí

 

que los inmortales tienen tumbas

 

y, aunque no vivió el horror de la pandemia,

 

Papá sabía que el horizonte preparaba

 

un veneno, una venganza.

 

 

 

Lo escribió cuando lo abandonó la voz,

 

por eso gritaba con sus manos,

 

ya no cantaba, la música se redujo

 

a la percusión de un reloj,

 

a la cuenta regresiva de la fiesta.

 

 

 

Nos une la indolencia de las puertas,

 

la historia inacabada de la esfinge,

 

la singularidad de aquellos animales

 

que intuyen cómo sucede el tiempo,

 

la muerte del día en sus pelajes.

 

 

 

Los árboles caen sobre la hierba,

 

se agitan con el agua,

 

rechazan el tacto de las tormentas

 

porque quién sino sus ramas

 

para el acopio natural de la hojarasca.

 

 

 

Nos une la ausencia de nuestros padres,

 

sus tierras al otro lado de la cordillera,

 

los nombres que heredamos

 

y esta ciudad como el antiguo cementerio

 

a donde vienen a morir los elefantes.

 

 

 

 

 

CEREMONIA FINAL

 

 

 

Escribo tu voz en esta biblioteca,

 

sobre la luna de un teclado

 

en cuyos cráteres baila

 

un temporal de espasmos,

 

la incertidumbre de un hombre

 

que ha perdido

 

la cumbre más alta

 

de todos sus lenguajes.

 

 

 

Aquí

 

no hay estaciones

 

que rompan

 

el orden

 

de nuestros calendarios,

 

pero hay sol tocándome

 

la sangre,

 

hay lluvia

 

tocándome las lágrimas.

 

 

 

 

 

LA RUTA DEL FRÍO

 

 

 

¿Conoces la ruta del frío?

 

 

 

Leí algo sobre sus alamedas,

 

sobre la forma cómo seduce en la nieve;

 

leí que tiene la voz ultramontana,

 

el timbre de un alce que afila con el hielo,

 

por eso el águila la escucha

 

como quien planea otra pirueta,

 

un vuelo en círculos que evoca

 

las marcas del último zarpazo.

 

 

 

¿Conoces la ruta del frío?

 

 

 

Sé que habita entre los dientes

 

de la mujer que vuelve a Leonard Cohen

 

y, como él, también inventa un animal,

 

ese silencio donde me oculto

 

con la puesta del sol y la garúa.

 

 

 

Conozco la fragilidad del frío,

 

conozco la calle donde detiene sus manos:

 

la estela que lo atrapa

 

sutilmente

 

en los tejados.

 

 

 

 

 

PLAZA GARIBALDI

 

 

 

Busqué la voz de mi padre en Plaza Garibaldi,

 

crecí imaginándolo cantar en su pérgola,

 

el sombrero como quien torea al tiempo

 

agitándolo con la mano izquierda,

 

los comensales de San Camilito

 

detenían sus mandíbulas para dejarse arrobar

 

por sus falsetes: por el águila que soltaba,

 

por la bestia que domaba en su garganta;

 

busqué el fuego de mi padre en Plaza Garibaldi,

 

fui armado con el escapulario donde guardo

 

la lumbre de todas sus canciones,

 

y me detuve allí cuando cruzaron

 

las sombras de Infante y de Negrete,

 

sus fantasmas en perpetua competencia,

 

sus coplas deteniéndose con picardía

 

en la incrédula reacción de una guitarra;

 

fue como si todos los transeúntes

 

de Lázaro Cárdenas, Guerrero

 

y el barrio de Tepito,

 

se pusieran de acuerdo para cantar

 

los temas que mi padre interpretaba;

 

yo fui por la voz de mi padre a Plaza Garibaldi,

 

quería verlo allí, quería escucharlo

 

en impecable dueto con Antonio Aguilar

 

o Miguel Aceves Mejía, pero Plaza Garibaldi

 

era un sueño en la memoria de mi padre,

 

por eso se marcharon los fantasmas,

 

los comensales de San Camilito,

 

los transeúntes de La Lagunilla y de Tepito;

 

la noche no es para reconstruir canciones:

 

en la pérgola de Plaza Garibaldi

 

un niño aún busca a su papá

 

disfrazado de mariachi.

 

 

 

 

 

TREN DE ATERRIZAJE

 

 

 

Escribo un libro sobre los aeropuertos

 

que han despegado en mis poemas,

 

en sus páginas hay puertas de abordaje,

 

salas donde levitan emociones,

 

controles migratorios

 

exigiéndole a mis palabras

 

la visa de sus imprecaciones.

 

 

 

Escribo sobre el árbol que crece

 

como quien inventa un jardín,

 

un almácigo en el tren de aterrizaje,

 

la voz del capitán

 

con la seguridad de quien conoce

 

el idioma de las turbulencias,

 

el asombro de un halcón

 

que espanta las palomas.

 

 

 

Un aeropuerto es una ciudad,

 

la lumbre de sus calles,

 

el sueño de quienes sobreviven

 

al incendio de sus soledades,

 

es un hombre que apunta en su libreta

 

a la mujer que captura los aviones.

 

 

 

La vida es eso: disfrutar el vuelo;

 

escribo un libro para no perder el viaje.

 

 

HAROLD ALVA.  Piura, Perú. Abril de 1978.  Escritor, editor y promotor cultural. Director de Editorial Summa. Preside la organización del Festival Internacional Primavera Poética y la Fundación Iberoamericana para las Artes. Es autor de los libros: “Spleen” (2025), “Ejercicios de escritura” (2024), “Ceremonia” (2023), “Tocado por la lluvia” (2022), de las antologías poéticas “El libro de los cuervos” (Plural, Bolivia, 2025), “Hábitos de caza” (Círculo de Poesía, México, 2025), “Monologo del sopravvissuto” (Di Felice Edizioni, Italia, 2024, traducción de Emilio Coco), “A tiempo completo” (Universidad Juárez Autónoma de Tabasco), México, 2024) y “La épica del desastre” (Valparaíso Ediciones, España, 2020). Fue Director Cultural de la Cámara Peruana del Libro. Ha participado como expositor en diversas ferias de libros y festivales de poesía en Estados Unidos, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, España, Grecia, Italia y Portugal. En 2021, el Ayuntamiento de Salamanca (España) lo declaró Huésped Distinguido. Es miembro del Consejo Internacional de la Fundación Vicente Huidobro (Chile), de la revista Códice (EEUU) y de El Golem, Revista Literaria.  

 

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Harold Alva 

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