Poesía de Lizette Espinosa

Un cortejo de luz hacia el poniente

 

 

 

Los recuerdos son las cosas

 

que ya no quieres recordar.

 

Joan Didion

 

 

 

Salió por fin la vida de su cuerpo,

 

depuestas ya las armas, los instintos,

 

digna ante nuestros ojos,

 

revestida de un brío inexistente.

 

 

 

Salió como si ayer, como si nunca

 

hubiese estado allí.

 

 

 

Quedaron en la estancia barricadas,

 

ruegos que de antiguos corroen la razón.

 

 

 

¿Quién limpia de los espejos aquel rostro,

 

la estela que dejara el gesto último,

 

la voz saltando aún entre las ramas,

 

como un ave extraviada, confundida,

 

recién salida de su jaula?

 

 

 

 

 

Una casa vacía

 

 

 

Agua enlutada

 

anegando la casa que de deja,

 

con sus viejos desagües

 

sus espectros vivientes

 

y la palabra prole

 

                    ahogándose

 

                                   sabiéndose

 

camino a la molicie.

 

 

 

 

 

Tierra Santa

 

 

 

Es la noche en el sueño, yo me hundo

 

aferrada al cansancio de los otros,

 

a mi propio cansancio.

 

 

 

Veo a mi madre alejarse,

 

una isla y su nombre encima de las olas.

 

 

 

La corriente me arrastra tan hondo como puede,

 

tan lejos como sabe

 

de la rotura a la que pertenezco.

 

 

 

Un golpe seco, un giro

 

buscando a ciegas el árbol mutilado,

 

la tierra en lontananza.

 

 

 

Una isla, una madre que dispara a matar.

 

 

 

 

 

Herencia

 

 

 

Sembramos poco en la niñez,

 

acaso recogimos residuos ancestrales,

 

esa extrañeza al otro y su necesidad.

 

 

 

Hijos que perpetuaron el temor de los padres

 

atados al robusto alambrado de una casta

 

para no traicionar

 

aquella antigua fidelidad a la tristeza.

 

 

 

¿Qué vino es este que bebemos a solas

 

y llena nuestra boca de un llanto silencioso?

 

 

 

Destilar gota a gota su amargura,

 

hallar el frágil huesecillo de la estirpe

 

y no saber quebrarlo.

 

 

 

 

 

Diana cazadora

 

 

 

No hay otro aquí

 

en este plato vacío sino yo

 

devorando mis ojos y los tuyos.

 

Blanca Varela

 

 

 

Ella sabe del hambre y la ciudad,

 

del cuchillo que brilla en su pecho como un astro,

 

sabe de junglas y eternas cacerías.

 

 

 

Ella lame a los hijos,

 

pone en sus bocas la propia inanición

 

y tensa el arco de las fabulaciones,

 

volcada ya la cesta,

 

los peces de la angustia sobre el hielo.

 

 

 

Como le han enseñado, como ya ha visto hacer.

 

 

 

Ella entiende de trampas, de dulces dentelladas,

 

acecha junto al fuego como un lobo.  

 

 

 

 

 

Delirio

 

 

 

Escucho grises, densas voces

 

en el antiguo lugar del corazón.

 

Alejandra Pizarnick

 

 

 

El que no se sostiene por sí mismo

 

sino por sus visiones

 

camina dulcemente entre nosotros,

 

escondiendo palabras que lo devuelven a la fragilidad.

 

 

 

El que va por la casa despertando las ánimas

 

y es a su vez aquella que a sí misma persigue

 

trae consigo las llaves de lo oculto,

 

lugar donde muertos y vivos confabulan

 

en pos de la clemencia.

 

 

 

El que ocupa la silla del padre en nuestra mesa

 

y sostiene en su mano el cetro y la melancolía

 

nos devuelve al asombro

 

con el estruendo de lo recién perdido.

 

 

 

 

 

Estos poemas forman parte del libro Como quien nada teme, (Editorial Summa, Perú, 2023)

 

 

 

 

 

Arte poética

 

 

 

El corazón como una fruta

 

prohibida, fermentada.

 

 

 

El corazón en una báscula,

 

pesado por un ángel

 

 

 

de mano en mano

 

como una convicción

 

o una herramienta.

 

 

 

El corazón como una casa

 

donde entra y sale la penumbra

 

 

 

como una criatura arrinconada,

 

puesta al sol

 

para que le florezca la inocencia.

 

 

 

 

 

Otra criatura de isla

 

 

 

Parece que huimos del centro de la tierra,

 

viajamos a la costa,

 

recorremos sus bordes

 

hasta encontrar el punto más próximo a la fe.

 

 

 

Mirar como quien busca

 

o como quien espera.

 

Pisar lo húmedo, aquello que se hunde

 

hasta encontrar las manos

 

de los que levantaron nuestras casas.

 

 

 

Tú decías anclar

 

y en tus ojos las velas parecían plegarse.

 

Decías olvidar, sembrar, establecerse,

 

yo veía a las aves partir hacia el poniente,

 

los niños en la arena encerando maderas

 

que ya enceraron antes.

 

 

 

Tu decías echar raíz, desentenderse,

 

que una estación ya no sucede a otra,

 

una calle se olvida en otra calle.

 

 

 

Decías frnte al mar: las tormentas ocurren

 

para ordenar las cosas.

 

Yo veía a las nubes congregarse en el cielo.

 

 

 

 

 

Últimos dos poemas son inéditos.

 

 

 

 

 

 

 

Lizette Espinosa (La Habana, 1969) Ha publicado los volúmenes de poesía Donde se quiebra la luz (Eriginal Books, Miami, 2015), Por la ruta del agua (El Ángel Editor, Ecuador, 2017), Humo (Bokeh, Nederland, 2019), Lumbre (Plaquette, AlphaBeta, Miami, 2019) y Como quien nada teme (Summa, Perú, 2023); y en coautoría, Pas de Deux (2012) y Rituales (2016). Textos suyos aparecen en antologías de España, América Latina y Estados Unidos.  Colabora como editora en diferentes blogs y revistas literarias y a participado en Festivales y lecturas de poesía en Ecuador, Chile, Perú, México, Uruguay, Bolivia, Portugal y España.  Desde el año 2003 reside en Miami donde se dedica profesionalmente al diseño de ingeniería y agrimensura.

 

 

 

Foto de Lapitu Columbié

 

Semblanza proporcionada por Julio César Bustos

 

 

 

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