Poemas de Porfirio Salazar

VOCES PARA EL INMIGRANTE

 

 

 

Para Rimy, la inmigrante.

 

 

 

¿Qué guarda la maleta de un viajero?:

 

Sueños, labios, soledad y adioses,

 

al tiempo los vestigios más feroces,

 

memoria y desmemoria de un lucero.

 

 

 

Quien huye teje vidas de alfarero,

 

suerte humana sin ángeles ni dioses,

 

ni hechiceras sin tregua o semidioses

 

que guíen el timón de su velero.

 

 

 

Es hora de emigrar hacia el latido,

 

y unir los corazones del sentido

 

en una sola patria, un solo mundo.

 

 

 

¡Es hora de soñar sin equipaje

 

solo con alma y cuerpo y el celaje

 

de un fuerte humano corazón profundo!

 

 

 

                                                                                                                                            CRONICA PARA NO MORIR SIN FE

 

 

 

Es difícil ajustar cuentas,

 

olvidar los pasaportes al abismo,

 

esos que compramos cuando la congoja

 

entraba a nuestra casa.

 

 

 

No es fácil mantener

 

la vigencia de la última foto,

 

porque el tiempo no perdona ni retrasa

 

la partida de sus trenes,

 

pero más difícil es mentirle a Dios

 

que siempre brilla en nuestros ojos,

 

como lámpara de aceite

 

en medio de la tregua

 

de unos ojos despiertos.

 

 

 

Durante siglos,

 

rotos harapos,

 

el amor ha marchado,

 

encendido con sombra,

 

rompiendo ventanas,

 

posando para ser fotografiado

 

en las crónicas del egoísmo.

 

 

 

 

 

Quien dispuso horrores,

 

supo extraviar el pan y la dulzura.

 

Son tantos los caídos

 

que los dedos de las víctimas

 

ya no alcanzan

 

para contar las agonías.

 

 

 

No hay Dios ni cielo

 

en medio de la calle,

 

sólo el hombre y sus horrores impunes.

 

 

 

Ojalá que cuando el hombre

 

proponga la paz,

 

Dios no haya muerto.

 

 

 

 

 

FABULA

 

 

 

Da miedo desgranar una palabra

 

en medio de este instante

 

de hambre y de exterminio.

 

 

 

Da miedo el silencio

 

si aprendimos a hablar en alta voz.

 

 

 

Yo no inventé el viento, ya lo sé,

 

pero que nadie le niegue

 

a mis velas su calor.

 

 

 

Da miedo mirar con estos ojos

 

que son otros y los mismos,

 

el faro de otras gentes,

 

nuestros secretos jueces,

 

nuestros secretos ogros.

 

 

 

Da miedo vivir en medio

 

de la sombra.

 

Y a veces,

 

no sé el porqué,

 

da miedo morir.

 

 

 

 

 

ARMAGEDÓN ESTA CERCA

 

 

 

Igual al uniforme del hambre

 

con que suelen vestirse los días de la pena,

 

es el ropaje del amor, del grito y del latido.

 

 

 

Hay tantos disparos en el aire

 

y tanta sangre de inocentes todavía

 

que nadie ha escrito la crónica oficial

 

de la tragedia.

 

Solos, perdidos,

 

con el cadáver de una flor sedienta

 

creciendo en los jardines abatidos por el viento,

 

hemos crecido

 

y nuestra suciedad se ha ido puliendo

 

desde adentro,

 

y ya no es posible distinguir

 

la noche de la sombra,

 

la ausencia tibia del silencio.

 

 

 

Vendrán días peores, ya lo creo.

 

Y seguirán cayendo pasos

 

en la terraza donde se encienden

 

los oscuros caminos y otras pestes.

 

Solos, perdidos,

 

perdidos, siempre callados.

 

Consumados en el rezo de un Dios inocente

 

que bajará, espero,

 

con el ropaje humano,

 

a explicarnos qué pasó,

 

a decirnos quién cerró las puertas

 

encendidas del crepúsculo,

 

a revelarnos quién arrojó al río

 

de la derrota el filo de la esperanza.

 

 

 

Porque si cada hombre

 

siembra el pan

 

y en el río donde brota el mar

 

hay un nuevo camino por abrir,

 

habrá sosiego y paz

 

y siempre habrá otro río.

 

Porque cuando dos alas se cierran,

 

un millón se abren a la resistencia

 

por no partir el vuelo.

 

 

 

Porque cuando se abren los ojos

 

para ver el camino,

 

la noche y el día

 

vuelven a brillar de otro modo,

 

sin aquel uniforme de hambre

 

con que suelen vestirse

 

los días de la pena.

 

 

 

 

 

LA MUERTE

 

 

 

Piedra del azul misterio,

 

 ángel entre manantiales,

 

 bebes ansias y caudales

 

y sombras de cementerio.

 

Cerrojo de cautiverio,

 

dolor -cuchillo- que agita

 

la pena más infinita

 

que encierra al cuerpo en presidio.

 

Allí, la noche es fastidio

 

de amor que ya no palpita.

 

 

 

 

 

A UN POETA

 

 

 

Eres la voz eterna del planeta,

 

 tripulante del viento y los latidos.

 

 Con tu sed, con tu lámpara y tus nidos,

 

siempre llegas al bosque de tu meta.

 

 

 

Fantasma y mago, corazón asceta,

 

 en tu jardín de labios y sentidos

 

reverdecen los diáfanos sonidos

 

 que aroman el perfil de tu silueta.

 

 

 

Tú, sin ti, plenitud de la añoranza,

 

existes en los siglos de la piedra,     

 

terruño y piel, imagen de esperanza.

 

 

 

¡Cuánto perdura, con amor profundo,

 

 vida sin fin, eternidad de yedra,

 

la gracia de la voz que das al mundo!

 

 

 

 

 

SALMO AL VINO

 

 

 

Tendido y encerrado. Del cántaro a la copa.

 

Y rojo te sentía.

 

Sed para el hambriento, remedio para el irreverente,

 

manantial de fiesta, sed en el iluminado,

 

sueño oscuro del dormido,

 

lluvia de las ilusiones en los labios que besaron,

 

aguamar de dulce aliento y vendaval ante la fiebre.

 

 

 

Fuiste llama de mi olvido,

 

huella de la mariposa entre el sueño y mis ideas:

 

“allí, turbado todo amor,

 

me despertabas del dolor y me dejabas en el gozo”.

 

Toque de piel y escalofrío,

 

memoria del silbante y boca mía…

 

 

 

Del color de la sangre, un poco oscuro.

 

Y gravitabas en mi lengua

 

que no decía muerte, alacrán o enfermedad.

 

¡Sí: torrente, sexo, cuerpo y vida!

 

 

 

 

 

LUNA DE INVIERNO

 

 

 

Abro mi ser y en sueños se congela

 

 la huesa de mi cuerpo y de mi mente.

 

 Sin palabras, confuso entre la gente,

 

 vivo sin mí, vestigio de candela.

 

 

 

La luna fue testigo y centinela

 

de pájaros durmiéndose en mi frente.

 

 Lejos del mar, el alma entera siente

 

 la soledad con ojos siempre en vela.

 

 

 

La muerte a toda prisa corre trunca,

 

 regresa sin llegar y casi nunca

 

afila  los demonios de su lanza.

 

 

 

La luna es el aviso de la muerte,

 

 la luna cruel, la luna de mi suerte

 

 dormida en una tímida esperanza.

 

 

 

 

 

MEDITACIONES DE UN ÁRBOL

 

-fragmento-

 

 

 

 VI

 

No recuerdo la llovizna en la que eché raíces.

 

Los árboles no tenemos memoria de traiciones

 

y no recordamos el instante de semillas que abrazó al tiempo que nos dio la vida.

 

Solo descansamos y latimos sin vanidad,

 

sin recuento de batallas, sin letargo de nervios encrespados,

 

sin la rara manía de contar y restar años duplicando máscaras de penumbra.

 

Soy tan solo plenitud de aire, un pedazo verde agua,

 

un retazo de planeta con sombra para cobijar.

 

Los humanos, con su sombra, oscurecen, muerden, clavan.

 

La sombra en un cuerpo, como manto,

 

cubre aquel dolor de quien pierde una carrera.

 

Nuestra sombra, en cambio, no es ropaje ni reflejo.

 

Es abrazo de ramas

 

en este claroscuro de la niebla.

 

 

 

 

 

VII.

 

Poco se sabe de los árboles, de su renacer de otoño,

 

de su extinción,

 

de su resurrección, de su edén con espinas,

 

de la circunstancia callada que precisa el viento

 

en la melodía que define su verdor y su amarillo.

 

En mi comuna de árboles no hay guerreros, ni doncellas,

 

ni dagas de diamante,

 

ni palacios de piedra o esmeralda, ni arcabuces de conquistas,

 

ni captura de iguales para esclavos.

 

No sé de manadas ni rebaños,

 

la comunión en el silencio me define.

 

Nuestra telepatía es secreta,

 

transcurre como un latido puntual en tiempo y agua

 

y en la tiniebla de otra tempestad la nube suelta témpanos

 

o lirios.

 

Nuestra historia se parece a la mortaja y al silencio,

 

a la historiografía de la piedra que olvida,

 

a los libros de bitácora que registró la lluvia

 

y a sus primeros estremecimientos y mareas.

 

 

 

 

 

CRONICA PARA NO MORIR SIN FE

 

 

 

Es difícil ajustar cuentas,

 

olvidar los pasaportes al abismo,

 

esos que compramos cuando la congoja

 

entraba a nuestra casa.

 

No es fácil mantener

 

la vigencia de la última foto,

 

porque el tiempo no perdona ni retrasa

 

la partida de sus trenes,

 

pero más difícil es mentirle a Dios

 

que siempre brilla en nuestros ojos,

 

como lámpara de aceite

 

en medio de la tregua

 

de unos ojos despiertos.

 

Durante siglos,

 

rotos harapos,

 

el amor ha marchado,

 

encendido con sombra,

 

rompiendo ventanas,

 

posando para ser fotografiado

 

en las crónicas del egoísmo.Quien dispuso horrores,

 

supo extraviar el pan y la dulzura.

 

Son tantos los caídos

 

que los dedos de las víctimas

 

ya no alcanzan

 

para contar las agonías.

 

No hay Dios ni cielo

 

en medio de la calle,

 

sólo el hombre y sus horrores impunes.

 

Ojalá que cuando el hombre

 

proponga la paz,

 

Dios no haya muerto.

 

 

 

 

 

 

Porfirio Salazar nació en 1970. Abogado de profesión.  Recitales y conferencias en España (Foro Joven en Málaga: 1993; Granada: 2019; Salmanca:2022), Estados Unidos, México, Puerto Rico, República Dominicana, Costa Rica, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Chile y Panamá.

 

Su obra abarca, entre otros títulos: Selva, Guitarra de fe, Ritos por la paz y otros rencores, No reinarán las ruinas para siempre, La citara del sol, El tiempo de la burbuja, El viaje de la desnudez, Soles en la luna del cantor, Italia soul, entre otros. Ha cultivado el ensayo en sus libros: El fuego despierto y La piel en la llama.

 

Ha ganado el Premio Ricardo Miró 1998, 1999 y 2009, poesía y ensayo. Ganó el Premio Centroamericano Rogelio Sinán en el 2008 con la obra: Animal, sombra mía, libro traducido al francés por Marie Seguinn. Ganador del Premio Municipal León. A Soto en cinco ocasiones, primer lugar: 1992, 1993, 1997, 2005 y 2022.

 

Su libro Decimario divino fue seleccionado entre los diez finalistas del Premio Internacional Fernando Rielo 2021, entre 267 libros de 29 países.El libro fue editado por Casa Bukouski, año 2024, con prólogo de Carmen Nozal.

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Porfirio Salazar.

 

 

 

 

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