Poemas de Juanjo Galeano Martin

MISTER COVID QUE VIENES DEL INFIERNO

 

 

 

 

 

Al cansancio de las horas me tendí

 

para un tiempo que apenas si cuenta en nuestra vida:

 

el inicio de un viaje

 

que ni sabes dónde empieza ni termina.

 

 

 

Y ahí nos metimos derrotados,

 

en la noche a duras penas sostenida, y sin

 

riendas que dirijan nuestros pasos.

 

 

 

 

 

Alta ya la madrugada, en medio casi

 

de una lucha contra el miedo,

 

un pinzón ha vertido unas notas al otro lado del cristal,

 

y ya no he querido otra cosa

 

que entregarme a este oficio de estar vivo

 

(oficio deber ser cuando

 

no se tiene una historia que contar).

 

 

 

He dormido un buen un rato sin embargo,

 

a pesar de los polvos de un fulano al otro lado del pladur.

 

Pero ya no me acuerdo de nada.

 

Tal vez de algo.

 

¿De qué si no esta angustia

 

que se ha instalado en la garganta?

 

 

 

Bueno está en todo caso no acordarse de nada,

 

si acaso del pinzón que tuvo la osadía

 

de asomarse a la ventana de mis sueños,

 

cuando el sol todavía duda a través de los cristales

 

y nace en mi vida el sagrado instinto de vivir,

 

vivir porque lo quiero,

 

en esta pocilga que me ama sin saberlo,

 

en esta jauría que nunca

 

ha dejado de apuntarme con el índice de dios.

 

 

 

 

 

Yo creí en el hombre una vez, tal vez creí,

 

cuando odiaba desde el alma a los artífices del miedo

 

y no había otra salida que agarrarse

 

a las tetas del infierno (a los sindiós

 

y a todo lo malo

 

que nos daba un cierto aliento).

 

 

 

Perdonadme en este punto:

 

era el pinzón el que me había traído a este lado de las teclas,

 

pero me da que me he perdido en medio

 

de esta muerte que me llega,

 

de este miedo que me ronda en cada espera.

 

 

 

Qué lindo que estuvieras por un rato, pajarito de dios,

 

en ese otro lado donde la vida a duras penas se sostiene,

 

y que fueras tú, hermano de los días,

 

quien me trajera esta mañana el aliento necesario

 

para ganar el pulso que tengo con la muerte.

 

 

 

 

 

EL BAÚL DE LOS OLVIDOS

 

 

 

 

 

Llegado a este punto, yo daría cualquier

 

cosa por tener una memoria

 

selectiva: acordarme del tiempo

 

que me tuvo a luz de los candiles

 

(que yo también los tuve

 

para recordar a un viejo),

 

junto al fuego y en silencio,

 

o en una historia de la vieja donde

 

la vida se mostraba como un cuento.

 

 

 

Acordarme, por ejemplo,

 

de un muchacho pendenciero:

 

Espartaco un día y al otro El campeador,

 

con su espada justiciera

 

y sin saber, como ahora mismo,

 

que la justicia no era más

 

que una patraña sin medida,

 

o aquel otro, Barba Roja que decían,

 

que emulaba a Don Quijote

 

y se entregaba

 

y el hasta el alma

 

se le iba por los rincones del miedo.

 

 

 

¡Pero qué linda cagalera de los días!

 

(disculpen ustedes la licencia,

 

pero era hermoso pensar que a la vuelta de la esquina

 

nos esperaban la paz y el pan que nos negaban):

 

hablo de la vida a pesar de todo:

 

del sueño que nos tuvo,

 

de la muerte habitando en las entrañas.

 

 

 

Para el baúl de los olvidos quiero esta angustia sostenida

 

y estas sombras adaptadas a los huesos,

 

este miedo, que decía,

 

y este olor a clavo y muerto.

 

Y quiero además en esta hora,

 

esta hora cuyo sueño es traer a la memoria

 

solamente lo que quiero,

 

meter también en esa cosa del olvido el cielo,

 

el dios de la miseria y el infierno.

 

 

 

 

 

CARTA A CHARLIE

 

(EL PERRO DE SANTA CRUZ DE ANDINO)

 

 

 

Ya sé que tú no puedes entenderlo,

 

pero es lo que tiene el cemento:

 

que te agarra de los huevos y no hay forma de liberarte:

 

mi ausencia solo tiene que ver con la vida

 

que me toca,

 

esa que viste de miedo

 

y apesta por las esquinas del tiempo.

 

 

 

Qué lindo sin embargo que no sepas de estas cosas,

 

compañero de mis rutas al olvido,

 

que naciste para amar

 

y atrapar a las hojas en un tiento.

 

 

 

No sé por dónde andarán tus pasos estos días,

 

pero me gustaría saber que sigues

 

tan libre como entonces,

 

y que no hay muro que te detenga ni humano

 

que te ladre, más allá de algún ilustre

 

cataplasma que haya aprendido tus talentos.

 

 

 

Cuéntame con el viento cómo están los trigales

 

de Andino, de Santa Cruz …

 

Es casi junio y supongo que a media altura,

 

pero ya sabes que estas cosas dependen del cielo,

 

de la lluvia cuando tiene que caer y del sol.

 

Y ya sabemos cómo está el tiempo en estos días:

 

temblando por la vida está el tiempo.

 

 

 

 II

 

 

 

Háblame, sí, de tu existencia,

 

de cómo es la vida de un perro solitario allá en las cumbres,

 

si has encontrado a alguien que te hablara como yo,

 

que te pasara la mano por la panza como yo,

 

o que te regalara aquellos dulces que tanto te gustaban.

 

 

 

Por mi parte poco tengo que decir:

 

acá la vida es un correr de las horas sin más,

 

una existencia porque sí:

 

buscamos la soga que nos salve,

 

que nos salve y eso es todo,

 

y un árbol que nos acoja tras haber eyaculado.

 

 

 

 

 

Supongo que no te lo he dicho todavía,

 

pero ya estoy preparando las cosas

 

para el reencuentro:

 

las botas de montaña, el chubasquero, la mochila,

 

antiguos sueños y algunos libros de poemas,

 

esos en los que tú te meabas

 

porque los dejaba tirados por el suelo.

 

 

 

 III

 

 

 

Yo siempre quise tener un amigo como tú;

 

más formal en todo caso: de esos tranquilos

 

que se sientan a tu lado y observan

 

el horizonte sin decir nada

 

(porque saben que estás ahí

 

y sobran las palabras para entenderse).

 

Pero no, a mí siempre me tocaron los locos,

 

y por eso un día tú también llamaste a mi puerta,

 

la puerta de los locos,

 

y al dios de los perros debo agradecerle

 

que te pusiera en el camino de mis sueños.

 

 

 

Nada hay ahora por lo que yo pudiera cambiarte,

 

perro loco donde los haya,

 

que en lugar de la paz que necesito

 

me devuelves a una guerra sin tregua:

 

la de andar como un demente vigilando tus ausencias,

 

tus saltos invadiéndome los ojos,

 

y ese ir y venir de ninguna parte

 

porque es más grande

 

la curiosidad que el cielo que nos toca.

 

 

 

Un poco más de cemento y nos vemos;

 

para eso de la vida nos vemos,

 

en el camino viejo de las vacas, entre los olmos,

 

muy cerca ya de los barracones.

 

Salúdame con un salto hasta los sesos,

 

que quiero mirarte

 

a los ojos y entenderte,

 

entender por qué nace de repente tanto cielo.

 

 

 

 

 

NERUDA EN LA MEMORIA

 

 

 

 

 

                                                                Que la crítica borre

 

toda mi poesía

 

si le parece.

 

Pero este poema,

 

que hoy recuerdo,

 

no podrá borrarlo nadie.

 

 

 

 

 

I

 

 

 

Tengo en la memoria una historia que no es mía,

 

la del Canto General, que es la historia de la América insurrecta,

 

la que escribiste cuando te perseguían por los rincones de Chile:

 

ese tiempo sin nombre, el del Canto tuyo,

 

en el que los mineros se diputaban tu cuerpo para abrazarte,

 

alimentarte, protegerte como a un hermano.

 

 

 

Así fue como nos diste tus mejores palabras,

 

escondido y en silencio, y dejando huellas falsas

 

para que los carceleros no pudieran alcanzarte.

 

 

 

Tenías la razón, y por eso no te temblaban las manos,

 

como cuando los falangistas interrumpieron

 

tu discurso en el México solidario,

 

o cuando los nazis te golpearon por defender la paz.

 

¡Es estalinista!, dijeron algunos para condenarte,

 

pero qué importaba entonces un pecado como ese,

 

                                               / si era compartido por tantos.

 

 

 

Pero vayamos a la España de tus días

 

y alojémonos de nuevo en la casa de las flores:

 

la bomba de color que tú decías.

 

Ah… Ese Federico con su romancero a cuestas,

 

Rafael regalando sus últimos adioses

 

o Miguel Hernández imitando ruiseñores.

 

 

 

 II

 

 

 

¡Qué ventura la de haberte tenido en este sol!:

 

en este Madrid que de pronto se alzaba como un trueno

 

porque un perro le enseñaba sus cuchillos.

 

 

 

A tu patria te volviste entonces para cantarle a España:

 

¡Venid a ver la sangre por las calles,

 

venid a ver la sangre por las calles,

 

venid a ver la sangre por las calles!,

 

escribiste para contarle al mundo el dolor de tu pueblo,

 

tu pueblo ya, con esa solemnidad tan tuya y esa voz irrepetible.

 

 

 

 

 

Difícil recordar sin haber nacido. Te pensaré entonces

 

a un lado de tu barco y pronunciando los nombres de tus amigos:

 

Alberti, dijiste de repente, y allí no más estaba la poesía;

 

Juan Fernández, y allí estaba el carpintero;

 

y todos subían con alegría porque eras tú quien los llamaba.

 

 

 

De los campos de la muerte salieron todos,

 

y a Valparaíso llegaron un día porque en ello se empeñó tu corazón.

 

Ignoro lo que fue de aquellos hombres,

 

de sus luchas particulares, de sus vidas.

 

De ti sin embargo supimos que seguías en la brecha,

 

con aquella pluma que te dieron tus amigos,

 

y en aquel Frente que te llevara a la victoria.

 

 

 

 III

 

 

 

Por los Andes dicen que te vieron un día huyendo de la bestia;

 

a caballo te vieron con tu Canto General,

 

y en la Francia traidora apareciste

 

como un fantasma saliendo de la niebla:

 

una visita no más a los amigos y eso es todo,

 

porque ya tus pasos al país de los aztecas se encaminan,

 

a tu México querido,

 

para abrazar de nuevo a esos muralistas

 

que tanto te gustaban (Ribera, Orozco, Siqueiros),

 

y que muy pronto darían color a las tapas de tu Canto.

 

 

 

(Siete kilos de poesía, dijeron algunos

 

cuando ya el libro estaba caminando).

 

 

 

No sé por qué te cuento estas cosas, si nadie las conoce como tú.

 

Pensemos entonces que se trata solo de un ejercicio de memoria,

 

de recordar las letras que pasaron por delante de mis ojos

 

en esas tardes de lluvia, tan de tu infancia,

 

donde el mejor de los refugios era siempre tu poesía, tu poesía impura,

 

que era la mejor de toda la poesía

 

(dejemos la pura para el pobre Juan Ramón,

 

aquel que se mofaba de tu impronta indigenista,

 

porque no entendía del sentimiento americano).

 

 

 

La pena que nos tiene es la de no haber podido corresponderte:

 

darte refugio en esos días de huida, de angustia,

 

en los que solo tus Cantos te guiaban.

 

Pero ya sabías que tus amigos estaban

 

en México, en Rusia, en Orán, Inglaterra…

 

 

 

Hay sin embargo en nuestros pechos un dolor más grande todavía:

 

que te mataran como a un perro en aquel hospital de Santiago,

 

mientras llorabas como un niño por tu pueblo,

 

ese que te alzara hasta el Senado para defender su causa,

 

el mismo que ahora te lleva en la mochila y dice con orgullo,

 

Te recuerdo como eras en el último otoño.

 

 

 

 

 

IMPORTA EL TIEMPO QUE SE ACABA

 

 

 

                                     Para Daisy Zamora, poeta nicaragüense

 

 

 

Todo parece mentira en este suelo

 

(y tal vez lo sea),

 

pero tiene que haber algo después de tanto miedo:

 

 

 

un estanque con su luna, por ejemplo,

 

o una playa solitaria enclavada en el silencio;

 

un río con acordes de guitarra,

 

una música de viento,

 

o unas hojas de abedul bailando

 

simplemente entre las ramas.

 

(Poco importa cuánto he sido en este suelo;

 

importa el tiempo que se acaba,

 

y tengo miedo de que al seguir

 

la senda de los muertos

 

-la última ya de mi camino-,

 

nunca más me reclamen los almendros;

 

tengo miedo de que los mirlos

 

me digan una tarde que estoy muerto,

 

de que las fuentes os pregunten por mis besos,

 

o de que el mar cuando amanece

 

diga mi nombre si no llego).

 

Tiene que haber un prado por lo menos,

 

un prado donde habiten las cigüeñas en silencio,

 

una tarde con sus grillos,

 

o un trigal donde apenas pase el tiempo;

 

 

 

tiene que haber (para mi carne lo quiero),

 

sirenas en medio de los cielos,

 

elefantes como dioses cruzando los océanos,

 

o estrellas que sonrían

 

simplemente entre mis dedos.

 

 

 

Aunque solo sea porque he nacido;

 

aunque solo sea porque crecí

 

en la hora de las sombras,

 

algún espacio habrá reservado para mí,

 

                     algún espacio donde vivir sin miedo.

 

 

 

 

 

EL VIAJE DE LOS DÍAS

 

 

 

La vida es aquello que te va sucediendo

 

mientras estás ocupado haciendo otros planes.

 

 

 

John Lennon

 

 

 

I

 

 

 

Yo ya sabía de la vida, del suave olor de los eucaliptos,

 

de las hojas bailando con el viento.

 

 

 

Sabía del sol en las tardes de primavera,

 

de la flamante luna en las noches de Julio,

 

del viento empujando a los helechos

 

cuando el tiempo de las hojas secas, y de un frío que se colaba

 

hasta los huesos en las noches de la nieve.

 

 

 

 

 

De la vida sin embargo partimos una tarde

 

para un tiempo marcado por las horas;

 

de la vida, digo

 

(alas que ni sabían del vuelo), pero apenas si me acuerdo:

 

yo le daba de comer a las palomas.

 

Y eso es todo cuanto ha quedado en mi memoria.

 

 

 

Luego ya las calles y el gentío,

 

la noche sola atravesada por la luna:

 

la noche que no para,

 

el sueño que no cesa,

 

y esas ganas de nacer y de vivir que se juntaban,

 

que se juntan ahora mismo en el momento de estas letras,

 

porque pienso en las palomas de mis días,

 

en los sueños de mis días:

 

la tarde viva como un canto,

 

y las estrellas esperando a que anochezca.

 

 

 

 II

 

 

 

Yo no sé muy bien lo que quiero;

 

nunca lo he sabido,

 

pero sí sé lo que no quiero.

 

Y hago planes en la vida y los repito

 

hasta cansarme de este aliento,

 

de esta vida repetida que no cesa,

 

de estas ansias de estar

 

en las sandalias que me dieron.

 

 

 

 

 

Si por lo menos tuviera a un dios donde agarrarme,

 

¡ay si lo tuviera!,

 

le pediría una vida duradera entre los cedros,

 

una casa que diera a las estrellas cuando la noche se cierra,

 

y a un sol radiante en las mañanas de invierno.

 

Le pediría, si no es ya demasiado tarde,

 

ver a los álamos

 

de la ribera del Nela,

 

a los erizos de camino a ninguna parte

 

y a los corzos de la Tesla.

 

 

 

Siempre hay algo sin embargo

 

que me devuelve

 

a la barbarie de las horas,

 

a esta existencia insoportable que me habita,

 

al hombre convertido en sombra sola.

 

 

 

 

 

DE MORIR ACASO TENGO MIEDO

 

 

 

                                                      

 

I

 

 

 

Y así fue como conseguí seguir viviendo

 

(viviendo, que no es poco):

 

atendiendo a las razones de la carne y a un destino

 

de amar que nos viene ya de lejos.

 

 

 

La paz es lo que yo venía buscando

 

sin saberlo (la paz en la sangre y en los sesos),

 

el silencio de la más antigua de las noches,

 

la belleza como un regalo del cielo.

 

 

 

 II

 

 

 

De morir acaso tengo miedo, porque es linda

 

la vida cuando nace

 

y hay asuntos que dejamos

 

colgados en el tiempo:

 

un diario, por ejemplo,

 

para dejar constancia

 

de que fuimos parte de este suelo,

 

o aquellas cartas de amor en las que nos equivocamos

 

y que tal vez quisiéramos escribir de nuevo.

 

 

 

 

 

CAMINO Y ESO ES TODO

 

 

 

 No sé cómo lo harán ustedes,

 

pero a mí me resulta difícil saber quién soy,

 

quién anda en estos huesos.

 

Si por lo menos lo supiera no me preguntaría

 

tantas veces por el sentido de la existencia.

 

 

 

Camino y eso es todo.

 

Miro con alegría las hojas que se mueven en las ramas,

 

la hierba que se inclina para saludarme,

 

 

 

y soy feliz, aunque a menudo me engañe creyendo que lo soy.

 

 

 

Solo algunas veces acuden a mi encuentro

 

los fantasmas de otros días:

 

el cemento con su espada de fuego,

 

el miedo como un martillo golpeándome en los sesos,

 

o esas tardes de dios que tal vez

 

quisieran escapar de su agonía.

 

 

 

 

 

Busco en el terrón la paz que me robaron

 

(es justo que el hombre

 

encuentre su lugar),

 

el silencio que no tuve en los días sin esperanza,

 

la valentía que me faltó

 

para levantar la losa que me tuvo.

 

 

 

Mi patria en este punto es encontrarme conmigo,

 

conocerme, conocerte,

 

recuperar la sonrisa

 

que un día aprendimos de la vieja,

 

amar a las cosas porque sí,

 

aún en esta angustia que nos tiene.

 

 

 

 

 

HALLARME EN ESTE SUELO ES CUANTO PIDO

 

 

 

                                                            Para Daniela Sutherland

 

 

 

I

 

 

 

No quiero mirarte cuando meas

 

(no insistas en lo que no importa),

 

ni cuando te las subes

 

y te mueves como nunca

 

hasta enfundarte;

 

encontrarte tal vez

 

con la niña que te queda todavía.

 

 

 

Quiero mirarte cuando ríes,

 

cuando sueñas

 

y miras a ninguna parte

 

y hay un silencio que te devora,

 

un silencio que vale

 

por todas las palabras.

 

 

 

II

 

 

 

Hallarme en este suelo

 

es cuanto pido:

 

con los ojos de la luna

 

y a la altura

 

de este tiempo,

 

sacudirme la muerte

 

y la memoria, y entregarme

 

al asunto de estar vivo.

 

                                                                        

 

Lo que yo quiero es verte danzando

 

como un trueno en las orillas mismas de tu aliento.

 

 

 

Juanjo Galeano Martín. Los trigales del viento (La arcilla roja), en el año en que nunca debió nacer. Es licenciado en el murmullo de las hojas secas, en el canto de los mirlos y en los abedules negros, por el Bosque de Irati, baja Navarra (con máster sobre vida alternativa y comunera por el mismo lugar). / Entre los años dos mil y pico y dos mil no sé cuántos, dirige la revista de información Madre Tierra, y una vez fallecida, toma las riendas de Bruma, una publicación de carácter cultural que sólo duraría 24 meses y una semana. En estos momentos, y desde hace ya cinco años, dirige, junto con su amigo Oscar Gallardo, la revista interoceánica de literatura Gure zurgaia, ahora llamada Letren Euria. Ha publicado los siguientes poemarios: El oficio de morir (2012 / 2013), Versos para Berta (2014 / 2015) y Con vos en verso (2016 / 2017), escritos que ha tenido que compaginar con diferentes trabajos, entre ellos y durante mucho tiempo, el de diseñador gráfico y el de sindicalista. En la actualidad sigue escribiendo, aunque su verdadera  vocación es la de cazador de sueños.

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Daisy Zamora

 

 

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