
La misteriosa claridad de
Raúl Gómez Jattin
Aspiro en mi obra a una claridad misteriosa,
a un misterio que trate de dilucidarse a sí mismo,
a una forma que se invente,
no premeditada sino meditadamente
r.g.j.
Raúl Gómez Jattin fue como Artaud, como Emil Nelligan, como Rimbaud, como Holderling o Dino Campana, el «tenebroso –el viudo–, inconsolado, Príncipe de Aquitania de la torre abolida», sí, pero también fue el «único poeta maldito que se acuesta temprano». Contradicción u oscilación que bien vista marca su vida y su poesía: es, a un tiempo el lúcido y el alucinado, el arrebatado por el deseo y el hombre desbordado por la ternura, el hombre que se sabe y acepta como ciervo y compañero inseparable de la poesía:
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única
Poeta de voz singular en la que, por momentos, parecen escucharse lejanos ecos de Edgar Lee Masters en poemas como
Aurora no es una mala mujer
No era bella
Pero tenía un picor que la cimbraba
del clítoris a los ojos
de la mano al cuello
Una sonrisa desgranada entre palabras sutiles
Un revoloteo de mariposas invisibles en su pelo
Y tenía un novio bueno Y pobre como ella
Pero estúpido
Alguien podrá decir que Aurora es una mala mujer porque
entregó su juventud
a un hombre mayor casado y rico
que le regaló dos hijos y una casa de madera
y la reputación de concubina desalmada
Pero a mí me consta que lo hizo por amor
O bien éste donde la descarnada ternura resulta conmovedora:
Cuando llegó tu carta rumorosa como el viento
había lanzado todos los libros a la calle
y como no estaba el mío me tiré yo mismo a la intemperie
Y vagabundeé entre el sonrojo agresivo y triste
de esos pobres hombres que me vieron crecer
como una bestia tierna que escribía y soñaba
Es también un poeta obsedido por la figura materna, una mujer que al decir del propio Gómez Jattin, «tenía todas las virtudes y defectos de una princesa oriental. No era culta, a la manera occidental […]Era de una gran belleza física y una gran estatura moral y una gran cocinera de los alimentos de su raza y cultura […]me enseñó y pulió una fuerte tendencia al placer con el comedimiento de la voluntad y de la necesidad del mejoramiento espiritual, me hizo bueno pero feliz». Lola Jattin será una figura tutelar en su poesía y una obsesión en su vida tan grande como la que Juan Gustavo Cobo Borda llamó «su amor desmesurado y promiscuo», que lo mismo tenía por objeto «hombres y animales, mujeres y paisajes» y las frutas.
Pero como suele suceder en la obra de todo gran escritor, el paisaje cambia a cada lectura, ante cada lector. Este poeta enamorado del trópico colombiano, del río Magdalena es también un enamorado del mundo clásico. Para Cobo Borda, Gómez Jattin forma parte, junto a otros poetas de la costa colombiana (pertenecientes a distintas generaciones) como Gustavo Ibarra Merlano y Fernando Denis, de una suerte de corriente de escritores (en la que militaría también García Márquez) en los que el mundo clásico resulta tan nutricio y estimulante como el exuberante mundo tropical. Gómez Jattin, lejos de ocultar las profundas huellas del mundo clásico, de su amor por Cavafis y por el Cesare Pavese de los Diálogos con Leucó, las pone en el primer plano, como es fácil apreciar en uno de sus más bellos libros: Hijos del tiempo. Un libro donde los poemas (muchos de ellos con personajes mitológicos como personajes, ya griegos, ya romanos, ya pertenecientes al renacimiento o a la América recién descubierta como Moctezuma y el cacique Zenú, junto algunas figuras tutelares del escritor como Li-Po y Franz Kafka. La figura señera del libro, la última en aparecer y acaso la más importante, la más significativa, será la de su propia madre) funcionan más como miradores hacia el interior el poeta, que como celebraciones del mundo clásico. Gómez Jattin se vale de los arquetipos para hablar de sí mismo. Convierte el telescopio en microscopio y viceversa. El final de «Teseo» es ejemplar y nos remite a imágenes del propio Jattin, más que a las de la del minotauro:
al entender el laberinto que tu cuerpo
ha tendido como una trampa a mi deseo
Le he dicho a tu musculatura que es estúpida
He construido una casa de tu cuerpo
donde habita la muerte
De la misma forma en que se hizo uno con el paisaje de su tierra natal, el poeta se hizo uno con su con su tradición. Entre los mármoles griegos, florecieron mangos y malangas. Junto a los rostros de las deidades griegas, colocó el rostro de su madre.
Pero sería un error tratar de encasillar a Gómez Jattin como un poeta clasicista, tal y como lo ha sido considerarlo un emblema de la poesía homosexual y lo es aún más, verlo como un curioso caso clínico, o como un celebrante y víctima de los alucinógenos…
Los alucinógenos, le confesará a Harold Alvarado, «dieron alas y aire a mi imaginación de artista, pero saturaron, de una manera mortalmente negativa, mis emociones». Una forma delicada para decir que lo dejaron a las puertas de la locura. Pero entre tantas paradojas como hay en la vida de Gómez Jattin, la poesía se abrió paso una vez más en su vida: «Pero ahí nació mi coherencia poética. Y coherencia poética no es aquí un eufemismo, ni una metáfora, sino una verdad límpida y desnuda. Gómez Jattin no dejará ya de ser el poeta iluminado por la locura (esa forma de lucidez que conservaba cuando parecía haber perdido todo). Ni un solo día de los años posteriores en los que su vida se convirtió en un descenso al infierno: la mendicidad, las visitas al psiquiátrico, la marginación cada vez mayor, ni siquiera entonces, Gómez Jattin dejó de escribir, dejó de ser un poeta. Un hombre que en la calle y en la clínica combinó «La alquimia entre el dolor y la locura» y practicó la escritura con una admirable fidelidad a su programa, a su forma de ver la poesía, no sólo como la lengua esencial del hombre, sino como «el pensamiento en su esencia primigenia». Quizá quien mejor vio a este poeta singular y múltiple, fue Jaime Jaramillo Escobar, el primero en celebrar el talento del poeta cartagenero. En la celebérrima misiva que Jaramillo le envió para saludar su poesía, Jaramillo Escobar traza el que a mi entender es el mejor retrato de Gómez Jattin:
tú eres el viento, eres un potrillo, eres el río que arrasa, no
limitas con nada, no tienes cuñados en el cielo, no tienes
participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres Atila,
eres el mismísimo Adán, Dios en persona completamente
loco deshojando los bosques y tirando las hojas al aire, eres
el ciclón, la barriga pelada, el escándalo furioso, todo lo
que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea, eres el fauno, el
unicornio, el centauro, el volcán, eres el putas!
No el alucinado, no el tierno, no el maricón, no el excéntrico, no el que ha perdido todo, no el ángel caído del cielo de la razón como Emil Nelligan, como Rimbaud, como Holderling o Dino Campana, no el «tenebroso –el viudo–, inconsolado, Príncipe de Aquitania de la torre abolida», no el «único poeta maldito que se acuesta temprano». Sino el grande, el tierno, el corazón de mango, «el putas».

Raúl Gómez Jattin. Poeta colombiano nacido en Cartagena de Indias (1945). Vivió su infancia y adolescencia en Cereté, Córdoba. Realizó estudios de derecho en la Universidad Externado de Colombia. Allí se dedicó al teatro, participó como actor en varios montajes y realizó adaptaciones de obras literarias que se publicaron en la revista literaria Puesto de Combate.
Tras ingresar en varias clínicas psiquiátricas y vivir en la calle, se dedicó a escribir poesía.
En 1989 se trasladó a Cartagena, sus últimos años los pasó entrando y saliendo de varias instituciones de psiquiatría.
El 22 de mayo de 1997 muere en Cartagena atropellado por un autobús.
Fuente fotográfica: Poetas Colombianos

Rafael Antúnez es autor de La isla de madera y El hombre que amó a Matilde Urbach (novelas) Nostalgias de un fumador y La muchacha del verano (ensayos) y sus cuentos se encuentran reunidos en el volumen titulado Bajo la pálida luz de neón. Su libro más reciente es El emisario de Herodes (relato).
Ha vertido al español El escarabajo y otros cuentos de Dino Buzzati, La noche misteriosa de Ledo Ivo, La sirena de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Casa de otros de Silvio D’arzo, Bestiario de amor de Richard de Fournival, El arte de la tentación (antología del ensayo inglés) y, más recientemente, Sobre la ciencia del onanismo de Mark Twain.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Rafael Antúnez
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