
Publicada en 2024 en la editorial Trajín dentro de la colección de narrativa, Como gato mirando un pájaro, novela breve, de la destacada escritora mexicana Claudia Hernández de Valle-Arizpe, narra fragmentos de la vida de Fabio Ortega, protagonista de la historia, quien es diagnosticado a los setenta años, a causa “de una vida de excesos”, con demencia vascular, enfermedad que afecta de manera irreversible la memoria, el razonamiento, la capacidad de planificación y el juicio, entre otros procesos mentales que, lamentablemente, irán en deterioro, haciéndole perder su conciencia de forma paulatina, impidiéndole prestar atención y concentrarse para organizar los pensamientos y produciendo un estado de intranquilidad y agitación permanentes.
Desde el epígrafe de Salvador Elizondo que dice: “No recuerdo nada. Es preciso que no me lo exijas. Me es imposible recordar”. “Sólo puedo escucharte, oír tu evocación como si se tratara de la descripción de algo que no tiene nada que ver conmigo. Es preciso, lo sé, que yo te crea cuando me hablas de todo lo que hemos hecho juntos” podemos reconocer la impotencia que surge de esta condición donde el pasado será aniquilado y la ausencia de reconocimiento se convertirá en la punta de lanza para atravesar, de manera devastadora, a todos los que le rodean.
A veces, la autora lo hará hablar; otras, le dará voz a su hija Beatriz. Pero, definitivamente, muchas serán las emociones que se entremezclan a través de estas páginas donde la violencia tiene un distinguido espacio pues a través de ella se da inicio al libro: “Tenías menos de un año cuando tu padre te golpeó y te tuvieron que entablillar la espalda”. Muchas serán las personas que se reflejen en esta historia donde se ejercen lealtades invisibles tales como: “Fue mi madre quien me contó ésa y tantas otras cosas de él que me hacían rechazarlo”. En todas las familias, así como en ésta, que es la que nos ocupa, los personajes toman partido, se alían, generan aversiones, afinidades, dinámicas variadas que, muchas veces, nos orillan a la enfermedad. Particularmente, se aborda el tema de la locura, esa extraña condición por la que todos tarde o temprano somos tocados en mayor o menor medida y a través de la cual se da por normal lo que es anormal.

A pesar de su gusto por las mujeres y el alcohol, Fabio es un buen ser humano, padre de familia responsable, querido por sus amigos, y como político brillante, ingobernable. Pero llama la atención ese hilvanado donde la figura de la madre se vuelve radical: “No lo idealices, qué fácil ser papá por carta. Tu padre no es como piensas ¡y no me pidas que vuelva con él si no sabes nada! ¿Sabes que fue a hacer a Noruega antes de venir a vernos? Tu padre tiene una novia en Noruega, ¿qué te parece?” Con mucha razón se dice que en medio de una pareja no debe de meterse ni el terapeuta. Por ello, resulta imposible no pensar en esa niña de ocho años que guiada por el amor ciego, se coloca entre sus padres tratando de unirlos mientras la jalan en direcciones contrarias.
Con episodios de crónica política de la época de un México regido por el Partido Revolucionario Institucional la autora nos sitúa en un tiempo donde el patriarcado, el racismo y la locura colectiva estaban a la orden del día. El humor particular de Claudia Hernández de Valle-Arizpe salta a la vista cuando refiriéndose, por ejemplo, a Luis Echeverría escribe: “Era grande la ojeriza del tlatoani”. Asimismo, sale a la luz una de las pasiones de nuestra autora: la gastronomía, de tal modo que encontramos: “el chivo guisado con yuca, la guinea, las codornices rellenas sobre hojas de parra; ese mole de pasas con chile guajillo, las tortillas hechas a mano para los tacos de papa con chorizo” o el famoso chillo en salsa verde.
Datos autobiográficos de Claudia mezclados con ficción van entretejiéndose a lo largo de esta novela en dónde se nos recuerda que nuestra autora vivió en China, donde, al mes de haber llegado, se lesionó la espalda, la cadera y un brazo debido a una caída, donde también se intoxicó por comer carne de res, y donde, para colmo, se llenó de piojos. Cautiva al lector por su honestidad, entregando en su escritura revelaciones que ni los más cercanos a ella conocíamos. Es tal la riqueza de anécdotas que uno queda atrapado entre las imágenes del exterior y las emociones que se gestan en el interior de quien contempla los ires y venires de los miembros de este clan, a través de una mirada sutil tras los visillos de la ventana, y no perturbar la fila que se forma con devoción para lograr despedirse del cadáver embalsamado de Lenin en su mausoleo de la Plaza Roja, los tranvías, la entrada al Teatro Bolshoi, los aparadores con ámbar lechoso. Los escenarios cobran un carácter cinematográfico y son diversos, situados en Bélgica, Brasil o República Dominicana, tantos que el lector viaja a través del tiempo y del espacio y se interna, para no perder la oportunidad, en el Cenote Azul de Bacalar, y hasta escucha los fragmentos del Chilam Balam y los poemas de Lorca que leía la abuela Carmen. Cualquiera que se acerque a esta novela podrá llevarse también una bibliografía básica para disfrutar en la soledad de su casa: Terra nostra de Carlos Fuentes, La muchacha de las bragas de oro de Juan Marsé, El gato y otros cuentos o La casa en la playa de Juan García Ponce, Narda o el verano y Farabeuf de Salvador Elizondo, y Los albañiles de Leñero.
Llama la atención que siendo ésta la primera novela de Claudia Hernández de Valle Arizpe, poeta antes que otra cosa, tiene una muy medida incursión de la poesía en su narrativa. Durante la lectura, te encuentras sutiles pinceladas: “Ese rebote del agua en las láminas de zinc” es, quizás, a lo más que llega.
Asimismo, no se puede dejar de citar el bestiario que se incluye en estos párrafos: “Pájaros carpinteros, barrancolíes erizados, papagayos con su cola larga y azul, cuyayas, halcones, águilas, aves endémicas, mosquitos, ratas, murciélagos, ruiseñores, perros, gallinas, colibrís, quetzales, tucanes, guacamayas, gatos, grullas, gorriones de cabeza roja, piñoneros y reyezuelos, erizos de mar, potros, caballos, yeguas, tórtolas, faisanes, pollos, palomas, caimanes y borregos.” Definitivamente, nuestra autora no es de este mundo, pertenece a los reinos celestiales y se lleva consigo a sus lectores, dotándolos de un plumaje con exquisitos pigmentos para elevarlos y hacerlos volar por los aires.
Con Claudia he tenido la fortuna de compartir viajes, amigos, comidas, sentido del humor, funerales, poesía, confidencias, desapariciones paternas, confrontaciones familiares y esa angustia que se anida en las vísceras cuando no se puede hablar. Cuando no se puede hablar, se escribe y nuestra autora lo hizo con un lenguaje claro, preciso y lleno de vitalidad. Logró sacar a la luz esa madeja anudada desde tiempos ancestrales y la dejo lista para que alguien la teja. Muchas son las cosas que admiro de ella pero la que más me asombra es su capacidad de adaptación ante las circunstancias de la vida. Seguramente, aprendió la lección materna que nos entrega en este libro: “Ante la adversidad y el dolor es que uno aprende.” Y estoy segura de que lo aprendió y lo aprendió muy bien. Prueba de ello es su extraordinaria historia con Rafael, el amor de su vida, quien cada vez que Claudia se levanta de la mesa, me mira a los ojos y me confiesa: “Amo tanto a mi mujer… y es que es taaan inteligente”. Estamos de acuerdo en que Claudia es una persona extraordinaria que logra lo que se propone. Esperemos que pronto haga la entrega de una segunda novela porque su voz narrativa tendrá que seguir diciendo lo que calla en su excelente poesía que también tiene la intensidad del instante. Leer esta novela, es sumergirse en la generosidad de la autora que nos abre la puerta y nos invita a entrar al recinto sagrado de su increíble vida para verla en la versión más pura y transparente, y quedarse con ella como gato mirando un pájaro.

Carmen Nozal. Nació en Gijón, España, el 30 de noviembre de 1964. Poeta. Radica en México desde 1986. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, y en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Ha desempeñado cargos como subdirectora de Péndulo; coordinadora de difusión cultural. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués y bable. Colaboradora de A Duras Páginas, Astillas, El Cocodrilo Poeta, El Comercio, El Gráfico, El Sol de México, El Suplemento, Etcétera, Hidrocálido, Hojas de Sal, Hojas de Utopía, La Jornada, Péndulo, Pregonarte, y Viceversa. Premio de Poesía UNAM 1991 por Visiones de piedra, IV Premio Universitario de Poesía 1991 por Vuelo-Pasarela-Lindo. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 1992 por Vagaluz. Premio Nacional de Poesía Salvador Gallardo Dávalos 1993 por Hacia los ecos del frío. Recibió el Reconocimiento por Mérito Académico 1993 otorgado por el SUA de la FFYL de la UNAM. El Reforma premió a Péndulo por ser la primera revista electrónica de México.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Carmen Nozal.

Claudia Hernández del Valle Arizpe. Ciudad de México, 1963. Poeta y ensayista. Es autora de una docena de libros de poesía, entre los que cabe destacar Trama de arpegios (1993), Hemicránea (1998), Deshielo (2000), Perros muy azules (2012) y México-Pekín (2013). Su obra ha sido reconocida con el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para Obra Publicada y el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras distinciones.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Carmen Nozal.
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