
¿Quién llama a la puerta?
¿Quién llama a la puerta, quién escucha?
En la ciudad de los videntes
la puerta entre el sueño y la vigilia
se abre a una luz inédita
que se refleja al infinito
en esta cámara de espejos.
Dentro, una ventana al mar y un telescopio
apunta más alto que la luz
al centro del mundo
al oleaje de imágenes primeras
al puerto de la noche
donde esfinges nos cuestionan
la razón de los naufragios
y tejen y destejen
lienzos con escenas de jardines
del palacio de la sabiduría
el sitio de la sílaba lustral.
Preñadas de símbolos y signos
las nuevas creaturas creadoras de mundos
emergen del sueño hacia el alba
madre de todos los seres vivientes.
Madre del hijo enamorado y del padre siempre muerto
se abre con sus miles de estrellas y danzantes.
Caravanas de espectros en fuga de sus ojos
como sílabas del nombre primordial se encienden
chillan de júbilo en el valle de la muerte
se erizan los cabellos de las niñas de la noche
por el grito del cantante tiemblan
saltan de la torre
herida por el trueno que sale de su boca.
Dos muchachos en la playa
discuten si es posible transformar la realidad
por el desarreglo sistemático de los sentidos.
Si en efecto todo es infinito o ilusión
si lo único posible es cantar
hasta el amanecer
prepararse para el vuelo nocturno
y beber del cántaro estelar hasta romperse.
Doncellas ya no danzan densa sinfonía
ceden a los ángeles del juicio
―mujeres con espadas en el pecho―
derraman ánforas de lágrimas vacías
sobre las sombras de la carretera.
¿Quién nos llama a rezar una oración a nadie?
Escucha al criminal, al delirante, al santo:
no somos más que dioses, solo extraños.
Enciende el fuego sagrado
la hoguera en la que un dios conoce a otro
hasta que el espanto se coagula en culpa.
¿Yo soy o soy otro?
¿Somos el haz o el envés?
Escucha: los nombres primeros, los últimos.
Cantiga de la tribu, no mía, ni tuya: nuestra.
No basta una cinta de imágenes, mudo largometraje
debemos decir lo que grita en las grietas del mundo:
-Si cada hombre conociera
la ecuación del movimiento alrededor del astro
que siempre añora.
Si cada mujer recordara.
Entre más luz y más sonido
la materia se acelera hasta el fotón
la hora se prolonga y todo pasa
por el ojo de su aguja minutera.
Mas el tiempo espada lanza y violenta
al viento viejo augurio
“la redención no llegará”.
Derriba al dios y a sus heraldos.
Rueda hacia la roca en llamas
en libre caída hacia el espejo en que se mira
enamorado de sí
cae hasta el fondo de su propia vista:
urdimbre, espesura, cuerpo oscuro
todo arde, crepita el libro negro, sin estrellas.
El dios se desnuda, no es más que infante enfermo
solo ensaya destruir al universo
y a la lengua materna que lo anima.
En su diestra, el arpón para herir a la antigua serpiente
bebe los elíxires del odio hasta el hartazgo.
Ebrio marino en su barco de vidrio
yace como Marat
en París y muerto a tiempo.
La bella se estremece frente a él.
Muchacha melancólica entre sueños
estalla contra áncora de luz.
Roja cabellera en el espejo
la sangre de la novia se derrama en todo el reino.
“El rey amó a la mujer escarlata y a la muerte
y nada más que a ellas.
Odió a los reyes, los nobles, los sacerdotes, los ricos, a los mediocres”.
¿Recuerdas el templo solar en el valle de México?
¿O solo el polvo lunar de los ángeles?
La poesía nunca salva a nadie de nada
tampoco nos prepara ante la muerte
tan solo auspicia el gozo
del mundo y la palabra en el desahucio
como es, desde el Principio.
“Más allá de este momento, las órbitas de los planetas no pueden predecirse”. La radiación
arrastra astros hacia el centro hacia la puerta que se abrió hace ya cien mil millones de años.
Cierro los ojos y despierto:
Me percibo: otro: me habita.
Este es el final, mis amigos
este, el origen
principio de todo cuanto es:
el deseo, sed de eternidad.
Nadie despertará
nadie verá al tigre en el bosque de la noche
nadie responderá si llaman a la puerta.
La luz de la catástrofe
se fuga hacia lo eterno
el silencio sucumbe ante el Silencio.
En la puerta la sibila con el índice entre labios
ya no juega con sus cartas.
La imagen nunca miente ni dice la verdad:
¿Andarás la solitaria noche por el infierno y paraíso
alcobas del reino que fundaste en tu corazón?
¿Escuchaste la canción dorada en tu interior
llover hasta el primer relámpago del mundo?
Todo vuelve al vientre de su madre,
la serpiente a la diestra del señor.
Vuelve el padre vuelve el hijo al Oscuro original.
El rito finaliza. No se toque la tierra
impura por el sueño del centeno.
Más allá de las mitologías, la imaginación
fruto del árbol del bien y del mal
persevera en la caída
persiste en espera del sol.
Nadie la escucha, nadie llama, nadie abrió las puertas.

José Natarén. Promotor cultural y secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Trabajó en proyectos de investigación de carácter literario y filosófico. Ha colaborado con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas conduciendo programas de rock. Poemas suyos han sido publicados en New York Poetry Review y revista de literatura La Otra, así como en las antologías Universo poético de Chiapas (CONECULTA, 2017) y Hacia un azul imposible (UNAM, Embajada del Reino de Marruecos, El tapiz del unicornio, 2023). Ha publicado ensayos y artículos sobre poetas mexicanos en diarios de circulación local y nacional, como La Jornada Aguascalientes, Diario Ultimátum y Diario de Chiapas, así como en las revistas latinoamericanas: Taller Ígitur, Altazor, Carátula, Letralia y Contrapunto, Revista de la Universidad de Alcalá. Está próximo a aparecer su libro: Óscar Oliva, Al norte del futuro. Apuntes para un ensayo sobre la obra del poeta, auspiciado por el CONECULTA-Chiapas.
Semblanza proporcionada por José Natarén
Fotografía de Pascual Borzelli
Escribir comentario
Jesus Islas. (domingo, 14 julio 2024 18:41)
Muy buen trabajo
Felizidades. Jose.
José Antonio Natarén Aquino (lunes, 15 julio 2024 01:11)
Gracias estimado Jesús Islas