Ensayo sobre Germán List Arzubide por Evodio Escalante

 

 

La humana necesidad de manejarse a partir de esquemas de colgarle un rótulo a las personas y las cosas, para que se sepa bien en cuál cajón hay que sepultarlas, nos obliga a catalogar a Germán List Arzubide como un destacado escritor del estridentismo, ubicado apenas unos pasos atrás de Manuel Maples Arce. Todas las generalizaciones, sin embargo, son algo injustas. List es un polígrafo impresionante que ha cultivado todos los géneros, desde el periodismo hasta la biografía, desde la crónica fantástica hasta las narraciones para niños (me refiero a Troka el poderoso, a partir del cual, por lo que se sabe, Silvestre Revueltas urdió una composición que se conserva en manuscrito), desde la crítica literaria hasta el teatro de marionetas, desde los cuentos hasta los guiones para radio (una novedad en su época), y que no se mueve sólo dentro de la órbita del estridentismo, pese a que es una adscripción la que le asegura un lugar especial adentro de la historia literaria del siglo XX. En un intento por mostrar otra de sus facetas de polígrafo, en la que, para variar, también es un verdadero precursor, quisiera ocuparme aquí de sus poemas de inspiración anarquista. Hablaré de un libro prácticamente desconocido de List Arzubide, Plebe. Poemas de rebeldía, que se publicó en la ciudad de Puebla el año de 1925, o sea, en plena eclosión del estridentismo y que, sin embargo, responde a una estética un tanto diferente, a la estética de la subversión. Si algún valor tiene esta nota, no podría ser otro que la de sacar este pequeño libro del olvido completo en que se le ha tenido.

 

El libro contiene en el pórtico una dedicatoria que es de por si elocuente, La transcribo para ubicar la zona ideológica dentro de la que hay que ubicar la publicación: "A la memoria de Ricardo Flores Magón / anarquista asesinado por el capitalismo / y a todos los mártires de la lucha social". En seguida, y a manera de prólogo, se inserta un artículo del hermano de Germán, Amando List Arzubide, historiador y divulgador de las ideas anarquistas completamente olvidado pero que quizá algún día habría que rescatar no solo por sus numerosos escritos sino también por su espíritu a la vez indomable e insobornable. El artículo no es otra cosa que una emotiva invocación de ese visionario de la Revolución que fue Ricardo Flores Magón. Concluye con las siguientes palabras: "Quede su nombre palpitando como un astro que nos ciegue a todas nuestras miserias, para alcanzar asi las cumbres máximas que él tantas veces frecuentó en sus sueños de profeta”.

 

   ¿Qué tiene que hacer aquí el anarquismo? Quisiera recordar que las ideas socialistas, tal y como se difundieron durante las últimas décadas del siglo XIX y las: primeras de este siglo en México, se nutrían sin mayor discriminación de numerosas fuentes. Se conocía, por supuesto, el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, quizás el Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, también de Engels, algún fragmento de El capital, así como diversos escritos de los grandes ideólogos anarquistas como Proudhon, Bakunin y el príncipe Kropotkin. Comunismo y anarquismo eran dos nombres de una misma corriente libertaria, y no se concebía que existiera alguna oposición de fondo entro ellos, Tan es asi, que el propio Flores Magón se definía, y definía su lucha, como anarco-comunista. Se trata de una verdadera mixtura que sólo adquirirá caminos divergentes cuando se conocen los furibundos textos antianarquistas de Lenin y de Stalin que se divulgan entre nosotros a partir de la década de los treinta. Mientras tanto, el autoritarismo marxista y el libertarismo anarquista, con sus llamados a la acción directa de las masas, conviven sin ningún problema.

 

   No es Germán List el primero, hay que reconocerlo, que escribe entre nosotros poemas de esta intención y este calibre. Lo precede, apenas por un año, quien en algún momento llegará ser maestro de Efraín Huerta, el poeta Carlos Gutiérrez Cruz, también cultivador del haiku. Con prólogo de Pedro Henríquez Ureña, lo cual implicaba un notable respaldo, Gutiérrez Cruz publica, en efecto, Sangre roja Poemas libertarios (Liga de Escritores Revolucionarios, México, 1924), libro que contiene versos incendiarios que utilizará Diego Rivera en varios pasajes estratégicos de sus murales en la Secretaría de Educación. Menciono esto como una prueba de la estima en que se tenía el trabajo de Gutierrez Cruz, hoy totalmente caído en el olvido, salvo el rescate que hizo Guillermo Rousset Banda al conseguir que se publicasen en la editorial Domes los libros de Gutiérrez Cruz con el título de Obra poética revolucionaria (Domés, México, 1980). Colaborador de Crisol, teórico a su modo de la estética revolucionaria, amigo de Mayakovski, con quien conversó ampliamente durante la visita de éste a México, autor también de un curioso opúsculo titulado El brazo de Obregón (1924), y militante -supongo- del Partido Comunista Mexicano, Gutiérrez Cruz se dirige en estos términos a quien él llama El campesino rojo: "Si eres un hombre de campo, compañero,/ lucha contra la sombra como el sol mañanero,/ mas si es pobre tu fuerza para vencer su encono/ prende fuego a la casa del patrono/ y ya verás que entonces se ilumina el potrero/ y verás que las llamas son el mejor abono, compañero".

 

   Proclamas incendiarias como ésta no eran para la época nada inusitado. Incluso un pintor como Rufino Tamayo, me permito un paréntesis, todavía hacia 1937, utiliza una expresión pictórica muy en este tono de la “acción directa" cuando realiza el muro que se encuentra hoy en el Museo Nacional de las Culturas, a un costado de Palacio Nacional. Los trazos orozquianos de este Tamayo primerizo no me dejan mentir. El soldado, el obrero y el campesino (la santísima trinidad de la revolución popular) están a punto de moler a golpes de bayoneta al odiado patrón que simboliza la burguesía.

 

   Con Plebe, Germán List Artzubide se coloca como un seguido de la estética de Gutiérrez Cruz. Su libro consta de doce textos en los que se abordan distintos tópicos de la lucha social. Imposible ocultar su eminente estilo panfletario. “Manos obreras”, el primer poema, concluye invocación que me ahorra muchas explicaciones: “¡Oh manos, rudas manos!/ que pronto vuestra mano mugrienta/ ha de manchar el cuello a los tiranos”.

 

   El tópico anarquista de que la noción de patria es una noción inventada por la burguesía para mayor provecho de sus intereses, se refrenda aquí con el texto que tiene como tema la bandera. El lienzo tricolor deja de ser un signo de la nacionalidad; no es sino otra máscara del poder del capitalismo que explota u asesina en nombre de la plusvalía. El texto pregunta: “Ciudadano: te descubres sumiso/ frente a la bandera que enarbola un soldado/ no sabes cuánta sangre ha derramado?” Por su parte, el poema dedicado a los presidiarios parece una nueva versión del viejo dicho de que en la cárcel no se castiga el delito sino la pobreza (en este punto, cuando menos, no han cambiado los tiempos): “No te avergüences presidiario/ que asesinaste por tu mal;/ más ha matado por salario/ el general…”

 

   La tercera estrofa contiene unas líneas de una deliciosa ingenuidad, muy propia de la violencia jacobina en contra de los sacerdotes, una herencia de la hegemonía liberal, pero también con acento machista que hoy haría respingar a las feministas, y no sin razón. Lo transcribo por su inusitado impulso reivindicador: “Y si violaste no te asombre/ tu crueldad tosca e impura,/ has sido cruel ¡mas eres hombre!/ Podría decir lo mismo el cura…?”

 

   No falta el esperable poema a la prostituta, esa proletaria de la sexualidad, que entrega su cuerpo y sus caricias a cambio de unas monedas, y que no vacila en ofrecer su “almohada ruda” para que duerma “su protesta ruda/ el borracho”.

 

   Con todo el texto representativo de la violencia revolucionaria encarnada en texto literario, o que aspira a ser literario, el texto que sintetiza el aspecto que hoy los lingüistas llamarían pragmático, esto es, que consiste en la posibilidad de trascender, de producir una acción, de influir en el ánimo del lector, y de moverlo para que luche contra sus opresores, se titula “La siega”. Me parece que por su calidad de modelo amerita la transcripción completa para la mejor inteligencia de la protesta entonces imperante:

 

 

 

La siega

 

 

 

Campesino,

 

vives en derruida cabaña

 

espiando el horizonte para ver si la lluvia se aproxima

 

afila la guadaña,

 

que va a lucir el sol sobre la cima

 

y es hora de segar,

 

ya está el grano maduro

 

y la mano del patrón ya quiere el grano.

 

Siega pronto esa mano

 

que te quiere robar.

 

 

 

Tuyo es tan sólo el trigo

 

tu sudor solamente lo ha regado,

 

sólo tu brazo hundió el férreo arado

 

en el solar amigo.

 

Y si hoy el patrón con necio orgullo

 

quiere el trigo que es tuyo

 

amparado en sus mañas de ladrón,

 

muéstrale que también tú tienes maña:

 

afila la guadaña

 

¡y siega la cabeza del patrón!

 

 

 

   Creo que no necesito agregar más comentarios. Termino esta nota agregando el colofón. En este caso, el colofón aporta una información que es algo más que suplementaria. Helo aquí:

 

Se acabó de imprimir este libro rebelde, el día 30 de junio de 1925, en los talleres de la Casa Editora Germán List Arzubide. La carátula fue grabada en madera con ánimo de protesta por el pintor revolucionario Ramón Alva de la Canal y se hizo un tiro de 5 000 que llevarán su consejo libertario a muchos camaradas obreros.

 

SALUD Y REVOLUCIÓN SOCIAL

 

  

 

 

 

Este ensayo fue tomado de la revista Periódico de Poesía, nueva época, número 17, Primavera 1997, México.

 

 

 

Nació en Durango, Durango, el 2 de enero de 1946. Ensayista, antólogo, crítico y poeta. Licenciado en Derecho. Obtuvo la maestría en Letras y posteriormente el doctorado en la misma especialidad en la FFyL de la UNAM. Fue director de Difusión Cultural de la UAM de 1982 a 1985. Es profesor e investigador de tiempo completo en el Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa. Ha colaborado en Casa del Tiempo, La Cultura en México, suplemento de Siempre!La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, Proceso y Sábado. Coordinó la edición crítica de José Revueltas: Los días terrenales, Conaculta, Archivos, 1992. Obtuvo el Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde 2009.

 


Evodio Escalante. Nació en Durango, Durango, el 2 de enero de 1946. Ensayista, antólogo, crítico y poeta. Licenciado en Derecho. Obtuvo la maestría en Letras y posteriormente el doctorado en la misma especialidad en la FFyL de la UNAM. Fue director de Difusión Cultural de la UAM de 1982 a 1985. Es profesor e investigador de tiempo completo en el Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa. Ha colaborado en Casa del Tiempo, La Cultura en México, suplemento de Siempre!La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, Proceso y Sábado. Coordinó la edición crítica de José Revueltas: Los días terrenales, Conaculta, Archivos, 1992. Obtuvo el Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde 2009.

 

 

 

Fuente biográfica: Enciclopedia de la Literatura en México

 

Fuente fotográfica Wikipedia

 

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