A mi gato se le cayeron ya todos los dientes
y se esconde bajo un mueble bajito.
Imagino su angustia
al recordar cómo le huían las arañas y las sombras,
cómo le temían las ventanas y los pájaros.
Perdió sus dientes
y se siente solo, siente el peso de cubeta honda
que es el tiempo.
Sus dientes eran su compañía,
su mejor amigo,
su huella digital sobre las cosas.
¿Cómo le explicas a un gato
qué es la vejez?
¿Cómo le dices que sólo ocurre?
Que un día abres los ojos y ahí está. Eres viejo.
La identidad es algo que no se pierde
excepto con el tiempo, con la vejez, con ir dejándonos en las personas.
Mientras escribo esto
mi gato está bajo una silla, huyendo de las arañas,
escondiéndose de las sombras de los insectos que le temían,
ocultándose avergonzado de los pájaros y las ventanas,
asustado de su nueva posición en el mundo,
aterrado de sentir sus encías deshabitadas, desalojas sorpresivamente,
intentando despertar y despertar;
despertar
y que sus colmillos sigan ahí, prestos, dirigentes, altivos.
Ahora quiere volver a ser un gato
y no puede.
Ahora quiere devolverle a su hocico lo felino
y no puede,
no logra volver a ser un gato.
Y yo, que desde hace años hablo humano roto,
intento inútilmente ocupar
en su corazón
el sitio que su dentadura ocupaba.
¿Cómo explicarle a mi gato
que la vejez no sólo te quita sueños,
no sólo encoge la esperanza?
Bajo su silla, bajo la seguridad protegida de su silla,
mi gato me explica
lo que es la vejez.
*****
Hay otra versión de mí
en la que no quise conocerte,
en la que no estoy a tu lado,
en la que logro no regresar contigo,
en la que todo está a salvo.
Nadie entra corriendo al corazón oscuro de la tarde
y lo pone en una jaula.
Nadie usa la voz como catapulta.
Nadie se lleva la palabra sexo
y la convierte en un bosque nevado,
en una olvidada carretera
donde un viejísimo fantasma camina
hacia el sueño oscuro de un lejano amanecer prometido.
Nadie habla del amor
como de dos reinos diferentes en constante contienda
por los sitios donde el viento corre libre.
La mañana no explota
al tocar las ventanas.
En esa otra versión de mí
los árboles azules no existen.
Lo que ves con los ojos
es lo que hay:
un cuerpo de una desnudez simple,
de una desnudez confiable.
En esa otra versión de mí
no existes. Y eso me hace tan feliz.
*****
Qué difícil puede ser,
le digo a mi gata que muere,
abrir los ojos. Quedarte.
Pero la vida siempre piensa diferente.
Y no despierta.
Siento una tristeza
que rompe el tranquilo protocolo de las cosas.
Y siento que podría
-que yo podría-
salvarla
si descubriera la palabra que Dios espera que yo diga.
Pero el amor nunca es suficiente.
Y me parece tan indefenso amar
que cerrar una puerta y abrir otra
se le parece.
Qué difícil puede ser
abrir los ojos
le digo a mi gata ya muerta.
*****
Un gato
no es una caja de zapatos vacía.
Y en nada se parece
a una caja de zapatos.
Pero el niño dice que esa caja
es un gato.
Y yo le creo.
A. E. Quintero (1969). Es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Ha publicado los libros: Un tragaluz en la memoria (1991), La mesa de los portarretratos (1992), El ferrocarril murmurante (1993), Corceles de agosto (1996), Violento el mediodía (colectivo) 1998, Cuenta Regresiva (2011), 200 gramos de almendras (2013), La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse (2014), El taxista saca su pene (2014), Sentidos de permanencia (2014), Hacia el fondo de sus manos (2017), El pequeño libro de la lluvia (2017), El muchacho que vivía en unos bóxers blancos (2017), Las sagas del silencio (2018), Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía reunida 1996 - 2019 (2019), Miedo: el libro de los espejos (2022), Aquí podría caber todo el amor que nos tuvimos (2023) y Psiquiátrico (2023).
En 2011 ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, con el poemario Cuenta Regresiva, publicado por Ediciones Era (2011).
Semblanza y fotografía proporcionadas por A. E. Quintero
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