Poemas de Omar Khayyam

RUBAIYAT

 

 

I

¡Despiértate! Ya el Sol, descorriendo el capuz

que el cielo y las estrellas cubría densamente,

puso a la Noche en fuga, clavando en el testuz

del alminar sultánico los dardos de su luz.

 

II

Primero que el espectro sutil del alba huyera,

pensé que en la taberna ignota voz gritó:

“Si todo está dispuesto en la mezquita austera,

el rezador devoto, ¿por qué dormita fuera?”.

 

III

Y cuando el gallo alerta su cántico desgrana,

fuera las voces gritan: “Abridnos ya la puerta:

vos no ignoráis lo efímero de la jornada humana,

y acaso los que fueron, no volverán mañana”.

 

IV

Soplo vernal renueva las brisas de la sierra,

y el alma pensativa en soledad se encierra.

Blanquean en las ramas las manos de Moisés

y el hálito de Cristo se exhala de la tierra.

 

V

Irán se fue con todas sus Rosas y Quimeras

y nadie sabe ahora las Siete Esferas;

pero el Rubí escintila en el licor risueño

y surgen cabe el agua jardines y praderas.

 

VI

David calla en la noche sensual; pero en divino

Pehleví desde el árbol: —¡Oh, Vino, dulce Vino!

La Filomela dice a la dormida Rosa,

y da a su rostro pálido un tinte purpurino.

 

VII

Venid, llenad la copa. Es Primavera aliento.

Soltad la invernal túnica del Arrepentimiento.

El pájaro del Tiempo no tiene más que un círculo,

pero, incansable y raudo, bebe el azul del viento.

 

VIII

Lo mismo en Babilonia que en Naissapur querida,

hiel o dulzor contenga el ánfora bruñida,

el Vino de la Vida gota por gota fluye

y caen una por una las hojas de la Vida.

 

IX

Cada alba trae mil Rosas a la gentil ciudad,

mas, ¿dónde está la Rosa de la pasada edad?

Al asomar Verano, de nuevas Rosas pleno,

con él se irán por siempre Jamshid y Kaikobad.

 

X

Y bien. ¡Bienaventurados Jesús y Belcebú,

con Kaikobad el Grande, y el Grande Kaikhosrú!

Que Zal y Rustem hinchen el mundo de soberbia,

o Hatim invoque al Fatuo —¡no te conturbes tú!

 

XI

Tendido esté en la franja que tiende al sol su veste

y que separa el yermo de la extensión agreste,

donde el Sultán y el paria confunden sus orígenes,

y ¡gloria al Gran Mahmud en su sitial celeste!

 

XII

Un rítmico breviario bajo el ramaje en flor,

un trozo de pan blanco y un vaso de licor,

y al lado Tú, cantando en la sonora Umbría—

Oh, ¡hicierais de la Umbría Edén encantador!

 

XIII

Quién en terrenas glorias vincula su Esperanza,

quién del Profeta en la alma futura Bienandanza;

¡ten en la mano el Oro y no te importe el crédito,

ni te impaciente el ruido del Parche en lontananza!

 

XIV

Ve cuál dice la Rosa de vívido carmín:

“Yo exhalo mis fragancias de uno a otro confín;

suelta el sedoso lazo que ciñe mi corola,

y arroja su tesoro en medio del jardín”.

 

XV

Aquél que no insensato los bienes desperdicia

y el que los suelta al viento con infantil delicia,

iguales son: restáurense a no dorada Tierra

y nunca ya a exhumarlos se mueve la Codicia.

 

XVI

El mundo de ilusiones del Rey y de la Plebe

conviértese en cenizas o brilla, pero breve;

una hora o dos es sólo su término de vida,

igual que en los desiertos la inmaculada nieve.

 

XVII

¡Oh, Caravanserallo que halló la Caravana,

cuyos portales son la Noche y la Mañana!

Los Reyes a tu sombra vivieron su grandeza

y luego se alejaron como la sombra vana.

 

XVIII

León y lagarto habitan la Corte en que Jamshid

se emborrachó de gloria y jugo de la vid:

ni el Asno de Bahram, al patear su testa,

logra violar el sueño que duerme el Adalid.

 

XIX

Pienso que brotan la rosa y el tulipán

donde hubo de verterse la sangre de un Sultán,

que el jacinto se tiñe con sangre de la testa

cercenada de alguna Princesa del Irán.

 

XX

¡No os reclinéis tan fuerte cabe el jardín en flor

que bordea los labios del río serpeador!

¡Quién sabe si ese río brotó de amantes labios

que un tiempo recitaron cien cantigas de amor!

 

XXI

Dilecta, llena el cáliz reparador de daños,

que ríe al Tiempo y borra antiguos desengaños.

Mañana, ¡bah! Mañana... Pudiera estar sepulto

con un ayer anciano de seis mil o más años.

 

XXII

A aquéllos que quisimos con ardoroso empeño

en su lugar el Tiempo prestóles el beleño.

Bebieron, uno a uno, en rondas sucesivas,

y mudos se entregaron a perdurable sueño.

 

XXIII

Y hoy que nuestra risa llena el parque desierto

y una explosión de rosas de estío inunda el huerto,

pensad que bajaremos al vientre de la tierra,

dejando a los que llegan lo incógnito y lo incierto.

 

XXIV

¡Antes que el cuerpo duerma en su última morada,

hagamos de la vida orgía desatada.

Polvo en el polvo, bajo del polvo yaceremos,

sin vino, sin canciones, sin cantora y sin nada!

 

XXV

Al que egoísta sórdido en perseguir se afana

los goces del presente y el oro del mañana,

un almuecín le advierte desde una torre oscura:

—¡Ciego, ni aquí ni allá verás la dicha humana! —

 

XXVI

¡Oh, los sabios romeros y místicos ascetas

que escrutan los dos mundos! Voz de falsos profetas

es la suya. Su verbo se pierde en el vacío

y el negro barro sella sus bocas indiscretas.

 

XXVII

Joven aún, gustome la sublime sapiencia.

Los sabios y los santos me dieron la experiencia

de su fe y de sus libros. Mas siempre a caer vine

en el fondo sin fondo de la eterna inconsciencia.

 

XXVIII

Con ellos puse el germen del divino por qué

que yo, con propia mano, ansioso cultivé.

Ved aquí todo el fruto de mi filosofía:

“Yo vine como el agua, como el viento me iré”.

 

XXIX

En este bajo mundo, a la loca manera

del agua que va y viene saltando en la pradera,

o como el viento alado que fina en el desierto,

no sé a dónde me empuja la voluble Quimera.

 

XXX

¿A qué, sin preguntarme, me abrieron un camino

y en las sinuosidades forjaron mi destino?

¡Oh, memoria proterva de la insolencia arcana,

te ahogaré en sendas copas de este ilícito vino!

 

XXXI

Del centro de la tierra al saturnino asiento

me incorporé, señor del alto firmamento.

Más de un nudo enigmático desaté en la jornada,

mas no el del sino humano, ¡oh, torpe entendimiento!

 

XXXII

Allí la Puerta vi, pero no hallé su llave;

allí el Misterio oculto, de impenetrada clave.

Al conjuro, un instante sonaron nuestros nombres,

mas luego se perdieron en el silencio grave…

 

XXXIII

La tierra estaba muda; muda la mar sonora

que, engalanada en púrpura, el fin del Dueño llora;

mudos los cielos raudos, cuyos signos cintilan

y duermen bajo el manto de la Noche y la Aurora.

 

XXXIV

Oculto tras el velo, lo Eterno reverbera,

y de entre las negruras alcé la mano austera

en busca de una lámpara; pero una voz de dentro

sonó: “Tú y yo vivimos durmiendo en la ceguera”.

 

XXXV

Para dar con el hilo del que pende mi sino,

besé los labios térreos de este jarrón mezquino,

que exclamó, labio a labio: “A libar, mientras vivas,

que, al morir, se nos cierra para siempre el camino”.

 

XXXVI

Parece que en el ánfora donde voz fugitiva

me respondió, encerrose un tiempo un alma viva,

que supo de embriagueces. ¡Qué cúmulo de besos

habrá tomado y dado esa boca pasiva!

 

XXXVII

Porque un día, parándome por mitad del sendero

vi que su húmeda arcilla golpeaba el alfarero:

el barro, con su lengua dormida en el olvido,

dijo en voz baja: —Pega más suave, Caballero.

 

XXXVIII

¿Y no es tal, por ventura, la fábula sagrada,

la historia de los siglos sepultos en la nada

que mil generaciones tuvieron por axioma?

¿Dios no hizo el molde humano de la arcilla menguada?

 

 XXXIX

El vino que se vierte tras rápido trasiego,

se filtra bajo tierra para apagar el fuego

de la tenaz angustia de un espíritu oculto

que mora en las tinieblas en gran desasosiego.

   

XL

Y como el tulipán, al despuntar el día,

alza la vista al cielo en busca de ambrosía,

así tú, hasta el instante en que la Providencia

te vuelque sobre el suelo, como copa vacía.

   

XLI

Ya no más te atormente lo humano y lo divino,

da a los vientos alígeros tu dubitar sin tino,

odia el mañana incierto y juega con los bucles

de la dulce Copera que te ministra el vino.

 

XLII

Y si es uno el oriente y ocaso de los seres,

si el labio que besares y el vino que bebieres

tiene su fin, recuerda que eres HOY lo que fuiste

AYER: pero MAÑANA, ya no serás lo que eres.

 

 

XLIII

Por eso, cuando el Ángel ebrio te encuentre junto

al borde de los ríos, y volviendo al asunto

del vino, invite a tu alma a asomarse a los labios

para libar sin tasa, ¡no vaciles un punto!

 

XLIV

Si el alma humana puede soltar la escoria impura

y, nuda por el aire, encumbrarse a la altura,

¿no es un pecado acaso, no es indigno de Ella

permanecer envuelta en tosca vestidura?

 

XLV

Éste es un pabellón donde, en libre albedrío,

duerme el Sultán su día de claro poderío;

luego el Ferrash adusto aldabona la puerta

y brinda a nuevo huésted el pabellón vacío.

 

XLVI

No temas que se borren del mundanal tablero

tu existencia y la mía. El eterno Copero

ha vertido del cántaro una tras otra gota,

y seguirá vaciándolo, sin agotarlo entero.

 

XLVII

Cuando el sagrado velo logremos traspasar,

continuará este mundo en su eterno rodar,

y de nuestra llegada y partida hará caso

igual que del pedrusco que se le arroja, el mar.

 

XLVIII

Un minuto de tregua —y gustar en un vaso

el dulzor de la vida entre tanto fracaso—

Y ¡héte la caravana fantástica que llega

al punto de su origen, la Nada! ¡Aprieta el paso!

 

XLIX

¿Vas a cansar, en busca de la ciencia escondida,

lo mejor de tu vida? Anda pronto, y liquida.

Tal vez un hilo aparte lo falso de lo cierto;

¿de qué dependerá, señora, nuestra vida?

 

L

Tal vez un hilo aparte lo falso de lo cierto.

Bien. ¡Oh, si asir pudieras por entre el libro

abierto una Alif que te indique la Casa del Tesoro

Y al Maestro, ¡quién sabe! De espeso tul cubierto;

 

LI

Cuya oculta presencia, cual azogue, en las venas

de la creación se filtra y elude nuestras penas!

Todo cambia y perece del primer día al último;

sólo Él subsiste urdiendo sus celestes faenas;

 

 LII

Y apenas indagamos la Verdad o Mentira,

el Drama Universal que en los silencios gira,

cae en la eterna sombra; el Drama que ab aeterno

Él concibió y dio forma y que impasible mira.

 

LIII

¿Por qué, si contemplando lo de allá y lo de aquí,

detener lo presente es vano frenesí,

la fruición de los goces dejas para mañana

cuando ya ni subsista ni vestigio de ti?

 

LIV

No malgastes tus horas, ni en fútiles contiendas

los problemas del mundo solucionar pretendas.

Mejor es catar la uva que alimentar congojas,

porque tal fruto es acre o no le hay en las tiendas.

 

LV

Vos no ignoráis, Amigos, que con la eterna Orgía

contraje nuevas nupcias en mi morada umbría;

arrojé de mi hogar a la Razón estéril

y la Hija de la Vid fue la Señora mía.

 

LVI

Ni el “Sí” ni el “No” sutil que rueda en el camino

me inquieta, ni la Lógica a cultivar me inclino:

nada turba las hondas raíces de mi Ensueño;

que la única verdad en la vida es… el Vino.

 

LVII

Pero la gente indocta suele decir que yo

el cómputo del tiempo he mejorado —¡No!

Dos días solamente borré del Calendario;

aquél que aún no ha venido, ése que ya pasó.

     

LVIII

Y luego, por el amplio umbral de la taberna,

como un rayo de luz se filtra en la cisterna,

vino un Ángel portando un ánfora en los hombros:

“Toma” —me dijo— y era ¡la Uva Sempiterna!

       

LIX

La Uva que, imponiendo su lógica absoluta,

las setenta y dos sectas en confusión refuta:

el mágico Alquimista que, por hechizo súbito,

el hierro de la vida en oro lo transmuta:

 

LX

El Señor de lo Eterno, Mahmud Omnipotente,

que, envuelto en los fulgores de su espada luciente,

ahuyenta la cohorte de penas y zozobras

que infestan el espíritu de la profana gente.

 

LXI

Si el jugo de la uva divino olor encierra,

¿quién dice que el zarcillo hace a las almas guerra?

Si es dádiva bendita, ¿por qué no disfrutarla?

Si maldición eterna, ¿quién la bajó a la tierra?

 

LXII

¿Me he de abstener del goce o de las liviandades,

medroso del fantasma que espantó a las edades,

o he de apurar la copa que aduerme una esperanza,

cuando cubra mi frente polvo de eternidades?

 

LXIII

¡Oh, sombras del abismo! ¡Oh, luz de rosicler!

Esta vida es efímera, tal hemos de saber.

Sólo una cosa es cierta y lo demás Mentira:

el rosal ya marchito no torna a florecer.

 

LXIV

Extraño es que de aquella ola de humanidad

que ya antes que nosotros cruzó la Eternidad,

no haya vuelto uno sólo a hablarnos del camino

que habremos de seguir para hallar la Verdad.

      

LXV

Las mil revelaciones de Sabios y Devotos

de ayer (vanos Profetas de los tiempos remotos),

son fábula surgida del telar de los sueños,

y en el telar se hundieron, como girones rotos.

 

LXVI

Lanzose a lo Invisible el alma zahorí

a ojear en el libro que hay escondido allí;

y a poco el alma mía volvióseme diciendo:

“El Cielo y el Infierno son y serán en ti!”.

 

LXVII

El cielo, esa visión de un anhelar cumplido,

y el Infierno, esa sombra de cuanto es fementido

que se urdió en las tinieblas, se desharán al punto,

en la misericordia vesperal del olvido.

 

LXVIII

No somos más que hileras de seres que se irán,

sombras kaleidoscópicas que vienen y que van,

danzando alrededor de la linterna mágica

que sostiene en la noche el Místico Guardián…

 

LXIX

Somos como las piezas movibles de un tablero

de noches y de días. Con justo rigor fiero,

muévelas el Destino de un ángulo a otro ángulo,

y van cayendo todas en el despeñadero.

 

LXX

La bola no se cuida de averiguar por qué

el jugador la impele con libérrimo pie,

pero Aquél que os lanzara al campo de este mundo,

lo sabe, sí, lo sabe —me lo dice mi fé.

 

LXXI

El dedo traza signos en la redonda esfera,

y toda vuestra angustia y vuestra astucia artera

y todas vuestras lágrimas no podrán inducirle

a borrar media línea o un vocablo siquiera.

 

LXXII

Y no alcéis ya las manos, como en flébil lamento,

a ese cuenco invertido que llaman Firmamento,

bajo del cual, opresos, vivimos y morimos.

Como vos, como yo, vano es su movimiento.

 

LXXIII

El ser final será hecho de la primera arcilla

y en él será plantada la postrimer semilla:

y la primera aurora de los mundos trazó

en la postrer mañana la postrer maravilla.

 

LXXIV

El AYER fabricó la presente Quimera,

el Silencio FUTURO que triunfa o desespera…

¡Bebe! Que tú no sabes de dónde y por qué vienes,

ni a dónde y por qué emprendes tu alígera carrera!

 

LXXV

Yo os digo: El día aquél que fueron enjaezados

los corceles del Sol en carros argentados

y trazadas las leyes que rigen a las Pléyades

y a Júpiter, ya estaban escritos mis pecados.

 

LXXVI

La Vid hirió una fibra, que si a mi humanidad

se adhiere —así el Derviche se ría sin piedad—,

de mi ínfimo metal fabricará una llave

que ha de abrirnos la puerta que esconde la Verdad.

 

LXXVII

Y esto sé: ¿qué mejor que la llama infinita

que el amor enardece o la cólera excita,

centellee en el fondo de la alegre taberna,

que no que se disipe dentro de la mezquita?

 

LXXVIII

¿No es absurdo excitar la conciencia dormida

para que sienta el yugo del ansia prohibida,

y luego, cuando caiga, ese Dios justiciero

con sempiternos males castigue su caída?

 

LXXIX

¿No es absurdo exigir del mísero mortal

oro puro en permuta de un espúreo metal,

o reclamarle en juicio deuda que no contrajo

y de que no responde? —¡Oh, negocio infernal!

 

LXXX

¡Oh, tú que obstaculizas con trampas y armadijos

mi sendero tortuoso cubierto de enredijos!

¿Por qué achacar mis yerros a maldad o flaqueza

sí, al nacer, ya los hombres tienen sus sinos fijos?

    

LXXXI

¡Oh, tú, que hiciste al hombre de vil barro y por quien

le diste a la serpiente un sitio en el Edén!

Perdona los pecados que tiznan la conciencia

humana, porque el hombre… te perdona también.

 

LXXXII

La última noche en que el Ramadán huraño,

ayuno y penitente, se alejaba del año,

cercábanme en el vario taller de un alfarero

ánforas y vasijas en maridaje extraño.

           

LXXXIII

Ánforas y vasijas, esbeltas y panzudas,

ostentaban sus formas elegantes y rudas:

unas eran parleras, las otras, encerradas

siempre en silencio, eran, como la Esfinge, mudas.

 

LXXXIV

Una de ellas dijo: —“No en vano fue extraída

de la tierra común la masa de mi vida,

y mi figura ya hecha será despedazada

y volverá a la tierra, punto de su partida”.

 

LXXXV

Y otra contestó: —“quién, loco, tras de la orgía,

querrá romper el ánfora que le dio la alegría?

Y aquél que con sus manos talló la copa amable,

cuando pase su cólera, ¿la destrozaría?”.

 

LXXXVI

Tras un silencio breve, otro cáliz parlero,

de feas apariencias, dijo en tono sincero:

—“¡Cómo se mofan ellos de mi deforme hechura!

¿Le temblaba, al hacerme, la mano al Alfarero?”.

 

LXXXVII

Un cuarto vaso entonces su mutismo desgarra,

(era un Sufí de voz ardorosa y bizarra),

y dice: —“Si hechos somos de una sola materia,

¿quién es el Alfarero?, ¿y quién hace de jarra?”.

 

LXXXVIII

Otra vasija dijo: —“¿Y no sabéis de Aquél

que lanzó la amenaza de mandar a Luzbel

a la criatura torpe que fabricó su mano?

Pues bien. ¡Vivid en paz! ¡Todo lo arregla Él!”.

 

LXXXIX

Y otra exclamó: —“No importa. Seca y adormecida.

ha tiempo que yo sueño con la viña encendida!

Llenadme, por favor, del viejo vino amigo,

que, paulatinamente, retornaré a la vida!”.

 

XC

Y, mientras platicaban las jarras a placer,

se adentró una vislumbre de luna en el taller:

entonces exclamaron: —“¡Alegraos, bebedores;

viene el mozo a sacarnos, y es hora de beber!”.

    

XCI

Reconfortad con vino mi agostada energía;

ablucionad con vino mi piel ya inerte y fría;

y sepultadme, envuelto en mortaja de pámpanos,

en jardín frecuentado, bajo el reír del día.

   

XCII

Así de mis cenizas se exhalará un remedo

del olor que da el zumo que extraen del viñedo,

y el creyente sincero que por mi tumba pase,

captará olor a vino, lleno de asombro y miedo.

   

XCIII

¡Ay, que todos los ídolos a quienes amé tanto,

vertieron sobre mi alma la hiel del desencanto!

Ahogaron mi fama en el licor de un ánfora,

y vendieron mi gloria tan sólo por un canto.

   

XCIV

¡Cuántas veces juré santo arrepentimiento!

pero, ¿no estaba yo ebrio cuando hice el juramento?

Vino la Primavera, tan loca y cantarina,

y mis promesas áureas se fueron con el viento.

    

XCV

Desleal me fue el vino y en mancharme el primero;

mas ¿qué? Pregunto siempre cómo el buen tabernero,

podrá comprar tesoro que equipararse pueda

con el rubí que vende de su óptimo viñero.

 

XCVI

¡Se fue la Primavera con su florido encanto!

¡Se fue la Juventud entre chorros de llanto!

Y el ruiseñor que, un día, cantaba en la enramada,

¿dónde posará el vuelo y ensayará su canto?

 

XCVII

¡Oh, si nos fuera dado del mundo en el erial,

hallar algún indicio del claro Manatial!

El peregrino exhausto hacia él tendiera el paso,

como la yerba hollada tiende a la vertical.

 

XCVIII

¡Oh, si antes de ser tarde, algún Ángel divino

no volviera las páginas no abiertas del Destino,

y el rígido Archivero no asentara los hechos,

o, con mano piadosa, rasgara el pergamino!

 

XCIX

¡Amor! ¡Oh, si pudiera contigo conspirar

contra el siniestro esquema que fabricó el Azar,

lo hiciéramos pedazos, para rehacerlo luego

muy más a la medida del perpetuo anhelar!

 

C

Allá arriba, la Luna, hostia blanca o segur,

recorrerá su órbita en el celeste Azur;

nos buscará mañana por los mismos jardines,

y no nos hallará en toda Nishapur.

 

CI

Y, cuando como ella, graciosa y refulgente,

vagues, oh Saki mía, por el jardín silente

donde moran los muertos, si llegas a mi fosa

vuelca la copa amiga, ¡interminablemente!

 

                                                          Taman

 

 

Traducido en verso castellano según la versión inglesa de Edward Fitzgerald por Manuel Bernabé

 

Estos poemas fueron tomados Manila, Imp. La Vanguardia, 1923, Filipinas.

 

 

 

Notas

(IV) La estrofa alude al Nuevo Año mahometano, que da principio con el equinoccio invernal y que se conmemora con un festival espléndido creado por el “Rey Esplendoroso” Jamshid.

El nacimiento de la primavera es para los persas no solo una manifestación varia y ostentosa de la Naturaleza, sino también un símbolo, que encarna los supremos placeres del vivir. La literatura persa habla de “las blancas manos de Moisés en las ramas,” recordando el pasaje del Éxodo, capítulo IV, versículo 6, y del “aliento de Jesús que se exhala de la tierra”.

(V) Irán, isla plantada por el rey Shaddad. Dicen que éste es el nombre que se dio a una región en la antigüedad, que fue habitada por los iranios, hermanos de los arios de la India. Es fama que la isla ha quedado sepultada en las arenas de la Arabia.

(VI) Pehleví, idioma antiquísimo conocido antes de la época mahometana en Persia, y que es reputado como el primitivo sánscrito heroico de Persia. A medida que trascurrieron los tiempos, dicho lenguaje fue enriqueciéndose con palabras de extraño origen, viniendo a ser, tras largas y curiosas derivaciones, el idioma que hoy se habla en Persia. Los poetas persas mencionan frecuentemente el pehleví en sus cantos, principalmente el gran Hafiz.

(X) Zal y Rustem, personajes magníficos de la leyenda popular persa. Rustem es el “Hércules” de Persia, hijo de Zal. Dicen que tuvo vastísimos conocimientos en las Ciencias y en las Artes, y gobernó Seistán. En el Libro de los Reyes (el Shah-nameh), de Firdausi, menciónase varias veces el nombre de este valeroso héroe.

Hatim Tai, tipo celebrado de la generosidad oriental.

En el Shah-nameh se cuenta el pasaje siguiente:

“Zal y Rustem se dirigieron al palacio del rey (Kai-khosru) para ponerse bajo sus órdenes, noticiosos de que el monarca había repudiado todas las cosas de este mundo. “En verdad” —dijo el rey— “harto estoy de las angustias de esta vida, y deseo prepararme para un estado futuro”. “Pero la muerte”, observó Zal, “es un gran mal. ¡Es tan espantosa la muerte!”. A lo que el rey replicó: “No puedo soportar por más tiempo las decepciones y la perfidia de la humanidad. Mi ansia de cielo es tan grande que no puedo vivir un instante sin fervor ni oración. Anoche una voz misteriosa susurró a mi oído: —Está cercana la hora de partir, prepara tus alforjas para la gran jornada, y no desatiendas al ángel anunciador, que puedas perder la oportunidad”.

“Cuando Zal y Rustem vieron la firme determinación del rey, lloraron y después abandonaron el palacio. Todos los otros guerreros quedaron también presa de la más honda tristeza”.

(XIII) El trono de Jamshid, así se llama a Persépolis, ciudad fundada por aquel Rey esplendoroso. No faltan quienes dicen que la ciudad fue obra de Jan Ibn Jan, que también construyó las Pirámides.

El asno de Bahram, rey persa, hijo de Hormuz, y nieto de Sapur. Fue un monarca justo, pacífico y, a semejanza del Rey de Bohemia, tuvo Siete Castillos de diferentes colores. En cada uno de ellos tenía una concubina, que le refería una nueva historia todos los días, un romance de amor de los que tanto abundan en los magníficos poemas de la Persia.

(XXXI) Saturno, Señor del Séptimo Cielo.

(XXXVII) Ferid ed-din Attar, otro poeta persa, refiere la anécdota de un viajero que, hostigado por la sed, sumerge la mano en un límpido arroyuelo, para beber. A su lado, llega otro que llena el cántaro que llevaba con la misma agua, y después de beber, se aleja. El primer viajero toma el cántaro para beber por segunda vez, y he allí que el agua que, bebida en el cuenco de sus manos, era más dulce que la miel, se ha tornado amarga al vaciarse en una jarra arcillosa. Entonces, oye la voz del Cielo que le dice que la arcilla de que estaba formada la jarra fue Hombre una vez, y a través de cuantas formas viniesen a darla renovación, no perdería nunca su sabor amargo de mortalidad.

(XXXIX) Aún en Persia, y en casi muchos pueblos del Oriente, hay la costumbre de verter un poco de vino en el suelo, antes de beber. Según Mons. Nicolás, ello es “un signo de liberalidad y al mismo tiempo, un aviso de que el bebedor debe apurar su copa hasta la última gota”.

(XLIII) Una preciosa leyenda oriental dice que Azrael cumple su misión portando una Manzana del Árbol de la Vida.

(LIX) Se dice que el mundo está dividido en Setenta y dos Sectas, entre las que hay que contar al Islamismo, según algunos. Otros, sin embargo, afirman que sólo existen sesenta y dos sectas. Nos hemos atenido estrictamente a la traducción inglesa de Fitzgerald.

(LXVIII) Es una linterna mágica muy usada en la India. El interior, de forma cilíndrica, está pintado con varias figuras, y tan bien colocado y ventilado que gira en derredor de la vela encendida dentro. En Filipinas se hacen faroles de papel semejantes.

(LXXV) Parwin and Mustari (texto original)—Las Pléyades y Júpiter.

(LXXXVII) El símil de la jarra y del alfarero, como representando al hombre y su Hacedor, es corriente  en el literatura universal. En las palabras de los profetas hebreos ya se ha insinuado tan hermoso símbolo, y desde entonces hasta nuestros días, al través de las varias concepciones y bellas imágenes de la literatura de todos los siglos, se ha conservado la alegoría.

 

OMAR KHAYYAM

 

Nació en Nichapur, Persia, hacia el año 1040 de la era cristiana, y vivió cerca de ochenta años.
Libertino, sibarita, ácido, místico y profeta, estudió Matemáticas y Astronomía, reformó el calendario musulmán, cultivó el Derecho y las Ciencias Naturales, pero todo le resultó insuficiente a la hora de resolver el misterio del Universo, las pasiones humanas y la existencia misma.
Se destacó en el plano de las letras por sus famosas «Rubaiyat», que constituyen  una alabanza al brindis, una enorme plegaria fragmentada en estrofas que remiten a la celebración del vino y del goce del instante, frente a la finitud de la vida.

 

 

 

Fuente biográfica. A media voz

 

Fuente fotográfica: Wikipedia

 

Manuel Bernabé (1890-1960) Poeta, político y periodista.

Fuente biográfica y fotográfica: cervantantesvirtual.com

 

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