Sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz

Contiene una fantasía

contenta con amar decente

 

Detente, sombra de mi bien esquivo

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero,

dulce ficción por quien penosa vivo.

 

Si al imán de tus gracias atractivo

sirve mi pecho de obediente acero,

¿para qué me enamoras lisonjero,

si has de burlarme luego fugitivo?

 

Mas blasonar no puedes satisfecho

de que triunfa de mí tu tiranía;

que aunque dejas burlado el lazo estrecho

 

que tu forma fantástica ceñía,

poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía.

 

 

A su retrato

 

Este que ves, engaño colorido,

que, del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

 

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido,

 

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

 

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

 

 

Quéjase de la suerte: insinúa

su aversión a los vicios y

justifica su divertimento

a las musas

 

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?

 

Yo no estimo tesoros ni riquezas,

y así, siempre me causa más contento

poner riquezas en mi entendimiento

que no mi entendimiento en las riquezas.

 

Yo no estimo hermosura que vencida

es despojo civil de las edades

ni riqueza me agrada fementida,

 

teniendo por mejor en mis verdades

consumir vanidades de la vida

que consumir la vida en vanidades.

 

 

Cadena por crueldad

disimulada el alivio

que la esperanza da

 

Diuturna enfermedad de la esperanza

que así entretienes mis cansados años

y en el fiel de los bienes y los daños

tienes en equilibrio la balanza;

 

que siempre suspendida en la tardanza

de inclinarse, no dejan tus engaños

que lleguen a excederse en los tamaños

la desesperación o la confianza:

 

¿quién te ha quitado el nombre de homicida

pues lo eres más severa, si se advierte

que suspendes el alma entretenida

 

y entre la infausta o la felice suerte

no lo haces tú por conservar la vida

sino por dar más dilatada muerte?

 

 

Encarece de animosidad la

elección de un estado durable

hasta la muerte

 

Si los riesgos del mar considerara

ninguno se embarcara, si antes viera

bien su peligro, nadie se atreviera,

ni al bravo toro osado provocara.

 

Si del fogoso bruto ponderara

la furia desbocada en la carrera,

el jinete prudente, nunca hubiera,

quien con discreta mano le enfrenara.

 

Pero si hubiera algo tan osado,

que, no obstante el peligro, al mismo Apolo

quisiera gobernar con atrevida

 

mano, el rápido carro en luz bañado

todo lo hiciera, y no tomara sólo

estado, que ha de ser toda la vida.

 

 

Muestra sentir que la

baldonen por los aplausos

de su habilidad

 

¿Tan grande, ¡ay, hado!, mi delito ha sido

que por castigo de él o por tormento

no basta el que adelanta el pensamiento

sino el que le previenes al oído?

 

Tan severo en mi contra has procedido,

que me persuado de tu duro intento,

a que sólo me diste entendimiento

porque fuese mi daño más crecido.

 

Dísteme aplausos para más baldones,

subir me hiciste, para penas tales;

y aun pienso que me dieron tus traiciones.

 

penas a mi desdicha desiguales

porque viéndome rica de tus dones

nadie tuviese lástima a mis males.

 

 

A la esperanza, escrito en uno

de sus retratos

 

Verde embeleso de la vida humana,

loca esperanza, frenesí dorado,

sueño de los despiertos intrincado,

como de sueños, de tesoros vana;

 

alma del mundo, senectud lozana,

decrépito verdor imaginado;

el hoy de los dichosos esperado,

y de los desdichados el mañana:

 

sigan tu sombra en busca de tu día

los que, con verdes vidrios por anteojos,

todo lo ven pintado a su deseo;

 

que yo, más cuerda en la fortuna mía,

tengo en entrambas manos ambos ojos

y solamente lo que toco veo.

Juana Inés de la Cruz, Sor. San Miguel de Nepantla (México), 12.XI.1648 – Ciudad de México (México), 17.IV.1695. Religiosa, jerónima (OSH), escritora, poetisa, erudita, bibliófila, compositora.
Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana (sor Juana Inés de la Cruz) fue hija de Isabel Ramírez de Santillana (fallecida en 1688), criolla, y del capitán español Pedro Manuel de Asbaje (fallecido en 1669), quienes tuvieron otras dos hijas, María y Josefa María. Su madre se unió posteriormente a Diego Ruiz Lozano. Su fecha de nacimiento aún se discute, puesto que, a pesar del acta de bautismo de una niña del mismo nombre en 1648, el padre Diego Calleja, quien realizó la primera aproximación biográfica de la monja (Fama y obras póstumas), ofrece como fecha 1651. El hecho de ser hija natural, frecuente en la época, no parece haberle supuesto un serio problema, e incluso afirma la fuerte personalidad de las mujeres de la familia. Su propia madre, a la muerte de su abuelo, continuó llevando la hacienda, a pesar de ser analfabeta, así como una de sus tías. Octavio Paz señala que la sociedad novohispana era bastante permisiva en las relaciones ilícitas.
La mayoría de los datos relativos a su infancia nos los ofrece ella misma en su Respuesta a sor Filotea. Destacaba en ella su obsesión por el saber, como demuestra el hecho de convencer, con tres años, a la maestra de una de sus hermanas para que la enseñara a leer. En 1656, tras la muerte de su abuelo, se trasladó a casa de su tía María —hermana de su madre— y de Juan de la Mata. Hacia 1664 entró al servicio de la virreina recién llegada (29 de junio), Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Aprendió en escasas lecciones Latín con Martín de Olivas (a quien dedicó su poema, “Máquinas primas de su ingenio agudo”), gracias a su confesor —Núñez de Miranda—, quien también la indujo a entrar en religión en 1667 en las carmelitas descalzas de San José, aunque, por una grave enfermedad y el rigor de la Orden, profesó en el convento de Santa Paula o San Jerónimo. En su Respuesta indicaba: “Entréme religiosa porque para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”. Entre el abandono de las carmelitas y la elección de las jerónimas, regresó a la Corte unos meses. Fue en ese momento cuando tuvo lugar la anécdota que relató el marqués de Mancera y que recoge Calleja (Fama y obras póstumas): el virrey reunió en 1668 a los cuarenta hombres más sabios de Nueva España para que la examinaran y dictaminaran si su sabiduría era adquirida o natural “y atestigua el señor Marqués [...] que a la manera que un galeón real [...] se defendería de pocas chalupas, que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas”.
En estos años fue clave la presencia del padre Núñez —confesor a su vez de los virreyes— quien animó a Juana Inés a entrar religiosa e incluso corrió con los gastos de la fiesta de su profesión (24 de febrero de 1669). Pedro Velázquez de la Cadena proporcionó la dote y narra González Obregón (Méjico Viejo) que “recibió el velo de manos del canónigo Don Antonio de Cárdenas y Salazar”. Una buena parte de la crítica insiste en la vida relajada de los conventos. Josefina Muriel, en su estudio de la vida conventual femenina, indica que la celda tenía a menudo dos pisos con una cocina y una sala. Para su cuidado se les permitía tener esclavas, como lo indica un documento en el que sor Juana vendió a una hermana su esclava mulata, Juana de San José, entregada por su madre (1669). El provincial franciscano fray Mateo de Herrera quiso limitar el número de sirvientas en los conventos y fracasó al oponerse las monjas, que llegaron a acudir a la Real Audiencia.

Semblanza tomada del sitio Real Academia de la Historia
Imagen tomada del sitio Real Academia de la Historia

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