
CABEZA/germen
La cabeza es la semilla
estructural de la aldea,
el gesto que da la tea
al bosque que no se ensilla.
La cabeza es la postilla
donde coagula el futuro.
La cabeza es el cianuro
con que la tribu se asfixia
o evoluciona o se vicia
contemplando el mismo muro.
Cultivar las torceduras
no detiene el crecimiento
pero acopla el firmamento
en medio de las fisuras.
La voz guarda quemaduras
profundas en la raíz.
Apuntalen la matriz
mientras la semilla hiberna.
Si la palabra es lucerna
podrá crecer un país.
TAXIDERMIA
Una niña
debe preparar sus manos para sostener armas
y asegurarse que la pólvora
jamás bese el aire.
Las niñas deben crecer
del mismo modo que crecen las ciudades
ante los ojos del enemigo.
Es difícil conservar la inocencia
en la piel de los muertos,
pero la juventud
no puede ser taxidermia
de mundo que anochece.
He enumerado los partos
de mi generación de niñas,
el dolor cervical de sus silencios.
He sido todos los rostros castos
que miraron a mis ojos,
con la dureza de las muñecas
que quedaron sin cabeza
entre los círculos del porvenir.
No llevo marcas
porque la cicatriz domestica
lo que la memoria entiende.
Mi palabra tiene la pólvora
que le falta a mi sonrisa.
No llevaré sobre mi edad escudos
para apuntalar las durezas
que nos dejaron como herencia.
No sembraré el dolor como símbolo de madurez.
Mi cuerpo no es una estructura de combate.
No he nacido para gravitar en instrumento.
Mi corazón no es un arma.
La tristeza hizo a mi corazón “hermoso”
pero ya es tiempo de las germinaciones.
ADN
Mi semilla podría no ser casual.
Mis padres en vez de amarse pudieron odiarse a muerte.
La madre de mi padre
pudo no haberse negado
a cargarme en sus brazos.
El padre de mi padre pudo haber sobrevivido al infarto.
Y mis ojos pudieron seguir siendo azules
pero la blasfemia apuntaba con su dedo
sobre la inocencia de mi madre.
EL INTERIOR DE LA PARED ANOCHECIDA
Las casas se acumulan sobre la espalda de la montaña.
Era feliz el hombre sin montaña y sin casa,
pero vivir significa aprender a equilibrar temblores.
Vemos la cruz dilatarse
entre los ojos del niño que juega
a orillas de una vivienda que comienza a decrecer.
Un niño crece en el interior de la pared anochecida
y yo me cubro los ojos
para no localizar los clavos en el interior del plato vacío,
pero un niño come siempre pan feliz
y besa con los labios limpios
y salta sobre el charco
y se ensucia los pies de fango
y sonríe
sin importar el hambre que habite
sobre la estructura de su cuerpo-país.
JUANA DE ARCO ACEPTA LO INJUSTO DE LA PREMONICIÓN
Soy la jaula.
El viejo hastío de mi cuerpo se desarma
como pedazos de un arma que conduce al extravío.
Vuelvo al fuego,
ya no hay frío que se resista a mi sangre.
La paloma lleva el cangre de mi edad en su tropiezo.
En la pira no hay regreso para el bien.
No se desangre mi idea en el ostracismo.
Dios nos mira en la distancia del alma.
Con la abundancia de mi credo
no hay abismo que pode este silogismo
de la espada que me labra.
La duda es una macabra piedra de los ignorantes:
han cortado el río antes
de escuchar una palabra.
COAGULAR
Otro canto nos brota en la garganta
Desplegamos las banderas rojas
Manchadas con la sangre de los justos
JACQUES ROUMAIN
Para Tumbá.
Se censura el bermellón de lo disperso
y mi espalda
es el papel que se escalda en medio de la oración.
Vuelvo a doblar el horcón de tu ley con mi rodilla.
Soy el cuerpo que se astilla
al centro de tanto fuego,
la veta negra,
el trasiego de abulia hasta la semilla.
Me quemarán por mi boca.
Es hereje mi palabra
y aunque no quiera relabra
la textura de esta roca
que en sus cerebros trastoca la razón sobre la arena.
No cultivaré la obscena gratitud
del que presume la duda
como perfume de sabiduría en vena.
Vengo a cultivar lo negro en medio de tantas cruces.
En lo negro hay también luces que pocas veces reintegro.
Nuestra verdad es lo negro.
Hay un cuerpo que se quema en busca de un falso lema.
La esclavitud no es azote sobre la piel
sino el brote de una razón que se crema.
La esclavitud es pared que te ennegrece el pulmón,
la falta de convicción sobre el destino y su red.
Esclavitud, la merced de tu cerebro en un plato,
ajustado al desacato de oxidada dentadura.
Esclavitud,
la fisura que nos contempla,
el ingrato límite que porta el miedo
sobre el cuerpo que no accede a endurecerse.
Me agrede la culpa entre tanto enredo.
Sobrevivo cuando accedo a cristalizar mi vista.
Palpo una falsa conquista entre el tiempo y mi ademán.
La historia parece un pan,
un trozo que nos alista a deglutir cada clavo.
No es rebelde quien sostiene.
No es culpable quien se abstiene.
Mientras más duele, más cavo,
pero el destino es esclavo de la palabra.
Se quiebra el vaso
sobre la hebra del barracón y la soga.
Mi cuello negro dialoga con la asfixia,
nos celebra
la incapacidad del mundo para tambalear su esquema.
Celebra lo que se quema entre el golpe
y el segundo de respiración.
Transfundo mi energía hacia las moscas.
Mi raza lleva las toscas herencias del desarraigo.
Mi país es lo que traigo rasurado,
eso que enroscas con el temblor de mi sien.
El látigo no calcina mi lengua contra su espina.
La construcción del jején sobre el rostro
es el retén de mi memoria silvestre.
Hay un mapa en el alpestre del río.
Mientras conducen mi cabeza
me seducen los peces de Dios.
Adiestre, oloku mi, su cabeza
para que nada la pode
para que solo incomode
con injertos de belleza,
pero espere a quien despieza
con salmuera
y otros cantos necesarios,
tras los llantos
de la estirpe sobre el cuero.
Cuando esté listo el acero
volverán a arder los santos.
VÓRTICE
Las mujeres musulmanas aprendieron a cubrir su cabeza.
Solo los ojos podían exponerse al desastre de las calles.
Sus ojos, única brecha posible
entre el blindaje de la carne y el hiyab.
La tela es la circunstancia de estar muda.
Pareciese que el silencio es una marca del miedo.
Una mujer que calla no es una mujer que acepta,
sino una mujer que piensa.
A las mujeres, como a los hombres
se les debe indagar siempre a través de los ojos.
Las musulmanas
saben cómo cuidar la nitidez del kohl
alrededor del iris.
El acto de purificación
va en los colores y palabras duras.
En las madrugadas sus cabezas se encendían.
A veces fue necesario
evacuar los pensamientos
para llegar a equilibrar el sueño,
estampar desasosiegos
y disfrazar los versos en masnaví.
La verdad es sagrada,
por eso debe ser cubierta con metáfora.
No conviene que el cerebro inoculado la trastoque.
Los papeles deben ser cubiertos del esposo.
La cabeza es un órgano valioso
que debe ser protegido del hambre y los disparos.
Una mujer sabia es más peligrosa
que un arma en las manos de un loco.
CASA/siembra
Mientras corto la demencia por la raíz
alguien huye
y la casa reconstruye el verde entre la dolencia.
Podar es la nueva herencia.
Germinar una montaña.
Podar lo amargo
y la araña del corazón de los hombres,
pero recordar los nombres podados
como una hazaña.
Al podar el filo es doble
y hasta una semilla crece cuando finge que padece,
sabe que el árbol no es noble por dar fruto,
aunque redoble su sombra sobre el cuadrante.
Si la cabeza es trasplante
el árbol puede podar al hombre
sin gravitar en un retoño triunfante.
La habitación se clausura.
La tribu resiste el polvo.
Hemos sido guardapolvo del miedo hasta la fractura.
Una casa no es cordura para enderezar lo insano.
La casa es solo una mano para olvidarnos del mundo.
La casa es el más profundo vendaje de los humanos.
¿Qué es la casa si he vivido en el ardor de su huella?
La casa no es una estrella.
La casa no es lo adquirido.
Tampoco lo conocido
ni el mapa gestual que tengo
ni la pared que sostengo en medio del cromosoma.
La casa es solo el axioma de ignorar de dónde vengo.
VISCERAL
Odio al artista
que cree que el arte viene desde el asco
y trepana su cerebro para extraer cada palabra dulce,
cada trozo de suavidad,
esas palabras que él llama defectuosas
y le arrancan la sensibilidad,
en busca de la perfecta belleza de su obra.
Odio lo perfecto
como todos los esquemas artificiales,
como el hombre perfeccionista
que subsiste gracias a su oportunismo,
un hombre que me odiaría si leyera estas palabras
y me llamaría cursi
y diría que aún soy transparente
y mi palabra no crece.
Un hombre que no se permite la dulzura
es un cuerpo que se quema de espaldas al sol.
CONTRAPESO
Congelar el cuerpo de un hombre es una tarea difícil.
Congelar el cuerpo de una mujer una tarea imposible.
Congelar el cuerpo de un país es tener miedo a todo lo que crece.

Giselle Lucía Navarro (Alquízar, Cuba, 1995). Poeta, escritora, diseñadora y artista visual. Ha obtenido, entre otros, los premios José Viera y Clavijo de ciencias sociales, Benito Pérez Galdós de ensayo, Edad de Oro de poesía infantil, Pinos Nuevos de narrativa juvenil y el David de Poesía que otorga la UNEAC, además de menciones en los concursos Ángel Gavinet (Finlandia), Poemas al Mar (Puerto Rico), Nósside (Italia), Calendario, Félix Pita Rodríguez. Ha publicado Contrapeso (Colección Sur, 2019), El circo de los asombros, ¿Qué nombre tiene tu casa? (Gente Nueva, 2019), Criogenia (Ensemble Edizioni, Italia, edición bilingüe, 2021) y La Comarca Silvestre (Loynaz, 2021). Su obra se ha traducido al italiano, inglés, francés, turco, griego y ruso, publicada en antologías y revistas de una veintena de países. Licenciada en Diseño Industrial por la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Es miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de La Habana.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Giselle Lucía Navarro.
Escribir comentario