Novela corta de Arqueles Vela

 

Das Leben ist eine Rundfahrt.

«Das Schriftstück

Ist verlore.»

 

¿Es usted intrépido?

¿Es usted vagabundo?

¿No sabe usted qué hacer?

¿Ha vivido usted?

Podríamos devolverle los años perdidos.

VIVA SU VIDA COMPLETA EN UN SÓLO DÍA

Pida informes a todos

los transeúntes

en todas partes.

 

______________________

En los viajes se encuentran siempre

la MUJER PASAJERA,

el HOMBRE PASAJERO.

Usted mismo es, será un P A S A J E R O

_______________________

 

Hemos suprimido la inquietud del

R E G R E S O

y el desasosiego de la L L E G A D A

 

______________________

 

 

La mujer que creyó ver desde la borda de su primer viaje el

hombre que perdió su ruta, lo olvidado en cada ciudad,

lo imprevisto, lo previsto, lo imprevisto, están a nuestras

-Ó R D E N E S-

Emprenda usted el verdadero viaje

-C Ó M O D O-

 

_________________________________

 

 

Pida informes y presupuestos a la

GRAN COMPAÑÍA TRANSOCEÁNICA

N O R T E A M E R I C A N A

 

_______________________________

 

 

Agencias en todo el mundo

 

________________________________

 

     Con la intención de ofrecer a los temperamentos inquietos, un evento sensacional, nuestra, gran compañía de vapores organizará un recorrido U N I C O en el que daremos a los  v i a j e r o s,  l a o p o r t u n i d a d   d e  e x p e r i m e n t a r l o s

 

P E L I G R O S   M Á S   S E G U R O S

 

INSATIO -el transatlántico más grande del mundo, - realizará la proeza de emprender las rutas escabrosas de los océanos, tocando ú n i c a m e n t e los puntos expuestos, tales como las corrientes del Golfo, las regiones de los icebergs, de las nieblas, de los naufragios, etc., etcétera.

     No hemos escatimado ningún gasto para complacer a nuestros favorecedores, tripulantes de la audacia y p r o g r e s o del mundo.

Se han preparado artificialmente, trombas gigantes, maremotos, tempestades, altas y bajas mareas: y otras diversiones desconocidas aun en la historia de los cataclismos asoladores de la humanidad, las Que nos han hecho erogar más de

 

M I L  MILLONES DE DÓLARES

 

ES CASI UN SEGURO DE VIDA LO QUE PROMETEMOS

 

CONDICIONES  Y  PRECIOS  DEL  VIAJE

 

Genuino  sentido  deportista

-no  se  expedirán  pasajes  sin  el  comprobante

c o r r e s p o n d i e n t e

     CAMAROTES: 

                               De 3a. clase …………….. 3,333.33 Dls. 

                               De 2a. clase …………….. 3,033.33   

                               De 1a. clase ……………..    333.33  

 

     OBSERVACIONES:

     1a.-a) Se han excluido molestias de pasaportes, inspecciones médicas, equipajes, etc., etc.-b) Todo está comprendido.

     2a.-Las emociones estarán sujetas a cambio sin P R E V I O  A V I S O.

 

FECHA DE SALIDA

-13 de febrero

Próximo--------

 

     -Tendré que convencerme- argumentó Androsio, releyendo por la penúltima vez, el anuncio leído ya, varias veces, por última vez.

     -Se ha fijado, querido amigo -prosiguió- cómo se desbaratan los propósitos… Lo peor de todo, lo mejor, lo admirable, es que me encontraba incidentalmente, esperando de un momento a otro la inquietud de partir. Iba a permanecer los días estrictos, suficientes para aburrirme de esta ciudad, de sus paisajes, de sus mujeres y hasta de lo inimaginable… Sin el beadeker de nuestras charlas hubiese canjeado de itinerario. Asimismo, seducido por las sistemáticas proposiciones del Insatio, cambiaré la ruta de mi viaje, eventualizando más la travesía. Seré el primero en solicitar una cabina, reclutado en la aventura por la eficacia del anuncio, no obstante ser el reverso de los personajes catalogados en las reclames. Acaso esta incidencia impulse mi alistamiento en la cruzada. El éxito de la publicidad es así…

     -¡Y qué estruendosa publicidad! En los teatros, en los cines, en los hoteles, en las calles en todas partes, la sugerencia del viaje surge, de pronto, empapelando cualquier deseo.

     -Indudablemente… tú serás, también, el primero…

     -¡Indudablemente! Se quedaron suspensos, desligados de la vida, contaminándose la inquietud de partir, incómodos en la sensación plácida de los sillones, tras súbitas exaltaciones viajeras.

 

2

 

     -ES CASI UN SEGURO DE VIDA LO QUE PROMETEMOS…

     Se había repetido innumerables veces la misma frase, convencida de su contrariedad

     -¡Es absurdo! - balbuceo entre una duda y otra, echando la imaginación hacia atrás a lo largo de su vida.

     Ningún recuerdo, ninguna emoción vivida regresaba. Los días transcurridos habían sido una resignación a existir, una manera de evadirse, de marginalizarse. Una costumbre involuntaria. Nada más…

     -¿Amé alguna vez?

     -…amaron aquellas mujeres con quieres compartía los momentos íntimos…?

     Ellas tampoco supieron jamás la divergencia de sus sentimientos ni la yuxtaposición de los contrarios.

     Las preguntas caían suscitando una estepa de círculos concéntricos.

     No recordaba ni un recuerdo capaz de seguir transmitiendo a través de los años, la más leve tradición sentimental.

     Sintió un impulso súbito de vivir de un golpe -en un minuto, en un segundo, en un instante- las emociones recolectadas desde su quinta generación. Surgidas de pronto, todas juntas le ebullicionaban un deseo desbordante de despilfarrarse en las plazas públicas, entre la muchedumbre de mujeres ausentes de su vida.

     -VIVA… EN UN SOLO DÍA…

     El anuncio le obsesionó una vez más.

     Doblando el periódico fuertemente debajo del brazo, abandonó la habitación tranquila de su sórdidad.

     Desorientando en las calles emplazadas de sensaciones multitudinarias; tropezándose con una actitud propulsiva, atrasaba su reloj, temeroso de adelantarlo al contacto de la nueva ansiedad sentida.

 

3

 

     Dejó de leer, entregándose a un curioseamiento minuciosos de las circunvoluciones cerebrales, embrolladas de números, de frases disparatadas, de ideaciones pornográficas, como las paredes ociosas de las cárceles.

     Percibía, tan sólo un eco vago de las rebeldías adolescentes:

     -¡No puedes estar quieto en ninguna parte…!

     -Sí, Nunca estaré quieto en ninguna parte… y ¿qué…?

     Luego, precisaba las escenas que concluían por echarte a la calle, con las sonrisas crecidas tras cualquier reproche, seguro de encontrar un hospedaje ilocalizable.

     -Pero… ¿Es posible…? ¡Arriesgar la vida en viaje semejante! ¿También tú te dejas sorprender?

     Antonio, preparando su bagaje, estibaba unas cuantas razones convincentes en su tentativa de embarcar así como así, con un gesto de echarse al mar.

     -Reflexiona… la vida… -…hay que economizarla… para… gastarla.

     Silencioso, de pronto leyó el anuncio en voz alta.

     Después, doblando sus indecisiones tal una cuartilla en blanco, se distrajo haciendo pajaritas de papel con la bandada de incertidumbres que revoloteaban en torno, convencido de ir, precisamente como el legítimo vagabundo.

 

4

 

     Las casas de la ciudad, empinadas las unas sobre las otras; las calles oleaginosas de un movimiento topográfico; las chimeneas humeantes de la confortabilidad sugerida; los pitazos de los agentes del tráfico, alargados infinitamente hacia un calosfrío; el vaivén de su imaginación asomada a la ventana evocativa, abierta sobre el paisaje oscilante entre las 6 y las 7 de la noche; la primera luz encendida a lo lejos de las perspectivas enrolladas en el ecuador de la música callejera, ajetreada en las cuatro esquinas convergentes de la vida corriente; lo que no lograba percibir más allá, la retrotraían, vagando de un aburrimiento a otro, al final de sus viajes.

     Poco a poco se había quedado en todas partes. Se recordaba en un como recuerdo que no acabase de llegar.

     Se iba reproduciendo en la repercusión hasta, perderse en la repercusión. Ya no experimentaría ninguna sorpresa, ninguna emotividad, ningún olvido, en huir de nada: huyendo de huir, de sorprenderse en la mirada de todos los hombres que la miraban, la seguían mirando y, luego volvían a verla, tal si la identificase -perdida, encontraba- en la continuidad de la mujer recién vista, perseguida hasta perderla en cualquier esquina, entre la multitud irrefrenable de mujeres insuficientes para contaminarla de las cualidades de la tan única cultivada en ella sola, inasequible sino para unos instantes.

     -Hay ciudades a las que no se debe descender nunca, como hay mujeres a las que no se debe tener jamás -le dijo alguien, cierta vez, desde lejos-. Hay que imaginarlas. Verlas… Nada más… Complacida al perder inconmensurable de veces que las habían visto de esa manera, sonrió del irrealismo embaucador de su espíritu; reanudando su viaje a lo largo de sus pensamientos, del humo de las chimeneas y del pitazo ineludible, avizor de los itinerarios imagínales.

 

5

 

     Una multitud irrefrenable invadía las oficinas de la gran Compañía Transoceánica Norteamericana.

     Los turistas, entusiastas, se atropellan por el mejor postor.

     Yendo y viniendo de un empellón a otro, balanceados por la balumba empedernida; colgándose de un frito incesante, los revendedores se adelantaban por encima de los precios, voceando la conformidad del viaje.

     -¡Aquí está el camarote inmejorable! Propicio para una muerte sensacional.

     -VERDADERAMENTE SENSACIONAAAAAALLLL.

     -Escoja el número 13-13, único de la mala suerte…!

     -¿Quién quiere echar a perder su vida?

     El valor de los pasajes, en subasta acelerada, subía hasta alcanzar una cantidad exorbitante; más exorbitante aún, superada por los compradores.

     La adquisición de un apartamento para instalarse en los peligros y desasosiegos del viaje, cómodamente, se hacía, de cuando en cuando, más difícil.

     La muchedumbre aumentaba desbordándose sobre sí misma, exaltada y hormigueante, sujeta a ira impulso arrollador y disperso, circunscrito en una ansiedad desmoronante.

 

6

 

     Los rápidos de todas las estaciones partían tras idéntica pista. Las sirenas daban la última alarma, enhiestas al redor del trust febricitante.

     Las aspas de los cuadros de señales, orientadores de las vías, voltijeaban veloces, al son de luces saltimbanquis.

     Los andenes se iban vaciando de pronto, sin la pausa de las despedidas.

     La muchedumbre, regularizada por un rumor de orquesta próxima a irrumpir, invadía los vagones en lastre de aventuras sentimentales, días de campo, apresuramientos desalojadas con un incesante recargo de tiempo adelantado.

     Alguien, al repantigarse en la ideación del viaje instalado en la convicción de haber escogido el asiento a salvo de las miradas insidiosas de los pasajeros inconformes: súbitamente encuentra al viajero olvidado en el último viaje.

     Alguien le contempla con ojos en regreso de excursiones frustradas, con un vago indicio de pasajero temeroso de viajar solo; de ir más allá de sus posibilidades o descender más acá de sus ambiciones; agitado por la inquietud de haber podido llegar tarde.

     -¿Qué hora es? Dispense…

     -…la hora larga, alargada, inacabable… la hora de partir.

     Despistado, busca en los demás pasajeros la fisonomía del dispuesto a cambiar informes. Luego, sobresaltado a la idea de que habría podido dejarle el tren:

     -¿A qué hora salimos? Dispense…

     -Según el itinerario, 5 minutos más tarde de los 5 minutos que hubimos de esperar para convencernos del atraso que nos hará llegar 5 minutos más tarde. Si es que no salimos 5 minutos más tarde.

     Al principio, intenta comprender. Después, desiste, deseoso de encontrar algo que le ayude a sentirse próximo, dispuesto al viaje.

     Al partir el convoy, saca su maletilla de viaje, su gorra de viaje, su pipa de viaje, extendiendo -tal una cómoda silla de viaje- su actitud de descansar en los viajes. Tras infructuosos ensayos, enredado en sus movimientos, desbaratado como una silla de viaje, desiste de instalarse en la mejor posición, convencido de no descubrir nunca el secreto de una actitud confortable, escabullosa e inviolable tal las sillas de viaje.

     Abrumado de sus posturas, se sienta, alargándose sobre una reflexión cumplimentadora, regocijado de abandonar las molestias de buscar la estricta comodidad, interrogando:

     -¿Hará buen tiempo? Dispense…

     -Depende de los «stors». Subiendo o bajando las cortinillas se destruyen las predicciones de los barómetros.

     -¿Qué hora es? ¿A qué hora llegaremos?

     -…eran, entonces, las 7 y media… Según el número de postes telegráficos que han ido pasando a una velocidad de 252 kilómetros por hora, deben ser, más o menos, las y 45… No sé. Seguramente cuando ya nos hayamos acostumbrado a esta vida ajetreada e inmóvil.

     -¿A dónde va usted? Dispense…

     -No puedo precisar. Hasta donde me alcance el tiempo. Tengo autorizadas tan sólo 48 horas de trayecto. Al agotarlas, descenderé en la primera estación de tránsito.

     -¡Qué felicidad viajar sin preocupaciones!

     -Al contemplar una sonrisa argeñada en los labios de su compañero impasible, los ojos se le empañan de un mal tiempo ingenuo y la última pregunta tiemble sin precisarse.

     Alguien la adivina y aclara:

     -…No. Viajamos en el RÁPIDO especial del INSATIO.

 

7

 

     Los pañuelos izaban sus adioses en los bordes del puerto, mientras se iban desprendiendo las perspectivas.

     La ciudad se exornaba con los tendederos de las despedidas, flotantes al viento; humedecidas por unas cuantas miradas fijas, casi tristes -viajeras frustradas- hechas las pequeñitas, parpadeantes al destilar una emoción contenida; alucinada entre las confusiones de las precoces luces de la tarde, alegres y rebosantes sobre los aleros de las casa hundidas y alargadas por el oleaje.

     Los pasajeros, confundidos en la distancia, se agolpaban en la barandilla del barco, aguzándose en el ángulo de un consabido anhelo de regresar, de retener la última efusiva cordialidad de las manos amigas, la última mirada encendida hasta el amanecer, tal una de esas farolas indecisa entre la noche y el alba.

     En el momento de partir, la alegría del viaje se le estropeaba pensando en el retorno que llevan ellos mismos.

 

8

 

     Despojados de la inquieta subida, se fueron desempacando de sus actitudes cohibidas, ensayando uno que otro movimiento desenvuelto y, de cuando en cuando, la sonrisa precursora de la intimidad.

     Se tendían en las «chaisse-longues», añorantes, esperándola primera tempestad anunciando en el mapa indicador de la ruta; asequibles a toda reminiscencia sentimental.

     Las pipas chisporroteaban, aumentando la estela de las chimeneas, penélopes de la vela del viaje.

     De cuando en cuando, la brisa interceptaba una palabra vaga, en la tangente de las direcciones acústicas.

 

     El silencio subía en grandes trombas arrolladoras.

     Luego, se volcaba.

     En las inmediaciones, una mirada, una coincidencia, una sonrisa, iban tejiendo una atalaya, rota de pronto al caer una frase en exilio.

     Se levantaron súbitamente, tras las llamadas urgentes del «gong» exclusivo del MENÚ.

     Los camareros distribuían los comensales, indicando el lugar preferido, a cada uno, en secreto.

     Las parejas se iban independizando de las conversaciones intransigentes, circunscribiendo los temas en sordina, arrinconados y ausentes del murmullo restante.

     Aprovechando un largo silencio, barruntado de nostalgia, alguien se enjugó los labios húmedos de palabras y, todavía con la servilleta en la mano, como un prestigiador de los discursos, dijo:

     -Dilectas y dilectos compañeros de viaje: es una aventura confeccionada en los Estados Unidos… Indudable y hasta indispensable su «final feliz»… Por tanto…

     -…nada …nada -prorrumpieron intuyendo lo ininteligible.

 

9

 

     -¡Soy el mejor campeón del mundo! -exclamó Antonio, levantando las manos aun turgentes de los trofeos femeninos en los campos de tennis…- Yo les daré unas cuantas lecciones de natación, indispensables en los momentos actuales…

     -Es inútil, las mujeres tienen algo que las hace flotar siempre -comentó Androsio, viéndolas boyantes, sostenidas en la plancha.

     Sonreían de dos en dos y se pasaban la risa como un bombón, ocultando una mirada cómplice bajo las pestañas húmedas del recuerdo de una frase, dicha a la postre de las conversaciones:

     -En los barcos todas las mujeres son nuestras…

     -Acaso del menos próximo…

     Se hacían las desentendidas, hundiéndose en una marejada de pensamientos cálidos.

     El viento agitaba las cabelleras con un rumor de selva, desparramando de sus cuerpos angélidos una tonalidad de acuario cinemático.

     Surgían por entre una música de radiolas, trenzadas de las manos; incandescentes de espuma oleaginosa y desaparecían, al son de los olvidados cánticos agrestes, en un estallido de risas y gritos perdidos a lo lejos en cadencia antiguas.

     Hundidas y flotantes en la concavidad del más, las pulverizaciones luminosas desprendidas de sus cuerpos tamizados en el agua de los sueños, tornasolaban la espuma de ágiles morbideces.

     Una bandada de olas percibida en la lejanía, creciendo súbitamente las echó en un extremo unas sobre otras, apretujables de un pavor desconocido, despertando de pronto, turgente en la zozobra de las manos juntas y refugiadas.

     Un reflejo plateado se insinuó en la superficie oceánica, levantando la red de la piscina.

     Permanecieron extáticos, con la ilusión vagabunda en los cánticos. Luego, las voces se emergían acompasando el ritmo de un aletazo metálico…

 

10

 

     Después de tres días de vivir el mismo día de fiesta, de picnic, los pasajeros se aburrían buscando las maneas de no aburrirse.

     En el salón fumador, los jugadores al póker -revisando las cartas afanoso de transmutarlas en otras de más valor, por medio de una expectante mirada hipnotizadora-, doblaban las apuestas, decididos a jugar la última partida.

     Sobre cubierta, algunos, esforzándose en distinguir las albricias de las primeras aves marinas, se olvidaban de las mujeres enfiladas a lo largo del hall, como un muestrario; del tennis, del mah-jong de la verdadera emoción viajera oscilante en el ambiente.

     Las parejas iban y venían.

     Androsio se dirigió a la biblioteca.

     -Con adelantar el reloj cada media hora, no llegares más pronto… en cambio nos desfalca el tiempo…

     El camarero le contempló, hizo girar las manecillas y abandonó el salón.

     Androsio, sonriendo, repasaba los volúmenes anotados en el catálogo:

 

The Admirable Crichton

Un Descenso en el Maelstrom

Treasure Island

La prodigiosa Isla de las Damas

Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino

Baedeker del Vagabundo

Manual del Perfecto Aventurero

 

     Volvió a leer los títulos, indeciso. Después, consultando el itinerario, fue recorriendo los puntos que tocaría el barco:

     15, a las 4, choque contra un carámbano, en las inmediaciones de la isla de Terranova, a causa de espera niebla.

     18, a las 6, grandes tempestades en el Golfo de México.

     21, a las 18, excursión a todas las ciudades recientemente devastadas por los huracanes que han seguido nuestra ruta sin previo aviso.

     25, a las 24, diversiones preliminares.

     13, a la hora cero, naufragio final, precedido de trombas, maremotos y ciclones, en el lugar comprendido, entre los 117° 25’ latitud norte y 153° 18° 17 ⅔’’, longitud oeste del meridiano de Greenwich.

     Cerró el baedeker, contemplando las bombas contra incendio, instaladas eficazmente en los compartimientos del Insatio.

     Sonreía, hojeando los anuncios de las Compañías de Seguros contra la Vida.

     Un sentimiento jovial y optimista atizaba sus emociones.

     -…de esto hay que hacer, también un divertimento…-se dijo, dirigiéndose al salón de festivales.

     Las luces acondicionadas en grupos acariciarles, le recordaban una emotividad perdida en las manos…

     Frente a la única mujer olvidada, sintiendo un incontenible deseo de alegría, pensó:

     -¡Hasta en los barcos hay la que no baila… No obstante las frecuentes solicitudes, permanecía sentada.

     -…señorita, vengo únicamente a confesarle que yo tampoco bailo…

     Ella no contestó.

     -Los valses son más valses unas veces que otras… ¿no le parece?

     Sonrió, ofreciendo la mitad de su sonrisa.

     -…no esté usted triste… morirán tan sólo los que intenten salvarse… y… en resumen… ¿para qué seguir viajando…? En Turquía, los harenes se han convertido en museos públicos y las mujeres descorren el visillo de sus miradas en los concursos mundiales; en Palestina, los muros de las lamentaciones están empapelados de anuncio y las mujeres egipcias se has desenvuelto del concepto místico; en el Congo, las tribus se visten de frac en las fiestas a Paul Morand; en el Japón, el Yoshiwara es un edificio de 60 pisos… Todas las ciudades del universo se agitan en Nueva York y mañana, las demás se construirán según un proyecto standard. Las mujeres interesantes en Buenos Aires, son francesas; en París, americanas; en Madrid, españolas; en Berlín, rusas y en Nueva York, mexicanas… luego has que viajar con nuevos Beadekers…

     Sonrío, espontánea, con una sonrisa aliciente.

     -…¡qué gran film! ¿verdad Carmen…?

     -No me llamo Carmen.

     -No es indispensable.

     Las parejas, incansables, se amotinaban sobre la música.

     -Las mujeres, aun de gran soirée, se mueven en los barcos como en una festividad hogareña, contaminadas de un aire familiar.

     Ella se quedó sonriendo.

     El Capitán se presentó, de improviso.

     Impulsados por el último compás, le rodearon, exclamando a grandes voces:

     -SI MAÑANA NO ENCONTRAMOS LA PRIMERA EMOCIÓN PELIGROSA, SU VIDA PERTENECERÁ A LA COMUNIDAD…!

 

11

 

     -No lo arrojen al mar, Capitán, ¡oh, mi Capitán? -intervino Patsy, suplicante.

     -¿Le parece poco? ¡exponer su vida sin pagar el correspondiente pasaje!

     -Si ésa es la causa, Capitán, yo cubriré el importe.

     -Muy bien… pero… ¿cree usted que podemos dar las mismas prerrogativas a un vagabundo…?

     -Mi Capitán -protestó Willy, interrumpiendo las consideraciones hechas al margen de su descubrimiento-. Soy tan aventurero como vosotros y no merezco más… He sobrepasado la intrepidez resistiendo los primeros peligros en una cabina de donde no puedo sacarle a uno: ¡NADIE! Únicamente el Capitán…

     -Tiene razón el nuevo pasajero, su caso está previsto en una insinuación de los anuncios. La Compañía está obligada a admitirla sin los requisitos legales, aparentemente; sometida a las ventajas excedentes de la publicidad…

     El Capitán, turbado, le tomó del brazo, galante, hasta la oficina del Comisario, inscribiéndole en la lista de pasajeros. Luego, le acompaño le gabinete de honor.

     Ya en su compartimiento se resignó a clasificar su bagaje, inventariando los accesorios, convencido de poseer nada superfluo, nada naufragable. Nada capaz de aumentar el lastre de los días y noches de la usencia. Llevaba un traje sí y un traje no, indispensables para las exigencias sociales de las fiestas a bordo; estrictos para revelar sus cualidades de hombre previsto de lo imprevisto, acostumbrado a sobrepasar los eventos del destino.

     -Lo demás es inútil -se dijo, recordando la mirada de Patsy, apoyando en el borde de una actitud triunfante.

     Sus movimientos anquilosados en el prolongado encierro, surgían al compás de las primeras lecciones de gimnasia, reconstruyendo su figura ágil.

     Al sentirse de nuevo, un hombre nuevo, se extendió en la litera rumorosa de aires marinos.

     Los ojos se le fueron cerrando, sigilosos, tal si hubiesen descubierto la ranura genuina hacia los sueños. Sus pensamientos ennegrecidos de pronto, se superponían unos sobre otros, como papeles engomados.

     Una luz imperceptible, a través de la puerta abierta y cerrada simultáneamente por el oleaje, le hirió en los párpados, despojando la telaraña de la somnolencia que aun hacía imprecisas las imágenes en sus ojos.

     Estrechó una mano acariciarle en la suya, confuso, envuelto en la bruma del sueño, tacteando, entre la irrealidad y la irrealidad, una figura escapada de sus sentidos. Su cuerpo exacto, proveniente de los concursos mundiales, se transparentaba a través del pyjama florecido de pequeños lunares, con ligeros tonos albeantes; sus ojos de no haber visto nunca nada, se posaban en sí mismos, diluyendo el tiempo claro; sus manos esmaltadas de tonalidades lentas; su sonrisa bordeando la gracia; el pie rumoroso del paso desliado con los ojos cerrados; las piernas juntas, herméticas a todo contacto, idealizando su actitud hierática, alargada, casi etérea, absorbida por la inmovilidad, le retrotraían al sueño.

     La veía autorreflectada por su desnudez.

     -¡Despierte… soy Patsy…!

     Quiso reconocer su cadencia a través de otras reverberantes en su memoria. Al contemplarla en sentido inverso, identificada, abandonando la delectación, complacido de escucharla, verla, sentirla, intentó estrechar su otra mano.

     -…schsss… Durante la travesía, hasta ahora no he tenido con quien hablar correctamente mi idioma. ¡Quiere usted ocupar en todas partes un lugar inconquistable?

 

12

 

     Viendo que Androsio se adaptaba al movimiento del barco, contaminado elegantemente del balanceo sistemático, insinuó sin poder contener una sonrisa:

     -¿Usted traía preparada esa manera de caminar…?

     -…y la pondré a la moda, desde luego… exclusiva d los tiempos borrascosos…

     Ella volvió a quedar suspensa en el vaivén de un recuerdo recrudecido:

     -Siéntese… ¡qué inquietud! O busca usted… ¿a quién…?

     -Acaso esa mirada suya de querer encontrar a alguien -dijo Androsio, emplazando en los alrededores del incidente- coincidencia mucho más agradable que si hallase lo que no buscaba; encontrado, no obstante y mucho más agradable aun siendo usted en una misma, las dos -cada una en la contraria- insospechadas, no obstante o talvez a causa de la suposición.

     Ella soltó sus pensamientos en bandadas, remojándolos en el panorama marino, desmantelado por recientes rachas. Olvidando algunos en la trayectoria; en espera de una nueva oleada, repasaba el silencio de pesadas cuentas.

     -…a propósito… -dijo Androsio, señalando los pasajeros anónimos; circunspectos en la barandilla de popa- …tienen cara de absueltos. Recorren las dimensiones del barco -interminable para ellos- economizando los pasos -de plomo a celdas- queriendo prolongar la distancia reclusa de la aventura… De pronto estallará la sublevación adueñándose de todas las mujeres…

     Ella sonrió, acercando sus labios a las palabras. -…entonces… ¿Usted no va en busca de nada…? -Todos vamos en busca de algo que hemos dejado abandonado.

     Una pausa se arremolinó.

     -Le he visto en alguna parte… En Pekín, en Londres, en Leningrado… en… ¿no recuerda?

     -Es verdad. Salimos de Nueva York a Buenos Aires, casi en idéntico camarote y después, a la Habana. En el primer viaje usted era Alice y en el segundo, otras muchas…

     -Sí. -Afirmó, tristemente, bajando los ojos para evita la emigración de los últimos recuerdos gratos-. Vivía del turismo. Y ¡qué bien! Fui la mujer ideal en los viajes. La aventura sentimental, la sorpresa de los pasajeros. Cada uno encontraba en mí sola, a la viajera de las novelas, conquista transitoria, motivo singular de la travesía; según las circunstancias. Para los argentinos era una «girl» y para los yanquis una «spanyola», -como decían, imitando las castañuelas con el taconeo del «cake-walk»…

     -¡Maravilloso… prodigar el confort sentimental, tan extrañado en los viajes largos… Indudablemente, debieron subvencionarla, anunciado la aventura oficial y añorante en los barcos…

     -Al contrario, agoté mi fortuna…

     -¡Admirable idealidad deportista…! ¿Hay que jugar al tennis, al amor y a la guerra, sin preocupaciones de la copa «DAVIS»?

     Callaron. La marejada de crepúsculo se perdía en el horizonte desperdigado en olas pespunteadas de sombre. El viento, complacido, levantando de cuando en cuando los pliegues de la falda ligera y transparente, descubría la malicia más allá de la frontera, limitándola.

     -De mis continuos viajes, tan sólo persiste el rumor de las distancias.

     -El récord de todas está en nuestros brazos…

     -¿…entonces usted piensa batir…? -Aun el de la vida misma, entrenando el corazón para todo evento.

 

13

 

     Esa mañana, el viento enarbolaba y hacía flotar las banderas alegres de los festivales, presagiando un buen tiempo del Eclesiastés.

     A lo largo de una ansiosa preocupación, algunos pasajeros recorrían la sobrecubierta, con la mirada fija en algo que no estaba en ninguna parte.

     Algunos permanecían engolfados en los camarotes, entumecidos en la somnolencia mañanera, pasando -como los banqueros las cotizaciones de bolsa- la cinta interminable de los sueños.

     En el «sturm-deck», algunos regresaban de climas azules en los mapas.

     En los salones de entretenimiento; pasos sistemáticos circunscribían la velocidad, estatizando las distancias; las manos apretadas sobre el pecho en actitud púgil, emprendían, súbitamente, un ataque contra sus propios impulsos atléticos; los brazos subían y bajaban al compás de una voz, contando como si no supiera contar, el mismo número.

     De un cuadrante a otro, el otoño descolgaba los frutos deportivos sobre los campos ligeros.

-…Carmen…! -gritó Androsio- la única pereza contemporánea explicable es el movimiento retardado, éxtasis de la excesiva velocidad… Ella extendió los brazos y las piernas, inmóvil en el «spor-deck».

     -Así… está usted muy guapa… sólo que es el sobrante de la mujer de otros días, como la música, la que no pudieron respirar anoche.

     Carmen se levantó del brazo de Antonio, abrazas de los primeros compases.

     Los jazzer’s, estabilizados en la cuerda de la música, perseguían la acrobacia del ritmo, en los ojos, con los pies, en las manos, con los músculos propulsores de una emoción correlativa en los cuerpos sensibles y rebalsados de ondas melódicas.

     El remolino del vals surgía en un punto y otro y desaparecía, brotando de nuevo. Arraigado en un hueco musical; las parejas arrebatadas por la racha, girando en torno de la inercia; envueltas en la cadencia y desenvueltas, se soltaban de pronto, insujetables, impetuosas de un movimiento de circunvalación desprendido e incesante en el panorama enrollado a la inversa, desenrollado y hundido alrededor de una energía centrifuga, coincidente en ningún punto muerto. Luego, al contrario, impelidas por el contrapunto del ritmo, al desajustarse de la perspectiva circunferencial, se soltaban de pronto, en la tangente de las conexiones.

     En el fondo, surgiendo de la punta del remolino, una voz de magna voz, ampliando las palabras como para dejarlas caer en un abismo, anuncio;

     -¡HEMOS LLEGADO AL MAESLTROM…!

     Contemplaban el espectáculo, esperando el retorno de las sensaciones aun en fuga concéntrica.

     Algunos habían localizado el punto culminante en sus catalejos.

     -Dejamos el peligro intacto…

     -Le vinos aproximarse y luego pasar, desde un sitio seguro…

     -…una farsa… no valía la pena…

     El movimiento se precipitó de nuevo, sobre unos y otros, desarraigándoles de la estabilidad contemplativa.

     Los abrazos, abiertos súbitamente al instinto, las retuvieron enlazadas algún tiempo. Después las dejaban resbalarse desmoronadas sobre la cosecha desrrecolectada de sus senos, atrasándose en deleitables obstáculos.

     Un ansia colectiva traqueteaba en los flancos

     Las ilusiones salobres picoteando a lo lejos, volvían inquietas.

     La angustia ascendía en torbellinos zaparrastrosos, haciendo caer las sonrisas cortadas antes de tiempo en los labios.

     Las miradas desenfocadas se iban llenando de la sombre de las emociones a la intemperie.

     Un grito y luego otro, en repercusión, brotaba al redor de un disco luminosos percibido en la lejanía.

     El cielo volcado sobre el mar volvió a entintarse en sus ojos. De nuevo, las pipas se cargaban de nada, desvaneciendo la ilusión interrumpida.

 

14

 

     -¿De qué ríe usted?

     -…de nada… -Entonces, ¿esa mirada?

     -Es la misma de siempre, idéntica, ahora, a la de todos. Único para verlas entornadas, identificarlas y viceversa.

     Carmen le escuchaba distraída, sin intención de fijar la mirada en el pensamiento.

     —¡Pero, hombre! ¿De qué se ríe?

     —Acaso de eso que la vuelve seria e interrogadora.

     —¿Seria e interrogadora…?

     —Quiero decir… —ratificó— Después… las miradas se proyectaban de la visualidad al objeto visualizado.

     —¿…después de qué…?

     —…es decir... no se aventuran e identificar, sino a identificarse.

     —No comprendo.

     —…o lo que es lo mismo… están en una sola, como el día… regocijante! Uniformados de la sonrisa única.

     Carmen hizo emigrar sus ojos, resuelta a no saber de dónde volvería.

     Iba llegando, intercalable de sonrisas, la resaca de las conversaciones.

     —…no se inquiete… además… nadie, ninguno, sabe quién, cual… acaso yo, alguien, alguien, todo, cada uno, podrían recordar ciertas palabras vagas; luego deben sentir una imprecisa voluptuosidad en recordad una sensación infinita, anónima, colectiva.

     Quiso sonreír. Después, mordiendo un recuerdo que le había hecho entreabrir ligeramente los labios, sonrió.

     —¡Quiere un «thea for two»

     Sobresaltada, apresuró el consentimiento de la respuesta.

     —Ya les extrañábamos —dijo Patsy, aproximando la distancia.

     —Le extrañaba, querrá usted decir… —Aclaró Carmen, suelta del brazo de Androsio.

     Patsy les miraba en la mirada de los otros, suspicaz.

     La brisa estallante de las nostalgias, las humaredas del «steaner», apareciendo y desapareciendo en un movimiento errabundo, agitado en los pañuelos, se desvanecían, inmobles.

     El Insatio, seguro de evadir los peligros; arrullado por la música del viento; empeorando la hendidura de antecesores viajes, desataba 333 nudos cada hora.

     La vida a bordo se había normalizado.

     Las conversaciones surgían, confidenciales.

     —Por lo menos dejamos de vivir instantes.

     —Vivimos demasiado, querrá usted decir.

     —En los últimos momentos, verdaderamente de sentí abrazado al peligro…

     —Yo estaba más cerca…

     —Yo continúe tranquila, confiada…

     —…en que pasaría todo…

     Un tumulto de risas estalló de pronto. Huidas en bandadas compactas, ascendían y, al caer, se desperdigaban, en los huecos de las olas, prolongando una música insumergible.

     Sorbían el té, entre frase y frase, entre guiño y guiño indolente, tal en una terraza íntima.

     Las risas volvieron de nuevo, vertidas al intentar la sujeción de Carmen, arrastrada por un movimiento atrapado de improviso en la proa.

     Las tasas volcadas hacia la aguja de los vientos, derramando los últimos sorbos, tintineaban intermitentemente.

     Se miraron interrogados al mismo tiempo. Silenciosos, desprendían sus pensamientos de las oscilaciones en los mástiles.

     Viendo sonreír a Androsio, sonrieron, también, recordando la noche del Maesltrom.

     —Este número…

     —será extra…

     —¡No hay que alarmarser!

     —Es verdad —subrayó Patsy—. Por consiguiente, nos trasladaremos a la sobrecubierta de popa. Allá… no está cerca el e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-o…

     —¡Qué sorpresa! Con una alta marea la emoción hubiera sido completa…

     —¡Oh, Capitán, oh, mi Capitán…!

     —¡El único que debe salvarse es usted, Capitán…!

     —¡SALVESE EL QUE PUEDA! —exclamó, pálido, transfigurado, agitando las manos.

     Su voz se hizo una burbuja en el silencio guturalizado y permanecieron indiferente, anclados en una sensación espacial.

     El mar, apacible, se fue abriendo, lento, mientras la proa del Isatio hendía las aguas ahondadas de leyendas.

     Voces pérdidas a lo lejos, traían una nueva alegría.

     Willy saltó sobre el único bote.

     Ágiles de estupor remaban hacia el horizonte, frontera ininteligible de los viajes...

     —...aquél es el trasatlántico preparado exprofesamente para salvarlos... ¿verdad Capitán? —exclamó Patsy, sugerente.

     —...NO... es el barco que ha venido filmando las peripecias de nuestra travesía...

 

 

Esta novela corta fue publicada en 1929 por la Editorial Revista de Revistas, México D. F.

 

 

Arqueles Vela (1899-1977) Nació en Tapachula, Chiapas, el 2 de diciembre de 1899; muere en la Ciudad de México el 25 de septiembre de 1977. Escritor, periodista y educador. Profesor normalista, realizó cursos de posgrado en las universidades de Madrid, París, Berlín y Roma (1925-32). Fue profesor de la Escuela Nacional de Maestros (1935) y de la Universidad Nacional Autónoma de México, director de la Escuela Secundaria número 1 y de la Escuela Secundaria Experimental (1939-58), así como profesor y director de la Escuela Normal Superior. Redactor de El Demócrata (1920), secretario de redacción de El Universal Ilustrado (1921), donde publicó la sección "Mientras el mundo gira", con el pseudónimo de Silvestre Paradox. En el mismo periódico se publicó por entregas su primera novela La señorita Etcétera (1922). Director del suplemento dominical de El Nacional (1933). Participó en el programa de cursos radiofónicos de la Secretaría de Educación Pública, promovidos por Agustín Yáñez, y formó los primeros grupos de teatro escolar, junto con Dolores Velázquez, Germán Cueto y Ermilio Abreu Gómez. Participó en la elaboración de los programas de educación artística de la Escuela Nacional de Maestros (1934), fundó las escuelas nocturnas de arte para trabajadores (1935) y los cursos para posgraduados (1936), antecedente de la Escuela Normal Superior. Fue una de las principales figuras del estridentismo. Miembro de la Sociedad Internacional de Críticos de Arte. Maestro en letras ex oficio por la Escuela Normal Superior (1939). En 1949 el gobierno francés lo condecoró con las Palmas Académicas.

 

 

 

Obra publicada

 

Ensayo: Historia materialista del arte, Talleres Gráficos de la Nación, 1936. || Introducción, organización, interpretación y dirección del teatro de muñecos, s.p.i. 1936. || Evolución histórica de la literatura universal, Ediciones Fuente Cultural, 1941; edición corregida y aumentada con el título Literatura universal, Botas, 1951. || El arte y la estética, Ediciones Fuente Cultural, 1945. || El trabajo y el amor, s.p.i., 1945. || Teoría literaria del modernismo, Botas, 1949. || Elementos del lenguaje y didáctica de la expresión, Tipografía Mercantil, 1953. || Fundamentos de la historia del arte, Patria, 1953. || Fundamentos de la literatura mexicana, Patria, 1953. || Análisis de la expresión literaria, Ediciones de Andrea, 1965.

 

Narrativa: La señorita Etcétera, El Universal Ilustrado, 1922. || El café de nadie, Horizonte, Xalapa, 1926. || Un crimen provisional, Horizonte, Xalapa, 1926. || El viaje redondo, Revista de Revistas, 1929. || Cuentos del día y de la noche, Editorial Don Quijote, 1945. || La volanda, s.p.i., 1956. || El picaflor, Costa Amic, 1961. || El viaje redondo. Cuentos del día y de la noche, Botas, 1962. || Luzbela, Costa Amic, 1966.

 

Poesía: El sendero gris y otros poemas inútiles 1919-1920, H. Barrales, 1920. || Cantata a las muchachas fuertes y alegres de México, s.p.i., 1940. || Poemontaje, Ediciones de Andrea, 1968.

 

Antología: Sincrónicas (compilación, selección y prólogo de Lénica Puyhol, viuda de Vela), Liberta-Sumaria, Continente, núm. 2, 1980. || El café de nadie. Un crimen provisional. La señorita Etcétera, CONACULTA, Lecturas Mexicanas. Tercera serie, núm. 20, 1990.

 

 

 

Fuente biográfica: Coordinación Nacional de Literatura (INBAL)

 

Fuente de la imagen: Revista La Vida Literaria, noviembre-diciembre 1970, México D. F.

 

 

 

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