Poemas de Marceline Desbordes-Valmore

ELEGÍA

 

Era tuya, quizás, antes de conocerte.

Mi vida, al tomar forma, a la tuya fue prometida;

tu nombre me lo dijo, al turbarme de imprevisto.

Tu alma, en él oculta, se reveló a la mía.

Un buen día lo oí y la voz perdí;

lo escuché largo tiempo, responder olvidé.

Y mi ser, con el tuyo, se fusionó al instante.

Creí que me nombraban por primera vez.

¿Sabías de ese prodigio? ¡Pues bien! Sin conocerte,

gracias a él intuí a mi amante y señor,

y lo reconocí en tus primeros acentos,

cuando mis melancólicos días iluminaste.

Palidecí al oírte, se entornaron mis ojos;

con una muda mirada nuestras almas se besaron;

en esa profunda mirada se reveló tu nombre,

y sin preguntarlo, me dije: ¡Ahí está!

Desde entonces se apoderó de mi asombrado oído;

a él se sometió, a él se encadenó,

expresaba por él mis más dulces afectos;

lo uní al mío para rubricar mis promesas.

Por doquier leía ese nombre lleno de encantos,

y lágrimas vertía:

de un mágico encanto siempre aureolado,

a mis ojos deslumbrados se ofrecía coronado.

Lo escribí… muy pronto no osé ya escribirlo.

Y mi tímido amor lo tornó sonrisa,

me buscaba de noche, acunaba mis sueños;

seguía oyéndolo cuando me despertaba:

vagaba en mi aliento y, cuando suspiro,

es él quien me acaricia, por quien mi corazón respira.

¡Nombre amado! ¡Admirable! ¡De mi destino oráculo!

¡Ay! ¡Cómo me gustas, cómo tu gracia me atrapa!

Me has anunciado la vida y, unido en la muerte

como un último beso, cerrarás tú mi boca.

 

De Poésies, 1822

 

 

SEPARADOS

 

No me escribas. Estoy triste, desearía morirme.

Los veranos sin ti son como noche sombría.

He cerrado los brazos, que abrazarte no pueden,

invocar mi corazón, es invocar la tumba.

¡No me escribas!

 

No me escribas. Aprendamos únicamente a morir en nosotros.

Pregunta sólo a Dios…, sólo a ti mismo, ¡cómo te amaba!

Desde tu profunda ausencia, escuchar que me amas

es como oír el cielo sin poder alcanzarlo.

¡No me escribas!

 

No me escribas. Te temo y temo mis recuerdos;

han guardado tu voz, que me llama a menudo.

No muestres agua viva a quien beberla no puede.

Una caligrafía amada es un retrato vivo.

¡No me escribas!

 

No me escribas dulces mensajes: no me atrevo a leerlos:

parece que tu voz, en mi corazón, los vierte;

los veo brillar a través de tu sonrisa;

como si un beso, en mi corazón, los estampara.

¡No me escribas!

 

De Poésies, 1822

 

 

REVELACIÓN

 

¡Ves! De un corazón de mujer hay que tener piedad;

es que hay algo de niño que se le mezcla a toda edad;

cuando ellas dirían no, digo sí. Las más juiciosas

no pueden sin arrebato entablar amistad:

¡Juez de amor! Palabra que nos recuerda a las madres;

la cuna balanceada en sus dulces plegarias;

el ángel de la guarda que nos vela y planea alrededor,

al que una niñita escucha arrodillada,

Dios que habla y se place en un alma ingenua,

que alguien vio pasar con la errante desnuda; 

cuyo aliento bebían al fondo de flores jóvenes

que mirábamos en la sombra y secaba nuestras lágrimas;

y el perdón que vino, un día de penitencia,

con un beso furtivo a redorar la existencia!

Esa suave lejanía que vuelve en el amor

y a nuestros ojos devuelve el asombro del día;

bajo dos alas de oro que deja caer en nuestra alma

de prismas mal apagados reanima la llama;

todo sigue alumbrado con luz y con incienso;

¡Y la risa de entonces rueda con nuestros acentos!

 

De las pompas de Navidad la nativa armonía

vuelca aún en el invierno su gracia indefinida;

la campana saltarina con su tan grande voz

clama al aire: ¡NAVIDAD!, como lo hacía otrora;

¡Y el cielo que se llena de acordes y loas

es el SALUTARIS y el aliento de los ángeles!

Y después, como lámpara de blancos rayos suaves.

La luna, con fuego puro que inunda su cantera,

parece abrir al mundo un párpado inmenso,

para buscar a su Dios joven, perdido entre nosotros. 

«¡Oh!, ¡que sea feliz entre todas las mujeres!»

Dice una mujer feliz y elegida a su vez:

«¡Oh!, ¡que reine en los cielos, tengo el mío, el amor!

¡Por él la eternidad salva nuestras almas todas».

La piedad parte la nube y hace llover sus dones

sobre el indigente que corre al divino bautizo.

¡Mira!, su antorcho rechaza el anatema

y su abrigo que se abre cargado de perdones.

¡Navidad!, levanta el niño su cabeza rubia.

¡Pues sabe que a las doce los ángeles hacían ronda!

¡Qué dicha esperarte a través de esa dicha!

¡Oye!, atraer tu vida a mi hogar soñador!

Esparce con tus ojos en él la luz querida;

¡Ven! Que necesito oír y besar a tu voz.

 

¡Con tu voz, con ella rezo,

Con tus ojos, con ellos veo!

 

Al exhalar el órgano al cielo los suspiros de la iglesia,

lo que pasa en mí, ¡ven!, para que te lo diga;

¡Ven! ¡Y te saludo, culto niño, puro tesoro!

Por ti quema la nieve y relumbra la noche;

Por ti la vida es rica, tiene calor bajo tu ala.

¡Lo demás para el pobre y es solo un poco de oro!

¡Mi Dios!, que fácil es y dulce ser pródigo,

viviendo de porvenir, de rezos, de esperanza;

cuando da miedo el mundo; cuando cansa la multitud;

cuando el corazón no tiene más que un grito: ¡Verte, verte, verte!

 

¡Y cuando el silencio

a su vez adora

la fe que se arroja,

en los cielos se mece

y llora de amor!

 

¡Vivir!, ¡siempre vivir

con fuego sin remordimiento!

¡Salvarnos y seguir

a un Dios que se entrega

por matar a la muerte!

 

Amar lo que amo,

una eternidad,

y con tu bautismo

abrevarme yo misma

de inmortalidad.

 

¡Qué inmensa vía!

¡Cuántos años y días!

¡Ven que yo te vea!

¡Tiemblo de dicha,

vivirás por siempre!

 

En verano el mundo emocionado se estremece como una fiesta;

la tierra en flor palpita y se perfuma la cabeza;

las guijas más clementes, lejos de ofendernos los pasos,

dulce camino hacen y volamos diciendo bajito: 

"¡Fijaos!, ¡todo me obedece, me pertenece, me ama!

¡Qué bueno haber nacido!, ¡y Dios, pues es Dios mismo,

qué clemente se muestra protector de nuestros días

bajo una ardiente imagen que siempre me sigue!

 

¡Cuántos retratos tuyos he visto en las nubes!

¡Cuántos presagios he respirado en tus aromas!

¡Cuántas veces sentí con lazo suave y fuerte

que tu alma se abrazaba en torno a mi suerte!

¡Cuando me coronabas con una segunda vida!

¡Cuántas veces a tu seno me iba embelesada

y devuelta a los campos en que vivía mi padre,

cuando era rubia y frágil, en brazos me llevaban!

¡Las veces que en tus ojos reconocí a mi madre!

¡Sí! Toda mujer amada tiene su joven quimera,

ten la certeza de que reza, canta y eras tú

el que cuidabas esos cuadros tanto tiempo velado para mí.

¡Sí!, ¡si alguna música oculta para mi alma

golpea en mi sueño inspirándome amor

es por tu dulce imagen apegada a mi vida

calor acariciante sobre mi suerte derramado

como en pared oscura sonrisa del día!

Y si al cambiar una palabra perturbas mi ternura,

¡Oh!, ¡de qué paraíso haces caer mi corazón!

De una lágrima vertida en el fondo de mi ebriedad

si supieras el peso, conmovido por tu rigor, 

inclinado sobre mi mirada que tiembla y te adora,

cual se besan los lloros con que el hijo te implora,

a tu hijo más débil acudirías y muy bajito:

«Es que te he puesto a prueba, ¡por Dios!, no llores…»

Háblame suavecito, sin voz, habla a mi alma;

el soplo llama a un soplo y la llama a una llama.

Entre dos corazones encantados poco discurso cabe, 

como a dos hilos de agua poco ruido en su curso.

¡Van! Los vientos de verano perfuman su viaje.

Sedientos uno de otro, contentos de temblar,

de dicha únicamente se les oye gemir.

Cuando los cimienta el invierno y les fija la imagen,

duermen suspendidos bajo el mismo poder

tan bien entrelazados que son solo un espejo.

¡Es tan escaso el tiempo de amarse en esta tierra!

¡Oh! ¡Que hay que darse prisa de gastarse el corazón!

Reñido por el remordimiento, ¡cuidado! Es regañón,

uno de ambos, amor, llorará solitario

háblame suavemente para que con la muerte

selles nuestro adiós con beso sin remordimiento

y al entrar en los cielos, calmo tú, yo ligera,

se nos reconozca como amantes de la tierra.

Que si la sombra de una palabra te acusara ante mí,

a Dios, sin engañarle, respondiera por ti:

¡Me ha querido mucho! ¡Y bebió de mi llanto;

su alma miró en todos mis dolores;

y dijo que conmigo el exilio es encanto,

es la cárcel del sol, la vejez de las flores!

 

Y Dios nos unirá en eternidad. ¡Cuidado!

¡Hazme bella de dicha! Y cuando yo te miro,

mírame, nunca encuentres mi mano

sin apretarla. ¡Cruel! ¡Mañana podemos morir,

piénsalo! Teme más que nada que encerrada en mí misma,

no acordándome ya de que fui amadísima

diga, pobre alma que se olvida los cielos,

llorando en mis dos manos, escondiendo mis ojos:

en todos mis recuerdos siento correr mis lágrimas;

todo lo que hizo mi dicha encerraba mis dolores,

mis jóvenes amistades están marcadas por los encantos

y los perfumes moribundos que sobreviven en las flores.

 

Eso digo celosa y siento que lo que pienso

sale en gritos lastimeros de mi alma oprimida.

Cuando tú no contestas, me avergüenza tanto amor,

y riño a mis sollozos, y me evito a mi vez.

Y me vuelvo a Dios, y le pido un padre,

le muestro mi corazón hinchado con tu furia,

¡Le digo, ya lo sabe, que yo soy hija suya

y que quiero esperar y que me lo prohíben!

 

¡Deja de prohibírmelo! Deja quemar mi vida.

Si sabes del dulce mal que me tiene avasallada,

¡Oh! ¡No me digas nunca que habrá que curarse,

que amar gasta el corazón, que todo ha de morir!

Pues que me ves el alma, ven, puedes leer;

tal es nuestro secreto: ¿está mal que lo diga?

No, nada muere. Piadoso de amor o amistad,

¡Ves! ¡De un corazón de mujer hay que tener piedad!

 

Les pleurs, 1832

 

 

 

 

 

LAS ROSAS DE SAADI

 

Quise hoy de mañana regalarte unas rosas

pero tantas me puse en mi traje ajustado

que los nudos apenas pudieron contenerlas.

 

Y saltaron los nudos. Y volaron las rosas

con el viento hacia el mar: me habían abandonado.

Y siguieron y el agua no quiso devolverlas.

 

Volviese roja el agua, pareció llamarada.

Esta noche mi ropa sigue aún perfumada…

Ven y respira en mí su fragante llamada.

 

Escrito hacia 1848

 

 

EL ALMA ERRANTE

 

Soy la plegaria que cruza

este mundo donde nada es mío: 

soy la paloma en el cielo,

amor, por donde te voy buscando.

Rozando la ruta fecunda,

espigando la vida a cada paso,

he ganado los dos flancos del mundo,

pendiente del soplo divino. 

 

Ese soplo depuró la ternura

que fluía de mi canto herido

y vertió su santo entusiasmo

sobre el pobre y sobre el cautivo.

Y heme aquí, sigo alabando

mi única posesión, el recuerdo, 

recorriendo, de aurora

en aurora el interminable porvenir. 

 

Voy al desierto lleno de agua viva

a lavar las alas de mi corazón,

pues sé que hay otras orillas

para aquellos que os buscan, ¡Señor!

allí veré subir las falanges

de los pueblos que el hambre ha aniquilado,

y veré cómo regresan los ángeles,

desterrados, pero más tarde invocados…

 

Dejadme pasar, soy madre;

al hado volveré a pedirle

los dulces frutos de una flor amarga,

mis hijos, que la muerte me ha robado.

Creador de sus jóvenes encantos,

vos, que contáis los gritos fervientes,

os daré tantas lágrimas

¡Que me devolveréis a mis hijos!

 

Escrito en 1856 o a comienzos de 1857

LA AMIGA

 

Cuando mi sombra al sol tiembla sola y se inclina,

cuando busco unos pasos en torno a los míos,

cuando escucho atenta, y digo muy bajito: 

“¡No hay nadie!”, una eterna sombra joven, divina

se eleva y responde: “¡Estoy aquí, Marcelina!”

 

“Nunca digas: ¡no hay nadie!: o te vence el abandono.

Si subes hacia Dios, estoy en la colina;

y si bajas envuelta en llanto, yo bajo llorando!

Y mi amiga que exclama:

“¿Cómo estás? Albertina!”

 

De Poésies inédites, 1860.

 

 

Traducción de Norberto Gimelfarb Y Marta Giné

 

 

 

Esta selección de poemas fue realiza por Norberto Gimelfarb Y Marta Giné de su artículo titulado, Marceline Desbordes-Valmor.

 

Marceline Desbordes-Valmore (Douai, 1786- París, 1859) fue una poeta sin formación, una artista autodidacta que tuvo una vida de fatalidades. A pesar de todo, consiguió hacerse un hueco en la historia de la literatura como una de las grandes poetas del Romanticismo. Para Rimbaud y Verlaine los versos de esta mujer valiente con una voz poética libre y genuina fueron reveladores; no en vano es la única mujer que aparece en el ensayo Poetas malditos de Paul Verlaine. Sin embargo, Marceline Desbordes-Valmore sigue siendo una gran desconocida.

En Somos Libros, ha publicado… Poemas elegidos de Marceline Desbordes-Valmore, de la colección ‘Mitades de una gota’

 

Fuente: Página Somos Libros

Fuente de la fotografía: Wikipedia 

 

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