Poemas, poesía. Herberto Helder.

Con la plaquette “El amor de visita” incluido en Colhar na boca de 1958 inicia la poesía de una de las figuras singulares de la poesía portuguesa contemporánea. Vinculado en su origen a la revista de corte surrealizante Pirâmide de fines de los 50 en Portugal, al lado de Antonin Artaud y Mário Cesariny[1]. La poesía de Herberto Helder fue decisivamente impulsada por este libro, en el  que surgen ya definidas las grandes líneas de su discurso radicalmente transfigurador. La práctica de la escritura funciona en Helder, como una alquimia verbal que hace de las palabras el vehículo de una metamorfosis cuyo alcance se sitúa en los límites del propio lenguaje  y de los sentidos que habitualmente le atribuimos. Dueño de un estilo que sólo puedo calificar de torrencial en que la dimensión alucinatoria se integra en la textura de una especie de magma verbal. Incorporada a esta hibridez su obra ha estado ligada al concretismo, la poesía experimental y elementos del barroco.

Herberto nos ofrece una poesía que escucha a los movimiento ondulantes y peristálticos, en un proceso hermético de casi infinita proliferación metafórica, como si en cada texto el sentido se propagara mediante ondas sísmicas cuyos epicentros se mantienen inestables. El resultado se condensa en un registro como escritura volcánica, plástica, antigua: jeroglífica y compleja por la cual accedemos a una realidad que es también “testimonio de la más alta / locura” y de su terrible ardor.

Cuando en 1994 fue ganador del premio de poesía Fernando Pessoa, Helder no lo aceptó y pidió que se lo cedieran a otro en secreto, sin hacerlo público. Durante su vida se mantuvo alejado de las entrevistas, sin romantizar la imagen elevada del poeta. Semejante a este tema de la marginalidad del escritor, su “yo” lírico es de una naturaleza oculta, oscura; no está presente en su poesía, tiende a desaparecer o mejor aún, a (con) fundirse dentro del poema como si se tratara de un extranjero de sí mismo.

Según una entrevista hecha para sí mismo en  un número de la ya extinta revista "Luzes da Galiza", cualquier intento de respuesta en un poema es un acto de arrogancia. La poesía es para él un sistema de preguntas entre los vocablos, una fuerza resultante de otras fuerzas vectoriales. Un poema-flujo, lengua viva en un continuo de imágenes y símbolos des/articulándose.

 

“EL AMOR DE VISITA”

en La cuchara en la boca (1958).

 

Dame una joven mujer con su arpa de sombra

y su arbusto de sangre. Con ella

encantaré la noche.

Dame una hoja de hierba viva, una mujer.

Sus hombros besaré, la piedra pequeña

de la sonrisa del momento.

Mujer casi increada, pero con la gravedad

de dos senos, con el peso lúbrico y triste

de la boca. Sus hombros besaré.

 

¿Cantar? Largamente cantar.

Una mujer con quien beber y morir.

Cuando se vaya a abrir el instinto de la noche y una ave

lo atravesara traspasada por un grito marítimo

y el pan fuera invadido por las olas

su cuerpo arderá mansamente bajo mis ojos palpitantes.

Él— imagen vertiginosa y alta de un cierto pensamiento

de alegría y de impudor.

Su cuerpo arderá para mí

sobre la sábana mordida por flores con agua.

 

En cada mujer existe una muerte silenciosa.

Y mientras el dorso imagina, bajo los dedos,

las cuerdas de la melodía,

la muerte sube por los dedos, navega la sangre,

se deshace en embriaguez dentro del corazón hambriento.

 

 

—¡Oh cabra em el viento y en el brezo, mujer desnuda bajo

las manos, mujer de vientre escarlata donde la sal pone el espíritu,

mujer de pies en el blanco, transportadora

de la muerte y de la alegría.

 

Dame una mujer tan joven como la resina

y el olor de la tierra.

Con una flecha en mi costado, cantaré.

Y mientras mane mi carne una uva de sangre,

cantaré su sonrisa ardiendo,

sus mamas de pura sustancia,

la curva caliente de los cabellos.

Beberé su boca, para después cantar la muerte

y la alegría de la muerte.

 

Dame un torso doblado por la música, un ligero

pescuezo de planta,

donde una llama comience a florear por espíritu.

Al flote de su cara se moverán las aguas,

dentro de su cara estará la piedra de la noche.

— Luego cantaré la exaltante alegría de la muerte.

 

Ni siempre me incendian el despertar de las hierbas y la estrella

arrojada de su órbita viva.

—Pero no, tú siempre me incendias.

Olvido el arbusto impregnado de silencio diurno, la noche

imagen punzante

con su dios estrujado y ascendido.

 

 

 

—Pero no, no te olvidan mis corazones de sal y de blandura,

Entontece mi aliento con la sombra,

tu boca penetra a mi voz como la espada

se pierde en el arco.

 

Y cuando congela la madre en su distancia amarga, la luna

entristece, el paisaje regresa al vientre, el tiempo

se desfibra—invento para ti la música, la locura

y el mar.

 

Toco y el peso de tu vida: la carne brilla, la sonrisa,

la inspiración.

Y yo sé que cercaste los pensamientos con mesa y arpa

Voy hacia la belleza oculta,

el cuerpo iluminado por las luces largas.

Digo: yo soy la belleza, su rostro y sé durar. Tus ojos

se transfiguran, tus manos descubren

la sombra de mi cara. Agarra tu cabeza

áspera y luminosa, y digo: ¿oyes, mi amor?, yo soy

aquello que se espera para las cosas, para el tiempo—

yo soy la belleza.

Entera, tu vida lo desea. Para mí se alzan

tus ojos de lejos. Tu misma me duras en mi velada

belleza.

 

Entonces me siento a tu mesa. Porque es de ti

que me viene el fuego.

No hay gesto o verdad donde no durmieran

tu noche y locura,

no hay vendimia o agua

en que no estuvieras posando el silencio creador.

Digo: mira, es el mar y la isla de los mitos

originales.

Tú me das tu mesa, descubres en la inmensidad de la tierra

la carne trascendente. Y en ti

principian el mar y el mundo.

Mi memoria pierde en su espuma

la señal y la viña.

Plantas, animales, aguas crecerán como religión

sobre la vida—y yo en eso demore

mi frágil instante. Aunque

tu silencio de fuego y leche repone la fuerza

maternal, y todo circula entre tu soplo

y tu amor. Las cosas nacen de ti

como las lunas nacen de los campos fecundos,

los instantes comienzan de tu ofrenda

como las guitarras toman su inicio de la música nocturna.

 

Más inocente que los árboles, más vasta

que la piedra y la muerte,

la carne crece en tu espíritu ciego y abstracto

tiñe la aurora pobre,

insiste de violencia la inmovilidad acuática.

Y los astros se quiebran en luz sobre

las casas, la ciudad se arrebata,

los animales alzan sus ojos dementes,

arde la madera— para que todo cante

por tu poder cerrado.

 

Con mi cara llena de tu espanto y belleza,

yo sé cuánto es el íntimo pudor

y el agua inicial de otros sentidos.

Comienza el tiempo donde la mujer comienza,

es su carne que del minuto obscuro y muerto

se devuelve la luz.

En la muerte rehierve el vino, y la promesa tiñen los párpados

con tu imagen.

Espero el tiempo con la cara espantada junto a tu pecho

de sal y de silencio, concibo para mi serenidad

una idea de piedra y de blancura.

Eres tú que me aceptas en tu sonrisa, que oyes,

que te alimentas de deseos puros.

Y se une al viento el espíritu, se enrarece la aureola,

la sombra canta bajo.

 

Comienza el tiempo donde la boca se deshace en la luna,

donde la belleza que transportas como un peso arduo

se quiebra en gloria junto a mi costado

martirizado y vivo.

— Para consagración de la noche erguiré un violín,

besaré tus manos fecundas, y a la madrugada

daré mi voz confundida con la tuya.

Oh teoría de instintos, don de inocencia,

copa para beber junto a la perturbada intimidad

en que me acoges.

 

Comienza el tiempo en la insoportable ternura

con que te adivino, el tiempo donde

el dolor vario envuelve el barro y la estrella, donde

el encanto llama la ave al trébol. Y en su medida

ingenua y cara, lo que presiente el corazón

encaja su contorno de lumbre a lo lejos.

Bueno será el tiempo, bueno será el espíritu,

buena será nuestra carne presa y morosa.

—Comienza el tempo donde se une la vida

a nuestra vida breve.

 

Estás profundamente en la piedra y la piedra en mí, oh urna

de sal, imagen cerrada en su fuerza y punzancia.

Y lo que se pierde de ti, como espíritu de música suave

en torno de las violas, la muerte que no beso,

la hierba encendida que se derrama en la íntima noche

— lo que se pierde de ti, mi voz lo renueva

en un estilo de plata viva.

 

Cuando el fruto aferra un instante la eternidad

entera, yo estoy en el fruto como sol

y desecha piedra, y tú eres el silencio, la cerrada

matriz de un sumo y vivo gusto.

 

—Y las aves mueren para nosotros, los luminosos cálices

de las nubes florecen, la resina tiñe

la estrella, el aroma distancia el barro rojo de la mañana.

Y estás en mí como la flor en la idea

y el libro en el espacio triste.

 

Si te aprehendieran mis manos, forma del viento

en la cebada pura, de ti vendrían llenas

mis manos sin nada. Si una vida durmieras

en mi espuma,

¿qué frescura indecisa quedaría en mi sonrisa?

 

—Sin embargo eres tú quien se moverá en la materia

de mi boca, y serás un árbol

durmiendo y despertando donde existe mi sangre.

 

Besar tus ojos será morir por la esperanza.

Ver en el aro de fuego de una entrega

tu carne de vino rozada por el espíritu de Dios

será crearte para luz de mis pulsos e instante

de mi perpetuo instante.

 

—Yo debo rasgar mi cara para que tu cara

se llene de un minuto sobrenatural,

debo murmurar cada cosa del mundo

hasta que seas el incendio de mi voz.

 

Las aguas que un día nacerán donde marcaste el peso

joven de la carne absorben largamente

nuestra vida. Las sombras que rodean

el éxtasis, los animales que llevan al fin del instinto

su bárbaro fulgor, el rostro divino

impreso en el lodo, la casa muerta, la montaña

inspirada, el mar, los centauros

del crepúsculo.

—absorben largamente a nuestra vida.

 

Por eso es que estamos muriendo en la boca

uno del otro. Por eso es que

nos deshacemos en el arco del verano, en el pensamiento

de la brisa, en la sonrisa, en el pez,

en el cubo, en el lino,

en el mosto abierto

— en el amor más terrible que la vida.

 

Beso el escalón y el espacio. Mi deseo trae

el perfume de tu noche.

Murmuro tus cabellos y tu vientre, oh más desnuda

y blanca de las mujeres. Corren en mí el lacre

y el alcanfor, descubro tus manos, se yergue tu boca

al círculo de mi ardiente pensamiento.

¿Dónde está el mar? Aves embriagadas y puras que vuelan

sobre tu sonrisa inmensa.

En cada espasmo yo moriré contigo.

 

Y pido al viento: trae del espacio la luz inocente

de los brezos, un silencio, una palabra;

trae de la montaña un pájaro de resina, una luna

roja.

 

Oh amados caballos con flor de giesta en los ojos nuevos,

casa de madera del altiplano,

ríos imaginados,

espadas, danzas, supersticiones, cánticos, cosas

maravillosas de la noche. Oh mi amor,

en cada espasmo yo moriré contigo.

 

De i reciente corazón la vida entera sube,

el pueblo renace,

el tiempo gana alma. Mi deseo devora

la flor del vino, envuelve a tus caderas con una espuma

de crepúsculos y cráteres.

 

Oh pensada corola de lino, mujer que el hambre

encanta por la noche equilibrada, imponderable—

en cada espasmo yo moriré contigo.

Y la alegría diurna descubre las manos. Se pierde

entre la nube y el arbusto el olor acre y puro

de tu entrega. Animales se inclinan

para dentro del sueño, se levantan rosas respirando

contra el aire. Tu voz canta

el huerto y el agua— y yo camino por las calles frías con

el lento deseo de tu cuerpo.

Besaré en ti la vida enorme, y en cada espasmo

yo moriré contigo.

 

 

Traducción de Marco Antonio Bojorquez Martínez

 

 

“O AMOR EM VISITA”

em A colher na boca (1958).

 

Dai-me uma jovem mulher com sua harpa de sombra

e seu arbusto de sangue. Com ela

encantarei a noite.

Dai-me uma folha viva de erva, uma mulher.

Seus ombros beijarei, a pedra pequena

do sorriso do momento.

Mulher quase incriada, mas com a gravidade

de dois seios, com o peso lúbrico e triste

da boca. Seus ombros beijarei.

 

Cantar? Longamente cantar.

Uma mulher com quem beber e morrer.

Quando fora se abrir o instinto da noite e uma ave

o atravessar trespassada por um grito marítimo

e o pão for invadido pelas ondas

seu corpo arderá mansamente sob os meus olhos palpitantes.

Ele — imagem vertiginosa e alta de um certo pensamento

de alegria e de impudor.

Seu corpo arderá para mim

sobre o lençol mordido por flores com água.

 

Em cada mulher existe uma morte silenciosa.

E enquanto o dorso imagina, sob os dedos,

os bordões da melodia,

a morte sobe pelos dedos, navega o sangue,

desfaz-se em embriaguez dentro do coração faminto.

 

 

—Oh cabra no vento e na urze, mulher nua sob

as mãos, mulher de ventre escarlate onde o sal põe o espírito,

mulher de pés no branco, transportadora

da morte e da alegria.

 

Dai-me uma mulher tão nova como a resina

e o cheiro da terra.

Com uma flecha em meu flanco, cantarei.

E enquanto manar minha carne uma videira de sangue,

cantarei seu sorriso ardendo,

suas mamas de pura substância,

a curva quente dos cabelos.

Beberei sua boca, para depois cantar a morte

e a alegria da morte.

 

Dai-me um torso dobrado pela música, um ligeiro

pescoço de planta,

onde uma chama comece a florir por espírito.

À tona da sua face se moverão as águas,

dentro de sua face estará a pedra da noite.

—Então cantarei a exaltante alegria da morte.

 

Nem sempre me incendeiam o acordar das ervas e a estrela

despenhada de sua órbita viva.

—Porém, tu sempre me incendeias.

Esqueço o arbusto impregnado de silêncio diurno, a noite

imagem pungente

com seu deus esmagado e ascendido.

 

 

 

—Porém, não te esquecem meus corações de sal e de brandura.

Entontece meu hálito com a sombra,

tua boca penetra a minha voz como a espada

se perde no arco.

 

E quando gela a mãe em sua distância amarga, a lua

estiola, a paisagem regressa ao ventre, o tempo

se desfibra­— invento para ti a música, a loucura

e o mar.

 

Toco e o peso da tua vida: a carne que fulge, o sorriso,

a inspiração.

E eu sei que cercaste os pensamentos com mesa e harpa.

Vou para com a beleza oculta,

o corpo iluminado pelas luzes longas.

Digo: eu sou a beleza, seu rosto e sei durar. Teus olhos

transfiguram-se, tuas mãos descobrem

a sombra da minha face. Agarra tua cabeça

áspera e luminosa, e digo: ouves, meu amor?, eu sou

aquilo que se espera para as coisas, para o tempo—

eu sou a beleza.

Inteira, tua vida o deseja. Para mim se erguem

teus olhos de longe. Tu própria me duras em minha velada

beleza.

 

Então sento-me à tua mesa. Porque é de ti

que me vem o fogo.

Não há gesto ou verdade onde não dormissem

tua noite e loucura,

não há vindima ou água

em que não estivesses pousando o silêncio criador.

Digo: olha, é o mar e a ilha dos mitos

originais.

Tu dás-me a tua mesa, descerras na vastidão da terra

a carne transcendente. E em ti

principiam o mar e o mundo.

Minha memória perde em sua espuma

o sinal e a vinha.

Plantas, bichos, águas cresceram como religião

sobre a vida — e eu nisso demorei 

meu frágil instante. Porém

teu silêncio de fogo e leite repõe a força

maternal, e tudo circula entre teu sopro

e teu amor. As coisas nascem de ti

como as luas nascem dos campos fecundos,

os instantes começam da tua oferenda

como as guitarras tiram seu início da música nocturna.

 

Mais inocente que as árvores, mais vasta

que a pedra e a morte,

a carne cresce em seu espírito cego e abstracto,

tinge a aurora pobre,

insiste de violência a imobilidade  aquática.

E os astros quebram-se em luz sobre

as casas, a cidade arrebata-se,

os bichos erguem seus olhos dementes,

arde a madeira — para que tudo cante

pelo teu poder fechado.

 

Com a minha face cheia de teu espanto e beleza,

eu sei quanto és o íntimo pudor

e a água inicial de outros sentidos.

Começa o tempo onde a mulher começa,

é sua carne que do minuto obscuro e morto

se devolve à luz.

Na morte referve o vinho, e a promessa tingem as pálpebras

com uma imagem.

Espero o tempo com a face espantada junto ao teu peito

de sal e de silêncio, concebo pra minha serenidade

uma ideia de pedra e de brancura.

És tu que me aceitas em teu sorriso, que ouves,

que te alimentas de desejos puros.

E une-se ao vento o espírito, rarefaz-se a auréola,

a sombra canta baixo.

 

Começa o tempo onde a boca se desfaz na lua,

onde a beleza que transportas como um peso árduo

se quebra em glória junto ao meu flanco

martirizado e vivo.

— Para consagração da noite erguerei um violino,

beijarei tuas mãos fecundas, e à madrugada

darei minha voz confundida com a tua.

Oh teoria de instintos, dom de inocência,

taça para beber junto à perturbada intimidade

em que me acolhes.

 

Começa o tempo na insuportável ternura

com que te adivinho, o tempo onde

a vária dor envolve o barro e a estrela, onde

o encanto liga a ave ao trevo. E em sua medida

ingénua e cara, o que pressente o coração

engasta seu contorno de lume ao longe.

Bom será o tempo, bom será o espírito,

boa será nossa carne presa e morosa.

— Começa o tempo onde se une a vida

à nossa vida breve.

 

Estás profundamente na pedra e a pedra em mim, ó urna

salina, imagen fechada em sua força e pungência.

E o que se perde de ti, como espírito de música estiolado

em torno das violas, a morte que não beijo,

a erva incendida que se derrama na íntima noite

— o que se perde de ti, minha voz o renova

num estilo de prata viva.

 

Quando o fruto empolga um instante a eternidade

inteira, eu estou no fruto como sol

e desfeita pedra, e tu és o silêncio, a cerrada

matriz de um sumo e vivo gosto.

 

 — E as aves morrem para nós, os luminosos cálices

das nuvens florescem, a resina tinge

a estrela, o aroma distancia o barro vermelho da manhã.

E estás em mim como a flor na ideia

e o livro no espaço triste.

 

Se te aprendessem minhas mãos, forma do vento

na cevada pura, de ti viriam cheias

minhas mãos sem nada. Se uma vida dormisses

em minha espuma,

que frescura indecisa ficaria no meu sorriso?

 

— No entanto és tu que te moverás na matéria

da minha boca, e serás uma árvore

dormindo e acordando onde existe o meu sangue.

 

Beijar teus olhos será morrer pela esperança.

Ver no aro de fogo de uma entrega

tua carne de vinho roçada pelo espírito de Deus

será criar-te para luz dos meus pulsos e instante

do meu perpétuo instante.

 

—Eu devo rasgar minha face para que a tua face

se encha de um minuto sobrenatural,

devo murmurar cada coisa do mundo

até que sejas o incêndio da minha voz.

 

As águas que um dia nasceram onde marcaste o peso

jovem da carne aspiram longamente

a nossa vida. As sombras que rodeiam

o êxtase, os bichos que levam ao fim do instinto

seu bárbaro fulgor, o rosto divino

impresso no lodo, a casa morta, a montanha

inspirada, o mar, os centauros

do crepúsculo

— aspiram longamente a nossa vida.

 

Por isso é que estamos morrendo na boca

um do outro. Por isso é que

nos desfazemos no arco do verão, no pensamento

da brisa, no sorriso, no peixe,

no cubo, no linho,

no mosto aberto

—no amor mais terrível do que a vida.

 

Beijo o degrau e o espaço. O meu desejo traz

o perfume da tua noite.

Murmuro os teus cabelos e o teu ventre, ó mais nua

e branca das mulheres. Correm em mim o lacre

e a cânfora, descubro tuas mãos, ergue-se tua boca

ao círculo de meu ardente pensamento.

Onde está o mar? Aves bêbedas e puras que voam

sobre o teu sorriso imenso.

Em cada espasmo eu morrerei contigo.

 

E peço ao vento: traz do espaço a luz inocente

das urzes, um silêncio, uma palavra;

traz da montanha um pássaro de resina, uma lua

vermelha.

 

Oh amados cavalos com flor de giesta nos olhos novos,

casa de madeira do planalto,

rios imaginados,

espadas, danças, superstições, cânticos, coisas

maravilhosas da noite. Ó meu amor,

em cada espasmo eu morrerei contigo.

 

De meu recente coração a vida inteira sobe,

o povo renasce,

o tempo ganha alma. Meu desejo devora

a flor do vinho, envolve a tuas ancas com uma espuma

de crepúsculos e crateras.

 

Ó pensada corola de linho, mulher que a fome

encanta pela noite equilibrada, imponderável—

em cada espasmo eu morrerei contigo.

E à alegria diurna descerro as mãos. Perde-se

entre a nuvem e o arbusto o cheiro acre e puro

da tua entrega. Bichos inclinam-se

para dentro do sono, levanta-se rosas respirando

contra o ar. Tua voz canta

o horto e a água—e eu caminho pelas ruas frias com

o lento desejo do teu corpo.

Beijarei em ti a vida enorme, e em cada espasmo

eu morrerei contigo. 

 



[1] En PIRES, Daniel, Dicionário da Imprensa Periódica Literária Portuguesa do Século XX (1941-1974), volume II, 1º tomo, (A-P), Lisboa, Grifo, 1999, pp. 46. Bibliografia: Guimarães, Fernandes, Simbolismo, Modernismo e Vanguardas, Lisboa, Imprensa Nacional, 1985; A. M. (Alfredo Margarido), Recensão ao Nº. 2, Diário Ilustrado (Lisboa), supl. «Diálogo» nº. 31 (1.8.1959); ROCHA, Clara, Revistas Literárias do Século XX em Portugal, Lisboa, Imprensa Nacional, 1985. Disponível (versão papel) nas seguintes bibliotecas (com respectiva cota): BN (Biblioteca Nacional) P.P. 10616 V; CMLHT (Câmara Municipal de Lisboa - Hemeroteca Municipal) Res. 1.

Disponible en: http://hemerotecadigital.cm-lisboa.pt/FichasHistoricas/Piramide.pdf.

Para conocer más la poesía surrealista portuguesa, recomiendo leer la antología en traducción de Rodolfo Mata y edición de Carlos Pineda titulada La serpiente carnívora catorce poetas surrealistas portugueses, publicada en México por Ediciones del Lirio, 2015. Parte de ella nace del volumen A única real tradição viva. Antologia da poesia surrealista portuguesa, de Perfecto E. Cuadrado.

 

Herberto Helder de Oliveira (Funchal, Madeira, 23 de noviembre de 1930 - Cascaes, 23 de marzo de 2015) fue un poeta, periodista, bibliotecario, traductor y escritor portugués.

Frecuentó la Facultad de Letras de Coímbra, habiendo trabajado en Lisboa como periodista, bibliotecario, traductor y presentador de programas de radio. Fue uno de los poetas más originales en lengua portuguesa. Era una figura algo misteriosa porque se abstenía de dar entrevistas y recibir premios. En 1994 recibió el Premio Pessoa, que rechazó.

Su producción escrita comenzó por situarse en el ámbito de un possurrealismo y en la década de 1960 acompañó el movimiento del concretismo. Escribió Os passos em Volta, Photomaton e Vox y Poesia Toda. Este último título es una antología personal de sus libros de poesía que ha sido depurada a lo largo de los años. En cada edición esta antología se vuelve más reducida. Su lenguaje poético tiene que ver con la alquimia.

 

Semblanza tomada de Wikipedia.

Fotografía tomada de la página POETAS SIGLO XXl-Antología mundial.

 

Marco Antonio Bojorquez Martínez (México, 1995- ). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en UNAM-FES Acatlán. Actualmente está preparando un estudio sobre Blanco-Transblanco de Octavio Paz y Haroldo de Campos. Traduce en el círculo de traducción al español y del español  “La Reversible” coordinado  por el poeta Carlos Vitale desde Barcelona. Participó en el seminario de Poesía, cultura y traducción en Brasil contemporáneo del posgrado de letras de la UNAM con Rodolfo Mata y Regina Crespo. Es investigador, profesor y músico independiente. Se certificó por la Faculdade de Letras de la Universidade de Porto en el curso online de iniciação à língua portuguesa. Ha publicado en cotraducción al lado de Diana Álvarez Mejía para la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro los poemas “Exercicios para uma Ideia” de Hilda Hilst.

 

Contacto: m.antonio.multi@gmail.com Facebook: António Bohórques Instagram: @tombohor

Semblanza y fotografía proporcionadas por Marco Antonio Bojorquez.

 

 

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