El poema en prosa y la desarticulación de la voz

 

 

 

El poema en prosa es como jugar tenis en una cancha de arcilla: el cielo limpio, el espacio amplio e incoherente, la luz desnivelada, y un apetito voraz por lo inesperado. Nadie sabe quién gana o pierde. El poema en prosa avanza contra la corriente, y permite que los encabalgamientos sean más sensualmente prolongados como un orgasmo interminable.  La vida se vuelve leve como debe ser. El ritmo interior del poema le sale al encuentro a la sangre, y penetra esa agitación que es como el oído que escucha en silencio y no dice nada.

 

 

 

Por eso, cuando no juego tenis, escribo en verso. Y cuando paseo en bicicleta el dominio es mayor, ya que uno escucha las ondas de la calle, el decir de los árboles que te atrapan en el cielo de alguna nueva ensoñación.

 

 

 

La música tiene mucho que ver con la arquitectura del poema en prosa. Pienso que Elgar o Bach escribían poemas en prosa con sus instrumentos de viento o de cuerda o tal vez el clavicordio les producía una sordera dulce.  Las sonatas de Bach no tienen duración exacta, sus movimientos y cambios tonales llegan como lluvia precipitada a torcerte el corazón.

 

 

 

Yo quise ser pintor y crear un universo personal de mis inquietudes y deseos. Aun cuando no funcionó mi relación con la pintura a nivel de practicante, sí despertó en mí una atracción perdurable por ella. También, creo que el hecho de tocar algunos instrumentos de percusión (como el Cajón peruano, por ejemplo) me hace pensar el poema como una pieza musical con muchas variaciones. Escribo poesía caminando, también tocando con mis dedos en el aire alguna melodía.

 

 

 

El poema en prosa debe guardar un ritmo interior permanente, el cual funciona sin un estudio previo sobre el tema. Se trata solo de tener buen oído. Es un desierto lleno de dunas y tormentas que llegan de súbito para atacarte dulcemente. Es el caso del Cajón, el cual para tocarlo es necesario tener “buen oído”, y destreza en los dedos y la palma de la mano. Por supuesto, el oído guía tus manos y tus dedos en la madera, y de esta forma puedes sentir la vibración en tu corazón. Fernando Pessoa escribió algo esencial al respecto: “Pienso con los ojos y con los oídos/ y con las manos y los pies/ y con la nariz y con la boca. / Pensar en una flor es verla y olerla/ y comerse un fruto es entender el sentido” El verdadero sentido de la poesía es su música, la flor que guarda en el oído del poeta, la entonación de las sílabas escritas precisamente para crear una emoción en el lector. La música primero, enseguida las palabras.

 

 

 

El poema en prosa es un desierto lleno de dunas: el concierto que me hace bailar sobre la arena movediza de la poesía.  El signo aparece bajo el cielo caliente y a veces te frota ligeramente las piernas. La planicie de la escritura se torna más amplia: tu pensamiento puede volar como las aves o como los cohetes, libre como dos hermosas piernas de mujer en la ciudad. No hay medida ni metro que te pare.

 

El mundo está lleno de señales, reglas y medidas. Todo está prohibido. Estamos en contra de todas esas reglas inútiles, de todo encierro y control. El poema en prosa derriba muros enormes y abre todas las ventanas frescas de la poesía. Trae una nueva música al silencio. Nosotros nos hallamos más allá de los reinos y sus reyes, más allá de la opresión y el destierro: remamos alegremente contra la corriente.

 

 

 

Escribo influenciado por la naturaleza, alguna ventana que me deja ver el cielo, o el mar incrustado en mi mesa de trabajo. Al final, la poesía es un calmante para la duda, es el arte del sol en el cielo, y el oro de una nube que enrojece el horizonte. Por eso escribo caminando como un cazador que pasa inadvertido. Abro de par en par la tarde humeante y el aguacero veraniego que va creando relámpagos en mis ojos. Por eso escribo, como un ladrón de flores, mientras se oye el grito de una garza en lo hondo de lo oscuro. 

 

 

 

 

 

Franklin Square, Nueva York, junio, 2019

 

 

Miguel-Ángel Zapata, poeta, crítico y traductor peruano. Ejerce de catedrático de literaturas hispánicas en Hofstra University, Nueva York. Ha publicado recientemente Con Dylan Thomas volando por Manhattan (Poesía selecta) (Buenos Aires, 2019); Hoy dejó de ser invierno por un día (Buenos Aires, 2016), La nota 13 (Bogotá, 2015), y Hoy día es otro mundo (Granada, España, 2015), y la traducción de su poesía selecta al italiano: “Uno escribe poesia camminando” (Antologia personale 1997-2015), trad. de Emilio Coco (Roma, Ladolfi Editore, 2016).  También destacan los poemarios: La ventana y once poemas (México, 2014), La lluvia siempre sube (Buenos Aires, 2012), Fragmentos de una manzana y otros poemas (Sevilla, 2011), Ensayo sobre la rosa. Poesía selecta 1983-2008 (Lima, 2010), Los canales de piedra. Antología mínima (Valencia, Venezuela, 2008), y una antología de la poesía de Blanca Varela: Degollado resplandor. Poesía selecta 1949-2000. Santiago de Chile, 2019.

 

 

 

 

 

Fotografía y semblanza proporcionados por el autor.

 

 

 

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