Poemas de Lucía Alfaro

Avenida Central

 

 

 

No debe ser normal

 

tener dolor de aire en las pupilas,

 

flotar sin presentirlo,

 

sin tener un motivo.

 

Sentir asco por todo

 

o enredarme en el verso

 

y desaparecer sin que nadie lo note.

 

 

 

No, no debe ser normal

 

depender del naufragio,

 

del “ya no hay remedio”,

 

“tenga fe, eso funciona”.

 

Llenar mi botiquín con mansas mariposas

 

o polvo de serpientes segadas por la luna.

 

 

 

Aquí en la avenida

 

todo es anormal y a nadie le importa.

 

Hay mil y una palomas,

 

mil y un almas revolotean y chocan

 

como inmensos abejones de siempre.

 

 

 

Un niño no vidente falsifica la vida

 

y canta una ranchera.

 

Una adolescente se levanta la falda

 

pero solo la miran el policía que escupe

 

y el drogadicto loco que estira la mano

 

para medir el borde del abismo

 

y calcular el salto.

 

 

 

Mil y un vendedores se lanzan al acecho,

 

insisten, gritan,

 

tratan de convencerme:

 

“melcochitas de coco”,

 

“llévese un recuerdo

 

venga tómese una foto

 

aquí con las palomas”.

 

 

 

Justo frente a la estatua de Beethoven

 

una ocarina proscrita convulsiona;

 

solo diez metros más a la derecha

 

me intercepta Calderón de la Barca

 

y me recuerda que la vida es sueño.

 

 

 

(Del libro La soledad del ébano (UCR: 2015)

 

 

 

 

 

El rostro oculto de la luna

 

 

 

Yo conocí ese rostro desde niña,

 

lo vi por la ventana

 

asomarse en la lasciva pupila del padrastro,

 

lo vi resplandecer sobre la piedra

 

donde él firmó el pacto

 

que hizo con el diablo

 

mientras me penetraba.

 

 

 

Yo conocí ese rostro,

 

me marcó con lunares la cara

 

y me llenó los ojos de ceniza.

 

Me hizo caminar por la hojarasca roja del suicidio

 

y reventó las cuerdas de los puentes

 

para tenerme presa.

 

 

 

Sí, yo conocí

 

su resplandor de luna mentirosa

 

desde siempre,

 

por eso la podría odiar

 

con el odio de Dios o el de Vallejo,

 

pero he decidido perdonarla.

 

 

 

(Del libro Las lunas del mal (Summa Editores-Perú: 2020)

 

 

 

 

 

Acontrapelo

 

 

 

La vida es este instante

 

– me repiten los ecos,

 

y yo sigo corriendo,

 

buscando en cada ojo,

 

en cada signo,

 

en cada flor que se abre

 

                            la señal de salida.

 

 

 

Alguien me quiere hablar de sus veinte años,

 

de los pétalos rotos que esconde entre su falda,

 

de los sueños que antecedieron siempre

 

a las posibilidades.

 

Mientras yo camino indiferente

 

tropezando entre las hojarascas

 

y en el tacón mordaz

 

del boom de los charoles.

 

 

 

He dejado el instante

 

en el cansado quicio del cansancio.

 

He envuelto con gasa mis talones

 

y he tomado en mis brazos

 

el corazón del viento

 

para correr entre las avenidas

 

y entre los vendedores de manzanas,

 

de luces importadas, de diciembres…

 

 

 

El carnaval a veces me convoca,

 

después me deja ebria

 

en esa esquina que tampoco existe.

 

La vida sigue atenta

 

la dirección del polvo

 

que levantan mis pasos;

 

con su boca ya seca,

 

y su mareada brújula,

 

corre detrás de mí,

 

                     a contrapelo,

 

tratando de alcanzarme.

 

 

 

Se vuelve perra fiel,

 

hambrienta loba,

 

quiere beber la savia de mis huesos,

 

quitarme el antifaz,

 

                            la piel,

 

                                    la lágrima,

 

esta sonrisa de esfinge que no es mía.

 

Pero yo sigo nómada,

 

solipsista metáfora,

 

cláusula impersonal

 

buscando alucinada la cábala,

 

o el ángel que se atreva a estremecer la piedra,

 

la meta y su cintilla.

 

La vida se desnuda de pronto en mis pupilas...

 

 

 

(Del libro La soledad del ébano (UCR: 2015)

 

 

 

 

 

Túnel

 

 

 

Soy la cueva donde anidan los pájaros

 

que salen del infierno,

 

heredera de escombros.

 

 

 

Mis venas son el túnel

 

de náufragos proscritos. 

 

En mi sangre

 

van viajando sin rumbo

 

las voces de las niñas violadas,

 

de la condena anónima

 

que las obliga a silenciar

 

su llanto de cuchillas.

 

 

 

Como ciegas serpientes,

 

ellas trepan sedientas

 

de su dolor al mío

 

en un juego sangriento

 

de ausencias y de aullidos.

 

 

 

Huiremos asidas de las manos,

 

pero antes cavaremos los ojos

 

del cuervo homicida.

 

 

 

Del libro Antagonía. Torremozas-España: 2015)

 

 

 

 

 

Tempestad

 

 

 

Huyo de Dios,

 

                  del diablo,

 

de los campos minados,

 

de los pájaros

 

y tanto fantasma

 

con su anónima culpa.

 

 

 

La luna es un viejo vagón

 

que se entierra en mis ojos,

 

un torbellino

 

de campanas y navajas voraces

 

que convergen

 

en el eco de la angustia y el miedo.

 

 

 

Mientras mi alma

 

va tejiendo con fuego un escondite.

 

Ya emigraron los pájaros sedientos.

 

 

 

Tempestad de vagones desangrados

 

en las cuatro estaciones

 

de este desasosiego,

 

y en el bendito beso de la muerte.

 

¡Tempestad!

 

 

 

(Del libro Antagonía (Torremozas-España: 2015)

 

 

 

 

 

Melancolía

 

¡No mueras, te amo tanto!

A César Vallejo

 

 

 

Espergesia, escalera,

 

barro meditabundo sin garganta,

 

búho triste batiendo

 

un corazón de viejo

 

en el límite siniestro

 

de mi beso.

 

 

 

César sin pan,

 

sin Lima, sin Paris,

 

sin los dados de un dios

 

que gira sordo y ciego

 

sobre las avenidas.

 

 

 

Sin cesar yo te busco

 

entre aguaceros tristes

 

y calaveras

 

siempre calaveras

 

que ya no dicen nada,

 

ni siquiera te nombran.

 

 

 

Pero el verso apócrifo

 

hace un rito en la página,

 

la retuerce, la muerde,

 

la deja sin aliento 

 

y el féretro se esconde

 

entre la niebla,

 

y tu melancolía

 

se empoza como un charco

 

de culpa en mi mirada.

 

(Del libro Antagonía (Torremozas-España: 2015)

 

 

 

 

 

Umbría

 

 

 

Esta casa está llena de puertas,

 

de formas y colores yuxtapuestos,

 

de minotauros ocultos que la piensan.

 

 

 

En las ventanas

 

atisban satélites mecánicos,

 

innumerables hélices

 

que vigilan su sombra.

 

Pero ella sabe

 

que debe desaprender la luna

 

y no nombrarla.

 

Sabe que no debe perseguir

 

ese hilo de sangre.

 

 

 

Todo se ha vuelto

 

un pájaro anónimo,

 

que no lámpara

 

ni palabra perfecta,

 

sino demente ego,

 

falsario, hiperbólico.

 

Ella sabe

 

que todo pasa

 

con la nube que fluye

 

y se diluye en la última ceniza.

 

 

 

Sabe también que el pálpito

 

un día dejará de empujar

 

el río que la habita.

 

Que no lámpara, dije,

 

ni mito

 

ni poema esperando el cadalso,

 

solo un corazón

 

en el umbral de la casa.

 

 

 

(Del libro Las lunas del mal (Summa Editores-Perú: 2020)

 

 

 

 

 

Siglo XXI

 

 

 

 

 

Caminan asustados.

 

Se confunden

 

                 y tropiezan

 

                                y caen

 

cuando el flash los atrapa;

 

luego se levantan sonámbulos

 

creyéndose a salvo

 

y unipersonales,

 

cristianos o budistas,

 

o simplemente agnósticos;

 

es igual para todos,

 

caminan como zombis

 

conectados a una red de demencia.

 

 

 

Alguien pronosticó

 

que la tecnología se tragaría la selva.

 

Todos avanzan impregnados de chips

 

y de metales sordos,

 

de pensamientos falsos

 

que no les pertenece.

 

No saben que cada movimiento

 

se programó en algún laboratorio cibernético.

 

 

 

Corren desesperados

 

para alcanzar su propio holograma,

 

una meta que es otra mentira.

 

Corren ciegos empujando su sombra

 

que va haciendo estragos

 

entre la muchedumbre,

 

aún no han descubierto

 

que todo esto es maya.

 

 

 

Pero yo sé

 

que la luz primigenia permanece.

 

Es preciso sumergirse de nuevo

 

en las aguas del Éufrates.

 

Es urgente abandonar el Mar Muerto

 

y enjuagarse los ojos

 

con sal y con arena

 

                            de otra luna,

 

comprender que el aire que alimenta tu sangre 

 

es el mismo que activa los pulmones

 

de ese otro -quizá desconocido-

 

y del que está a tu lado,

 

tan perdido

 

como el eslabón que nos hizo humanos.

 

 

 

De la antología personal Ente Babel y el cielo de mi boca (Colección Lima Lee- Perú: 2020)

 

Lucía Alfaro, poeta, graduada en Administración de Empresas, Bachiller en Filología Española, con estudios de maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Costa Rica. Directora Adjunta y mercadóloga de Poiesis Editores. Gestora Sociocultural del Grupo Literario Poiesis. Fiscal de la Asociación Costarricense de Escritoras. Ha publicado siete libros de poesía y dos antologías personales. Incluida en revistas y antologías nacionales e internacionales. Traducida al portugués, al inglés al italiano y al braille. Ha representado a Costa Rica en Festivales internacionales, en: Nicaragua, Panamá, México, Colombia, Uruguay, República Dominicana, Perú, Guatemala, Ecuador y Estados Unidos.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Lucía Alfaro

 

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