TAPIZ DEL CIERVO Y EL CAN
Se refleja del ciervo confundido
la sombra, por los yelos del invierno,
asustada la luz del ojo tierno,
y ya rojizo todo el pie tejido.
En un bosque remoto, el perseguido
escucha el eco que del torvo cuerno
guía al furioso lebrel: el silbo alterno
de la muerte ganosa del herido.
Pardo ciervo, la mano que te hila
no ha revelado aún tu fiera suerte
con su arte tranquilo: el can delata;
cimbra tu imagen, en la azul pupila
que, junto al junco, fina te rescata
jadeante entre los hilos de la muerte.
ROSA
Nacida al verde prado sin escoria,
en los musgos de otoño recreada,
cimbra al augusto viento su labrada
faz de juego, de gema transitoria.
Funda en sus raudos libros la memoria:
corta concha de tinta consagrada,
absorta en pronta pira, que, extasiada,
festeja al iris vario su victoria.
Helada, el áureo duende la despierta
y desprende, en la lluvia misteriosa
de la belleza pura, a la hora incierta
donde el alba se atreve candorosa,
ajena aún a que la forma muerta
sume en el leve alud la paz del rosa
ROSA SECA
El siglo de la noche no devora
la ruina del rosal de breve grieta,
en su agua fluyendo hacia el violeta
haraposo, al cruel tiempo. No demora
su pétalo un instante: se colora
del pasmoso esplendor cuya secreta
lumbre final ofrenda, en su discreta
piedad, al ojo lento que atesora
el matiz que se tuerce en la escogida
gema que va a morir, y se concierta
serena, allí, en la extraña despedida.
En el bello reposo ignora, abierta
y seria, el dolor; y en su caída
consciente, al par, la poesía más cierta.
EL DESEO
Si condenado estoy a ser en muerte
fasto nefando y lívido gusano
¿he de pensar que el canto es sobrehumano
y que alguien gozará su cruz inerte
fija sobre el papel? Mi ser se vierte
en la página: es hoja de verano
que muestra luego, en su estación, el vano
color gris, perseguido. Así su suerte
ha de ofrecer al tiempo caminante.
Cercado siempre fue. Mas, fiel, ha sido
una palabra en flor y no bastante,
un ademán de fuego, un humo herido,
en el valle profundo el elfo errante:
pero una vida grande ha merecido.
LA HORA
Que me lleve a la muerte este tesoro
de añoranzas, distancias, muchedumbre
de antiguas horas, vagas, blanca lumbre
en las aguas, el norte, el mar que adoro
por soledad que piensa en sutil coro
de personales voces de costumbre
tranquila, no distingo como a cumbre
de vida deseada, que su oro
desborda y dona como cumplimiento
en su raudal de abiertos esplendores,
todo belleza, de la paz asiento.
Lo miro ya prisión de los amores,
fija la cruz del generoso acento,
al alba, que se tarda en los alcores
PAZ
Qué importa que ya viva o que ya muera
si mi ruina se extiende y como mago
la miro suave, sin sufrir estrago
de espanto de morir o de quimera
velada. De la yerta primavera
el cansancio decoro con mi halago
de íntimo arte. Rota, la rehago
fino, calmo, en la forma más ligera
de la vida que siente que es tenida
por la realeza de su nada llena:
¿qué importa ya, otra vez, perder la vida
si la gano en pureza, más serena
cuanto más firme cae su alma vencida
a sombra fiel, no descubierta pena?
VISIÓN
Te reverencio ya, victoria ajena,
regida en sombras por un mundo lento,
que de un dios mutilado en el acento
donas la sangre que al soñar serena.
Y porque puedes ser en la azucena
el hálito apacible, y el tormento
calmar del rostro en su morir sediento,
y dar olvido inmenso por la arena.
¡Ah, tú concibes la piedad, tú sola,
delicada visión! Tus nuevas vienen
del sol de la belleza que se inmola
en ti, tranquilo. Puras, nos sostienen
la luz, en sombra grave, la aureola
de cenicienta paz donde convienen.
LUZ DE HASTÍO
Si el hastío demora en los sentidos
el juego de las muertes, acechante,
y nos aduna a ser en la bastante
luz del cambio nuevos desconocidos,
es justo que sus iris repetidos
temamos y esquivado sea el semblante
de la mirada hueca, y al constante
edén de los amores, raro, ardidos
nuestros brazos se extiendan, y profundos
entremos de la llama a los veneros,
temblorosos reuniendo cauto mundo.
Genios de amor, de tiempos venideros,
derrotan la cruel flor cada segundo
y en nueva luz nos hilan prisioneros.
LA URNA
Si en el amor la soledad nos llama
el alma helada, entramos al sendero
donde, más espinoso, el duradero
cardo detiene su aguzada escama.
Si en suave paz, la soledad nos ama
y atrae a su frío imperio, el más ligero
soplo de fe se tuerce y verdadero
oye el rumor del río que derrama
sombra, la nieve, muerte impura, bruma
lenta, letal, que su serpiente inquieta
enrosca al pecho puro cuya pluma
de paloma oscurece. Y ya sujeta
la estéril soledad cuanto rezuma
la umbría e inmutable urna secreta.
Estos sonetos forman del libro Antología de la poesía cósmica y tanática de Samuel Feijóo (1914-92), publicado Frente de Afirmación Hispanista, A. C.
México 2003.
Escritor, pintor y artista
cubano, Samuel Feijoo fue conocido por su poesía y su narrativa, así como por su trabajo como dibujante y
pintor. Feijoo también destacó por su labor en la promoción de la cultura y de artistas jóvenes.
Feijoo recibió numerosos premios a lo largo de su carrera, entre
los que habría que destacar el de Cultura Nacional en 1981, el Alejo Carpentier o, ya lejos del ámbito
hispanoparlante, la Medalla del Mérito Cultural en Polonia, la de los 1300 años búlgara y la de la Liberación, entregada en
Mongolia.
Fuente biográfica: Lecturalia
Fuente Fotográfica: Sr Q Corchea
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