Poemas de Gerardo Rodríguez

La última marea borra la sombra de la higuera

 

(Fragmentos)

 

 

 

Hasta la lluvia corre más callada

 

Rainer Maria Rilke

 

 

 

Y los labios probaron la luz primera, en ausencia de palabras.

 

El silencio ha salido de las venas.

 

Eternamente la higuera con frutos como senos desnudos,

 

parece espuma creciendo lentamente hacia el cielo

 

en los huertos del sueño.

 

Júbilo de plumas es el tiempo su aroma vértigo de rosas,

 

la mirada como piedra.

 

El grito de los pájaros sigue colgado de las ramas del árbol

 

que bajo la lluvia blanda se balancea

 

para que finalmente todo tenga sentido.

 

§

 

 

 

El rumor que levantan mis sentidos se detiene,

 

guardo silencio respirando profundamente,

 

todo posee negro sonido.

 

Busco un lenguaje fiel que no sangre

 

cuando hable del cielo y el polvo en la lengua,

 

de los árboles sacudiendo sus hojas,

 

la calurosa luz que desborda y desborda

 

y del trino de las aves que ha quedado en mi cuerpo;

 

cuando yo afirme:

 

“en el patio de los míos está roto el tiempo”.

 

§

 

 

 

Quieto en un susurro y aromas antiguos,

 

me levanto apenas, tan tarde,

 

sin imponer orden y sin voz para responder.

 

Hablo mirando la excesiva claridad.

 

Nuevamente se devela en calma tensa lo deseado,

 

recorro ruinas como pétalos envejecidos.

 

Escucho lenta música de trompetas,

 

me envuelve el olor de yerba lluviosa,

 

rozan mis pies agua en migajas.

 

De un beso cuelga la luz,

 

en oleadas se repite floreciendo.

 

Emerge un paisaje en la niebla donde exaltado habito mi alma.

 

Hablo del fuego de salamandras,

 

de las crías de golondrinas

 

y piedras pacientemente cultivadas.

 

 

 

Hay ligereza, pronto el sueño será despojo

 

y se vendrá abajo el tiempo.

 

Por todas partes las hojas se esfuman.

 

Nada añoro, nada.

 

No he logrado una sola hazaña, pero tengo miles de recuerdos:

 

el olor del sol en el patio,

 

pájaros enjaulados,

 

la costumbre de enlodarme las manos

 

y llenar de gritos festivos la tarde.

 

Vuelvo de otra edad

 

al sitio en que estuve antes de ser el que ahora soy.

 

§

 

 

 

De las ramas de la higuera tomo las mejores,

 

las planto en el instante anterior al despertar,

 

en lo traslúcido que sabe a sal.

 

 

 

Invento asombro y alegría.

 

De todo cuanto he visto

 

conservo la espuma inmensamente blanca

 

entre sargazos, desorden y abandono;

 

conservo lo que nadie guarda:

 

llaves lacradas, las sobras del otoño

 

y la nostalgia de la luz.

 

 

 

Rompo los herrajes de mi segundo alfabeto,

 

los pájaros ocultan su canto,

 

y el edén se arruina.

 

Todo es piedra adormecida.

 

 

 

Devuelvo las aguas hembras

 

a la cercanía que nunca permanece,

 

y al fuego la resurrección cotidiana.

 

Descubro el mar en las palabras:

 

“¿en qué lengua debo hablar?”

 

 

 

Ando en la muchedumbre, nadie se decide a pagar por mi alma.

 

 

 

Los perros muerden y lamen el asombro,

 

olfatean el fervor, la desventura, mi deseo.

 

Siento que mi primer sueño fue murmurado sin yo saberlo,

 

que he copulado con un ángel.

 

Después del coito y el trago de vino,

 

me descubro sin memoria,

 

con la voz enrojecida.

 

Soy digno de compasión, a partir de ahora todo es eterno.

 

§

 

 

 

Denme la mano, la memoria gira hacia el trueno.

 

No me dejen caer,

 

pierdo mi asidero, el firme contacto.

 

Al amanecer tuve frío,

 

ahora no hay un dios que me llame,

 

tampoco desesperanza.

 

En la tierra, como tierra soy,

 

así me inicié en la vida.

 

Ansío llenarme de lo que el infinito arrulla,

 

coronarme del ideal sagrado.

 

 

 

Puesto que soy cansancio, afirmación, latido puro,

 

me apoyo en la pared vertical del día,

 

subo a la cresta de la tormenta.

 

Quiero llevar la existencia al borde de la serenidad,

 

resistir todo su peso,

 

mirar una rosa nacer de nuevo,

 

de otra manera enfrentar el dolor,

 

el tiempo quieto en sal y agua que no se bebe,

 

el aire aparecido de prisa como llama de color impuro.

 

 

 

De pronto me encuentro un poco esperanzado, más serio, casi triste.

 

no sé lo que sucede ni para qué hablo.

 

Contra el muro grito o callo

 

como si durmiera.

 

Hallar un suspiro entre las sombras es lo mismo que olvidarlo.

 

 

 

En la marea hay sueño,

 

la presencia de la noche y un crujido de hierro,

 

queja oscura, el tic-tac-tear de la espera

 

y una paloma rompe el vuelo.

 

Escucho un barco como palabra diminuta que se aleja

 

y la melodía de una flor mecida en luz temprana.

 

Todo es presagio, todo vuelve a comenzar.

 

§

 

 

 

Escribo un recado para Ricardo Reis,

 

tengo urgencia por decirle:

 

“me refugio en el domicilio que la luna habita,

 

atenido al torrente de mis asombros,

 

hay olor a penumbra envejecida y paredes sin retratos,

 

un tañido de campana ronca,

 

espejos en reposo, ausencia de flores,

 

cerrojos impacientes,

 

y el sopor de la ropa tirada al suelo”.

 

Los pasillos se prolongan hacia un instante calladamente ajeno,

 

antiguas pisadas de pies furtivos

 

vuelven persistentes entre fechas olvidadas

 

y hojas que caen soñolientas.

 

Cuando ya no hay temor por las despedidas,

 

las plegarias ni por los presagios incumplidos

 

y lo que ha ido apareciendo,

 

ansío que vengan mariposas a lamer mi frente,

 

un rumor rozando a otro,

 

un destello que quisiera contemplar siempre.

 

Todo es igual y soy todo lo que fui,

 

conteniendo el llanto hasta el júbilo o el oprobio

 

para que nadie altere tan sedosa calma.

 

“En estos días todo es otra cosa.”

 

Mi cuerpo desnudo es apenas sostenido por una débil llama

 

y me alimenta el arriendo de mis sueños.

 

Mi destino es vivir sedentario, sin un cielo propio

 

y describir la lluvia oblicua

 

a la espera de cartas como prolongados besos,

 

el sonido de pesadas gotas,

 

el recuerdo de conversaciones haciéndose polvo,

 

viendo partir las horas entre desorden de hojarasca

 

mezcladas con una porción de alegría.

 

El color de las amapolas sobrevive a la mirada

 

y el tedio es grande como pájaros en vuelo queriendo alcanzar algo.

 

Me siento engañado porque el día se quiebra sin tregua,

 

las aguas se han cansado,

 

estremece el confuso sosiego de los barcos

 

y he dejado al viento hablando a solas.

 

La estridencia de las uvas es su coloración de sangre,

 

y soy relator en griego de lo efímero:

 

“cómo cuesta hacer más vivo el vivir”.

 

Hago ceremonia por todo lo perdido y lo doliente,

 

por el aroma del lodo, los hierros que me retienen

 

y el comienzo del otoño que me son tan queridos.

 

Escucho ruido de brasas en mi interior,

 

al decirlo siento al cuerpo transparentarse.

 

 

 

He abandonado la indolencia y tenaz melancolía

 

tan lejos que la memoria no los puede abarcar.

 

Del sonido del violín hago mi lecho.

 

Hoy mi dicha es un trozo de pan mojado en sopa caliente.

 

y para cada vaso de vino tengo la sed de siempre.

 

§

 

 

 

No hay otra señal, otro sonido

 

el mar se extiende y arrulla la tierra.

 

Mis ojos abarcan este día que ya no conozco,

 

escuchando un violín bajo la curva del fuego

 

que a la mañana siguiente será bronce.

 

 

 

Tengo sed de lo que amo,

 

lo que ha estado aquí desde el principio;

 

aquello que me llena de gozo nace interminable.

 

Bebo el zumo de un sol muy oscuro,

 

el sabor rojísimo de amapola que se enreda en la voz

 

y el gotear de la lluvia más reciente,

 

bebo toda la ternura, la dicha que clama,

 

el resplandor que me embriaga.

 

 

 

Con pasión toco el cielo y en el abismo de la altura

 

un relámpago decrece gimiendo.

 

Siembro elegías en los mares

 

y fecundo la marea de un instante.

 

En lo fugaz yazgo,

 

siento la dulzura de las miradas,

 

los frutos que devoro me encienden los labios

 

y entre apareamientos un lince hace presa de mi aliento.

 

 

 

Sobre el frío sin segar

 

las horas son un barco que se pierde.

 

Mano con mano voy con las nubes

 

antes de que migren los pájaros

 

y un puñado de aire resuena en las venas.

 

 

 

Quiero cortar el silencio, decir:

 

“brote el agua desnuda”

 

y ver desbordarse un río en mi cuerpo y enloquecer dulcemente.

 

Hoy me apoyo en una luz mejor,

 

pregunto de qué arcilla, qué sangre, qué fuego estoy hecho,

 

tengo la apariencia de una sencilla espiga.

 

Me inunda una sensación de triunfo

 

y la calidez de mayo me toca el alma.

 

 

 

Es un sueño que vuelvo a mirar,

 

adivino trasparentes la higuera, su sombra y la última marea,

 

y el sueño se vuelve otro sueño.

 

 

 

Gerardo Rodríguez ha publicado los libros Donde la noche (Editorial Verdehalago, México, 1996), Un blues para el insomnio (CONACULTA, México, 2004), Con los restos del violín / Con i resti del violino (Hebel, Chile, 2016), accésit del I Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana. Edición bilingüe con traducción de Stefania Di Leo, La última marea borra la sombra de la higuera / L'ultima marea cancella l'ombra del fico (Circolo Letterario Napoletano, Nápoles, 2019), IV Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana. Edición bilingüe con traducción de Stefania Di Leo y Poemas de almanaque para entretener marionetas (Labirinto Editora, 2019), edición bilingüe con traducción de António Salvado, I Premio Internacional de Poesía António Salvado-Ciudad de Castelo Branco. Poemas suyos están incluidos en diversas antologías entre las que destacan ‘Encuentro de Poesía CALCO Cali, Colombia. ‘Por ocho centurias’ Salamanca, España. ‘Llama de Amor Viva, Salamanca, España. Primavera Giornate Europee, São Paulo, Brasil. Revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro, Santiago de Chile. No Cerco da Pandemia, Municipio do Fundão,Portugal.

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Gerardo Rodríguez.

 

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Comentarios: 1
  • #1

    América de Lourdes Ayuso (sábado, 30 diciembre 2023 10:49)

    Conmovedora voz poetica que muestra la sensibilidad a profundidad en la sombra, en la luz.