Poemas de Vasko Popa

El testamento del astrologo

 

 

 

Tras él sólo quedaron sus palabras

 

Más bellas que el mundo

 

Nadie se atreve a tocarlas

 

 

 

Están esperando en las curvas del tiempo

 

Mayores que los hombres

 

A quien pueda pronunciarlas

 

 

 

Tendidas sobre la tierra tartamuda

 

Más pesadas que los huesos de la vida

 

La muerte no logró

 

Llevarlas al ajuar

 

 

 

Nadie puede levantarlas

 

Ni tampoco derribarlas

 

 

 

Sólo las estrellas fugaces cobijan sus cabezas

 

Bajo la sombra de sus palabras

 

 

 

 

 

El número olvidadizo

 

 

 

Erase que se era un número

 

Puro y redondo como el sol

 

Mas solo muy solo

 

 

 

Empezó haciendo cálculos consigo mismo

 

 

 

Se dividía se multiplicaba

 

Se restaba se sumaba

 

Y siempre se quedaba solo

 

 

 

Dejó de hacer cálculos consigo mismo

 

Se encerró su pureza

 

De sol redondo

 

 

 

Afuera se quedaron las ardientes huellas

 

De su cálculo

 

 

 

Estas empezaron a correr una tras otras

 

En la oscuridad

 

Se dividían cuando se multiplicaban

 

Se restaban cuando se sumaban

 

 

 

Tal como suele hacerse en la oscuridad

 

 

 

Y no había nadie para pedirle

 

Que detuviera sus huellas

 

Y las borrara

 

 

 

 

 

La falta soberbia

 

 

 

Erase una vez una falta

 

Tan risible tan pequeña

 

Que nadie la hubiera notado

 

 

 

No quería moverse

 

Ni oírse

 

 

 

Cuántas cosas no inventó

 

Para demostrar

 

Que en realidad no existía

 

 

 

Inventó el espacio

 

Para colocar sus pruebas

 

Y el tiempo para guardarlas

 

Y el mundo para verlas

 

 

 

Todo lo que inventó

 

Ni era tan risible

 

Ni tan pequeño

 

Pero ciertamente era falso

 

 

 

Podría haber ocurrido otra cosa

 

 

 

 

 

El triángulo prudente

 

 

 

Erase una vez un triángulo

 

Tenía tres lados

 

Escondía el cuarto

 

En su centro ardiente

 

 

 

De día escalaba sus tres picos

 

Y admiraba su centro

 

De noche descansaba

 

En un de sus tres ángulos

 

 

 

Llegada el alba contemplaba sus tres lados

 

Transformados en tres ruedas ardientes

 

Que se perdían en el azul sin retorno

 

 

 

Sacaba su cuarto lado

 

Besándolo y rompiéndolo tres veces

 

Para esconderlo de nuevo en el lugar secreto

 

 

 

Y volvía a tener tres lados

 

 

 

De día escalaba sus tres picos

 

Y admiraba su centro

 

De noche descansaba

 

En uno de sus tres ángulos

 

 

 

 

 

Cuento de un cuento

 

 

 

Erase que era un cuento

 

 

 

Concluía antes de

 

Principiar

 

Y principiaba

 

Después de concluir

 

 

 

Sus héroes entraban

 

Después de morir

 

Y salían

 

Antes de nacer

 

 

 

Sus héroes hablaban

 

De un país de un cielo

 

Hablaban de muchas cosas

 

 

 

Lo único que no mencionaban

 

Era lo que ni ellos mismos sabían

 

Que eran tan sólo héroes de un cuento

 

De un cuento que concluía

 

Antes de empezar

 

Y empezaba

 

Después de concluir

 

 

 

 

 

El bostezo de los bostezos

 

 

 

Había una vez un bostezo

 

Ni debajo del paladar

 

Ni debajo del sombrero

 

Ni en la boca ni en ningún lugar

 

 

 

Era más inmenso que todo

 

Más inmenso que su inmensidad

 

 

 

De vez en cuando

 

Parecía que su oscuro y embrutecido abismo

 

Centelleaba de puro desesperado

 

Casi se confundía con las estrellas

 

 

 

Había una vez un bostezo

 

Aburrido como todos los bostezos

 

Y según parece dura todavía

 

 

 

 

 

Versión castellana de Snezana Ljubojevic Stiefel y Dionisio Cañas

 

 

 

Estos poemas fueron tomados de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, números 326-327, Agosto-Septiembre 1977, Madrid, España.

 

 

 

 

El poeta serbio Vasko Popa (Grebenac, Serbia, 1922 – Belgrado, Yugoslavia, 1991) ocupa un lugar esencial en la poesía centroeuropea del siglo XX. Estudió literatura en Belgrado, Bucarest y Viena. Luchó como partisano durante la Segunda Guerra Mundial y fue prisionero en el campo de concentración de Bečkerek (hoy Zrenjamin). Tras la guerra fue editor de la importante editorial Nolit. Publicó sus primeros poemas en la revista Knji�evne novine y en el diario Borba

En 1953 apareció su mayor poemario, Corteza, y en 1972 fue elegido miembro de la Academia Yugoslava de Ciencias y Artes. Compiló la influyente colección de poemas populares, cuentos anónimos, proverbios y adivinanzas serbios titulada La manzana dorada (1958). También antologó la poesía humorística serbia en El hombre que ríe(1960). Obtuvo premios como el Premio del Estado de Austria a la Literatura Europea y el Premio AVNOJ. El surrealismo y el folclor popular son dos de los ejes de su poesía.

 

 

 

Fuente biográfica: Editorial Vaso Roto

 

Fuente fotográfica: Meridianul Timisoara

 

 

 

 

 

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