Poesía de Mayra Oyuela

Poema para nunca ser leído después de una única noche

 

 

 

Ya en esta ingravidez

 

 obligada

 

a atarme una y otra vez los zapatos,

 

sólo para desperdiciar ese segundo de verdad

 

en tus ojos de almendra,

 

Me dirás que la lluvia no existe

 

que estos dos años de no ir al cine

 

son un cuento, un pretexto barato

 

para no hacer el amor con un desconocido.

 

Me dirás que llegué tarde,

 

¡como siempre!

 

tarde para la cena

 

tarde para la velada con tus amigos imaginarios,

 

tarde para redactarte la carta de amor cuando te conocí

 

y la que debí escribir horas después,

 

la madrugada en que te marchaste así como abril,

 

ardiendo en el pecado de recordarte:

 

desnudo y a media luz en mis brazos.

 

-Debí ser menos austera-

 

Romperme la blusa azul con su caída libre

 

para dejarte ver mi pecho efervescente de deseo

 

-Debí ser la excepción –

 

permitirte destruir con cada uno de tus dientes

 

todo el desdén de mis palabras de amor suspicaz.

 

Debí golpearte la frente

 

yo tu idea absoluta,

 

¡Que insensata!

 

Fingir con más ganas que no importaba que te fueras,

 

que olvidaras mis formas de desnudarme en silencio,

 

con miedo de planeta a medió descubrir,

 

y entonces comer de tu ritmo,

 

replicando mi sombra en tus parpados

 

Alzada a tu estatura

 

ser amada dilapidadamente

 

como siempre lo espere.

 

 

 

 

 

Entre el imán del carril y mis pasos

 

                                                                          

 

Mi humanidad está en el tránsito,

 

en el roce de mis pies atados a la ingravidez

 

de esta ciudad trémula.

 

La velocidad es justa para esbozar con la mirada,

 

ostentando con el alma lo visto.

 

Detengo con mis dientes los rieles,

 

hago de mis nervios una frondosa raíz

 

y así descubro al mundo desde sus instintos.

 

Con mi aliento exploro la ventana,

 

tras el vidrio mi reflejo

 

que al igual que un joven pájaro

 

comprende en la caída su despertar.

 

Al movimiento y su trance me confiero

 

respiro dentro de mi sangre.

 

En la boca del mundo introduzco mis dedos

 

dibujo con ellos la geometría del paisaje,

 

atrofiada llevo la carne,

 

atrofiada la garganta de pura melancolía.

 

Mi humanidad levita entre el imán del carril y mis pasos.

 

Voy atada al fuego,

 

voy atada a lo paliativo de la fiebre en que habito.

 

Ya mis músculos son metal,

 

el andar es mi lengua más antigua.

 

Futuros paleontólogos:

 

bajo los pies de esta bestia

 

reposa todo el polen de su época.

 

 

 

 

 

Vi a una mujer emerger de la piedra

 

vi a la piedra emerger de la mujer

 

vi su furia de tierra

 

su fuga de arena

 

su derrame de viento nostálgico.

 

Vi la distancia entre ambas

 

el abismo de los siglos

 

la mueca torcida en el golpe seco

 

de los confines.

 

Vi la tribulación

 

lo cíclico de un mundo brotado de la tierra.

 

Pero la piedra que brota de una mujer

 

sabe vencer las masas de tiempo que la acongojan

 

sabe lijar la fe del agua que labra la hendidura.

 

Para que sangre la piedra

 

primero debe sangrar la mujer

 

para que sangre la mujer

 

primero debe comer de la tierra

 

su partícula más imperfecta

 

y así parir hombres húmedos

 

que surjan de su polvo.

 

 

 

 

 

Dejar ir, como quien incinera el mundo en un fuego limpio

 

ver arder la evocación de lo amado

 

las palabras como detritos de brasas lanzadas a la oscuridad

 

el aleteo de los pájaros huyendo del incendio.

 

Dejar ir la locura de los años en que fuimos felices

 

la osadía de combatir con niebla

 

en la humedad de un recuerdo nevado.

 

Incinerar es la palabra clave

 

incinerar la dicha que ya fue

 

incinerar la desdicha que nos alcanzó

 

Calcinarlo todo.

 

Me recordaste lo pequeños que somos

 

el tiempo se incinera como el sol,

 

todo lo que un día se amó habrá de arder

 

todo incendio es la extensión inesperada

 

de una chispa

 

densidad de la resina

 

fuego ardiendo en las copas de los pinos.

 

Me he atrevido a contar una historia incinerada

 

así como el destello de un astro que murió

 

y llega a nuestra pupila el milagro de lo entendido.

 

Incinerar la luz

 

o mejor, dejarnos vencer por su blancura

 

apagar los ojos y lanzarnos al bracero

 

en un fuego limpio,

 

en un ardor que no quema

 

que evapora

 

que vence

 

que transfigura todo cuerpo,

 

la transitoria levedad de una llama

 

que pausa al mundo por una vez

 

para luego levitar y resucitar

 

en las cenizas de lo aprendido.

 

 

 

 

 

Escribiéndole una casa al barco

 

 

 

Esta casa vuela.

 

Su altura conjura un papalote

 

que se distorsiona a la distancia.

 

Esta casa es un mar

 

y un barco también,

 

donde crispados, salimos

 

a contemplar

 

los delfines más blancos de la locura.

 

 

 

Esta casa tiene un color, un nombre,

 

su capitán Morgan lanza de sus anzuelos

 

Aurelianos peces,

 

espectros que devoramos

 

en lo profundo de los desvelos.

 

 

 

Esta casa barco se desliza

 

por las olas de una Tegucigalpa oscura,

 

mientras humanos veleros,

 

navegan lento

 

dentro de botellas.

 

 

 

 

 

Ahora

 

 

 

Ahora que todo es invierno

 

ahora que la melancolía corroe la escalera de lo incierto

 

ahora que fracasamos en lo íntimo

 

y el café fue ceniza fría

 

que llevaron en sus pies los astronautas.

 

Un almendro frondoso es mi memoria

 

anidada en él está toda la luz que nos habita.

 

Mi cuerpo aún es arena invicta

 

y sobre él

 

no existen barloventos

 

que disuelvan tus pasos.

 

Acá no existe el milagro del retorno

 

acá sólo la humedad de un tronco encallado

 

acá sólo el salitre pegado a las persianas

 

acá la brisa que lava tiernamente la barca que aprieta mis pulmones

 

acá todas las noches

 

un beso húmedo de laberintos

 

me cierra los párpados.

 

 

 

 

 

Tranviaria

 

 

 

Llevo al mundo como pendientes en mis orejas,

 

rozo con mis pestañas a los desconocidos,

 

beso manos de transeúntes

 

(hormigueo en los labios).

 

Que alguien me aborde,

 

soy el metro que esta ciudad jamás conoció,

 

atrevidos en mí todos los años,

 

en mí el transcurrir,

 

en mí la palabra ventrílocua de cada estación,

 

en mí la espina y el diente que muerde la rosa de lo oculto.

 

Mis muertos no son sombras raídas en la luz.

 

Que alguien me aborde,

 

sé cuál es el principio y el final de este cuento.

 

Que alguien suba y se detenga en mí,

 

mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,

 

mis manos paredes para reposar en lo oscuro,

 

mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.

 

Roto ya todo lo íntimo en mí,

 

he de saberte andar, mundo,

 

con los puños cerrados en señal de auxilio y no de defensa

 

cerrados para llevar en ellos el resto de aire

 

que no supo caber en mis pulmones.

 

En la imperfección está lo bello.

 

No necesito ser el poeta sino el poema,

 

la belleza está por encima de la lógica de cualquier poeta.

 

Necesito andarte despacio, camino,

 

no me detengo en el asombro de saber llegar mundo:

 

En tus barrios, tatuadas están las paredes de calcárea sumisión,

 

en tus barrios fue donde aprendí a defender el descenso.

 

12

 

Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;

 

en mí las volantes con fotos de desaparecidos,

 

en mí túmulos de palabras que alguien no supo barrer bajo la

 

alfombra,

 

en mí el transcurrir.

 

Que nadie venga a preguntar porque no te describo, esperanza,

 

yo hablo de eso otro bello, que no está en lo bello.

 

Abórdenme predicadores de la tarde,

 

zanates, pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón

 

y escriban en la oquedad de mis vagones

 

teléfonos para citas de amor,

 

DJ, bartenders y todos con título de extranjerismo en su

 

profesión,

 

suban carniceros del San Isidro, conserjes y putas,

 

albañiles vengan a devolver la sonrisa

 

a las princesas de los domingos.

 

Mujeres: describan con su carmín la caricia que no les tocó,

 

suban, fresitas de las High school, madres solteras, suicidas,

 

docentes, vengan a traficar perfumes traídos del Canal de

 

Panamá.

 

Vengan a abordarme, en mí el transcurrir, todos los años,

 

el suspenso del que anda a tu lado, a pesar de su humanidad.

 

Sé quién soy,

 

basta una palmada en el hombro

 

y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,

 

basta una palmada en el hombro

 

y retorno a mí

 

al anonimato,

 

a la flatulencia, a la humana que soy.

 

¡Abórdenme!!!!!!

 

soy el metro que esta ciudad jamás conoció,

 

vengan y calcen mis pies

 

ya que nunca podrán calzar mis zapatos.

 

 

 

 

Mayra Oyuela (Tegucigalpa, Honduras, 1982). Poeta, gestora cultural, ex miembro fundador del colectivo País poesible y Artistas en Resistencia. Actualmente dirige el proyecto Casa Cultural BocaLoba y coordina el jurado de los juegos florales de poesía de la ciudad de Santa Rosa de Copán, Honduras. Ha publicado los poemarios: Escribiéndole una casa al barco (2006), Puertos de arribo (2009) y Agua Mala (2018). Ha participado en numerosos festivales de Iberoamérica. Gran parte de su obra aparece en revistas y antologías internacionales.

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Mayra Oyuela

 

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