Poemas de Jorge Arzate Salgado

Monólogo V

 

- Galya [Reyna-madre también llamada Piedra]:

 

 

 

 

 

El eco del vacío

 

 

 

¡Cuánto tiempo, mi querido Sandro! Todo este rato oteándote, comiendo un espacio vacío como solución salina a la distancia.

 

 

 

Dame tu mano divina.

 

 Tiempo refulgurante. Anillo de oro. Perla que eres como reflejo del hijo que he perdido.

 

 

 

Sandro, niño, mi pequeño niñito, tengo que contarte que soy otra, pues me detengo ante el peligro y pienso en mares llenos de peces todos los días: los escucho: aplaudo su sinfonía de coral.

 

 

 

Te imploro, Sandro. Tengo que contar que después de tu partida no puedo bailar y no puedo consumir el sol de mi risa. Creo que el amor me ha marchitado y que el agudo sexo de las noches ha terminado por morder mi sien.

 

 

 

Tengo las arrugas del pez, las canas del Himalaya. Pero mantengo tu aroma. Cuido de tu raza extinta y de la infelicidad que yo te infundí.

 

 

 

Hoy las espadas se encuentran dormidas, frígidas. Los hierros punzantes ya no matan de dolor. Soy una triste ánima encabalgada en el potro del silencio. Hijo mío, muerto, en verdad, desollad mi cuerpo como a un cordero sacrificial.

 

 

 

No quiero escuchar más. Amo el momento eterno de ésta tu visita fantasmal. Desdeño tu epitafio por ser un remedio caduco y sólo te percibo para anunciar mi fusión con un mundo ajeno al deseo, al amor, a la risa y a toda alegría.

 

 

 

Sandro, cachorro, hijo de esta Galya vieja, cuídate de los perros que custodian la noche eterna; vislumbra el alba de Orión; nutre tu nueva sangre con luz del río de todas las estrellas, infinito hálito. Soplo. Nudo en mi garganta. Cubo de plata. Puños rotos.

 

 

 

Adiós, mi niño. Continúa tu sueño de dios, mientras que yo, Galya-madre, estaré soplando las cenizas de todo conflicto y de toda lucha guerrera contra el sentimiento encontrado del no amor, como remedio y desquite de toda pérdida, de todo fantasma existente.

 

 

 

 

 

Miel y arándanos previos a la batalla

 

 

 

Ninguna muestra de misericordia hay en esta mañana más que la iluminación de tus ojos.

 

 

 

Bebo leche de cabra con miel y arándanos, siento el temblor de la batalla en la piel. Me desnudo ante la paciencia untada en tu voz para tragar la ira y poner ensueño en este plácido amanecer.

 

 

 

El roce de tus manos, francas, cálidas, como las nervaduras de los árboles es mi arma del día de hoy, son mi luz solar y guía pétrea para los adentros del corazón. Gozo enceguecido por el hartazgo.

 

 

 

Porque aéreo eres tal como el pájaro asustado que tiene miedo a la tormenta que viene.

 

 

 

La flama que vive en tus pupilas se apaga.

 

 

 

En el aquí de la voz, a contraluz del día, distingo una onda cálida, suave, a pesar de este obscuro tiempo del rencor; hálito que me delinea el rostro con energía vital y coloca mi purísima belleza al ciego y liberto camino del aire y el color.

 

 

 

Estamos en los cielos de una historia que nos lleva y trae como misioneros de una humanidad tirada a la carroña, pero pintada con incienso de oro.

 

 

 

Veo una luz que dicta un silbido animal de amor antaño, es débil su pétreo chillido.

 

 

 

 

 

Amartillando la tierra

 

 

 

Me asombra el miedo de los hombres. Todos, cada uno de ellos, adorando la esfinge del poder, la guerra y la sangre de ellos mismos ya vertida, sin decir nada importante, dejando a los temblores del cuerpo el lenguaje de los sentidos y la razón.

 

 

 

Aquí se encuentran amartillando con sinsabores la tierra que pisan y casi anclados en su sorda e irónica vida de soldados de un imperio de arena.

 

 

 

Veo tu luz, vertida en la sonrisa de niño, en la dulzura de tu rostro hermoso y me sacio de algo que no es la cordura ni es expresable con palabra, Sandro, hijo de la Piedra.

 

 

 

Toma el pan y la leche como el niño que eres, como el niño-pájaro que sabes ser en las tardes frente al mar y su armada de delfines.

 

 

 

Todos los besos siempre son una despedida.

 

 

 

Ahora alcanza a vislumbrar el verde del campo de batalla; observa los campos de flores cómo susurran al cielo un misterioso deseo. Mira la playa que se contiene en su ardor por la tierra.

 

 

 

Los atlantes llegan. Los caballos con su acero están listos. Es la hora. Escucha cómo todo retumba en el sonoro canto de la guerra. Bien lúcida me encuentro para dirigir mis ejércitos negros y medir el día por el rojo vino de los cuerpos.

 

 

Jorge Arzate Salgado, poeta y sociólogo mexicano (Toluca, 1966). Ha publicado los siguientes poemarios: Canciones para los piratas ausentes (H. Ayuntamiento de Toluca/Centro Toluqueño de Escritores, 1992; Fondo Editorial del Estado de México (FOEM), 2015); Recuerdos de la casa azul (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996; FOEM, 2015); Pradera de masonite (Bonobos Editores/Libros del Bicentenario, 2010; FOEM, 2015); Princesa de Cristal (Los Poetas del 5 Editora, 2011; Editorial Letras de Barro, 2021); Sirena de Tule (FOEM, 2013; FOEM, 2021); Como hilo luminoso, el mar. Antología personal 1992-2010 (FOEM, 2015, Colección Letras Summa de días); 19/09/17. Poema en tres actos (La Colmena. Pliego de Poesía 98, 2018); Poemas de animales dulces y libidinosos (Editorial Letras de Barro, 2021); El aceite de las nueces (Ediciones Ícaro, 2021). En 1996 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”. Es Doctor en Sociología por la Universidad de Salamanca y Maestro en Investigación y Desarrollo por la Universidad Iberoamericana; se desempeña como Profesor de Carrera en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México; es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México

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Comentarios: 1
  • #1

    Javier Mejía (jueves, 07 septiembre 2023 18:48)

    Extraordinario poeta de la brevedad vuelta esencial humanidad.