Bruma y alas, nubes sobre los edificios.
Belleza desde las Alturas, blanco y negro.
Observar, presenciar, oír pensamientos ajenos,
escribir el transcurso vital, el morir,
comprender el vacío, la desnudez de los vencidos,
la lucha del que arriesga su ser más íntimo,
los recuerdos latentes de la devastadora
destrucción, las ruinas del ayer.
Reconocer los grafitis dibujados en el muro
que sus cuerpos
celestes atraviesan una y otra vez.
Hacer balance, remontarse al principio de todos
los principios,
y no poder curar ni evitar el sufrimiento,
y estar ahí al lado del suicida,
y no poder acariciar su corazón, detener su
urgente torbellino.
Y estar tan cerca de esa piel, de ese cuerpo
perfecto
de mujer jovencísima, sutil acróbata, y oír
su soledad, y ver los últimos destellos
de su elevado sueño,
la puerta de la habitación de sus deseos
de par en par.
El ángel maduro sacrifica sus alas,
se desprende de la levedad,
deja en los cables del cielo su albura,
la disidencia lo humaniza y lo hace grave,
y cae contra el suelo,
pisa suavemente la lluvia, la luz y su arcoíris,
vierte su compasión sobre el herido
y alquitranado asfalto:
probar el color de la tierra, el sabor de su riesgo,
respirar, sentir el humano fluir,
saberse huérfano y mortal, caminar, caminar,
encontrar
finalmente ese amor, amar, amar y ser amado.
FEDERICO GARCÍA LORCA
Yerma (1934)
Esa mujer que sueña con caños de agua fresca
que salen de las fuentes,
con cántaros de leche obtenidos
de rosados pezones,
con lechales naciendo de la res o la oveja,
la que como tantas no ha sido destinada ni a amor
ni a pasión de hombre elegido,
sí, a emparedar como cuerpos sus secretos,
aparte del encaje de bolillos,
las telas o la lana,
solo le queda la misión de ser madre,
parir hijos.
Ella siente cómo el zumbido de una abeja
dibuja en el aire la palabra yerma,
pero tapa sus ojos, tapa sus oídos
porque cree que su hombre
no insiste, no quiere voluptuosamente
vaciar con fortaleza su brebaje,
para que ella grane,
y lucha con desespero, se devana la mente,
sigue ritos paganos que entre sus piernas traigan
ríos y manantiales,
pero solo ve pozos, charcos de agua estancada,
y el vientre sigue seco, y su cabeza hierve
pues nacida en la férrea casta de la honradez
rechaza los consejos de la Vieja
que sabe de los partos
y varones baldíos, del que no tiene el riego,
el vigor que la tierra precisa.
De nada sirven rezos y Romería en donde
otras casadas en lo oscuro del margen
hallan su concepción,
ella no tiene cura, está predestinada por su mismo
nombre,
se perderá en el negro designio de su sangre
vertiendo con locura la del por siempre
asignado a ella, la del no hijo.
El universo, como el más exquisito orfebre,
ha grabado sus signos sobre sus criaturas:
la luz cuajada sobre las pinceladas rayadas
de la cebra,
la luz enardecida en las beligerantes ondas
del tigre,
luz protectora en el colorido caparazón
de los insectos,
luz arcoíris en el alado plumaje
de las aves,
luz visionaria en los misteriosos óculos y vitrales
de las mariposas,
luz clorofila en la nervadura
de las plantas desbordadas
hacia su pigmentada gestación en flor y en fruto,
la luz velada sobre los peces irisados,
luz abisal sobre los traicioneros faros
de las quimeras del abismo,
luz refulgente en el denso latido de una estrella.
Y frente a toda esa viva pintura deslumbrante
la mirada encendida de la primera mujer,
del primer hombre
traduciendo lo cósmico en escenario primigenio
del símbolo,
en palabra cautiva que despierta, balbuceo
que empieza a liberarse,
en palabra que encarna al pensamiento,
que nos divide y une,
que hace pronunciarse al amor y a la belleza,
que apacienta al silencio.
En palabra escondida, quizás hasta robada
que serena, espera ser hallada
en el secreto cofre de la memoria,
para con otras enhebrarla
al inspirado hilo de seda
prendido al cuello del papel en blanco.
III
El silencio es inmenso como oración
secreta e interior
habitando la ausencia en una catedral
asilvestrada de paredes como tirabuzones líquidos
que se hubieran cuajado sobre roca
que lentamente, a través de los siglos
el viento mueve, esparce y desordena:
Y se labraron y se siguen labrando,
circundando un espacio recóndito
a cuyo centro llega
triunfante desde el ojo de la Naturaleza
un haz de luz que ciega de belleza.
Y así compensa, así redime al hambre monstruosa
de la arena dorada,
o a la desangelada e inhóspita arena cenicienta
de otros muchos desiertos.
Homenaje a las víctimas de la Pandemia
Abril de 2020
I
Abriremos los ojos como las alas
de una mariposa
para volar a ras del mundo, incendiar de color
los caminos que no pudimos recorrer
en los tiempos aciagos, en espacios rendidos
a la invisibilidad de un enemigo
hiriéndonos en nuestras calmas o agitadas vidas,
en nuestra confiada carne, detrás de la
espuma impasible
del almendro, en medio de un rojo corazón
de primavera, en la jaula de alambre, plata u oro,
pendiente de una flecha que puede ser mortal.
Abriremos los ojos volando hacia otras tierras
y trincheras
en donde también se debate contra otras miserias,
bajo un techo de paja, sin balcones,
sin edredones suaves,
en una lucha eterna y olvidada.
Escucharemos los antiguos proverbios,
rescataremos versos
del poeta que proyectaban sombras premonitorias
ocultas en metáforas, que entonces solo parecían
hipérboles.
Meceremos la cuna de aquellos, de aquellas
que en cuerpo y alma se enfrentan,
ponen delante de nosotros
sus preciadas vidas, su arma vital a ebullición.
Dan una lección profunda al que gobierna
sobre los bienes que se han de empoderar.
Quizás ante una guerra palpable,
que como la muerte atañe a todos los nacidos,
procuraremos que se realice el ideal
de una globalizada paz.
Quizás valoraremos las esencias en el desván
de la memoria
de nuestra vieja infancia, el olor de la hogaza
al calor
del humilde rincón, donde prendía sobre la leña
el fuego
al candor del vino negro azucarado sobre
un pan amasado por nuestra misma madre.
Abriremos los ojos, y nos desprenderemos
del temor
a perdernos en ese laberinto en donde acecha
el monstruo de todas las penurias,
para ver los senderos que llevan a las fuentes
donde habita el jilguero aquel
que siempre canta
venturosas canciones de cuentos ancestrales.
GOYA GUTIÉRREZ (Cabolafuente - Zaragoza - 1954). Reside en Castelldefels (Barcelona). Es poeta y escritora. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Central de Barcelona UB. Ha sido
profesora titular de instituto impartiendo la asignatura de Lengua y Literatura castellanas. Es coeditora y directora de la revista literaria Alga desde el 2003 www.castelldefels.org/alga editada
en formato impreso en papel y digital.
Ha publicado las plaquettes Regresar, (Barcelona,1995) y Desde la oscuridad/From the darkness (Barcelona, 2014), y los poemarios De mares y espumas, (Barcelona, 2001), La mirada y el viaje,
(Barcelona, 2004), El cantar de las amantes, (Barcelona, 2006), Ánforas, (Madrid, 2009), Hacia lo abierto, (Barcelona, 2011), Grietas de luz, (México-Madrid, 2015), Y a pesar de la niebla
(Barcelona, 2018) y Lugares que amar (Barcelona 2022). La novela Seres circulares, (Ebook, 2019)
La revista Ínsula 832 de Abril de 2016, consideró como uno de los mejores libros recomendados publicados en el 2015 al libro de poemas Grietas de luz (Vaso-Roto).
Sus poemas, narraciones y comentarios críticos han sido publicados en numerosas revistas. Su obra poética ha sido incluida en más de una treintena de antologías impresas en papel y en formato
digital. Ha participado como invitada en diversos Festivales de Poesía nacionales e internacionales. Poemas suyos han sido traducidos al catalán, rumano, italiano, inglés y portugués.
www.goya-gutierrez-lanero.com
Semblanza y fotografía proporcionadas por Goya Gutiérrez.
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