Poemas de Jaime Lodoño

Preámbulo

 

El bicho que se inventó Kafka vive al lado mío

enseñando los misteriosos secretos del ocaso

con dedos de trigo como antenas,

ha descubierto que el cosmos se acumula

y modula datos de conciencia que moldean tu cara

como aroma de chocolate rancio.

Desde la ventana entreabierta

observo cómo mueve su aguijón

y absorbe el líquido que anega de tedio

las ideas en la mente sobria.

Con la grafía que deja en el cristal

me enseña a burlarme del matamoscas,

y de las ganas laborales que zumban cuando duermo.

 

 

Escarabajo

 

Soy un escarabajo feliz,

canto solemne por las estancias elegantes

y de los confines me traen

el oro y la plata que decoran mi estancia.

El altar que me han hecho los egipcios

me defiende de la muerte,

en mis huellas los sacerdotes milenarios

descifran el tiempo con báculos de asombro.

A diferencia de la gente,

como mierda por placer.

A veces debo trabajar,

me atan con una cuerda a una estaca

para que regrese al empleado fugitivo,

cuando me sueltan me regalan un terrón de azúcar.

Soy sagrado intocable.

Pobres humanos,

viven peor que insectos.

 

 

Abeja

 

Con cánticos secretos

eleva pistilos y hace ofrendas de poder

al baile que alaba la vida.

Si cierras los párpados percibes cómo cose

las alas de las plantas

y las impulsa al sueño.

Y no es Emily o Szymborska,

es la abeja

que lleva los jardines a cuestas.

No me importa su aguijón,

el canto amarillo que entona

me transporta a conciertos antiguos.

 

A José Ángel Leyva

 

 

Erotismo salvaje

 

Tiendo la palma y recojo del río algo de agua,

el éxtasis se expande,

una ninfa acaricia con su torso las líneas de mi mano.

Cierro los párpados

al oír la melodía que estremece,

la melodía que tensa al silencio

y lo torna ímpetu.

La ninfa despierta el secreto,

del follaje abre el aroma

y me muestra el elixir del otro fluido.

Con eso basta.

Con eso basta.

La retorno a su enjambre,

debe saciarle a otro

la sed de un día.

 

Para Alberto Rahal y sus ninfas


Moscas

 

Cómo revolotean las moscas sobre la comida,

tan sinceras en sus apetitos,

no admiten los estorbos de la urbanidad.

Qué sería de nosotros sin las moscas,

No comeríamos sus larvas en las carnes descompuestas,

ni beberíamos los efluvios de sus lenguas

cuando nos acompañan a tomar la sopa.

Somos tan parecidos a las moscas,

cenamos a la misma hora,

comemos en el mismo plato,

nos gustan las mismas viandas.

Son bonitas las moscas,

siempre vestidas de negro,

me recuerdan los matrimonios elegantes,

las ceremonias fúnebres.

 

 

Luciérnaga

 

Un secreto la obliga

a cantar cuando en la noche el silencio crepita

y el ambiente se hace leve entre la piel.

Si navego a su ventana

se apagan todos los bombillos del universo,

avanzan los latidos desbocados.

Ningún telescopio nos puede acercar

a sus destellos,

a su esencia firme de aire quieto.

En cada latitud los niños las atrapan en los frascos,

luego lloran cuando viejos.

Su metáfora prende la oscuridad,

la hace más profunda.

 

A Carlos Flaminio Rivera

 

 

Cocuyos

 

En el sauce la luz descansa de su viaje,

saluda a las nubes

y se echa a dormir.

Bajo el nogal

un haz de luna cocina silencios,

reposa sobre la cabeza del niño

que come sus bayas.

En el magnolio un cucarrón

canta velas amarillas,

alumbra los sueños que pasan.

Una oruga juega con la brisa,

trae melodías que trepan por las faenas del tiempo.

Y de todos los árboles

la banda de cocuyos maromeros

desciende de rama en rama

cantando mambos de fuego,

el viento se deleita y aplaude con las hojas.

 

 

Mantis religiosa

 

Oran, no para estar en paz con el aire

al implorar por sus vidas,

siempre juntan las manos y con címbalos evocan

el arribo cansino de su presa.

Desde el púlpito miran en torno

—como ocultas bajo un ajuar de hiedras y narcisos—

suplicando que alguien sucumba en su rosario de espinas.

Sin necesidad de sotana,

empiezan la cena con la cabeza de sus víctimas.

Fueron hechas para los confesionarios,

con el oído pegado al tórax

le sacan provecho a las voces del viento.

Qué sería de las beatas sin las mantis,

no matarían a sus machos

ni se comerían vivos los críos de sus comadres.

 

 

Científicos

 

El zancudo se acerca al tímpano

a estudiar el eco que navega en la oreja

como un velamen derretido de insomnio.

Examina la cucaracha las ruinas del hambre

que se hunde hacia el bostezo de la noche.

La hormiga recorre los mesones,

elabora listados de latón

y examina la ausencia.

En pareja las polillas recortan

fragmentos de telas y de libros,

estudian cómo se abriga la desesperanza.

Con finas redes la araña pesca del aire

los sueños que nadan en la oscuridad

y nos hacen triste la apariencia.

Los insectos nos estudian,

con aguijones toman muestras,

quizás no somos un hábitat seguro.

 

A Celedonio Orjuela Duarte

 

Jaime Londoño. Escritor, traductor, editor, y profesor. Cum Laudem Magister en literatura. Desde 1997 dirige el taller de poesía en el parque de Usaquén en Bogotá. Ha publicado los libros de poesía Hechos para una vida anormal, Alquimistas ambulantes, Mago solo hay uno, Fantasmas S.A., De mente nómada y El secreto de los insectos. Sus poemas aparecen en diversas antologías y el libro de relatos Sinapsis delirante. Tradujo del inglés El alma del hombre bajo el socialismo de Oscar Wilde y Gaspar de la noche de Aloysius Bertrand. Dicta talleres de poesía implementando su método Conciencia de los sentidos, que comparte con niños de las veredas colombianas.

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Jaime Lodoño

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Juan Eugenio Mejía Peláez (martes, 18 octubre 2022 12:07)

    Oh!!!La entomologia que gran maestra....