Poesía de Perú. Alfredo Pérez Alencart

 

GACELA MÍA

 

 

 

 

 

Para Jacqueline

 

 

 

Primer Movimiento

 

 

 

 

 

Por la casa de los pájaros, a la sombra de un bosque primigenio,

 

me fue desvelado el secreto,

 

el frotado barro de las estallantes resurrecciones.

 

 

 

Pura delicia, ella

 

cae sobre mí

 

desde el árbol altísimo del deseo

 

y se encostilla

 

para que yo exista palpitando extasiadamente,

 

 

 

relámpago tras relámpago

 

de la sexualidad

 

que deja navegar nuestros cuerpos

 

amándose

 

en ardua pertenencia,

 

 

 

matrimoniados

 

por la ley de las caricias,

 

cosa real

 

de un gran oficio: Amar sin refreno

 

el fogoso cuerpo

 

empecinado en el remolino,

 

 

 

en la historia que empieza

 

una vez más

 

embriagando con vino

 

de la viña que fomenta profecías

 

oídas clamando

 

desde el abecedario del prodigio.

 

 

 

¡Todo lo puedes,

 

oh varona dispuesta

 

a girar entre las yemas de mis dedos!

 

 

 

¡Humedece la soledad que me resta

 

y hazte adorablemente ágil

 

para agasajarte a destajo!

 

 

 

¡Ay, cómo alabo

 

esta gracia divina procurándome

 

amparo!

 

 

 

Oh Dios, qué de gustarme

 

esta carne salaz que no deserta

 

de mi voracidad entera,

 

 

 

salvada ya de toda confesión

 

y pródiga en juramentos

 

que atropellan el vientre de fuego

 

más cerca del fondo…

 

 

 

Siglos que amontonaron su resaca

 

para adormecer al mundo

 

mientras la Enviada

 

esté aquí, virgen

 

a la cascada de mi manantial…

 

 

 

La hora nueva

 

es en la tierra humeante

 

del rosedal,

 

 

 

en la ribera de dos brazos

 

porteando ofrenda tan hermosa,

 

en el lecho de aprendiz

 

donde mezclo

 

los alientos del primer contacto…

 

 

 

 

 

 

 

Segundo Movimiento

 

 

 

 

 

En la hora temblorosa se abren las compuertas del cielo.

 

Un antiquísimo deseo destila su metafísica

 

para que llueva por los aires la simiente.

 

 

 

 

 

Aquí mi Amada

 

usando

 

la vara mágica por la boca y la manzana,

 

floreciendo entre aromas de evasión

 

o galas delirantes,

 

torciéndose junto a la eternidad de mi sangre

 

que prevalece

 

 

 

como cedro ardiendo

 

en sitio fragante donde el espíritu

 

se derrama

 

hasta clarear lo oscuro.

 

 

 

“¡Encélate, Amado, porque el cielo

 

es todavía! ¡Pasa por la horquilla del relámpago

 

y atrévete a descifrarme por entero!”.

 

 

 

Heme ahí,

 

honrando

 

el altar del exilio, la lámpara entre mis manos,

 

el lecho que no es ajeno a las delicias,

 

la lanzadera de mis huesos…

 

 

 

¡Ah, que me encierren con los pies desnudos

 

y se abra para mí el hospicio

 

o el jardín donde al final se clama!

 

 

 

“Mi Amado es benevolente,

 

mi Amado me arrebata,

 

mi Amado viene para que yo siga,

 

mi Amado me remoja en los calores de la tarde,

 

mi Amado se despoja para que yo reciba…

 

¡Canta, oh pájaro del Edén,

 

canta sobre la colina que multiplica las visiones!”.

 

 

 

Debo ir a la Esposa,

 

fecundarla bajo el círculo del sueño,

 

darle agua de más vida para que nada tema

 

mientras se entrega a la fuerza

 

del designio, mientras siente el sismo

 

y huele la miel silvestre de este linaje mío

 

tan oreado por las travesías.

 

 

 

Voy hacia ti,

 

Esposa de mi siembra y mi cosecha,

 

voy

 

hacia el ángulo

 

de tus genuflexiones.

 

 

 

“Mi cuerpo se despierta virgen.

 

Ven, Amado de las andaduras con espino.

 

Ven, que te daré cálidos chubascos de confidencias.

 

Ven, que ya no quiero más calma en las aguas

 

que se me empozan”.

 

 

 

Esposa mía,

 

gacela de los sagrados bosques,

 

¡No me quedo con los brazos cruzados

 

y voy hacia tu espacio

 

para el examen de pesas y medidas!

 

 

 

EL DESEO BAJO EL SOL

 

 

 

 

 

 

 

Primer Movimiento

 

 

 

 

 

El deseo bajo el sol,

 

el aroma del hogar, la calentura de la sangre resucitándome

 

al giro de la rosa irresistible

 

bajo el vientre complacido y espejeante.

 

 

 

¡Oh, Dios que inflamas la piel y las estrellas,

 

Dios para tantas razones de lo humano, Dios

 

que nunca asfixias, pues voluntad tuya es preñarnos

 

de Amor hasta desfallecer!

 

 

 

¡Tiembla la vida cuando sucede!

 

 

 

Y siempre sucede en la turgente carnalidad desbordada,

 

ofreciéndose a los labios de la abeja primaveral

 

en dulce tránsito sin término, desnudando

 

los pétalos hasta sus adentros, degustando la Flor

 

sin importar el ruido cotidiano.

 

 

 

Siempre sucede el caudal que cambia la temperatura:

 

climas y fragancias, néctar del jardín.

 

 

 

¡Milagro del otoño semejándose al verano!

 

 

 

Manjares probándose en lecho de silvestre Paraíso,

 

tan sediento de goces tras diez mil años oculto:

 

reanudo el júbilo con los sentidos fogosos,

 

pongo la Flor a la altura de mi pecho y aguas dilatan

 

lo que arquean las caricias.

 

 

 

¡Oh paladar agradándote en el vergel!

 

 

 

El Árbol crece para los instantes terrenales: se enraíza,

 

se agolpa, da sombra por Ella: embiste

 

porque desea llenar la alforja vacía, porque busca

 

Tierra Prometida o nutrientes que lo mantengan erguido,

 

fuerte contra vientos destructores de renuevos.

 

 

 

Por Ti luce entero el Árbol, estremeciendo la Flor

 

que custodia, el fruto constante del Amor en comunión.

 

Estando con Ella, no quiero ningún destierro,

 

y clamo por eso:

 

 

 

“¡Si planean mi exilio, que el Amor los destruya!”

 

 

 

Bordeo las laderas del deseo, ágil en la tentación

 

para cada encuentro que no esconde un adiós,

 

la posibilidad de que el frío entumezca las ramas, agriete

 

la tierra, seque el manantial donde remas

 

tan a gusto, perdida toda extranjería

 

en la orilla que aprietas para evitar desengaños.

 

 

 

¡Conmoción al extender las manos!

 

¡Conmoción al recibir la recompensa!

 

¡Conmoción al percibir la fragancia de la flor!

 

¡Conmoción al palpar la cereza del jardín!

 

¡Conmoción ante la proximidad del éxtasis!

 

 

 

 

 

Segundo Movimiento

 

 

 

 

 

La llamada permanente bajo el roce de los cuerpos

 

y esos arpegios de una Flor invitándote

 

a conocer sus arterias antes que algún inoportuno

 

levante su voz por las inmediaciones,

 

antes que se sequen las raíces en lo más profundo de mí,

 

de Ella, de nuestras sombras perfectas y habitables.

 

 

 

¿De qué profundidad surgen las aguas que me levantan

 

tras relativa calma?

 

¿Dónde el lugar de la confiada celebración

 

para la sagrada entrega?

 

 

 

A veces no consigo amparo ni cuando asoma la mañana.

 

A veces no se vierte la savia: la torpeza quiebra

 

el deseo cuando falta una gran pancarta que diga:

 

“Te quiero”.

 

 

 

¡Ya no voy deprisa, pero mantengo mi tacto de geólogo

 

en medio del huerto cerrado!

 

 

 

Y otra vez Dios logrando que el viento no recline el Árbol,

 

otra vez Dios trayendo hacia mí

 

a la hermosa que se cubre con tropical orquídea,

 

mientras mi alma da empujones queriendo estar ya

 

sobre la forma exacta del fruto.

 

 

 

¡Flor o Princesa, nunca más te me escabullas!

 

 

 

 

 

Tercer Movimiento

 

 

 

 

 

Los abrazos que desnudan para que el deseo pernocte

 

antes y después de lo claro y lo oscuro,

 

amaneciendo entre la Rosa, años y años anotando mensajes

 

en el libro de las Revelaciones, en la memoria

 

donde todo lo nuestro reluce

 

como un relámpago sobre selvas y mesetas,

 

donde Sus palabras mantienen el poder de convencer

 

a dos que se aman en estado de gracia.

 

 

 

¡Este hombre que suelo ser yo, puede ver

 

la silueta de su dama en el río que pasará mañana!

 

 

 

 

 

 

 

PASO AL LENGUAJE DEL ALMA

 

 

 

 

 

(Los poetas)

 

 

 

 

 

Nos resucita el lenguaje del alma,

 

el hondo acento de tablas resonantes trasladando

 

sílabas electrizadas desde la boca bendita del trueno.

 

Nos regresa la nunca apagada promesa que tapa el yerro

 

de los hombres. Nos precipita a la existencia

 

el deseo impreso en sangres que germinan asombros.

 

Nos amanece el fogonazo acantonado en el predio

 

donde descansan las revelaciones. Nos enraíza

 

lo insondable que gobierna con maestría

 

el mediodía de la creación, plegando su corazón

 

saltarín para colocarnos años encima.

 

Así vamos acumulando premoniciones, como si sucediesen

 

existencias enseñando cómo horadar secretos, cómo

 

cambiarnos de traje para el viaje donde nos lavarán

 

las cicatrices de todos los inviernos.

 

¿Estamos en diálogo con las venas del enigma,

 

con su lengua adiestradora de cada destino?

 

No queremos decirlo de pronto. No entramos en ello

 

como si fuera una contienda ganada.

 

Hemos acogido al Espíritu que dona lo necesario.

 

Sabemos de los hilos que sujetan nuestros cuerpos,

 

del germen sembrado para que el milagro sea cotidiano

 

y pase por nuestra garganta, ya convertido

 

 en manantial de invocaciones. Es difícil no arder

 

en medio de lo oscuro, protegidos por los párpados

 

del silencio habituados al paso de los cielos

 

más taciturnos, atados a la esponja del recomienzo.

 

Quizás sea ocasión para saludar a los arcángeles.

 

Quizás vayamos al otro hemisferio con la varita mágica de la alegría.

 

Quizás los pájaros llenen el aire de silbidos premonitorios.

 

Quizás sólo vendimiemos

 

hipnotizadas horas de guardia.

 

Alguna vez los desastres muestran su negra faz y dejan

 

que escuchemos el trombón que exaspera hasta la zozobra.

 

Alguna vez no vemos el faro que advierte de escalofriantes

 

acantilados. Alguna vez los zarpazos nos hacen añicos.

 

Marchamos por el desierto de las calamidades, aprisa

 

pestañeamos ante mortajas o amuletos de tupidos odios.

 

¡Ay con esta plantación de catedrales extenuadas!

 

¡Ay con estos medicamentos acribillando cuerpos!

 

Seguimos adelante porque sentimos las heridas

 

que nos hacen culpables a todos, que nos instalan

 

en la plaza pública donde se practica el oprobio.

 

Mas, he aquí que agarramos el cable de alta tensión

 

que contiene lo venidero y lo presente, el fragor del pasado

 

y la honda luz que logra aclimatarse

 

en la ciencia del corazón coronado de mensajes.

 

Somos miembros de un linaje dispuesto a todo sacrificio.

 

Y así nos hundamos en el foso, vamos descarnando

 

atropellos, mostrando por nuestra cuenta

 

lo que al hombre lleva a la ruina.

 

No es el oro el que nos traba la mandíbula

 

sino la ofrenda enamorada, capturados pero libres

 

en medio de realidad tan poderosa

 

que los amanuenses no logran describir.

 

¡Váyase al infierno quien se cree rico por sus diamantes!

 

El amor nos hace danzar como en las mejores fiestas,

 

al tañido de un eco amarrado a lo desconocido.

 

Divino es el amor que nos deja el alma ricamente

 

ataviada para la pura entrega.

 

Por las puertas del día paseamos nuestro amor,

 

orgullosos como el trovador que cautivó a la doncella.

 

Alguien dirá: éstos son unos complicados

 

que se preguntan dónde comenzó el misterio.

 

Nosotros decimos: si no estás comprometido

 

con el futuro, sigue soez en tu presente.

 

Ayer nos dedicábamos a cosas olvidables pero un bisturí

 

operó nuestros sueños, dejando heridas que solo

 

curaran cuando los pulmones amanezcan cantando

 

la sencillez de renovados pactos.

 

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que están volando pájaros heridos o que la primavera

 

llegó con sus fragancias silvestres. Hoy cargamos

 

las piedras del ángulo que antes arrastraban los herejes.

 

Séanos permitido forcejear con la descripción del comienzo,

 

con la duda el interior del grito virgen o con la atmósfera

 

que nos recarga el alma por ser víctimas de saltimbanquis

 

que nos colocaron cadenas de fuego.

 

Vengan unos minutos de descanso para este lenguaje

 

desgarrado con el que rompemos

 

el fango que atora el caudal de nuestras vidas.

 

 

 

 

 

Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Poeta peruano-español y profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Fue secretario de la Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca (entre 1992 y 1998), y es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Poemarios suyos publicados son:  La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); Pájaros bajo la piel del alma (2006); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Estación de las tormentas (2009); Savia de las Antípodas (2009); Aquí hago justicia (2010); Cartografía de las revelaciones (2011); Margens de um mundo ou Mosaico Lusitano (2011); Prontuario de Infinito (2012); La piedra en la lengua (2013); Memorial  de Tierraverde (2014); Los éxodos, los exilios (2015), El pie en el estribo (2016); Ante el mar, callé (2017) y Barro del Paraíso (2919). Su poesía ha sido parcialmente traducida a 50 idiomas y ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), el premio Andrés Quintanilla Buey (España, 2017) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Alfredo Pérez Alencart.

 

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