Poemas, poesía. Jeannette L. Clariond

 

El silencio era un cielo deshabitado, un dolor nacido mucho antes.

Se llega al mundo en un agua de oscuridad, sin lengua, sin fuego.

A fuerza de intentar sacar las manos, se nace con los pies, los ojos

 

abiertos a otras manos imponiendo un destino. Hoja arrastrada,

si preguntas, morirá la palabra en el umbral. Eras resuello apenas,

ni ínsula ni arrimo, quizá curvado eslabón de viento en la marea.

 

La luz que miramos es caléndula de intacto tallo. ¿En dónde

el vacío que nos arrima al ansia de lo eterno? Blanca memoria,

ojo en la sombra cayendo oblicua sobre aquel paraíso de espejos.

 

*

 

¿Qué hiciste, cuerpo mío, inocencia deshecha en mi sangre?

La herida habla de la separación, habla del habla sin ser oída.

La mitad de mi dolor se sabe sola. La otra, palpita en el destierro.

 

*

 

He conocido el dolor, lo he visto fulgurar en los ojos del ocaso.

He visto el horizonte violeta bañarse en el marjal, vigilante

del cielo, residuos de amor que jamás han rozado la carne.

 

*

 

Puede más la madre que el olvido. Ella registra el relato.

Comemos hambre. La palabra, casi blanca, sella su boca.

De sus labios escurre el áureo calostro que el vacío colmó.

 

El hábito de avergonzarme es menos ignorante de sí mismo

pues nunca la belleza es por dos almas compartida.

Flor es la espera. Brotes de agapanto mis labios incesantes.

 

*

 

Oh, entraña dibujada con hilos de aturdida sangre.

Buscábamos el sueño del venero, acaso una hogaza

de cenizas, las bocas que la madre privaría de su pan.

 

La madre, como un viento fresco, navegaba la noche.

Vacía de su interna voz, iba y venía por un seco mar.

Rota, rasgada, al alba pedía su esperanza fragmentada.

 

Todos estábamos allí, destruidos, cunetas de crecientes

soledades. Hablábamos de ser alguien, de ser igual que

alguien, mas nunca del dolor lacrado en nuestro cuerpo.

 

*

 

Aunque el agua manase del pozo, algo persistía de sed.

Sombra labrada en las parras, florescencia de la espina,

trizada polilla, en el espejo la mirada abstraída de su carga.

 

Éramos bulbos sembrados en una tierra sin sol, raíces

de sombra y desecación: mitad anhelo, mitad tiniebla,

único lugar del desierto que subsiste aún sin nombrar.

 

La sed era el lenguaje del cuerpo. Hoja a hoja, la verdad

enterrábamos muy dentro, nuestros rostros aferrados al

crepúsculo, costra que no logra desprenderse de la herida.

 

*

 

Procurábamos saber más sobre el dolor en los grumos espesos,

el tajo en el tronco del olivo, la historia de la arista. Pliegues,

las páginas arrancadas a los médanos algún día resplandecerán.

 

Con las caras elevadas al cielo, los pantalones arremangados,

distraíamos en las charcas los relámpagos desplomándose sobre

la casa. Lagartijas retoñarían cárdenas al apenas nacer el sol.

 

En los círculos del agua se escuchaban soplos de cielo. Esa noche

lentamente oscura me desperté, palpé mi rostro y seguí soñando.

La lluvia es la sublime exigencia que diluye el dolor de ser sangre.

 

Nunca se sabe dónde ni cuándo la muerte se hará presente. Mas el

Libro sosiega la perplejidad, la anchurosa vereda de los ojos ante

un dios piadoso, plenitud del velo donde la palabra espejo muere.

 

*

 

El dolor era un silencio deshabitado, el alba aún sin escribir.

 

*

 

Bajo bruñida luz se abrirán tus labios y nada tendrán que decir.

Los labios se abren donde nadie los oye y el cielo desfallece.

Silencio: nevada memoria, ola fresca, alas que ceden al véspero.

 

Silencio: inclinación de la sombra salina hacia el lago, mujeres

de blanca frente que surgen de oceánicas tinieblas, hojas labradas

de atardecer, nacientes caricias congregando dos cuerpos en el lecho.

 

*

 

El silencio nunca escribe su arena en derrubiadas riberas. Manantial:

la palabra, esa hora desplazada, se alza rayo gris con la ceniza impura.

Cae en oblicua precipitación de gaviotas, plegaria que el sol memoriza.

 

*

 

El cuerpo brilla como una estrella fiel sobre la sábana.

Sobre un lienzo naces, sobre otro lienzo dejas el mundo.

Más allá del mar la briza donde el día dura solo la flor.

 

Tras el agua el cristal rompe las plataformas de la bruma.

Nube tras el agua mesurada. Iniciemos el ascenso. Un aire

puro en tu rostro, como amapola en la arena, sopla sin ver.

 

Jeannette L. Clariond es poeta y traductora. Maestra en Letras Españolas y en Metodología de las Ciencias por la UANL. Ha dedicado gran parte de su ejercicio profesional al estudio del pensamiento y la religión en México antiguo. Ha publicado entre otros, Mujer dando la espalda, Todo antes de la noche, Newariárame, Leve sangre, Nombrar en vano, Los momentos del agua, Siete visiones en coedición con Gonzalo Rojas y el FCE publicó su primer libro en prosa Cuaderno de Chihuahua, traducido al árabe, inglés, francés e italiano. Tradujo la poesía completa de Primo Levi y la poesía completa de Elizabeth Bishop, ambos vertidos por primera vez al español. El Museo-Casa Alda Merini la distinguió con el reconocimiento que lleva el nombre de la poeta por los más de 25 años dedicados a la traducción y difusión de su obra. También ha traducido a W.S. Merwin, Anne Carson y Charles Wright. Es creadora del Primer Certamen de Poesía en Braille, y ha sido distinguida con las becas Conaculta-Rockefeller, Banff Center for the Arts, y Vermont Studio Center. Es Premio Nacional de Poesía Gonzalo Rojas; Premio Ramón López Velarde, y finalista al Premio Cope de Perú. La Universidad Autónoma de Nuevo León la distinguió con la Medalla a las Artes y la Universidad de Guadalajara con el Premio Juan de Mairena. La escuela de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea, en coedición con Harold Bloom, le valió el Literary International Book Award para mejor traducción en el marco de New York Book Fair, otorgado en el Instituto Cervantes de Nueva York, 2013. En 2019 obtuvo el Premio Iberoamericano San Juan de la Cruz de Fontiveros, España por Ante un cuerpo desnudo. Es fundadora de Vaso Roto Ediciones.

 

Fotografía y semblanza proporcionadas por Zingonia Zingone.

 

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