Poemas de Claudina Domingo

YA SABES QUE NO VEO DE NOCHE

 

++

—poco a poco el viento seco recaudará todo el cielo y tendremos que vivir todavía más alto— lo dijo con los ojos entrecerrados y la pipa todavía en la mano  (el calor colgaba del aire: navegué pesadamente hacia la cama) antes de abrazarme se sacudió las cenizas del albornoz de seda y miré su desnudez bajo la luz abofeteada del crepúsculo: manchas verdes (colonias de esporas) y otras (pequeñas y carmines) como semillas de granada   

 

por la ventana pasaban lentas nubes rellenas de hule espuma: intenté recordar cuándo fue la última vez que llovió     ella me invitó de su pipa: la habitación resplandeció un instante en mis pulmones antes de sumergirse de nuevo en lo pardo y brumoso    —sé que extrañas el agua pero aquí podremos vivir otro siglo— mi madre me abrazó y pude oler la tierra (muy abajo) durmiendo en un rincón de su pecho frío

++

pasar después del trabajo a comer una hamburguesa: arriba el arrullo de los trenes que se detienen junto a los rascacielos a subir y bajar empleados

 

“no cómo encontrar el amor sino dónde perderlo”

 

no dormir jamás (apenas envejecer) nunca cansarse (no conocer el fastidio) trabajar con una canción muy despierta en la cabeza: amar por sobre todas las cosas la velocidad de los trenes en el aire

 

tropezar con el amor varias veces al día: doblarse bajo él hasta quedar exangüe: luego hacer un rehilete con los besos más ligeros

 

(perderse en la calle):          (bajo unos arcos) el delirio de neón del grafiti

 unos labios me sonríen con su sombrero en lo alto del barandal: me muestran la escalera el estudio pequeño: la cama bajo la desmemoria de un ventanal       

 

 afuera se deshilacha la luz de los faroles: lanza su cabellera a través de la ventana desnuda           por la mañana el sol escupirá sus gajos justo sobre nosotros        

 diré: —buenos días sol (suerte querido extraño)— y saldré de nuevo a trajinar sobre los andadores elevados (pero mañana es un planeta que no hemos descubierto)

++

       “aquí moriste un día: desnucada por el abrazo de un ola” la arena (casi viva) es un recuerdo desleído… “y no obstante que te entregaste: el mar te escupió (llena de arena y fría) a una mañana insípida”

 

ni una gota de sueño            la noche (imantada por un reflejo violeta) se tiende sobre la playa y sorbe conforme avanza los huecos en las rocas: la ribera larga y estrecha y sus peñascos     “mañana hay escuela: eso seguro”      pero de pronto esto: una mordida que me pone a correr        y ya estoy saltando por la ventana (corro tan rápido que el suelo es apenas una lengüetada de caliza lija o arena)

 

          este aplaudir de agua cuando las cascadas me reciben: caminar como desovando porque en los pies ya están: medusas en forma de cápsula (es mentira que quemen la piel: son gelatinosas aunque duras por dentro)   “nadie se mete bajo una ola de cinco metros pensando qué desayunará mañana”   pero hasta el vértigo cansa y la belleza agota: un par de horas jugando en el agua y en la arena y ya estás deseando cama      

 

pero el regreso: ese sí que es cuesta arriba

++

azul: como una turmalina disuelta en añil     

salí por la ventana del restaurante: apenas un marco de madera porosa humedecida por manos que se impulsan y los vientres que se deslizan sobre ella

 

no la sal aunque el horizonte es una guillotina azul       —se sostiene la joven madre de un madero mientras bautiza al hijo en el abismo vivo—       una cuerda atada de un restaurante al otro (a sus cimientos de roca desdentada)            los equilibristas del agua nos paseamos con las manos en la soga o nos paramos en ella sacando la cadera sobre la superficie: mira cielo (aire): nadie los necesita con esta cuerda sostenida en el agua

 

 

no la sal: ningún olor que recuerde algas —tampoco el frío amenazante de las profundidades ni el calor caldoso de los trópicos— brillante puro perfecto azul: un mar tan liviano que debería ser aire: un aire hecho de agua para volar

++

 

(no sé cuándo llegué a dormir al tapanco):     el agua escurre por el techo y se divierte en los toboganes de la casa: agita cacerolas y le arrebata a las botellas silbidos largos       yo la escucho desde aquí (sabes) no puedo bajar más que de noche     así vivimos en habitaciones gemelas la casa y yo: ella dormida de noche (yo dormitando de día)        sigo pensando que alguna vez te encontraré si salgo de la cama muy temprano o me acuesto muy tarde (entrada la mañana)     seguramente me dirías: “ya sabes que no veo de noche”       pero no te dejaría huir      replicaría: —(ésta es diferente) acércate a los árboles (mira bien) frutos o gemas encendidas solo se prenden si te sacas antes los ojos furiosos del día—        

Claudina Domingo. (Ciudad de México, 1982) Narradora y poeta. Ha publicado los libros de poesía Miel en ciernes (Praxis, 2005), Tránsito (Conaculta, 2011; Premio Iberoamericano para Obra Publicada Carlos Pellicer 2012) y Ya sabes que no veo de noche (Premio Nacional Gilberto Owen 2016). También es autora del libro de cuentos Las enemigas (Sexto Piso, 2017), semifinalista del V Premio Iberoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, y de la novela La noche en el espejo (en prensa). Ha publicado artículos literarios, poemas y reseñas en los suplementos Laberinto del periódico Milenio, y Confabulario de El Universal y El cultural de La Razón, así como en las revistas Este País, Revista de la Universidad, Letras Libres, Nexos y La Tempestad. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.  

 

 

Fotografía y semblanza proporcionadas por la autora.

Foto: Filemón Alonso Miranda.

Escribir comentario

Comentarios: 0