Anoche alguien derribó un árbol que cumplía tres mil años
Anoche alguien derribó un árbol
que cumplía 3.000 años
erguido sobre el campo.
En la noche sus astillas ardieron
calentando a los hombres ateridos
y en la niebla el resplandor
indicaba el sitio de su muerte,
el mismo de su larga vida,
el mismo de su corta hoguera.
Ayer su sombra
se alargaba hasta la casa distante,
cruzaba el arroyo
que cuando él brotó
no estaba.
Hoy un pozo
con colgajos de raíces,
con fragmentos de ramas y cortezas,
indica dónde floreció
a través de los siglos
su savia poderosa.
En su copa anidaron
animales que ya no existen
y bajo sus ramas
estallaron infinitas tormentas.
Sus altos brazos
surgían de entre las nubes bajas.
Entre sus raíces
primitivos hombres
se escondieron de las fieras
y luego se ocultaron tesoros,
cartas de amor,
objetos robados,
y alguien talló
con un cortaplumas
palabras que ya no se leen.
Anoche alguien derribó un árbol
que cumplía 3.000 años
erguido sobre el mundo.
En el cantero arrasado por el frío resistía
Discutíamos tú y yo
sobre cosas de nuestro amplio mundo,
hecho de ventanas
detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,
como en un acuario
que creemos aislado de lo que está
bullendo, cuando
en todo lo que decimos su magma estalla:
el hombre y la mujer
son dos razas que en medio de su batalla perpetua
se intercalan.
Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril
su desusada melodía.
El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,
en el ya frío abril
del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:
nada tenía que hacer
su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada
que abandonaba en su águila
ese niño furioso que para siempre representará el deseo.
En el cantero arrasado por el frío resistía,
como un bulbo tozudo,
como una semilla insistiendo en procrear,
en ser padre tardío
de diminutas larvas que inundaron el aire
meses antes,
cuando la escarcha no nublaba el parabrisas
del hombre cansado
que por la calle somnolienta conduce el autobús.
Abajo, en la calle,
alguien grita que tiene odio, hambre y frío;
entre los bocinazos
otro cruza la calle frenético en su automóvil
y un vendedor recita
su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo
callamos la vergüenza
de ser casi ya viejos y de no ser padres.
No llegará hasta una hembra
su violín desastroso: en la humedad del cantero
le cortarán las cuerdas
entidades más potentes que su canto ridículo:
la niebla de mayo,
el viento de la calle que sembrará otro junio,
arrasarán el destiempo
de su amplificado rascar los costados gastados
por un deseo incesante.
Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo
intercede por su apenas, mínima gracia,
deja oír en toda la calle su humilde esplendor,
esa insistencia
de otro tiempo simultáneo que no vemos,
que no oímos,
a no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre
de este bien conocido,
calculado y cotidiano mundo que habitamos.
Ciertamente el tiempo
es un río
que a orillas de su canto
se detiene.
Ese hermano que envenena los ríos
Ese hermano que envenena los ríos
abre una ancha brecha
que le parte la vida.
La mano que asesina los huevos de los peces,
el dedo que ordena que se sequen las raíces del mundo,
que la fruta se pudra antes de llegar a su boca,
que en el aire fallezcan las alas de los pájaros,
y el silencio congele el paisaje de su misma muerte,
ese hermano que pide
que los hongos se asomen en lo rubio del trigo,
y que la noche se abra en el corazón del alto mediodía.
Ese hermano que obliga
a retroceder al tiempo hasta su aborto,
el que invoca calaveras
en medio de la fiesta de su propia carne viva,
no sabe que se suicida en el ave que cae,
no sabe que se muere
donde declina el tallo
su alegre columna verde,
donde el todo de los campos
se convierte en la nada.
Ese hermano que envenena los ríos
no sabe que envenena también el rojo río
que lo anima por dentro,
el que desagua en la sangre de sus hijos
lo empetrola hoy y ahora con su error infinito.
La mano que alzó la orden
de talar el futuro
derribó cada hora de ese día, mañana,
donde había gestos y rostros
que se le parecían
a ese hermano equivocado
que envenena los ríos.
El amor de la albahaca
No es la anónima, la de las grandes plantaciones industriales,
destinada al secado por toneladas,
la que aflora etiquetada en todos los supermercados de este mundo.
Tampoco la singular, la noble albahaca que ciñó Virgilio
entre sus labios y humedeció la mano de Horacio entre los álamos.
Es la rastrera, común albahaca salvaje de los campos,
la única y la sola que nos mira siempre verde entre las ruinas,
la que saluda desde hace millones de años
entre las piedras. Allí, donde seguramente no es querida,
asoma sus muñones empecinada, con la sola ayuda
de unas gotas de lluvia casual, de a cada tanto:
un gramo de tierra le basta a la paciencia de la albahaca
para amar el rincón entre ladrillos rotos que, parece,
quieren expulsarla para siempre de su seno.
Persevera sola en su manchón de verde
entre lo estéril, lo que le niega el sustento
es aquello que más ama: más quiere agotarla,
más se empecina; más quiere secarla, más florece.
La indiferencia la abona y riega sus hojas
el desdén. A desplantes crece la pasión
de la sufrida albahaca. Y cuando aquello parece
(una vez cada año sucede que se ausenta)
alcanzan cuatro lágrimas celestes
para que resurja de la nada como antes,
otro milagro del amor, que no conoce
la muerte, ni el olvido ni el engaño:
raíz que persiste honda entre cenizas y polvo,
milagro que florece a solas, prodigio
sin correspondencia alguna, la albahaca
es el amor que no se calla ni seca,
por propia voluntad ni por ajena.
Luis Benítez
El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires en 1956, donde reside. Miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.), de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India), de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA) y de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA). Ha recibido el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2007). Sus 36 libros han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. Último poemario publicado: “The afternoon of the elephant and other poems” (traducción de B. Allocati / George Franklin, Katakana Editores, Miami, EE.UU., 2020).
Semblanza y fotografía proporcionadas por el autor.
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