Ensayo: Roberto Bolaño y Octavio Paz

 

 

El antagonismo. En Los detectives salvajes, la gran memoria mexicana de Roberto Bolaño, Octavio Paz aparece mencionado en numerosas ocasiones y se convierte en un jocoso antagonista del entrañable escuadrón bohemio que conforman los real visceralistas. Cierto, la novela de Bolaño, aparte de retratar las distintas geografías de la ciudad de México y algunos paisajes de Europa, África y Medio Oriente, se centra con fervor irónico en la vida cultural mexicana de la década de los setenta, tanto en su riqueza de personajes y su ambición transformadora, como en sus pequeñas querellas e intrigas. De ahí la fijación de los protagonistas en la figura más descollante de esa constelación intelectual, Octavio Paz, y la angustia ante una influencia que perciben tan grandiosa como aplastante y opresiva.

 

Aunque la aparición de Octavio Paz en el papel de adversario debe entenderse como un gesto eminentemente literario,[1] también es sintomático del contraste de personalidades entre el entonces joven aspirante a poeta, Bolaño, y el escritor maduro y consagrado, así como de la polarización cultural y política de esos años, de la que el Premio Nobel mexicano fue actor fundamental. 

 

Por un lado, además de estar separados generacionalmente por casi cinco décadas, la formación, la trayectoria y la concepción de la escritura entre Bolaño y Paz no podían ser, aparentemente, más distintas. Por otro lado, más allá de la distancia personal, en una época de convulsiones políticas e ideológicas, las posturas de Paz lo involucraron de lleno en la batalla intelectual y lo volvieron, para las generaciones más jóvenes, un personaje controvertido, hacia el que era frecuente albergar sentimientos encontrados.

 

Dos perfiles. Octavio Paz nació en los albores del siglo XX, en una etapa marcada por la Revolución Mexicana y el ánimo de profundizar el cambio social. Aparte de su inclinación artística intrínseca, Paz provenía de una familia con antigua prosapia intelectual, de la que heredó un sentido de responsabilidad pública y por la que tuvo acceso a fuentes, relaciones e influencias que ayudaron a consolidar su vocación. Fue un joven radical e impulsivo, mantuvo un complejo idilio con el socialismo y, aunque se alejó notablemente de sus causas juveniles, nunca dejó de reputarse como un hombre de izquierda. Paz fue, también, un intelectual omnívoro, que si bien hizo de la poesía su centro de comprensión del mundo, se interesó por las más diversas disciplinas y manejó una pluma ensayística versátil que le permitió influir en los más variados ámbitos, desde la crítica literaria hasta la sociología o la antropología. Para Paz existía una interacción esencial entre la reflexión y la creación y, por eso, su producción poética se entretejía con su escritura ensayística. Por lo demás, Paz no concebía la literatura como ajena al debate colectivo y, desde sus precoces inicios, encauzó su temperamento insumiso hacia la polémica y fue un prototipo del llamado intelectual público y del polígrafo humanista. Asimismo, si bien su vocación fundamental era la escritura, como muchos intelectuales de su generación, encontró en el servicio público, particularmente en el oficio diplomático un medio de ganarse la vida.  De este modo, en Paz se combinaban sutilmente el idealismo del artista y el realismo del hombre práctico.

 

Roberto Bolaño (1953-2003) nació en una generación hispanoamericana marcada por la radicalidad política (las revoluciones china y cubana, Vietnam) y existencial (la emancipación cultural y de las costumbres de los años sesenta).  Provenía de una familia de clase media sin antecedentes intelectuales y desarrolló su vocación artística sin mayores incentivos y a contracorriente de todo (como un antídoto contra la soledad y la extraterritorialidad).[2] Si bien en el terreno político su orientación era indudablemente de izquierda (y se registra el legendario episodio de su regreso a Chile para apoyar la transformación política de Allende), no tuvo que sufrir las decepciones de Paz, pues era escéptico tanto del capitalismo como del socialismo realmente existente y cultivaba una suerte de anarquismo vitalista.  Fue un autodidacta de asombrosa curiosidad y sólidas lecturas (como es visible en los perfiles de sus personajes); sin embargo, esta amplitud de intereses no se consolidó en una obra ensayística seria, en posturas intelectuales claramente articuladas o en una participación constante en el espacio público (sus declaraciones solían ser valientes y disruptivas, pero escasas y escuetas). [3] Por lo demás, su consagración a la literatura era intransigente y sacrificial, no concebía traicionar este designio con ninguna otra actividad y, a menudo, pagó esta dedicación al oficio con la estrechez económica.  Así, Bolaño llevó su sacramento artístico hasta las últimas consecuencias.

 

En lo que atañe a la poesía, en principio el oficio común de Bolaño y Paz, también existían grandes diferencias. Paz era el autor de una obra monumental que armonizaba los más diversos estilos, recursos y aventuras poéticas, que establecía un tenso equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisiaco y que culminaba con un puñado de poemas de largo aliento, celebrados como clásicos, así como con una geografía de la poesía y un paradigma de la creación poética.  La obra y la reflexión poética de Paz resultaban innovadoras y reveladoras, pero también parecían demasiado redondas y tajantes y, asumidas como preceptivas, podían constituir una camisa de fuerza. De ahí, su carácter controversial y las numerosas vertientes centrífugas que propiciaba su influencia.

 

Bolaño, que comenzaba a escribir, buscaba en la poesía una forma de iluminación y liberación y adoptó una vanguardia revivida. Junto con Mario Santiago y otros inflamados adeptos, fundó el infrarrealismo que, inspirado en una mezcla variopinta de vanguardias (dadaísmo, surrealismo, estridentismo, letrismo, beatniks), pretendía una revolución poética y vital. [4]  En lo formal, el infrarrealismo proponía pocas novedades y esgrimía una tendencia a la dislocación sintáctica, a la supresión de la puntuación, al uso de onomatopeyas y a la libre asociación de ideas como forma de composición. Pero, sobre todo, este movimiento proponía un culto a la figura del artista maldito y contestatario.  El infrarrealismo exaltaba la rebeldía y el exceso, planteaba una regla de vida en la marginalidad y la renuncia a las convenciones y, en el ámbito de la sociabilidad literaria, buscaba subvertir las rígidas concepciones y jerarquías poéticas con sus conocidos (y un tanto pueriles) gestos de provocación y escándalo. En suma, las distinciones eran evidentes: el escritor patricio contra el adolescente marginal, el humanista de fama universal contra el bardo misántropo, el ex-diplomático contra el terrorista cultural.

 

El artista adolescente y el villano favorito. La diferencia no sólo era de formación y gusto estético. El joven Bolaño celebraba sus ritos de iniciación en la literatura dentro de un ambiente profundamente politizado y dividido. Se trata de una de las épocas más álgidas (y también más ricas) del debate intelectual mexicano, cuando vuelven a discutirse temas fundamentales como la participación del intelectual en el cambio social, la relación de los artistas y el poder y los límites del arte. El espíritu del 68 con su reivindicación de la capacidad transformadora de la juventud, su concepción de la cultura como un campo de batalla ideológico y su idea del compromiso social del artista implicaba un cambio de paradigma en la concepción de la naturaleza y función de las artes. De esta manera, se consolidaban géneros críticos y testimoniales, como la crónica; se observaba un auge de las literaturas de género y de minorías y se vivía un resurgimiento de la literatura militante, a veces ligada al experimentalismo artístico, que buscaba vincular el arte con los movimientos sociales. En particular, había un rompimiento con el antiguo arquetipo (tan influyente en Hispanoamérica) del intelectual como maestro de generaciones y constructor de instituciones: el artista ya no podía ser ni colaborador del Estado, ni tampoco un testigo supuestamente independiente, sino que debía adoptar posturas claras y tajantes.

 

La relación de Paz con la generación del 68 fue especialmente apasionada y complicada.  Paz fue un observador entusiasta de los movimientos juveniles de los años sesenta y se identificaba con las proclamas que, frente a la búsqueda maquinal de acumulación, buscaban armonizar la revolución política y vital, promover la libertad personal y reivindicar el hedonismo y el erotismo como fuerzas de cambio.  Sin embargo, también era crítico de las posturas histriónicas o intransigentes de algunos protagonistas de estos movimientos.  En el episodio climático de la represión de 1968 en México, Paz consolidó su influencia intelectual y política al renunciar, como protesta, a su puesto como embajador de México en la India.  Esta actitud le generó gran simpatía entre los protagonistas del movimiento y despertó expectativas de que el escritor se sumaría a un gran conglomerado de izquierda capaz de cambiar de manera radical, ya fuera por la vía pacífica o violenta, el régimen político.

 

Sin embargo, después de este flechazo inicial, su concepción gradualista y reformista del cambio social, su oposición a la violencia y a la idea de Revolución, sus denuncias y discrepancias frecuentes con los regímenes socialistas y su renuencia a las distintas formas del arte militante fueron generando un abismo cada vez más hondo entre Paz y sus auditorios juveniles más impetuosos. Por lo demás, Paz ejercía un papel ciertamente ambiguo, como representante auto-designado del llamado intelectual independiente, pero también como jefe de un grupo de interés; como crítico y al mismo tiempo como interlocutor del poder; como escritor original y como tótem literario; como hombre curioso y generoso y, a la vez, como aguerrido protagonista de la guerra fría intelectual de su tiempo.

 

Por todo lo anterior, cuando el joven Bolaño comenzaba a asomarse a la literatura, Paz era el villano perfecto de la escena intelectual mexicana. La reacción extrema de Bolaño y sus amigos infrarrealistas hacia la figura de Paz se replicaba en muchos jóvenes de la generación, cuyo rito de paso intelectual implicaba pronunciarse a favor o en contra del omnipresente escritor. No es extraño que, en Los detectives salvajes, Paz aparezca mencionado más de una decena de ocasiones, representando las diversas emanaciones del poder literario (desde las más divertidas hasta las más siniestras). Para los real visceralistas, Paz era un símbolo del poder cultural y eso lo denotaba desde su pomposa expresión corporal que deja pensando al joven aspirante a poeta García Madero: “En la mano derecha de Octavio Paz, en sus dedos índice y medio, en su dedo anular, en sus dedos pulgar y meñique, que cortaban el aire de la Capilla como si en ello nos fuera la vida”.[5]  Igualmente, para los real visceralistas la poesía Paz era paradigmática de un formalismo excesivo y afectado, como dice uno de los miembros de la vanguardia “De hecho –prosiguió imperturbable San Epifanio- Muerte sin fin es, junto con la poesía de Paz, la Marsellesa de los nerviosísimos y sedentarios poetas mexicanos maricas”.[6] Era tal el encono que los real visceralistas mostraban hacia Paz que Luis Rosado, un personaje de la novela cercano al poeta, teme que lo secuestren: “Por un momento, no lo niego, se me pasó por la cabeza la idea de una acción terrorista, vi a los real visceralistas preparando el secuestro de Octavio Paz, los vi asaltando su casa (pobre Marie-José, qué desastre de porcelanas rotas), los vi saliendo con Octavio Paz amordazado, atado de pies y manos y llevado a volandas o como una alfombra, incluso los vi perdiéndose por los arrabales de Netzahualcóyotl en un destartalado Cadillac negro…” [7]  No obstante, ya hacia el final de la novela, Clara Cabezas, secretaria de Paz, narra el extraño encuentro entre éste y Ulises Lima, uno de los dos líderes del real visceralismo, y su reconciliación simbólica “¿Cuánto rato conversaron?  No mucho. Desde donde yo estaba se adivinaba, eso si, que fue una conversación distendida, serena, tolerante. Después el poeta Ulises Lima se levantó, le estrechó la mano a Don Octavio y se marchó”. [8] 

 

Un café con leche y un whisky. ¿Se hubiera confirmado esa animadversión literaria que se manifiesta en Los detectives salvajes si estos dos grandes escritores hubieran conversado a fondo? Pese a las leyendas, es sabido que Bolaño bebía poco alcohol, y prefería los licuados, el café con leche o, cuando estaba ya delicado, las infusiones de manzanilla, Paz disfrutaba moderadamente de los placeres de Baco.  Quizá si alguna ocasión se hubieran reunido, Bolaño habría tomado un café con leche y Paz un whisky y habrían encontrado, más allá de sus muchas diferencias, profundas afinidades[9]. Van algunos temas de conversación:

i)             La literatura como divisa vital, forma de pertenencia, conocimiento y comunión. En efecto, ambos rechazaban la literatura como un oficio y la concebían como un prisma para observar el mundo y como una forma de existencia.  Paz decidió que ganarse la vida fuera de la escritura le podía otorgar mayor independencia, Bolaño fue un mártir de su vocación.

ii)            El arte de pelear y su común vena polémica de espíritus libres y airados, a ratos coléricos y vitriólicos.  Ambos fueron escritores con fuerte temperamento, carisma y liderazgo. El joven Bolaño, aunque muy transitoriamente, fue un furioso jefe vanguardista. Paz fue un combatiente perenne y un controvertido caudillo político-cultural por más de tres décadas.

iii)           La visión anti-convencional del establecimiento literario, Paz, aunque entronizado al final de su existencia, fue un disidente que contribuyó a construir un nuevo canon de la poesía mundial donde insertó la producción hispanoamericana; Bolaño fue un arrojado francotirador contra las famas y prestigios más cotizados.

iv)          La importancia del exilio como forma de ampliar la visión y la conflictiva relación con su país, con su continente y con su herencia hispánica. Si bien Bolaño fue un trotamundos romántico y Paz un empleado diplomático, ambos se consolidaron como escritores a partir de la salida de sus países natales, Bolaño forjó su vocación en el infierno urbano de México, Paz no hubiera sido el mismo sin la absorción de las más distintas tradiciones de Occidente y Oriente derivada de sus viajes.

v)           El camino tortuoso e ingrato de la fama, en el caso de Paz, llegó con la madurez, mientras que en el de Bolaño casi póstumamente.  Paz recibió su primer premio internacional pasados los cuarenta y pasó estrecheces y angustias. Bolaño tuvo también una vida de privaciones y un reconocimiento tardío que no alcanzó a disfrutar.

Estas, y muchas otras coincidencias, hubieran brotado en la charla y, sin duda, hubieran generado una corriente de simpatía.  Paz se hubiera reído de buena gana de la escena del secuestro y de algunos de los desplantes de los jóvenes vanguardistas, Bolaño hubiera aceptado como justificados muchos de los coscorrones que Paz propinaba a los más dogmáticos y complacientes militantes de la época.  Sin embargo, la cordial y divertida velada no se hubiera extendido mucho: Paz ya era viejo, Bolaño estaba enfermo, y ambos tenían que levantarse temprano a trabajar.

 



[1] Roberto Bolaño, ya en su madurez, se refirió a Paz en entrevistas y lo hacía en un tono crítico, pero equilibrado, y ensalzando su altura como poeta y su valentía.  Véase, por ejemplo, la entrevista de Cristián Warnken a Bolaño durante la Feria del libro de Santiago de 1999, en https://youtu.be/tiVZu2BG7aA o en el documental de Ricardo House “La batalla futura” https://www.youtube.com/watch?v=9_MLxOV3Dfc

[2] Los libros de Mónica Maristain, El hijo de Mr. Playa, México, Almadía, 2012, y el de Jaime Quezada Bolaño antes de Bolaño. Diario de una residencia en México, Santiago, Catatonia, 2009, ofrecen recreaciones y testimonios de los años mozos y mexicanos de Bolaño. En particular, Quezada aventura el retrato de un adolescente de carácter difícil y aislado, que, entregado a la febril adicción de la lectura, deja gobernar sus días por la ficción, se encierra en su cuarto y sólo sale a recitar algún pasaje o comentar algún autor.

[3] El artículo de Fernando Valls “Roberto Bolaño múltiple: identidades culturales y tradiciones literarias” es muy claro respecto a las filias y fobias de Bolaño y da cuenta de sus violentas y audaces opiniones respecto al establecimiento literario.  Consultado en: orillas.cab.unipd.it/orillas/articoli/numero_6/10Valls_rumbos.pdf

[4] Ramón Méndez, uno de los fundadores del movimiento, señala la manera en que se gesta el infrarrealismo: en 1974. “Seducidos por el poeta chileno, fundamos el Movimiento Infrarrealista. Después de la larga gestación, el parto fue alegre y mucho el entusiasmo con que nos proponíamos volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial.”Ramón Méndez “Como veo, doy. Una mirada interna al movimiento infrarrealista”, en La Jornada Morelos 9 de marzo de 2004

[5] Bolaño, Roberto, Los detectives salvajes, Barcelona, Anagrama, 1998. p. 86

[6] Ibid. p 85

[7] Ibid. p. 171

[8] Ibid. p. 510

[9] Este ejercicio lo llevó a cabo la ensayista mexicana Eva Castañeda Barrera con una carta imaginaria de Bolaño a Paz, en la que el primero le explica las razones de su antagonismo y documenta su “secreta fraternidad”. Véase Eva Castañeda Barrera, “De Roberto a Bolaño a Octavio Paz” en  http://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/ocho-corazones-a-cuatro-manos-de-roberto-bolano-a-octavio-paz/

Armando González Torres. Nació en la Ciudad de México en 1964. Poeta y ensayista. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México. Ha colaborado en Viceversa, Letras Libres, Nexos, el suplemento Laberinto de Milenio, Confabulario de El Universal, entre otras revistas y suplementos culturales. Becario del FONCA en ensayo 1995 y 1998. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1995. Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes, 2001, por Las guerras culturales de Octavio Paz. Premio Jus, 2005, por Instantáneas para un perfil de Gabriel Zaid. Tercer lugar en el Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, 2011, en la categoría de ensayo. Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas, 2008, por La pequeña tradición. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry, 2015, por País de ladrones.

 

Semblanza tomada de la página Enciclopedia de la literatura en México.

 

Fotografía tomada de la página El Comentario, Universidad de Colima.

Octavio Paz Lozano. (México D.F., 31 de marzo de 1914 - Coyoacán, México, 19 de abril de 1998). Poeta y ensayista mexicano. Premio Nobel de Literatura en 1990.

A los diecisiete años publica sus primeros poemas en la revista Barandal (1931). Posteriormente dirige las revistas Taller (1939) e Hijo pródigo (1943). En un viaje a España contacta con intelectuales de la república española y con Pablo Neruda, contactos que le influencian fuertemente en su poética.

Después de publicar Luna Silvestre (1933) y el poemario dedicado a la guerra civil española ¡No pasarán! (1936), edita Raíz del hombre (1937), Bajo tu clara sombra (1937), Entre la piedra y la flor (1941) y A la orilla del mundo (1942).

En 1944, con una beca Guggenheim, pasa un año en Estados Unidos. En 1945 entra en el Servicio Exterior Mexicano y es enviado a París. Durante este periodo se aleja del marxismo al entrar en contacto con los poetas surrealistas y otros intelectuales europeos e hipanoamericanos.

Llegando a la década de 1950 publica cuatro libros fundamentales: Libertad bajo palabra (1949),El laberinto de la soledad (1950), retrato de la sociedad mexicana, ¿Águila o sol? (1951), libro de prosa de influencia surrealista, y El arco y la lira (1956).

Su obra, extensa y variada, se completa con numerosos poemarios y libros ensayísticos, entre los cuales cabe citar Cuadrivio (1965), Ladera este (1968), Toponemas (1969), Discos visuales (1969), El signo y el garabato (1973), Mono gramático (1974), Pasado en claro (1975), Sombras de obras (1983) y La llama doble (1993).

En 1981 es galardonado con el Premio Cervantes. En 1999 aparecen, póstumamente, Figuras y figuraciones Memorias y palabras, epistolario entre Octavio Paz y Pere Gimferrer entre los años 1966 y 1997.

 

Semblanza tomada de la página cervantes.es

 

Fotografía tomada de Wikipedia

 

 

Roberto Bolaño, a los quince años decidió que "quería ser escritor" y desde ese momento trabajó con perseverancia única. A esa edad, junto a su familia, se fue de Chile rumbo a México y allí descubrió que su vocación era la literatura.

 

La patria, para Bolaño adolescente, era una fantasía. Así, tras cinco años de residencia en el Distrito Federal, resolvió volver a Chile en los meses previos al golpe de Estado. Realizó un viaje por tierra cruzando toda Latinoamérica, experimentando el retorno desde el territorio de un aventurero. Ese largo recorrido, tenía un solo objetivo: integrarse a la resistencia de izquierda. Ese tiempo, para Bolaño, fue "un sueño preparatorio" y "con el Golpe empezó la realidad". Tras ser apresado por ocho días, no permaneció por mucho más tiempo en Chile. Regresó a México y definitivamente se encauzó en su tarea heroica de convertirse en escritor. Publicó sus primeras obras poéticas y participó activamente de un movimiento de vanguardia, el Infrarrealismo.

 

En 1977, dejó México y partió a Europa. Los meses siguientes fueron de mucha soledad. Además de viajar por África y países europeos, trabajó en múltiples oficios ("La elegancia, la verdadera elegancia es siempre discreta". Bolaño por sí mismo: entrevistas escogidas. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006, p. 59). Todas estas experiencias las convertiría, más adelante, en materia de su ficción. Así, cada uno de sus libros recogería algún momento vivido, desde su primer viaje a México en adelante. La escritura de Bolaño, pronto se convirtió en el reflejo de su autobiografía y como él mismo declaró: "En gran parte la vida ha nutrido mi literatura".

 

En 1978 se estableció en España. Esta etapa de Bolaño, aún desconocido, fue de mucho esfuerzo y dificultades económicas. Finalmente, en 1984 salió del anonimato, al publicar su primera novela: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrita en colaboración con el catalán Antoni García Porta. A comienzos de la década de los ochenta, escribió La senda de los elefantes, novela que fue galardonada con el Premio Félix Urabayen en 1993, publicada en 1994 y, posteriormente, reeditada con el título de Monsieur Pain en el año 1999.

 

En el verano de 1985 se estableció en Blanes, un pueblo costero cercano a Barcelona (Vila Matas, Enrique. "Blanes o los escritores de antes". Archivo Bolaño 1977-2003. Barcelona: Centro de Cultura Contemporánea y Diputación de Barcelona, 2013, p. 81-97). Desde aquí escribió sus obras más importantes, las que le abrieron una puerta en el mercado editorial español. Desde 1993 no cesó de trabajar y su interés por la poesía se mezcló con su incursión en la narrativa. Ese mismo año publicó la novela titulada La pista de hielo, al año siguiente, en 1994, recibió el Premio literario de la Ciudad de Irún, tras el que publicó Los perros románticos, un libro recopilatorio de su poesía creada entre 1977 y 1990. Unos años después, en 1996, presentó sus obras La literatura nazi en América y Estrella distante, y en 1997 publicó su primera compilación de cuentos, titulada Llamadas telefónicas.

 

Tras publicar en 1998 una voluminosa novela titulada Los detectives salvajes, recibió dos importantes distinciones: el XVI Premio Herralde de Novela en 1998 y el XI Premio Rómulo Gallegos en 1999, mismo año en el que, además, publicó Amuleto. Ese año visitó Chile luego de veinticinco años de ausencia. A su regreso a España, se dedicó a escribir una novela sobre el ambiente cultural chileno, la que publicó con el nombre de Nocturno de Chile (2000) y, en 2001, el libro de cuentos Putas Asesinas.

 

Escribió hasta sus últimos días. Falleció el 15 de julio del 2003, dejando dos proyectos de obra inconclusos: una voluminosa novela, publicada en 2004 con el título de 2666 y una compilación de cuentos, editada por Anagrama en septiembre del 2003 con el nombre de El gaucho insufrible. Tras su muerte numerosos homenajes y ensayos fueron publicados por los intelectuales chilenos y españoles en periódicos de todo el mundo.

 

 

Semblanza tomada de la página Memoria Chilena, Biblioteca nacional de chile.

 

Fotografía tomada de la página El Cultural. 

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