Alejandro Duque: La casa del verano

 

Es un hecho innegable que la modernidad poética española se ha apropiado de la tradición centenaria japonesa del haiku. Son bastantes los autores que los incluyen como secciones de sus libros, y otros dan a la imprenta títulos compuestos sólo por esta forma breve y condensada que, además, en su ortodoxia, exige el cumplimiento de unas determinadas reglas no sólo métricas.

 

          Dentro de la tradición hispánica del haiku, que tiene al mexicano José Juan Tablada como iniciador (aunque algunos críticos retroceden hasta el Antonio Machado de Soledades) y que cuenta con la atención de diversos poetas importantes, lo cierto es que Alejandro Duque Amusco comenzó a seguirla muy tempranamente, mucho antes de que se pusieran tan de moda las diecisiete sílabas necesarias.  Teniendo como modelos más inmediatos a Salvador Espriu y a Carles Riba, se propuso utilizar estas formas orientales (tannkas y haikus) como un complemento eficaz y no menor de sus poemas discursivos, agrupándolas en secciones significativas dentro de sus libros.

 

          Ya a comienzos de los años ochenta, en su tercera entrega, Del agua, del fuego y otras purificaciones (1983), incluyó dos series: “Tannkas de la última luna”, en la que la palabra luna tiene un sentido temporal más que astrofísico, y “Las ilusiones perdidas”.  En estas primeras tentativas, y con el ejemplo de Riba, Alejandro Duque optó por las tannkas, pero dejándose llevar a veces por una espontaneidad métrica que se apartaba de la estructura fijada en sus cinco versos, aunque siempre el resultado cumplía con las treinta y una sílabas exigidas.

 

          El propio autor señala como características de tannkas y haikus que “responden a una experiencia de signo espiritual” y que se escriben “con el mínimo de artificio posible”.  De ahí que esa aspiración a lo mínimo (que puede recordar al “menos es más” de Van der Rohe) lo condujese a la escritura de haikus, compuestos por tres versos que suman diecisiete sílabas.

 

          Dos secciones de haikus escritos en 1984 aparecieron en Sueño en el fuego, de 1989: Jardín de Valencina y Relámpagos para Basho.  Si en la primera destaca la naturaleza ordenada del jardín situado en un lugar concreto, en el título de la segunda el relámpago puede aludir a la intensa fugacidad del haiku y el nombre de Basho nos acerca a uno de los más famosos autores japoneses, Matsuo Basho, el monje budista del siglo XVII que lo popularizó.  La aparición de Sendas de Oku, en México y en 1957, fue importante por su traductor, Octavio Paz, y por ser la primera versión realizada en un idioma occidental.

 

          Donde rompe la noche obtuvo el prestigioso premio Loewe y se publicó en 1994. En el libro faltan, por unas interferencias telefónicas entre México y España, por un “más” de Octavio Paz que Jaime Siles entendió como un “no”, los haikus que formaban una de sus secciones.  La anécdota la contó Alejandro Duque en una nota que antecedía a esa misma serie, ya aumentada y con el título de “Briznas” en vez de “Lapizlázuli”, rescatada en la segunda edición del libro (2015).

 

          Jardín seco (2017), título que evoca esa modalidad japonesa en la que el agua está simbolizada por la grava, contiene una parte, “Hojas del verano”, que vuelve a ese territorio de luz tan presente en la poesía de Duque Amusco, ya convertida en una “lírica solar”. Se aparta aquí el poeta de la tradición, al ponerle título a cada uno de los haikus.

 

Todas estas incursiones orientales se recogen en el reciente Escritura de estío (2019), que tiene además como alicientes un prólogo a la vez informativo y personal  sobre esta parcela de su trayectoria, dos artículos sobre el género (un comentario sobre un haiku de José  Jiménez Lozano, una breve nota sobre los haikus de Kobayashi Issa) y dos series no recogidas en ninguno de sus libros: “Nueve hai-kai para Orfeo”, que en realidad constituye un solo poema sobre este mito intemporal, y  “Siete improvisaciones sobre un mismo misterio”, un juego de variaciones, al que tanto se presta la forma, cuyo tema lo dan unos versos de Eugenio de Andrade.

 

Amante de los libros de poesía “con un especial relieve, sus contrastes y sorpresas”, Alejandro Duque ha sabido conseguir ese equilibrio dinámico entre la escritura de poemas breves, sentenciosos y de gran intensidad, que no se ajustan a formas establecidas, y la discursividad reflexiva de otros más extensos, una alternancia que encontramos en casi todos sus libros.

 

 

 

 

 

          Fiel a su idea de que “los mejores haikus acaban siendo poesía de pensamiento”, esta corriente constante en la obra de Alejandro no puede considerarse como menor, y más si es una poesía la suya que quiere verse y escribirse como una separación que propicia el encuentro con el yo.

 

          Estos versos nos acercan frecuentemente a una sabiduría de lo concreto que se alía con la aguda observación de la naturaleza y tiene al verano como su territorio predilecto.  Encontramos meditadas imágenes, metáforas aladas y nos complacemos en el poder evocador de las palabras, esas palabras que el poeta convierte en sus ojos, como escribe Alejandro Duque en una aproximación a una breve poética fragmentaria. Pero aquí esas palabras, esos ojos, son capaces de mirar no sólo lo externo sino esa armonía interior que busca un alma universal.  El poeta, entonces, nos devuelve en sus versos el asombro y la emoción.

 

 

                                                                                    

Juan Lamillar (Sevilla, 1957). Licenciado en Filología Hispánica. Como poeta, sus últimas entregas son Música de cámara (Jerez de la Frontera, 2014), la antología Entretiempo (Sevilla, 2015) y Las formas del regreso (Zaragoza, 2015).
Como crítico, colabora en diversas revistas nacionales y ha reunido sus trabajos en La otra Abisinia (Sevilla, 1998) y El desorden del canto (Sevilla, 2000). Es autor de una biografía de Joaquín Romero Murube, La luz y el horizonte (Sevilla, 2004).
Ha editado antologías de Francisco López Merino, César González-Ruano y Luis Cernuda, así como una antología de Poesía española 1900 -2010.

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