Puerto Trackl (fragmentos)

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas.

Buscaba el bar de la buena suerte

para charlar sobre la travesía.

Pero todos vigilaban la estrella polar en sus copas,

mudos como el mar frente a una isla desierta.

Salí a vagar por las calles con faroles rojos.

Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas.

“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron

sonriendo en todos los idiomas del mundo.

Yo les dejé poemas que pensaba llevara mi tumba

como prueba de mi paso por la tierra.

 

“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,

no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.

Este bar no es la morgue de los ángeles

ni el cementerio de los fantasiosos.

Muchos hombres han cruzado el océano

por un jarro de cerveza, por una copa

de ginebra caliente.

Nadie aquí tiene patria ahora, y navegar

cansa más que la nostalgia y el amor.

Escucha, sólo escucha el estruendo del oleaje,

mientras el mirlo clama

entre las ramas y el viento.

 

Como un cantante de ferias y cantinas

repitiendo siempre las mismas canciones,

declamo poemas al océano.

El oleaje apaga el rumor de mi voz,

y la espuma salpica estos papeles

como un escupitajo de las rocas y el agua

a mi vanidad.

Entonces imito el gesto del cantante

cuando extiende la guitarra al público y le dice:

“no quiero aplausos, sólo monedas.

no quiero aplausos, sólo monedas”.

 

Como una manera triste de predecir

miro el paso de las nubes sobre el puerto.

Sé que mi suerte no está

en ninguno de esos nimbos que regresan al mar

movidos apenas por el viento de la literatura.

“Profetizar me asquea” podría decir

y, sin embargo, allá va mi vida

sobrepasada por pájaros que llevan

todo el tiempo del mundo entre sus alas.

 

Fumando en el muelle desierto

recuerdo a mis hijos,

apenas alumbrados por el sol de este anillo.

Mi paternidad se ha ido a pique;

el mercado está desierto frente a mí.

Un corazón apátrida lateen esta fuga

hacia la isla prometida.

El amor ha abierto una oscura puerta

por donde paso

....................inclinándome.

 

Bebimos el vodka de madame “Su”

en el hotel Melancolía.

Nos habló de sus novios,

su vejez,

y de unos gatos perdidos en el puerto.

La noche llegó desde un poema de Trakl

que ella guardaba en la memoria.

Alzamos nuestras copas y, sin prisa,

cada cual volvió a su propia

y cotidiana decadencia.

Ebrio me despide Puerto Trakl

con el alba mojando mi cabeza.

Sin dinero, sin amigos y sin reputación

vuelvo a mis antiguos días.

La pequeña mañana abre sus puertas.

Los tugurios donde beben poetas y pescadores

quedan para siempre atrás.

JAIME HUENÚN

(Chile, 1967)


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